CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 20 de septiembre de 2020

PONGAMOS QUE HABLO DE JOAQUÍN CARBONELL.

IN MEMORIAM 




Su amigo y profesor en el San Pablo, Eloy Fernández Clemente, lo recuerda en sus memorias como un niño de culo inquieto, que no le dejaba dormir la siesta al recorrer el pueblo con su recacholino que echaba chispas al rozar los duros cantos por las aceras, “creando horrísonos ruidos que reventaban todas las calmas”, y lo describe acertadamente en sus memorias como un adolescente con “un aire a medias triste a medias pillo”.
Nunca cambió, ni en lo físico ni en lo mental. Aquel muchacho que comenzó tocando la armónica subido a unos sacos de trigo para el baile dominical de sus vecinos, en Alloza, que luego ya más mayorcito, con 14, tocaba la batería y se rodó como vocalista en la Orquesta Bahía, muy popular en los años sesenta en la Comarca de Andorra, interpretaba, según sus propias palabras, “de manera muy digna títulos como Il mondo, Venecia sin ti, Capri s’est fini”. No quiso estudiar y se convirtió en un pícaro de playa (afirmaba con orgullo haber tocado las tetas a más de mil mujeres): botones de hotel, barman… para volver adolescente crecido, ya casi joven, al Teruel gris de mediados de los sesenta y formar parte de esa mítica "generación paulina" (este proyecto de documental se le ha quedado en el tintero) y, de la mano de su profesor y amigo, José Antonio Labordeta, hacerse cantautor, que según su propia definición, clara muestra de su humor somarda, no es sino “un cantamañanas. Alguien que como no sabe cantar correctamente se compone sus propias canciones…”, pero lo cierto es que un cantautor como él puede llegar a crear maravillas poéticas de una hondura emotiva tan grande como “Me gustaría darte el mar” o “Canción del olivo”, o himnos-homenaje a una tierra como “Soy de Teruel”, composiciones absolutas que aúnan los ingredientes esenciales de la alta creatividad: cultura, razón y sentimiento.

Cierto, Carbonell, fue cantautor, un poeta en realidad, pero hizo muchas cosas más para sobrevivir y vivir: televisión, entrevistas gráficas, fue también incisivo crítico televisivo, novelista, actor… Su amigo, Jorge Valdano, ese intelectual del balón, rara avis en el mundo del fútbol, dijo de él que era alguien que “quiere volver a ser campesino en la ciudad; aldeano en la metrópoli, imaginar cada día la sorpresa, afinar la percepción, descubrirlo, asimilarlo todo y hacer lo que su mente inquieta decida.” No erró el tiro.


Después de tan acertadas palabras, qué puedo decir yo, no sé me ocurre nada, por eso lo mejor es darle la palabra al propio Carbonell para que el mismo se defina:
AUTOCRÍTICA MESURADA

jueves, 3 de septiembre de 2020

TERUEL, OTRA DIMENSIÓN (I)



AL RITMO DE LAS CAMPANAS





El viajero llega en tren a Teruel. Ha sido un viaje largo, interminable, a una velocidad decimonónica, puede incluso que más lenta, un anticipo de lo que le espera: una ciudad slow, de otra época, en la que el tiempo se ha detenido, donde todo transcurre a otro ritmo, el de las campanas de sus torres mudéjares, que siguen tañendo y marcando las horas, ordenando el día.

Las campanas anuncian los oficios religiosos (misas, vísperas, ángelus) y los hechos de la vida cotidiana (toque de muerto y de agonía, de boda, celebración y fiestas…) Las campanas de la Catedral y de las parroquias, como gallos en el corral de la ciudad, despiertan a sus habitantes y lanzan sus alertas de bronce a los cuatro vientos, los turolenses conocen bien sus voces, aunque las nuevas generaciones ya no saben su lenguaje y no pueden descifrar sus mensajes.

El viajero recuerda los versos iniciales del poema significativamente titulado “Domingo septembrino”, escrito durante su estancia en Teruel por José Antonio Labordeta, ese hombre bueno, comprometido y honesto, de voz rota y amarga, que un día mandó “a la mierda” a gran parte de la clase política por su descortesía y zafiedad, con el aplomo de Fernando Fernán Gómez, con la maestría para el exabrupto de Camilo José Cela, con la contundencia de un aragonés cansado de que no le hagan caso,  un guía de excepción que lo acompañará en sus paseos por la ciudad: “Din, dan.   Din, dan: / Las campanas domingo en la ciudad  / tarde que avienta el viento / hasta la orilla…” 

Es curioso -piensa en un inciso de su propio pensamiento-, da igual lo que hayas hecho en la vida, si te has dedicado a la enseñanza o a la política, si has escrito libros o has realizado programas de televisión, al final, para la inmensa mayoría de la gente todo se reduce a un “a la mierda”, a una anécdota y poco más.

Los modernos de hoy en día dirían que Teruel es una slow city, una ciudad lenta, una ciudad para pasearla, y a eso se dispone.

(continuará...)

Fragmento del libro Teruel, otra dimensión, de próxima publicación por la editorial Pregunta Ediciones