CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 7 de agosto de 2019


TROPELÍAS LITERARIAS O EL PESCADOR CON MOSCA

Pablo Andrés Escapa escribe con la misma paciencia que un “pescador con mosca ”bate una línea en el aire y dibuja un elegante zigzag en busca de las escurridizas truchas una y otra vez, no le importa tanto la captura como el reto imaginativo y la lucha con las palabras, sabe que el proceso cuenta tanto como el resultado.
Agazapadas contracorriente en el río de la lengua, las palabras se sienten protegidas por sus aguas, conocedoras de que el río no hace concesiones al pescador poco avezado o impaciente, son veleidosas de carácter, caprichosas y juguetonas. Pablo Andrés Escapa lo sabe y cuando engancha alguna no forcejea ni entabla funesta competencia, templa más bien con táctica elástica, el tiempo se detiene para él, muellea con pluma y muñeca y aprovecha sus momentáneos desfallecimientos para traerla poco a poco hasta la nasa de sus historias. Tiene pulso y conocimiento sobrado del idioma, ya lo demostró con sus excelentes libros anteriores y vuelve a demostrarlo con su última obra, Fábrica de prodigios, en la que nos presenta tres relatos largos o tres novelas cortas –nouvelle- de magnífica factura, lenguaje depurado, imaginación desbordante, habilidad constructiva, emoción, humor, lirismo y oficio de hábil y paciente “escritor con mosca”.
En “Pájaro de barbería”, la inmovilidad del ave, el “templo de silencio y soledad” del local, el sillón de barbero -magdalena de Proust-, el sonido del chasquido de las tijeras en el aire o el deslizar de la navaja y la actitud vital ascética y reconcentrada de su peluquero,
Belarmino Santos, suscitan la curiosidad del viajante protagonista,  hasta el punto de iniciar una investigación detectivesca que concluirá revelándose como un “camino de perfección” que lo convertirá inevitablemente en un nuevo Bartleby de la quietud, la contemplación, el ensimismamiento y la meditación para, una vez abstraído del espacio- tiempo, sustituir al “pájaro de barbería” y tal vez protagonizar un nuevo cuento largamente madurado por otro personaje, Corino, un Pablo Andrés Escapa convertido en este relato en tabernero fabulador.
De esta forma, con sutil, inteligente y socarrona autoironía,  Escapa confiesa la tradición cervantina de la que se nutre y revela la fractura, o la confusión, según se mire, entre realidad, verdad y ficción. Es más, la técnica de dejar una historia en suspenso utilizada en el relato de Corino, une a la finalidad intrínseca de excitar el interés del lector, ese valor añadido -tan de Cervantes- de estar parodiando, haciendo burla e ironizando.
La relativa rareza de los nombres de los personajes (Belarmino, Corino, Centeno, etc.) y la indeterminación espacial de los escenarios remiten a esa dimensión simbólica de la escritura tan propia de los narradores leoneses, pero en particular a la de Luis Mateo Díez, cuyo Camino de perdición ejerce un influjo indiscutible sobre esta fábula de Escapa que va más allá de la mera coincidencia del oficio de viajante de su protagonista.
En “Continuidad de las musas”, Escapa anticipa ya en su título la fuente cortazariana de la que bebe, su conocido “Continuidad de los parques”, narración en la que convergen dos mundos de ficción, si bien en esta la continuidad se produce en un espacio físico, mientras que en aquella tiene lugar en el mental, en el mundo interior de inspiración, ingenio poético y ambiciones del poeta en una suerte de sucesivas reencarnaciones. De nuevo la estructura superficial de la historia cobra la apariencia del relato policiaco, pero en este caso con forma de investigación filológica sobre la influencia de un desconocido -¿inexistente?- poeta, Porfirio Aldama Etienne, sobre la poesía de Hilario Luna, un mediocre escritor local de provincias de extravagante conducta.
La sombra de Cervantes sigue siendo alargada y la técnica del manuscrito encontrado Escapa la complica en extremo, el juego de autores y narradores con los que se combinan las historias de Luna, Aldama y otros varios poetas, los comentarios del autor implícito y la traducción e intervenciones del investigador protagonista-narrador, además del punto de vista de este o aquel personaje, producen un efecto tan paródico como de múltiple perspectivismo y una sensación de inmensa libertad creadora.
En “El diablo consentido”, Serafín, el anciano narrador, se apresta a anotar diariamente la extrañeza de la realidad trastornada en la que vive o quizá haya vivido toda su vida, pero que desde que afirma haber cenado con el diablo, se ha agudizado hasta el punto de que las calles de su ciudad no van a ningún sitio, los negocios cambian de lugar constantemente, persigue perros sin sombra y las tardes son de “frío sol en las que acaba nevando serrín…”, como si estuviera habitando en el interior de un bibelot, en la bola de cristal de Ciudadano Kane.
Los tres relatos presentan sutiles conexiones entre sí que refuerzan sus respectivas realidades, pero su coherencia interna radica más que en los elementos compartidos, en la mirada humorística, dubitativa, incrédula de sus protagonistas, que se aprestan a escribir su desconcierto y perplejidad ante la posibilidad de la existencia de realidades paralelas y tratan de ordenar sus vidas poniendo negro sobre blanco los hechos vividos o que creen haber vivido, bien en forma de diario, de ensayo o de notas a vuela pluma, pero siempre con la duda de si no estarán ahondando todavía más con sus escritos en su desvarío.
Tanto Escapa como el autor del Quijote evidencian con claridad meridiana que están “haciendo literatura” y, sin duda, el juego irónico entre historia y ficción es una de las constantes de todo el conjunto de Fábrica de prodigios, una suerte de actualización de las Novelas ejemplares, en las que la tropelía, entendida como “arte mágica que muda las apariencias de las cosas”, cobra distintas formas, pero siempre con la finalidad de convertir el relato en tropelía, ahora en su acepción de “ilusión, falsa apariencia”, por lo que en ningún caso se apela a la razón para su comprensión, sino a la inocencia del lector capaz de aceptar lo maravilloso como real; es la trampa del escritor trilero, que escamotea una y otra vez delante de nuestra mirada la veracidad de los hechos narrados, demandando la suspensión de nuestra incredulidad, porque la verosimilitud literaria depende íntegramente de las normas internas de la propia obra de arte, y no de su comparación con la realidad externa al texto, es decir, las apariencias sólo son falsas en la realidad de la vida, no en el juego de espejos de la literatura, sustentada por un lenguaje metafórico con gran capacidad simbólica.
Si no lo estaba ya, con este nuevo trabajo, en el que manifiesta un lúcido equilibrio entre imaginación y función poética del lenguaje, donde cuenta con naturalidad, sin perder veracidad, fábulas complejas, Escapa se consolida como miembro de esa privilegiada escuela leonesa de excelentes escritores cuya literatura arraiga en el rico sustrato de cultura popular y oralidad tan propia del filandón, del gusto por el relato legendario, fantástico o mágico, y su nombre se codea por méritos propios con los de la talla de Mateo Díez, Llamazares, Merino, Aparicio, y tantos otros, todos grandes “pescadores”, grandes fabuladores capaces de convertir el engaño y las falsas apariencias en auténticas verdades literarias.
Pablo Andrés Escapa, Fábrica de prodigios, Madrid, Páginas de Espuma, 2019.



jueves, 1 de agosto de 2019

RESEÑA DE "SUR", DE ANTONIO SOLER



UN DÍA DE CALOR, HORMIGAS Y TERRAL


Ese apátrida de España, pero asentado en su lengua y en su tradición literaria, “exiliado de aquí y de allá” por voluntad propia, apasionado del mundo árabe y descubridor del “Sur”, Juan Goytisolo, da nombre al reciente Premio de Narrativa del Ayuntamiento de Alcobendas, excelente iniciativa cultural con la que reivindican la obra del escritor catalán y lo adoptan como hijo de la villa madrileña. En su primera edición ha resultado ganadora la novela Sur –curiosa coincidencia, o tal vez no-, del escritor malagueño Antonio Soler, otro enamorado de nuestro idioma. 

Si la película de Lynch, Terciopelo azul, comienza con una oreja cortada encontrada en el césped, Sur lo hace con un hombre moribundo abandonado en un descampado de una ciudad del sur (no se nombra, pero las pistas son suficientes para saber que es su Málaga natal), en ambos casos las hormigas invaden y horadan los “carnuzos” humanos y sirven de metáfora de arranque para introducirnos a lo largo de la narración en el nauseabundo subsuelo de una sociedad supuestamente idílica, pero que en cuanto escarbas un poco en su superficie te sumerges en estratos psicológicos sombríos e inquietantes de personajes en apariencia grises y anodinos que terminan convirtiéndose en complejos, contradictorios y llenos de matices. Tanto el cineasta como el escritor gustan de esa mirada entomológica buñuelina que les lleva a observar a sus personajes como insectos, a pasar de la mirada objetiva –científica- de su caparazón externo a tratar de descubrir las pulsiones más profundas de su conducta. Así como el genial director calandino admiró al naturalista Jean-Henri Casimir Fabre, tan presente en su cine, Soler hace lo propio con el biólogo Edward Osborne Wilson. 

En torno a la aparición del cuerpo agonizante del abogado Dionisio Grandes -el Dioni-, se estructura una asfixiante narración de un tórrido día de verano dominado por el viento terral, durante cuyo trascurso se entrecruzan las existencias de multitud de personajes de diferente edades y clases sociales que, como los instrumentos de una orquesta, interpretan la sinfonía de la vida, con la característica de que todos son concertinos, pero ninguno puede llegar a oírse si no se apoya en los demás, de alguna manera, cada uno de ellos son las celdillas cuyas paredes compartidas con las de otras forman los diferentes panales de la inmensa colmena de la ciudad, por eso el relato es circular, o hexagonal si se quiere, y su final abierto. De hecho, la novela incluye en apéndice un útil y divertido “censo” de los 220 personajes, incluido el propio autor, donde el lector puede acudir en caso de perderse, y aunque no se pierda, su lectura es obligada. 

Los referentes son pues obvios: La colmena, Manhattan Transfer o el Ulises, pero por encima de todos El Diablo Cojuelo, la lucianesca novela satírico-picaresca de Vélez de Guevara, como en ella, Soler, un nuevo Don Cleofás del siglo XXI, acompañado de su particular demoñuelo creativo levantará los tejados de su ciudad para mostrarnos lo que en la cotidianidad permanece oculto, ese iceberg de deseos, ambiciones, frustraciones, etc., que mueven y explican el mundo, que conforman la gran comedia humana. 

Sur es una obra compleja y caleidoscópica en la que se mezclan los diferentes niveles del lenguaje, con sus variantes lingüísticas diatópicas, diastráticas y diáfásicas -¡qué oído tiene el malagueño!-, incluida la publicidad o los mensajes de Whatsapp; se alternan los puntos de vista narrativos, desde la primera persona -hay incluso fragmentos de un diario-, pasando por la tercera, el narrador omnisciente, el estilo indirecto libre, el flujo de conciencia, etc. 

Soler es un escritor consolidado, dueño de un estilo y de un mundo narrativo propio que el lector reconoce como suyo desde las primeras líneas, de hecho, Sur podría decirse que es la suma de las constantes temáticas y narrativas de sus novelas anteriores: el humor vitriólico, a veces absolutamente negro, con el que salpimienta algunas de las historias, es el caso de la tan desopilante como surrealista donación de Belita al cura de la parroquia, herederas en unas ocasiones del realismo esperpéntico del mejor Azcona, Buñuel, Galdós, etc., mientras que en otras lo hace con ese expresionismo degradatorio, de resonancias fellinianas, por poner un ejemplo, del grotesco matrimonio de Mariano Villaplana y Encarnación Molledo, la Segueta; una mirada constante al pasado que rememora la niñez o la adolescencia y reflexiona acerca de los sueños desvanecidos, las ilusiones no cumplidas, y descubre en el presente la fractura que la realidad produjo en los proyectos y las esperanzas de los años pretéritos (se nota que se mueve con gusto y fluidez en la literatura de la memoria); las complejas relaciones familiares; las ambiciones frustradas; la violencia, física y psíquica; el sexo como motor del mundo, o deberíamos decir mejor, el deseo; la prosa poemática que, junto con ese tremendismo transido de emoción, hurga en las aristas dolorosas de la palabra y por debajo de sus uñas hasta alcanzar la escritura de lo que duele o de lo que no se tiene ganas de ver, de la auténtica realidad en la que vivimos, etc. 

Sur es una obra tan ambiciosa como total, hasta el punto de que quizá suponga el final de un ciclo narrativo para su autor. Difícil de superar, no se la pierdan. 

Antonio Soler, Sur, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2018.