UNA GILDA DOBLEMENTE CINEMATOGRÁFICA
La última publicación de Agustín Sánchez Vidal, Pero… ¡En qué país vivimos!, lleva en su portada la fotografía de una gilda, el popular aperitivo coronado por una cámara de cine antigua, excelente metáfora resumen del contenido del ensayo, que se complementa y aclara con el significativo subtítulo: Una celebración del cine y la cultura popular española.
Con
una prosa clara y elegante, el hilo conductor del cine y la ayuda de muchas
otras artes, fundamentalmente la música, pero también la literatura, pintura, arquitectura…
y del diseño industrial y la ciencia, analiza la transformación de un país
rural y agrario en otro urbano y moderno.
Sánchez
Vidal sigue tejiendo su obra en marcha y cada nuevo título se elabora con el
enorme bagaje intelectual que atesora este humanista del siglo XX y se sustenta
sobre los sólidos cimientos de obras anteriores, en este caso al andamiaje de
su excelente, Sol y sombra,
personalísimo y desenfadado recorrido por la intrahistoria y la cotidianeidad
de España y los españoles desde los años sesenta hasta la transición, se añaden
esa “summa artis” integradora de sus muchos saberes como es Genealogías de la mirada y su monumental
El Siglo de la Luz, trabajo en el que
fijó la cartelera de Zaragoza del
siglo XX para “surfear” sobre ella y realizar un estudio sociológico del acto
de “ir al cine” analizando su impacto en la vida cotidiana y terminar hablando
de las complejas relaciones del séptimo arte con el siglo XX en nuestro país y
su lengua.
¡Pero…
en qué país vivimos! toma prestado el título
de la película homónima de José Luis Sáenz de Heredia, protagonizada por Manolo
Escobar y Concha Velasco, representantes respectivamente de la canción popular
y de la música moderna llegada con los nuevos influjos culturales que, no sin
tensiones, concesiones y mestizajes, se van a ir imponiendo en el suelo patrio.
Sánchez Vidal deconstruye esta colonización paulatina del imaginario colectivo
español desde el cine silente hasta la democracia. Será a partir de 1953 cuando
arrecien los vientos del cambio por la influencia estadounidense y la
metamorfosis nacional se evidencie en todos los órdenes de la vida hasta implantarse
de forma definitiva.
De la clásica
banderilla en sus infinitas variedades, cuyo humilde mondadientes ha jugado un
importante papel en el escenario social hispano y en su idiosincrasia, presente
ya en el mismo Lazarillo de Tormes, Sánchez
Vidal nos lleva a mediados de los años cuarenta, para contarnos que un conocido
cliente de una taberna donostiarra comenzó a ensartar en un palillo la
aceituna, con una guindilla encurtida y una anchoa y así acompañar sus vinos.
Pronto se convirtió en el pintxo por excelencia de Donostia y en poco tiempo en
todo un clásico español. Justo en aquel momento era Gilda (Charles Vidor, 1946) la película que se estaba proyectando
con gran éxito en las salas y se entendió que el papel encarnado por Rita
Hayworth era igual de revolucionario: “un
bocado verde, salado y un poco picante" y así fue como bautizaron con ese
nombre ese maridaje extremo de mar y fuego.
Pero
Gilda no solo fue una film de éxito,
fue también el nombre elegido para la bomba nuclear cuya explosión en 1946 se
grabó en una superproducción en
tecnicolor sin precedentes con el fin de darle publicidad mundial y demostrar
su poder destructivo, convirtiéndola de esta manera en una auténtica “vedette atómica” en cuya carcasa llevaba
pintada la efigie de la actriz, desde entonces fue conocida como “la bomba
anatómica”.
Poco
después, en España, el dibujante Vázquez creaba a las hermanas Gilda, historieta
gráfica que dio lugar a un revolucionario estilo de diseño de muebles,
inmuebles, cortes de pelo… hasta un tipo de locomotoras fueron llamadas
“Gildas”. La modernidad estaba a las puertas: los nuevos materiales, el imperio
Bronston, el turismo de masas, la televisión, el transistor, los tocadiscos y
el rock harían el resto. Del sainete,
la zarzuela y la copla, pasando por la rumba, el cine quinqui y la movida,
llegamos a la inclasificable producción de Almodóvar, y cuando el “Porompompero”
parecía muerto y enterrado, nos descubre que en la filmografía del manchego, no
ya moderna, sino posmoderna, la tradición cultural española sigue viva en
perfecta hibridación con la “Chica ye-ye”.
El
ensayo se cierra con una imprescindible selección bibliográfica comentada por
capítulos de enorme utilidad para todos aquellos que quieran profundizar en sus
diferentes contenidos.