SOÑAR CON LOS OJOS
ABIERTOS
Hay libros que no se leen, se
respiran. Que no avanzan por una sucesión de acontecimientos, sino que se
despliegan como una atmósfera, como una bruma lenta que nos envuelve sin darnos
cuenta. Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, de Ignacio
Escuín, es uno de esos libros raros que parecen escritos no desde la razón,
sino desde una emoción detenida, desde ese estado intermedio en que el
pensamiento se mezcla con el recuerdo y el lenguaje se convierte en eco. Esta
novela —si es que puede llamarse así sin traicionar su naturaleza vaporosa,
híbrida— no narra una historia en el sentido tradicional: propone un tránsito,
una deriva libre por la conciencia de un narrador que se desdobla en el protagonista,
porque son el mismo, observa y se duele de su fracaso, que recuerda, que duda y
que ama, en una especie de meditación terapéutica sobre el paso del tiempo, los
errores propios, la memoria y la fragilidad de las relaciones humanas.
Desde las primeras páginas, el tono
lo domina todo: una voz íntima, desgastada pero lírica, se instala en el lector
con la naturalidad de un pensamiento susurrado. No importa tanto lo que sucede
como la manera en que se recuerda, y esa es la clave poética del texto: cada
imagen tiene la textura de lo vivido, pero también de lo soñado. Como en los
mejores poemas de Robert Frost —y no es gratuita la comparación—, el sentido
emerge más de las pausas que de las palabras. Lo no dicho pesa tanto como lo
que se dice, y la tensión emocional se mantiene gracias a esa fidelidad
obstinada a lo insinuado, a lo que se esconde bajo el lenguaje.
Ignacio Escuín, poeta antes que
narrador, escribe con una atención casi litúrgica a la forma, al ritmo, al
poder sanador de las palabras que se organizan en frases y párrafos circulares,
que vuelven una y otra vez sobre la
misma herida que no termina de cerrarse. En este sentido, Algo parecido a un
sueño podría leerse también como un largo poema en prosa, una elegía íntima
con forma epistolar —falsa carta dirigida a una o a varias “luciérnagas”: su
verdadero amor— que se expande sin estallar, que avanza como lo hace la pena y
el dolor: lentamente, en espiral, volviendo sobre los mismos temas y las mismas
ausencias.
Esta novela, generacional y de
estado, como las dos anteriores con las que forma una trilogía, tiene mucho de
confesional y de autoficción. No hay trama, es más bien una experiencia
emocional, una escritura catártica.
El espacio y el tiempo en la novela
son también materia onírica, por momentos el sueño y la realidad se confunden.
No hay anclajes claros, no hay cronologías marcadas. Todo flota. El lector se
desliza por el texto como si caminara sobre hielo fino: con la sensación
constante de que puede romperse en cualquier momento, y de que lo que hay
debajo —el abismo del recuerdo y del vacío— es más grande que todo lo visible.
Hay una ciudad, una casa, viajes, amor(es), amigos y una pasión compartida: la
literatura, son los “detectives salvajes”. Describe todo un mundo literario
puesto en clave poblado por escritores y políticos reales que el avezado lector
disfrutará descifrando. Pero, sobre todo, hay una conciencia que se interroga a
sí misma y se expone de manera descarnada. Escuín nos invita a leer como quien
sueña: sin resistirse, sin buscar una dirección clara, dejándose llevar por los
desvíos y pliegues de la memoria.
El resultado es un texto honesto,
desnudo, que no teme la fragilidad. Esa es quizás su mayor fuerza: la capacidad
de hablar de lo que se rompe sin convertirlo en drama, de mirar la tristeza,
las debilidades personales y el dolor sin caer en el sentimentalismo. Y cuando
se cierra el libro, uno queda con la sensación de haber atravesado un espacio
extraño pero familiar, un paisaje emocional que se parece mucho al nuestro.
Tal vez por eso el título resulta
tan preciso: lo que hemos leído no es un sueño, pero se le parece. No es una
historia, pero sí es una forma de habitar la duda existencial y los fracasos.
Ignacio Escuín, Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, Zaragoza, Libros del Gato Negro, 2025.