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lunes, 6 de octubre de 2025

 

LAS HISTORIAS DE LA HISTORIA: UN VIAJE LITERARIO POR LA MEMORIA ESPAÑOLA




Ramón Acín, doctor en Filología, catedrático con una extensa trayectoria en crítica literaria y ensayos, figura indispensable de nuestra literatura más lúcida y comprometida, regresa con Las historias de la Historia (Viajes de papel), publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza. Un libro singular, inasible en su género, que cabalga entre el ensayo, el relato confesional y la crónica cultural. Con la complicidad de quien ha vivido con pasión sus lecturas, Acín nos invita a recorrer un mapa sentimental y crítico de la historia reciente de España a través de las novelas que ha leído, releído y pensado. Porque sí: leer, como vivir, es un viaje.

         Este libro no es un ensayo histórico al uso. Es una invitación a explorar la historia a través de la literatura, un mosaico de voces y tiempos que da vida a la memoria colectiva mediante la palabra escrita. A lo largo de más de 300 páginas, Acín traza un recorrido profundo y poliédrico desde el convulso siglo XIX hasta la España contemporánea, entretejiendo historia oficial con experiencia literaria y personal.

         Así, el lector encontrará reflexiones que parten de la poesía de Miguel Hernández para comprender el drama humano de la Guerra Civil, o que se apoyan en la narrativa de Carmen Martín Gaite para adentrarse en las complejidades emocionales y sociales del franquismo. Estos y otros autores —devorados con pasión por Acín— son las lentes con las que propone leer y sentir nuestro pasado. Porque Las historias de la Historia no solo es un libro sobre historia y literatura; es también un autorretrato del lector que escribe, una confesión sincera donde se vislumbra la íntima relación entre conocimiento, memoria e identidad cultural.

         El libro se estructura en una serie de ensayos breves y reflexiones fragmentadas que pueden leerse como piezas autónomas. Esta disposición no fragmenta el sentido, sino que enriquece la experiencia lectora: permite saltar de tema en tema como quien hojea un álbum de recuerdos, descubriendo distintos ángulos de un mismo paisaje. Cada capítulo es un “viaje de papel”, en el que la literatura y la historia se entrelazan para mostrar cómo las letras han sido testigos y agentes de los procesos sociales y culturales que han moldeado España.

         Acín subraya esta conexión en una frase que atraviesa toda la obra: “Leer la historia a través de la literatura no es solo un ejercicio académico; es un modo de revivir el pasado, de sentirlo con los sentidos del alma. En cada texto, hay una memoria viva que reclama ser escuchada más allá de los datos y las fechas.”

         Hay en estas páginas muchas confesiones, sinceras y directas, en las que Acín se muestra no solo como lector y crítico, sino como ciudadano. Su percepción de España se revela a través de las novelas leídas: historias que nos muestran cómo hemos sido, cómo nos vemos y cómo hemos cambiado. La memoria, el viaje, la relectura y la imaginación se convierten en las herramientas principales para tender puentes entre el pasado y el presente, sin caer en simplificaciones ni eslóganes. Porque, como bien dice, sin conocer el pasado —con su dolor y alegría— no es posible ser verdaderamente ciudadanos.

         Hay capítulos que destacan por su implicación personal, como el dedicado a la Guerra Civil parcelada por autonomías, o el que revisa con mirada crítica la Transición española, alejándose del relato idealizado que durante décadas se impuso. Otros, como los que abordan la corrupción y las incertidumbres del último tercio del siglo XX, interpelan especialmente al lector joven o desencantado. En todos ellos, se aprecia una profunda apuesta por la relectura como acto ético y político, como modo de resistir frente a la ignorancia, la manipulación o la banalización.

         Tampoco faltan ecos literarios y filosóficos que enriquecen el discurso: citas de pensadores y escritores que acompañan la reflexión, la apuntalan o la matizan, recordándonos que las letras no solo explican el mundo, sino que lo sostienen. Walter Benjamin, José Saramago o Paul Auster aparecen en estas páginas como aliados de un pensamiento que se niega a rendirse a la amnesia colectiva. Porque sí: somos memoria. Y la imaginación, nos dice Acín, es necesaria para mirar de frente la dureza de esa memoria sin dejarnos arrastrar por el odio o el cainismo que han marcado buena parte de nuestra historia.

         Las historias de la Historia está dirigida a lectores interesados en la literatura y en la historia cultural, en una visión más humana y plural del pasado. No busca una cronología académica ni una verdad definitiva. Es un libro que se abre como una conversación, con sus pausas, sus desvíos y sus momentos de emoción. Para quienes no conozcan aún a fondo la literatura española contemporánea, puede ser un excelente punto de partida. Para quienes ya la habitan, una forma distinta de volver a ella, de releerla con otros ojos y otra conciencia.

         En definitiva, Ramón Acín nos regala un viaje apasionante donde la historia deja de ser una sucesión de fechas para convertirse en una experiencia viva, narrada con sensibilidad, rigor y hondura emocional. Este libro es una invitación abierta a recorrer ese territorio compartido donde la memoria y la literatura construyen, capítulo a capítulo, la historia de España. Un viaje de papel con destino a lo más hondo de lo humano.


Reseña publicada en el Diario de Teruel




Ramón Acín, Las historias de la Historia (Viajes de papel), Zaragoza, Prensas Universitarias, 2025.

 

miércoles, 24 de septiembre de 2025

 

CARTOGRAFÍA DEL ALMA INTERIOR


           


    En tiempos de mapas saturados de velocidad, tecnología y ruido, la literatura aún puede ofrecernos una brújula que señala hacia dentro. Relatos de la Celtiberia, del escritor y profesor Javier Hernández —bajo el seudónimo literario de Hernán Ruiz—, es justamente eso: un viaje íntimo al corazón de un territorio olvidado, pero no extinguido. Una obra que pone palabras a lo que parecía perdido, y que convierte la memoria rural en materia literaria viva.

            Publicado por Prames, no es casual que Relatos de la Celtiberia haya sido finalista del XXII Premio de la Crítica de Castilla y León. Su originalidad radica no solo en el tema que aborda, sino en la forma en que lo hace: con respeto, belleza y profundidad. Críticos y lectores coinciden en destacar la capacidad del autor para combinar documentación histórica, autoficción y evocación poética sin perder la coherencia narrativa ni la fuerza emocional.

             Este libro se aleja de lo puramente documental, para proponer una experiencia sensorial y poética del paisaje interior español, con Soria como epicentro (comarcas de Pinares y el Valle, Vicarías, sierra del Almuerzo y las Tierras Altas), sin olvidar las otras siete provincias que la integran (Teruel, Zaragoza, Cuenca, Burgos, Guadalajara, La Rioja y Zaragoza), sus gentes y sus paisajes. Conformado por veinticuatro relatos, agrupados en tres secciones —“Ecos”, “Fugas” y “Paraísos”—, el volumen explora la compleja realidad de la Celtiberia, esa vasta región “solar de celtas, mudéjares, mujeres y hombres de una frontera difícil, donde arraigó la libertad en tiempos de los celtíberos y se proyectó excepcionalmente durante un medievo de fueros y concejos.

            Este territorio tan literario como real, convertido en arquetípico, lo pueblan personajes reales, Avelino Hernández y el Cid, entre otros, e imaginarios, presentes y pasados. Pero más allá de la estructura narrativa, lo que otorga unidad y potencia a  este mosaico narrativo es el estilo de su autor: una prosa lírica, contenida, precisa, cargada de imágenes que apelan a los sentidos y al pensamiento, con una gran riqueza sensorial y simbólica. Hay en Ruiz una cadencia que recuerda la tradición de los poetas de la tierra, aquellos bardos que recorrían y cantaban por y al territorio o los mismos cantares de gesta, pero con una mirada contemporánea y universal. Sus paisajes no son postales, son presencias: la niebla, los campos, las campanas o el silencio del abandono no funcionan como meros escenarios, sino como personajes en sí mismos. Esta cadencia poética convierte la lectura en un ejercicio de contemplación, donde cada página es una invitación a detenerse y sentir.

            Los grandes temas que atraviesan la obra —la memoria, la búsqueda del paraíso perdido y de las propias raíces; la despoblación; la identidad cultural; la relación con el territorio— se abordan desde una perspectiva respetuosa, sin idealizaciones ni dramatismos; en ocasiones con gran sentido del humor y siempre con esperanza, nada de derrotas. Hernán Ruiz no escribe desde la nostalgia vacía, sino desde el compromiso emocional y literario con una tierra que aún tiene mucho que decir. La Celtiberia, más que un lugar, se convierte en símbolo de resistencia y de pertenencia, de historia viva y de humanidad persistente.

            Relatos de la Celtiberia no solo ofrece una alternativa al relato dominante del progreso urbano, sino que se presenta como una apuesta estética por la lentitud, la escucha y la raíz. Su valor reside en su capacidad para convertir lo invisible en esencial, lo olvidado en literario, lo local en universal.

            Para quienes buscan una escritura que respire el aire del interior —geográfico, cultural y emocional—, este libro es una lectura imprescindible. Porque en sus páginas, Hernán Ruiz no solo recupera una voz, sino que también devuelve el pulso a una tierra que, aunque callada, sigue hablándonos. Su lectura es imprescindible para quienes buscan una literatura que no solo entretenga, sino que ilumine. Hernán Ruiz nos recuerda que incluso en los territorios más silenciosos hay historias que merecen ser contadas. Y que, quizás, en ellas encontremos algo —tal vez mucho— de nosotros mismos.

            La propuesta cuenta con una interesante expansión transmedia, un QR que remite https://celtiberia.org/relatos-de-la-celtiberia-de-hernan-ruiz/, en el que se presentan/regalan más narraciones. Sin duda, merece la pena. 

          Esta reseña se publicó en el suplemento cultural A&L del Heraldo de Aragón: 



                

 

martes, 19 de agosto de 2025

 

SOÑAR CON LOS OJOS ABIERTOS



           Hay libros que no se leen, se respiran. Que no avanzan por una sucesión de acontecimientos, sino que se despliegan como una atmósfera, como una bruma lenta que nos envuelve sin darnos cuenta. Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, de Ignacio Escuín, es uno de esos libros raros que parecen escritos no desde la razón, sino desde una emoción detenida, desde ese estado intermedio en que el pensamiento se mezcla con el recuerdo y el lenguaje se convierte en eco. Esta novela —si es que puede llamarse así sin traicionar su naturaleza vaporosa, híbrida— no narra una historia en el sentido tradicional: propone un tránsito, una deriva libre por la conciencia de un narrador que se desdobla en el protagonista, porque son el mismo, observa y se duele de su fracaso, que recuerda, que duda y que ama, en una especie de meditación terapéutica sobre el paso del tiempo, los errores propios, la memoria y la fragilidad de las relaciones humanas.

            Desde las primeras páginas, el tono lo domina todo: una voz íntima, desgastada pero lírica, se instala en el lector con la naturalidad de un pensamiento susurrado. No importa tanto lo que sucede como la manera en que se recuerda, y esa es la clave poética del texto: cada imagen tiene la textura de lo vivido, pero también de lo soñado. Como en los mejores poemas de Robert Frost —y no es gratuita la comparación—, el sentido emerge más de las pausas que de las palabras. Lo no dicho pesa tanto como lo que se dice, y la tensión emocional se mantiene gracias a esa fidelidad obstinada a lo insinuado, a lo que se esconde bajo el lenguaje.

            Ignacio Escuín, poeta antes que narrador, escribe con una atención casi litúrgica a la forma, al ritmo, al poder sanador de las palabras que se organizan en frases y párrafos circulares,  que vuelven una y otra vez sobre la misma herida que no termina de cerrarse. En este sentido, Algo parecido a un sueño podría leerse también como un largo poema en prosa, una elegía íntima con forma epistolar —falsa carta dirigida a una o a varias “luciérnagas”: su verdadero amor— que se expande sin estallar, que avanza como lo hace la pena y el dolor: lentamente, en espiral, volviendo sobre los mismos temas y las mismas ausencias.

            Esta novela, generacional y de estado, como las dos anteriores con las que forma una trilogía, tiene mucho de confesional y de autoficción. No hay trama, es más bien una experiencia emocional, una escritura catártica.

            El espacio y el tiempo en la novela son también materia onírica, por momentos el sueño y la realidad se confunden. No hay anclajes claros, no hay cronologías marcadas. Todo flota. El lector se desliza por el texto como si caminara sobre hielo fino: con la sensación constante de que puede romperse en cualquier momento, y de que lo que hay debajo —el abismo del recuerdo y del vacío— es más grande que todo lo visible. Hay una ciudad, una casa, viajes, amor(es), amigos y una pasión compartida: la literatura, son los “detectives salvajes”. Describe todo un mundo literario puesto en clave poblado por escritores y políticos reales que el avezado lector disfrutará descifrando. Pero, sobre todo, hay una conciencia que se interroga a sí misma y se expone de manera descarnada. Escuín nos invita a leer como quien sueña: sin resistirse, sin buscar una dirección clara, dejándose llevar por los desvíos y pliegues de la memoria.

            El resultado es un texto honesto, desnudo, que no teme la fragilidad. Esa es quizás su mayor fuerza: la capacidad de hablar de lo que se rompe sin convertirlo en drama, de mirar la tristeza, las debilidades personales y el dolor sin caer en el sentimentalismo. Y cuando se cierra el libro, uno queda con la sensación de haber atravesado un espacio extraño pero familiar, un paisaje emocional que se parece mucho al nuestro.

            Tal vez por eso el título resulta tan preciso: lo que hemos leído no es un sueño, pero se le parece. No es una historia, pero sí es una forma de habitar la duda existencial y los fracasos.


Ignacio Escuín, Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, Zaragoza, Libros del Gato Negro, 2025.




 

domingo, 17 de agosto de 2025

 

LA TIERRA ESCRITA: TERUEL EN LA OBRA DE CASTRO Y MELERO, PREMIOS DE LAS LETRAS ARAGONESAS




 

            En un país donde algunas provincias parecen necesitar ser nombradas cada día para no desvanecerse del mapa, la literatura ha conseguido que Teruel no solo permanezca, sino que respire con fuerza propia. Gracias a dos voces aragonesas imprescindibles —Antón Castro y José Luis Melero—, recientemente reconocidos con el Premio de las Letras Aragonesas, esta tierra de belleza discreta y tenaz ha encontrado un lugar perdurable en la memoria colectiva a través del poder de la palabra.

            Ambos autores han hecho de Teruel mucho más que un simple territorio: lo han convertido en un espacio emocional, simbólico y literario. La han transformado en un paisaje interior, íntimo y perdurable. “Teruel es una patria del alma”, escribió Antón Castro; y José Luis Melero lo ratifica desde la trinchera amable de sus libros, con una erudición cálida y rigurosa: bibliotecas olvidadas, escritores rescatados, recuerdos mínimos que preservan la voz de una tierra que se niega a ser silenciada por el olvido.

Antón Castro: entre el mapa y el mito

            Antón Castro (A Coruña, 1959), afincado en Aragón desde hace décadas, ha construido una obra en la que la crónica, la poesía y la ficción conviven con naturalidad. Premio Nacional de Periodismo Cultural —entre otros muchos reconocimientos— ha escrito sobre Teruel con la mirada del viajero atento, del narrador que observa con respeto y cuenta con ternura.

            Durante años, Antón Castro recorrió la provincia de Teruel como periodista y también por amor: a su mujer y a una tierra que empezaba a descubrir con asombro y devoción. Lugares como Alcañiz, Urrea de Gaén, Iglesuela, Ejulve, Cantavieja o Camarena de la Sierra fueron algunos de los destinos de ese deambular nómada, siempre con un cuaderno en la mano y una mirada atenta. De aquellos años nacieron sus primeros libros de relatos: Los pasajeros del estío (1990) y El testamento de amor de Patricio Julve (1995), en los que comarcas como el Matarraña, el Maestrazgo o Gúdar-Javalambre no solo sirven como escenarios, sino que adquieren el peso y la presencia de verdaderos personajes.

            De ese nomadismo profesional y vital debido a la profesión de la madre —médico— surgió también una herencia íntima y literaria: sus hijos, Aloma y Daniel, crecieron entre paisajes, libros y relatos, mamaron el territorio y heredaron la mirada curiosa de su padre. Ambos han seguido, de algún modo, sus pasos en el mundo de la escritura. Daniel, en particular, lo ha hecho con voz propia y un tono irreverente, como demuestra en su desopilante parodia Un hipster en la España vacía, inspirada y ambientada en pueblos turolenses recorridos en su infancia.

            A estos territorios iniciales se sumarían después otras comarcas como la del Jiloca o la Sierra de Albarracín, que nutren obras como Los seres imposibles (1998). También su poesía tiene a Teruel como protagonista constante —y cabe esperar la próxima publicación de “El centinela de las estaciones”, un poemario inédito hasta la fecha, enteramente dedicado a esta provincia—. Su vínculo con Teruel se extiende igualmente al ámbito divulgativo, con numerosas colaboraciones en libros colectivos sobre sus paisajes, historia y cultura, personajes ilustres —Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados— o seres imaginarios —Bestiario aragonés—.

            La prosa de Castro, tan lírica como auténtica, y en ocasiones cercana a lo legendario, transita entre lo realista, lo tremendo y lo fantástico. Pueblos como Alcañiz, Albarracín, Calamocha, Cantavieja, Rubielos o Allepuz aparecen con frecuencia en sus relatos, crónicas y poemas, habitados por personajes locales, leyendas ancestrales y paisajes nevados que revelan el alma íntima de la provincia.

José Luis Melero: el lector que no olvida

            José Luis Melero (Zaragoza, 1956), bibliófilo, erudito y narrador de lo marginal, ha hecho de la lectura una forma de militancia cultural. En sus obras —Leer para contarlo, La vida de los libros, entre otras—, Teruel aparece constantemente, ya sea a través de escritores casi anónimos, bibliotecas olvidadas o anécdotas que reconstruyen la vida cultural de Aragón con una precisión afectiva.

            Desde 2009, Melero ha ido dando forma a un proyecto literario único, fruto de toda una vida lectora de bibliófilo irredento y patológico —su biblioteca cuenta con casi cuarenta mil volúmenes—. Lo inauguró con La vida de los libros y ha alcanzado ya siete volúmenes con el reciente Bibliotecas y extravíos, todos publicados por Xordica Editorial y bellamente ilustrados con las portadas alegóricas de Jorge Gay. En ellos se recogen los artículos que Melero publica cada semana en el suplemento cultural “Artes & Letras” del Heraldo de Aragón. Cada texto es un ejercicio de rescate, de documentación y de ternura hacia lo que otros desconocen, ya no miran o han olvidado.

            Melero no solo recuerda: reconstruye y protege. Y en ese gesto, Teruel y sus pueblos ocupan un lugar esencial. No es casualidad que tantos de sus textos contengan referencias a bibliotecas rurales, lectores silenciosos, autores de provincia y momentos en los que la literatura se entrelaza con la vida sencilla.

Una ética común

            Castro y Melero escriben desde una misma ética: el respeto por lo humilde, la defensa de una cultura que no busca el escaparate, la pasión por lo genuino. En sus obras hay campanas oxidadas, cafés con memoria, libros sin títulos, lectores anónimos. Hay un Aragón profundo, áspero y bello, que se niega a desaparecer. Y en ese Aragón, Teruel late como un corazón discreto pero firme.

            Mientras los debates sobre infraestructuras y despoblación siguen ocupando titulares, ellos han elegido otro camino: el de la permanencia literaria. Han hecho de Teruel no solo un escenario, sino un personaje. Una tierra que se escribe, se recuerda y se honra.

            Este texto quiere ser un reconocimiento sincero a dos autores que han sabido mirar donde otros no veían. A Antón Castro, el gallego más aragonés del mundo por sensibilidad y compromiso, y a José Luis Melero, aragonesista hasta la médula, incansable defensor de la cultura que nace lejos del centro. También es un homenaje a quienes han tenido el acierto de concederles el Premio de las Letras Aragonesas, celebrando así su trayectoria y su mirada profunda. Todo un acierto.

            Y, por supuesto, es un homenaje a Teruel, que sigue existiendo porque se nombra, se escribe y se recuerda. Mientras haya quienes la conviertan en literatura, Teruel no desaparecerá del mapa. Al contrario: seguirá latiendo en cada página.

 

lunes, 21 de julio de 2025

 

MITOS OPERÍSTICOS


 

         Dicen que la música y el verbo nacieron juntos y que compartieron el Paraíso hasta que la palabra cometió el pecado original de la mentira. Entonces la música, incapaz de soportar el engaño, se alejó de su hermana. Con el tiempo, a principios del siglo XVII, la Ópera, con mayor o menor fortuna, trató de reconciliar ambas artes y la mitología clásica desempeñó un papel esencial en esa intermediación: en 1607, Claudio Monteverdi, con libreto de Alessandro Striggio hijo, sorprendió a la corte de Mantua con su Orfeo, el mito del cantor divino que con su voz, acompañada de los sones de su lira, descendió a los infiernos para rescatar a su amada Eurídice de la muerte. Esta alegoría del poder del arte fue el tema perfecto para el renacimiento de la tragedia clásica de la mano de la música y crear un género nuevo, la Ópera.

         Los mitos han desarrollado un papel esencial en la evolución del pensamiento del ser humano, siempre ajustados a las necesidades morales y de reflexión de las distintas civilizaciones, incorporando un trasfondo poético necesario para el día a día. Pero por encima de su carácter moralizante, un mito es un reflejo privilegiado de las inquietudes, los conflictos y las necesidades del individuo, sin fecha de caducidad. Jacobo Cortines sabe todo esto y lo expone y desarrolla por extenso con pasión, claridad y sencillez, no exenta de profundidad y rigor, en Los acordes de Orfeo. Ensayo sobre mitos operísticos, una colección de artículos independientes escritos para diferentes medios que dialogan entre sí conformando un entramado unitario que, sin llegar a ser una historia de la ópera, puede funcionar como tal al establecer un recorrido luminoso por las fuentes literarias —Cortines es filólogo, reconocido poeta y traductor de Petrarca— que han inspirado las principales obras del repertorio clásico, de Ovidio a Da Ponte, pasando por Busenello, y ofrecer sesudos análisis de los principales hitos operísticos desde los orígenes, entre el Renacimiento y el Barroco, con Monteverdi, para seguir por Mozart, Beethoven, Rossini, Donizetti, Verdi, Bizet y Puccini, hasta llegar a las óperas de Alban Berg y Stravinsky, bien entrado el siglo XX, y una “coda final” dedicada a El retablo de maese Pedro de Manuel de Falla.       

         En el primer apartado, titulado como la obra en su conjunto, “Los acordes de Orfeo”, se agrupan toda una serie de trabajos que estudian las “relaciones entre literatura y música”, ese difícil y, a veces, inestable equilibrio entre el libreto y la partitura. Lo cierto es que un buen texto nunca redimió a una mala partitura, pero cuántas obras maestras de la lírica resultan dramáticamente inconsistentes. Comienza estudiando el Orfeo monteverdiano, un mito pagano que terminará consolidándose como “alegoría cristiana”. Habrá que esperar a mediados del siglo XVII, con La coronación de Poppea del mismo Monteverdi, para que aparezca en las tramas la Historia, convirtiendo a Gian Francesco Busenello en el que puede ser considerado primer escritor de argumentos operísticos originales, sobre cuya libertad creativa gravita el influjo creador de Lope de Vega. Verdaderamente lúcido es el artículo “Italia y España: el vínculo de la ópera”, con el que se cierra este capítulo y en el que Jacobo Cortines analiza las complejas relaciones históricas, políticas y culturales entre ambos países, centrándose en la presencia musical italiana en España y en el influjo literario español de sus composiciones.

         Como “Interludio” introduce un documentado estudio, “La invención de Sevilla” —no en vano el autor es miembro de su Real Academia de las Artes— en el que demuestra cómo la capital hispalense se constituye en la ciudad por excelencia para la Ópera. Su carácter cosmopolita, exotismo y el continuo trasiego de mercancías en el comercio de Indias sirvieron de catalizadores literarios al Siglo de Oro y para el imaginario colectivo de las letras románticas Sevilla se convirtió en el lugar ideal  donde desarrollar sus historias. Son legión los grandes músicos que se sumaron a esta elección y le dieron protagonismo en sus composiciones: Mozart, Beethoven, Rossini, Donizetti, Verdi, Bizet, Prokófiev o Gerhard, entre otros muchos.

         Tras este brillante engarce, llegamos a un momento culminante: la relación entre Mozart y su libretista por excelencia, Lorenzo da Ponte, de quien resume su libresca biografía siguiendo sus tardías y no siempre fiables Memorias, para estudiar con detalle su obra y ese momento de inflexión con el que comienza la ópera moderna tras el estreno de Las bodas de Fígaro. Es la primera de las tres grandes creaciones fruto de la colaboración músico-poeta. Le seguiría el Don Juan y una última composición fruto del excelso binomio artístico como es Così fan tutte.

         La siguiente parada no podía ser otra que Beethoven, el auténtico heredero del genio salzburgués “al que potencia y proyecta”  hacia el futuro. La música del Don Juan está presente en la producción beethoveniana, pero el diseño de los personajes de su única ópera, Fidelio, supondrá una réplica idealista a los de Mozart.

         Rossini y sus óperas son estación obligada: Tancredo, El barbero de Sevilla y La Cenicienta son esos “Pecados veniales” inevitables para todo melómano. Pero más allá de su obra y precocidad musical, está su personalidad y misterioso abandono de la composición a una edad muy temprana. A este respecto resulta esclarecedor, incluso para los no especialistas, su excelente entrada, “La elección del silencio”, un Rossini al desnudo que incursiona en la personalidad del compositor y en su particular relación con la música alemana de Haydn, Mozart, Weber, Mendelssohn, Beethoven y Bach.

         El excepcional compositor de Pesaro abre la puerta a otro de los grandes del bel canto: Donizetti y sus óperas fundamentales: El elixir de amor, Lucia di Lammermoor, Don Pascuale, la “trilogía Tudor” y, por supuesto, La hija del Regimiento.

         Excelente resulta su comparación de la Carmen de Mérimée, mujer diabólica, prostituta y asesina, con la más humanizada de Bizet, atrapada entre el amor de dos hombres. 

         El libro se cierra con un capítulo dedicado a las “Trágicas heroínas”, donde presenta una clarividente comparación entre los dramas inspiradores de las óperas puccinianas Tosca y Butterfly con la Lulú de Alban Berg.

         En una magnífica edición, como siempre, la editorial Fórcola vuelve a regalarnos una nueva obra de referencia ineludible para todos aquellos amantes de la Ópera, con prólogo de José Luis Téllez, que hará las delicias no solo de los melómanos, sino también de todos aquellos que gustan de la literatura en general y del teatro en particular.


Jacobo Cortines, Los acordes de Orfeo. Ensayo sobre mitos operísticos, Madrid, Fórcola, 2024.

 

 

miércoles, 2 de julio de 2025

 

 

        ALMARIO BIBLIÓFILO



Dicen que somos lo que comemos, pero para algunos, es el caso de José Luis Melero y el mío, somos lo que leemos, porque no somos otra cosa que la colección de nuestros recuerdos formados, entre otras ilusiones y fantasías, por los mundos, viajes, aventuras y personajes que hemos imaginado a través de los libros. Una vez más, nuestro patológico lector incorpora una nueva publicación a su estante personal de su ya nutrido almario bibliófilo, una obra en marcha —fruto de toda una vida lectora—, que se inició en el año 2009 con La vida de los libros y cuenta ya con siete volúmenes si incluimos este último titulado Bibliotecas y extravíos. Todos cuidadosamente publicados por Xordica Editorial con alegóricas portadas de Jorge Gay, en los que reúne los artículos que semanalmente publica en el suplemento cultural “Artes & Letras” del Heraldo de Aragón.

         Como en otras ocasiones, Melero regresa a sus escritores de cabecera para homenajearlos: desopilante es el dedicado a las autodedicatorias de Miguel Labordeta y no lo es menos el, en este caso autoirónico de su propia mitomanía, de Luis Rosales y García Lorca —siempre Lorca— o los recuerdos de Sender, Braulio Foz y su Saputo, Gerardo Diego y, por supuesto, Pío Baroja, presente en tres entradas, en una de las cuales describe pormenorizadamente ese sueño cumplido debido a la intermediación de su amigo el pintor Pepe Cerda de visitar la casa de los Baroja en Itzea (proverbial es también el dedicado a su visita a “La casa de Moneva”). Tampoco se olvida de autores contemporáneos a los que admira como Fernando Castillo, Trapiello o Antonio Moreno.

         También, como en libros anteriores, exhibe un gusto poco común por lo desatendido y heterodoxo y nos invita a acompañarle en su infatigable búsqueda por rastros, almonedas y librerías de viejo de esos nombres menos conocidos de vidas pintorescas, bohemias y originales, la mayoría de ellos perdidos en libros olvidados: Balbotín, Balart, Arana, Arderius, Vidal y Planas, Cansinos, Felisberto Hernández... y algunos que, pese a su no muy lejana muerte, ya lo empiezan a estar como Francisco Umbral.

         Libros raros, absolutamente sepultados bajo la losa del tiempo: Asalto a la Cárcel Modelo (22 de agosto de 1936) del poeta Francisco Pino; El miajón de los castúos del “poeta tinajero” extremeño, Luis Chamizo, de jocosos versos ripios (“Contentete me puse / y alborotao / porque mi suegra / la había diñao”); La paz mundial, del excéntrico escritor murciano Pedro Boluda, autor de divertidas coplillas como aquella que escribió en su juventud siendo barbero practicante dedicada a una inquieta paciente: “En vez de darle un pinchazo, / le di dos, / porque no se estaba quieta / ni pa Dios”; la Cartilla escolar antifascita; Los suicidios en España, del jurista caspolino, Ambrosio Tapia; el Manual de barnices, charoles y vinos, una compilación de fórmulas para todo, que incluye, entre otras muchas, cómo “curar desolladuras en el escroto y para contener la gonorrea” o cómo “hacer nacer el pelo”, y ese raro entre los raros que es El trato social, de Adolf Von Knigge. O aquellos otros títulos más conocidos y reconocidos, en especial por su absoluta originalidad, caso de la Tontología, esa “antología de versos malos de poetas buenos” de Gerardo Diego o Moralidades, de Gil de Biedma.

         Por supuesto hay sitio para los escritores y personalidades aragonesas, tanto zaragozanos como oscenses y turolenses, siempre presentes en su corazón y biblioteca: Carlos Mendizábal —­el H. G. Wells aragonés—, Fernando Ferrero, Valenzuela la Rosa, Basilio Boggiero, Castán Palomar, Pascual Martín Triep, Mariano de Cavia, Domingo Miral, Sebastián Banzo, Miret Magdalena, Darío Pérez, Manuel Alvar, Juan Manuel Sánchez, Eusebio Blasco, Eduardo Taboada, Gaspar Sanz, Pedro Joaquín Soler, Juan Pío Membrado… y, claro, cómo no, para sus amigos: Ángel Guinda, Antón Castro, Fernando Sanmartín, Julio José Ordovás, Rosendo Tello, Irene Vallejo, Chusé Raúl Usón —su editor—, Luis Alegre, Pisón y los siempre presentes y nunca olvidados, Félix Romeo y Eloy Fernández Clemente.

         Las “melenécdotas” que ya definimos en su momento como anécdota más erudición, en ocasiones sazonada con mucho humor y expuesta con prosa clara, sencilla y eficaz brevedad (su capacidad de resumen y de relación de personajes es ejemplar, en este sentido resulta ejemplar “El duque de T’Serclaes”), la encontramos en “Juan Benet y Calanda”, “Edgar Neville, alcalde de Salou”, “Las memorias de Benito Rabal” o la más dramática de “Las memorias de María Asquerino”.

         Melero busca y rebusca, se esfuerza con loable tenacidad por encontrar mujeres extraviadas en la historia de la literatura y las encuentra con cuentagotas —no es tarea fácil—, pero las encuentra, como la uruguaya Blanca Luz, la feminista alcañizana Concepción Gimeno de Flaquer, la fotógrafa y escritora Teresa Chiltón, la periodista Josefina Carabías y la escritora oculta tras el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra, María de la O Lejárraga. Con homenaje incluido a todas aquellas “mujeres académicas” cuya memoria rescató la profesora Concha Lomba en su discurso de ingreso de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.

         Melero podría pasar por ser un raro de los suyos y en muchas ocasiones se convierte en el protagonista de sus aventuras librescas y nos permite acompañarlo en su azarosa e incansable búsqueda de libros, si pueden ser dedicados por sus autores mejor, como es el caso de “Una mañana en el rastro”, en la que encuentra Nuevas canciones, de Antonio Machado o esa Historia de Aragón, de su admirado Braulio Foz, cuya graciosa búsqueda y encuentro describe de modo paródico al convertirse en un Indiana Jones de pacotilla de “aventuras indecorosas” entre traperos.

                 

         Melero es un gran lector, no cabe duda, su universo literario está poblado de libreros, editores, revistas literarias, diarios, bibliófilos, etc., y la lectura es su modo de vida, obvio, pero su convivencia con los libros va más allá, su actitud es la de un cómplice necesario y esencial para que una obra se complemente y tenga auténtica existencia, no solo para sus ojos, sino para los de todos aquellos lectores que entienden esta pasión como un arma para luchar contra la soledad, la rutina y lo prosaico o simplemente para, como él mismo afirma, “vivir la vida de los otros sin salir de casa.”

         Bibliotecas y extravíos es pues un nuevo capítulo de esas memorias de lecturas apasionantes, curiosas y eruditas de un mitómano, fetichista (en este sentido resulta tan genial como divertido su doloroso recuerdo y descripción de un innominado libro en “Lo que pudo haber sido y no fue”) y lector arrebatado que goza compartiendo con generosa y gozosa sabiduría, desparpajo y alegría, humor y buen gusto, sus aventuras bibliófilas, un libro sobre libros que no debería faltar en la biblioteca personal de aquellos lectores amantes de la Literatura, la de los grandes nombres y la de los olvidados. A esta nueva entrega bien podría aplicarse lo que él mismo dice del ensayo de Yolanda Morató, Libres y libreras. Mujeres del libro en Londres: “Ese libro apasionante les hará pasar unas horas deliciosas, esas que tantas veces nos ofrecen los libros alejados del canon y las promociones editoriales”. Les aseguro que no les defraudará.

 

 

José Luis Melero, Bibliotecas y extravíos, Zaragoza, Xordica, 2024.

 

lunes, 30 de junio de 2025

 

LA REALIDAD Y SU FINGIMIENTO



 

         La humanidad necesita de las historias para enriquecer su percepción de la realidad y su abanico de posibilidades, no quedando limitada y atrapada en lo que juzgamos como real por consabido. De hecho, con frecuencia, la literatura, el cine, la pintura, las artes en general, contribuyen a crear realidades más reales que la realidad en teoría real. ¿Qué es más real, la ciudad de Nueva York o su imagen cinematográfica? Con esta pregunta, entre otras, se presenta en sociedad Marta Pérez-Carbonell con su primera novela, Nada más ilusorio que, haciendo honor a su título, se ha traducido y vendido en ocho países antes de su publicación (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Portugal, Rumanía y Países Bajos), tal es el grado de confianza de las editoriales en el debut literario de esta doctora en Estudios Hispánicos de la Universidad de Londres y profesora de literatura española contemporánea en Colgate University de Nueva York.

         En un viaje en tren de Londres a Edimburgo, Alicia, la narradora y, con permiso de la propia literatura, protagonista de la historia, coincide en su vagón con dos desconocidos, Terence Milton —Terry—, profesor universitario, y su pupilo Mick Boulder —Bou—. Entablan conversación y comparten historias personales hasta llegar a intimar: el profesor le confiesa que se encuentra envuelto en un escándalo por la publicación de una novela, Rocco, cuya trama contiene claves sobre personas reales, en especial relativas a Hans Haig, un joven que parece haber sido víctima de su curiosidad de escritor. Por su parte, ella les cuenta la desagradable peripecia vivida recientemente en una isla remota.

         Estructurada en distintos niveles de realidad, nos encontramos con varias narraciones en forma de cajas chinas o matrioscas: el libro que tiene el lector entre sus manos, obra de Marta Pérez (Nada más ilusorio); la polémica novela de Terence (Rocco), que a su vez desencadena el relato y la reflexión de Alicia sobre su propia experiencia personal de abandono en la isla de Socotra.

         La metaliteratura, casi un género en sí misma, presenta a los protagonistas como escritores o hace que la historia verse sobre el proceso de escritura de una novela. De alguna manera, Nada más ilusorio contiene ambos aspectos y en su caso, uno de los personajes, Bou, explicita el tema de la novela con una cita literal del ensayo de Ricardo Piglia, El último lector: “No hay, a la vez, nada más real ni nada más ilusorio que el acto de leer”. A lo que la narradora apostilla confesando las múltiples influencias que gravitan sobre ella y la narración: “Piglia… Qué extrañeza y desolación pensar en él, en Marías, en Kundera, en Didion, en los autores con los que he crecido y que han fallecido mientras yo aún vivo y navego por los libros y sus mentes”. O cuando aparecen personajes con nombres tan evocadores como Arturo Belando, casi textualmente el seudónimo de Arturo Belano, utilizado de manera recurrente por Bolaño en sus relatos y novelas. La lista de lecturas e influjos sería numerosa: Vila-Matas, Juan José Millás, Borges, Cercas, Calvino… Y, sobre todos ellos, el eterno Cervantes y su Cide Hamete Benengueli.

         Junto al mencionado tema gravitan otros varios: la responsabilidad del escritor y los límites de su ética; la visión de la realidad en las relaciones afectivas y en las de poder; el valor de los silencios en la comunicación y la escritura (la narradora confiesa en un momento determinado: “Toda historia esconde siempre más información de la que revela”. Porque como defendía Javier Marías y se afirma en la novela:”contar siempre es callar”. Mientras que Terry, recurriendo de nuevo a una lectura, profundiza en esa reflexión: “—¿Conocéis a la poeta Alda Merini? ‘Me gusta quien elige con cuidado las palabras que no dice’, escribió. Hans era un joven lleno de silencios cuidados que, por algún motivo, yo siempre escuché muy alto…”); los indefinidos y sutiles límites entre lo real y lo inventado, la vigilia y el sueño, la culpa y la responsabilidad… En suma, estamos ante una especie de thriller metaliterario que ficciona y explora sobre la ética y los límites de la escritura de una manera reflexiva, pero eficaz y entretenida, un juego de espejos que engancha al lector y lo sumerge en una trama con interés creciente.

         Marta Pérez Carbonell defiende una relación osmótica entre realidad y ficción, hasta el punto de que su propia voz se confunde en muchos momentos con la de su narradora. Nada más ilusorio es una oda a la intertextualidad y la metaficción, una indagación sobre los misterios del relato y sobre los poderes de la narración y la palabra que llevan a su autora a colocarse al otro lado del espejo, una novela donde hay más dudas que certezas, más incertidumbres que verdades absolutas, porque como afirma la protagonista: “Todas las versiones de una historia conviven como los colores de un cubo de Rubik”. Al fin y al cabo, “ningún relato está nunca completo”, siempre faltan versiones. Por eso, la historia puede tener más de un final, hasta tres incluso, o puede que más, si nosotros aportamos el nuestro.

          

Marta Pérez Carbonell, Nada más ilusorio, Barcelona, Lumen, 2024.

 

        

 

 

martes, 8 de abril de 2025

 

MUJER VIOLETA



         La Plataforma de Poetas por Teruel (PPT), en colaboración con la Coordinadora de Organizaciones Feministas de la ciudad, presentó recientemente la primera publicación editada por su propio sello editorial, que nace sin ánimo de lucro y cuyo objetivo principal es generar producción literaria y dar voz a sus miembros.

         La poeta, actriz y modelo, Alejandra Vanessa, escribe el prólogo de Nosotras, un poemario coordinado por Cristina Giménez, presidenta de la PPT, y sus compañeras, Marisol Julve y Miriam Grimalt, que reúne poemas de trece poetas de diferentes puntos del país, casi todas con obra publicada. Así, junto a las coordinadoras, participan en la publicación, Sonia García (portavoz del colectivo feminista), Yohana Anaya, Sonia Andújar, Tiffany Garzo, Natalia González, Felicidad González, Belén Gonzalvo, Isabel Martínez, Asun Perruca y Bea Royuela.

         Las escritoras presentan la violencia de género desde una perspectiva íntima y visceral, de autoafirmación (“hoy seré yo / y solamente yo”), mediante versos cargados siempre de emoción y sororidad (“Dicen que hoy es el día de la mujer / y yo digo que soy mujer todos los días. / Agradezco cualquier día de mi vida / a todas las mujeres que lucharon antes que yo”), en su mayor parte también de crudeza y, en ocasiones, ciertos atisbos de esperanza (“De entre cenizas amargas / simplemente, resurgí”), para mostrar el dolor, los silencios impuestos (“Calladita la quería. / Sumisa y obediente la quería, / tanto que dolía.”), el abandono, las heridas y cicatrices de mujeres que han sufrido el abuso, la opresión y el miedo (“Soledad densa, pesada / insoportable. / Dolor, mucho dolor. / Y al final, / miedo”).

         Ellas encuentran en la palabra un arma para resistir, combatir y sanar (“Quién nos iba a decir / a nosotras, Marías y Molineras, / las que, grano a grano, / verso a verbo, / hemos hecho del hombre un saco / y ya no le tenemos miedo”). Como no puede ser de otra manera, los poemas denuncian la muerte (“1291 mujeres, esa es la cifra, muerto está el tiempo.”) y el dolor de las víctimas, pero también hay en ellos valentía y la posibilidad de un futuro sin violencia (“Hombre del sombrero, barba, / de corbata y arma en ristre […] Ven conmigo; observa el mundo. /Allí donde las mujeres / influyen en el progreso / mejoran las circunstancias”). Con un lenguaje potente y lleno de imágenes tan impactantes como sutiles (“YO SOY EL ROSAL, / piel de espinas heridas”), el poemario no solo sensibiliza al lector, sino que lo confronta con una realidad que no puede ignorar: piden justicia, igualdad, seguridad, libertad (“Por mí y por todas mis compañeras. / Lazos morados en la calle, / gritos en las aceras, / grupos de mujeres alzando la voz, / el 25 dibujado en las paredes. / Queremos igualdad. Queremos seguridad. Queremos libertad”).

         Pero Nos-otras también habla de las otras, todavía más olvidadas, más invisibles, más castigadas: “Por eso me pongo hoy en pie de verso / alzando mi voz por todas ellas. / Gitanas, indígenas, prostitutas. / Emigrantes y afganas. / Hijas de la guerra y la posguerra. / Esclavas sexuales”. Y tampoco se olvidan de los daños colaterales, de la “VIOLENCIA VICARIA”: “Tan madre que has hecho / un cielo para ellas, / donde puedan jugar / con otros niños alados”.

         Nosotras es un poemario colectivo que plantea y requiere una lectura profunda, reflexiva y comprometida con la lucha contra la violencia de género; es una recopilación de poemas escritos por mujeres, un grito de auxilio y denuncia de voces libres y fuertes en su unión; es un recordatorio de que la poesía puede ser un acto de resistencia y un camino hacia la justicia; es un libro delicado, en su apariencia frágil, pero contundente en su mensaje, como concluye uno de sus hermosos poemas: “Recuerda todo lo que diga, esto es importante, / merece quejarse, son las palabras de una muerta /          que    aún   respira.”, esa a la que nosotros no asistimos, pero a la que todavía podemos y debemos ayudar.

VV.AA., Nosotras. Antología de autoras de la Plataforma de Poetas por Teruel, Teruel, PPT-Ediciones, 2025.

jueves, 27 de marzo de 2025

 

WAGNER Y NIETZSCHE: HISTORIA DE UNA PASIÓN




         Con la calidad y profesionalidad a las que nos tiene acostumbrados, la editorial Fórcola presenta Richard Wagner-Friedrich Nietzsche: Correspondencia, en edición y traducción del ensayista, crítico literario y filósofo, experto en el pensador alemán,  Luis Enrique de Santiago, con prólogo de Miguel Ángel González, físico y crítico musical, especialista en Wagner.

         Es conocida la relación de influjo recíproco que mantuvieron Nietzsche y Wagner en la segunda mitad del siglo XIX. Ambos eran férreos defensores del arte y de su importancia suprema frente a un mundo racional en el que la ciencia y la tecnología comenzaban a ganar la partida.

         La clave de su amistad fue su común admiración por el pensamiento de Schopenhauer (Nietzsche estaba convencido de que el compositor era la encarnación del “genio” que tan bien había definido el filósofo alemán en La sabiduría de la vida), no sólo nos dejó una de las relaciones más apasionadas y apasionantes de la cultura mundial, sino que también tuvo un efecto importante en la manera de entender el género operístico, ambos contribuyeron a dotar de un cierto trasfondo emancipador a la ópera: como la tragedia griega descubrirán un cierto tipo de ópera que dota de sentido a la vida y nos da la oportunidad a los espectadores de escaparnos del nihilismo del momento presente.

         Tras ser nombrado profesor en Basilea, Nietzsche pasa de ser un mero invitado en la casa de los Wagner en Tribschen, a ser considerado un miembro más de la familia: tiene habitación propia —“la estancia del pensador”—, les hace recados personales y se convierte en el educador de su hijo Sigfrido. Por su parte, Cósima, la hija de Listz y pareja de Wagner, llega a ser la mujer más importante en la vida del filósofo, mientras que el compositor es un padre “emocionalmente ideal” y un maestro al que admirar sin límites.

         Pero a los seis años, aquel trío de almas afines se truncó. ¿Por qué? ¿Cuál fue el detonante? ¿Qué llevó al filósofo a abjurar de su amigo, a reconocer la ópera Carmen de Bizet como la antítesis irónica contra Wagner, como el tipo de ópera que heredaba la voluntad del resurgimiento de la tragedia? La respuesta está en este intercambio de misivas (las cartas son un instrumento fundamental para conectar y contextualizar la vida de Nietzsche, su pensamiento y sus obras) y, de manera más explícita, si bien interesada y parcial, del relato de la hermana del pensador, Elisabeth Föster-Nietzsche, incluido como apéndice, “El final de una amistad (1876-1878)”, que se complementa con una amplia selección de su correspondencia con amigos y familiares relacionada con su amistad con el músico, más una recopilación de fragmentos de sus escritos, junto con un extenso y esclarecedor estudio al respecto del propio De Santiago, “Friedrich Nietzsche y el problema “Wagner”: historia de un desencuentro”.

 

Richard Wagner-Friedrich Nietzsche: Correspondencia. Edición, introducción y notas de Luis Enrique de Santiago Guervós. Madrid, Editorial Fórcola, 2025


RESEÑA PUBLICADA EN EN SUPLEMENTO CULTURAL A&L DEL HERALDO DE ARAGÓN



 

 

 

sábado, 22 de febrero de 2025

 

INGENIOSO INGENIERO Y GENEROSO MECENAS: JOSÉ TORÁN PELÁEZ Y CARMEN MARTÍN GAITE. UN VIAJE EXTRAORDINARIO

        


Ingeniero, visionario y pionero, José Torán Peláez (Teruel, 1916 - Madrid, 1981) fue una figura esencial en el desarrollo de las infraestructuras hidráulicas en España y en el mundo. Quienes lo conocieron y escribieron sobre su persona lo calificaron de “atípico, atrevido, autodidacta, brillante, coqueto, desmedido, desmesurado, desordenado, diferente, excesivo, extrovertido, exuberante, genial, grandilocuente, hombre de acción de personalidad atractiva y cautivadora, hombre del Renacimiento, imaginativo, ingeniero artista, insólito, inteligente, intrépido, original, osado, palingenésico, polifacético, presumido, seductor, singular…”

         Ingeniero de Caminos en 1942 construyó las presas de El Vado, en el Jarama, Cenajo, en el Segura, y la que ahora lleva su nombre en el Guadalquivir, entre otras muchas —Pinilla, Odiel, Los Toranes, Yeguas, etc. —. Realizó gran cantidad de planes generales y estudios, entre los que sobresalen los relativos al acueducto Tajo-Segura y especial importancia tuvo su intervención en la base americana de Rota.

         Consiguió del Senado de Estados Unidos el certificado para España como tercer país del mundo en grandes presas y fue uno de los primeros españoles en visitar la URSS.

         En 1970 fue elegido presidente del Comité Nacional Español de Grandes Presas y vicepresidente por Europa. Ese mismo año llegó también a la presidencia internacional de la Comisión Internacional de Grandes Presas (ICOLD).

         Antes de que Torán convenciera a las autoridades de Irak para recrecer la presa de Razzaza, Bagdad, junto al Tigris, había sufrido más de 10 graves inundaciones. Lo hizo en tiempo record, entre 1967 y 1970. Esta rápida ejecución salvó al país de una nueva riada de consecuencias catastróficas, por lo que recibió el título de “Padre de las Ideas”, y el gobierno lo condecoró con la más alta distinción civil: la “Orden de los Dos Ríos”.

         Fue el primer español invitado oficialmente por el gobierno chino, del que fue consultor entre 1973 y 1979. Por iniciativa suya y dadas sus influencias, propició el ingreso de la República Popular en ICOLD, hasta ese momento absolutamente aislada en el panorama mundial, comenzando de esta manera el reconocimiento internacional del gigante asiático. Por esta razón y por sus trabajos en el país, se le recibía con honores propios de jefe de estado. Se dice que murió trabajando sobre un plano de esa inmensa nación, cuyo gobierno le había encargado la planificación hidrológica de todos sus ríos.

         Llegó a mantener hasta siete oficinas abiertas en Madrid y en ellas colaboraban también escritores y artistas como los pintores Guillermo Delgado y Jaime del Valle-Inclán (hijo del escritor), los poetas Alonso Pardiero y Delgado Benavente, el periodista Ortega Spottorno (hijo del filósofo, con el que la familia Torán mantuvo siempre una gran amistad) y los novelistas Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet.

         La razón de esta presencia y el importante papel en sus proyectos se encuentra en la definición que Torán Peláez tenía de su profesión: “El ingeniero ha de ser, primero observador, después técnico… Pero sobre todo ha de ser artista; artista en cuanto a la capacidad de crear imaginativamente la contestación a las preguntas que ni el pueblo, ni la naturaleza, le pueden brindar”. Para él las razones estéticas en sus estudios eran primordiales y se regían siempre por un afán de búsqueda de lo novedoso y original en sus presentaciones. Mantenía que solo por la complacencia visual se puede acceder al convencimiento.

       

FOTOGRAFÍA DE ROGELIO ALLEPUZ

  De entre esa nutrida nómina destacó un nombre por encima de todos, el de la novelista Carmen Martín Gaite, de la que este año se celebra el centenario de su nacimiento. A ella le encargó, como trabajo de subsistencia, la biografía del ingeniero y político Conde de Guadalhorce.

         La escritora describió a Torán como un hombre “…muy extravagante y que tenía muchas excentricidades, pero con un talento como una catedral […] Entre estas personas a las que captó para la órbita de su ‘cuenca hidrográfica’ estaba una serie de escritores que por los años 60 no teníamos mucho trabajo ni mucho dinero. Él era una especie de gran mecenas […] Lo cierto es que nos ayudó mucho a abrirnos camino; nos pagaba muy bien los trabajos, eran además unos trabajos diferentes unos de otros, siempre divertidos…”

         Todos los que le conocieron destacan su verdadera obsesión por las etimologías, de hecho, entre sus colaboradores más cercanos estaba el filólogo Antonio Tovar, al que podía llamar a cualquier hora del día o de la noche para consultarle dudas lingüísticas. En este sentido, él mismo analizó su propio apellido: “Originariamente, los Toranes son pirenáicos, del Valle de Arán. El río Torán es uno de los primeros afluentes del Garona; corre paralelo a la frontera con Francia y afluye al Garona casi en el cruce fronterizo (probablemente la etimología indo-europea de Torán es, TOR=PUERTA, AN=AGUA. O sea TORÁN,  Puerta del Agua, que coincidiría etimológicamente con su significado toponímico)”.

         Con relación a esta inquietud, en septiembre de 1965 encomendó a Carmen Martín Gaite una misión extraordinaria: viajar a Teruel con la finalidad de realizar la genealogía de su familia paterna. Su experiencia y hallazgos los detalla en un informe que publicó el especialista en su obra, José Teruel, en la revista Turia (núm. 124, 2017). Por cierto, recientemente galardonado por su biografía de la escritora con el Premio Comillas de este año, que otorga la editorial Tusquets.

         La escritora quedó cautivada por la personalidad de su tatarabuela, Joaquina Herrera, “la Torana”, auténtica fundadora de la estirpe y fortuna de los sucesivos José Torán que, como los Aureliano Buendía en el Macondo de García Márquez, en  nuestro caso van a ser ingenieros y alcaldes de la ciudad en sucesivas generaciones.

         Martín Gaite siempre tuvo presente a su mentor y amigo en su obra, como también lo hicieron  el resto de los escritores, la mayoría de los cuales le dedicaron sentidas necrológicas de alto valor literario y personal. Como la del ingeniero e inclasificable escritor, Juan Benet, publicada en El País, donde, entre otras muchas cosas, decía: “…Parece ser que no deja un duro tras su muerte, un hombre que había paleado millones. Lo tuvo todo, por su propio esfuerzo, y lo perdió todo […] Fue en su momento el primer constructor de presas del país, el más singular consultor después, el hombre que, como presidente del Comité Internacional de Grandes Presas, alcanzó la máxima autoridad mundial en ese campo. Y lo perdió todo […] todo menos el aprecio de cuantos le conocieron y trabajaron con él […] Imprimía carácter, era lo más parecido que yo he visto a un pontífice, un pontífice secular…”

ARTÍCULO PUBLICADO EN DIARIO DE TERUEL