CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 27 de noviembre de 2016

NICANOR VILLALTA PELICULERO (V)



La caimanía

   A principios del siglo XX, alguien bautizó a las tertulias cafeteriles con el exótico nombre de “caimanías”, derivado seguramente de “caimán”, pero en su acepción de “persona que con astucia y disimulo procura salir con sus intentos.” Eran pues estas reuniones de “caimanes” al acecho dispuestos a devorar al primer “capitalista” incauto que se sentara en una de sus sillas, como reconoce Santiago Aguilar en un artículo publicado en el diario Madrid, bajo el títlo de “Evocación de la caimanía”, la caza del capitalista –o productor improvisado- existía entonces como base de muchas producciones cinematográficas. Una película suponía el acontecimiento de una serie de aventuras graciosas, picarescas, dramáticas y hasta trágicas en algunos casos. La película era lo de menos. Lo esencial, lo perentorio, que comieran caliente y se divirtieran de lo lindo veinte o treinta personas de ambos sexos, incluido el productor, casi siempre enamorado como un párvulo de la protagonista […]”

   La caza del capitalista congregaba en su entorno a multitud de curiosos personajes, la mayoría actores con sus neuras y manías, con sus filias y sus fobias, con sus pretensiones y vanidades, con su necesidad de ganarse el condumio diario, de manera que, en ocasiones, se propiciaban divertidas situaciones, como las que narra el citado periodista en su artículo, del que extraigo la siguiente: 
“Lanzóse cierto día una noticia sensacional: iba a plasmarse algo original de ambiente exótico en que todos los personajes eran “bosquimanos”, seres de los bosques salvajes cerrados a la civilización. El autor y director de la “ideíca” se apresuró a contratar verbalmente a media docena de aspirantes a la pantalla, pero exigiéndoles que se dejaran crecer la barba y los cabellos, con objeto de dar la impresión de auténticos “bosquimanos” sin peluca ni postizos… fue psando el tiempo, y los futuros intérpretes tenían ya melenas de vegetariano y barbas bíblicas. No se privaban de salir a la calle, como hubiera sido lo discreto, y su paso era acogido con ruidosas carcajadas de los transeúntes, que no turbaban para nada su heroísmo artístico. Pero todo tiene su límite, hasta la tontería humana, y, poco a poco, se fueron cansando de llamar la atención sin que la formidable película diera comienzo, y, con ella, las pesetas y la fama ambicionada por los “caimanes”. Las barbazas y melenas desaparecieron, de un día para otro, entre el aplauso de los que no habían sido elegidos para principales “bosquimanos” por el “precavido” director. Mas hubo uno, férvido creyente y contumaz ingenuo, que de ninguna manera quiso exponerse a perder su primer contrato, y siguió apareciendo como Robinson Crusoé, sin arredrarle las bromas pesadas de sus contertulios. Hasta que una tarde apiadado de él, el propio causante de tan largo sacrificio, le llevó del brazo hasta la peluquería más próxima obligándole a recobrar su personalidad. Y se dijo que el fracasado intérprete –fracasado antes de que el fracaso pudiera producirse- rellenó una almohada con aquellas muestras abundantes de su ejemplar paciencia […]”
   En una de estas “caimanías” se debía encontrar nuestro matador cuando relata en su biografía la siguiente proposición cinematográfica deshonesta: 
“Estando en Zaragoza en el café Moderno con Nicanor Villa y varios amigos de su peña, vino un señor enseñándome unos papeles firmados por Simón, Rafael y Pablo, autorizándole a filmar una película y me pidió que yo también lo hiciera.
Le contesté que lo haría si me daba seis mil pesetas, tres mil para el hospicio y otras tres mil para el asilo de ancianos. Puso tantos reparos que no aceptó ni aun interviniendo “Villita”, que le dijo que aparte de ser un acontecimiento se le daba la preferencia y exclusiva. No aceptó y entonces le dije que no me tomara ni un metro.”[1]
   Sin embargo, poco después de esta anécdota, en la prensa de la época[2] se puede encontrar que Villalta iba a actuar de galán y que cobraría cuarenta mil duros por su actuación, lo cual no era ni mucho menos cierto, como vamos a demostrar en la siguiente entrada.






[1]Nicanor Villalta Serrés (Memorias), Excma. Diputación Provincial de Zaragoza, 1998, pág. 338. 
[2] La fiesta brava, 27 julio de 1929.

sábado, 12 de noviembre de 2016

NICANOR VILLALTA PELICULERO (IV)

Teruel
 TOMADA DEL LIBRO DE ANICETO BLASCO LAGUÍA,
Plaza de Toros de Teruel. 75º aniversario 1935-2010,
 Teruel, Aragón Vivo, 2010.

Nicanor Villalta toreó en ocho ocasiones en Teruel -1922, 1923, dos en 1926, 1928, 1929 y dos de nuevo en 1935[1]-. De hecho, clausuró la plaza vieja de Teruel, cuando el 30 de mayo de 1929, festividad de San Fernando, tuvo lugar la última corrida, la tradicional de las ferias, y también inauguró la nueva plaza, en ese mismo día pero de 1935, con toros de doña María Montalvo, en compañía de los diestros, Fermín Espinosa, “Armillita Chico”, y Domingo Ortega, mató el primer toro llamado “Calamar”, al que le cortó las dos orejas, después de una gran faena, rematada con una estocada de las suyas.


       

De su contacto con la capital de su provincia, dejó las siguientes impresiones en sus Memorias:


“El día 31 me fui a Teruel con dos días de anticipación al que tenía que torear para conocer la ciudad de la que tanto me habían hablado. Me hospedé, como la vez anterior, en el hotel Aragón que estaba al final de la escalinata de la estación, desde donde se dominaba una gran explanada para recreo de la vista.
En la ciudad hay sitios y cosas que admirar con deleite por sus bellezas y valor, y en la placita del Torico, con sus soportales, hay en el centro un pedestal con un toro de bronce que contemplé con simpatía y admiración, y sin que averiguara lo que representaba me dije: “Sí, es el poderío y virtudes de los hijos de Aragón.
Al pasear por calles y arrabales quedé admirado de contemplar la Naturaleza, y así como existen maravillas al descubierto, las hay casi sin conocer y son tan inmensas que queda uno extasiado en capitales y pueblos de España. Admiré las torres de Teruel, que debían ser tan famosas como sus ‘Amantes’ por ser inigualables dentro del mudéjar, de las que ha dicho el Marqués de Lozoya en su Historia del Arte Hispánico: ‘si tuviéramos que señalar un conjunto arquitectónico para compendio y blasón de la Ëspaña medieval, cristiana y mora, nos decidiríamos, sin duda, por las torres de Teruel. Así la de San Martín, construida en el XIII y en cuya decoración exterior se agotan todas las invenciones moriscas de aquellos entrelazados, cenefas y redes de rombos, siendo la más interesante la prolija y sabia aplicación de la cerámica vidriada.’
De iguales épocas y traza es la gemela torre de San Salvador, más bella aún y mejor emplazada que la de San Martín. Con respecto a la torre de San Martín tengo que recordar la leyenda que se le atribuye: romántica, de amor y trágica, como lo es también la otra leyenda turolense: la de los amantes. Se dice que los dos arquitectos árabes se disputaban entre sí la mano de la princesa mora. Se estableció entre ellos un segundo duelo. Construirían dos torres iguales y el que mejor la hiciera se casaría con la hija del rey. Uno de los pretendientes hizo la torre de San Salvador. El otro construyó la de San Martín, enteramente igual a la primera pero torcida. En su desesperación se mató tirándose desde todo lo alto.
Lo que verdaderamente da tono romántico a Teruel es la otra leyenda que constituye una de la más bellas páginas de amor del mundo: Isabel de Segura y Diego de Marcilla.”



[1] Aniceto Blasco Laguía, De toros… Y de toreros de Teruel, Teruel, Gráficas Teruel, 2003, pág.21.

jueves, 3 de noviembre de 2016

EL OTRO MILAGRO DE CALANDA, AMABLE LEAL, SU PADRE Y EL GRAN PEPE MELERO

Como ya he dicho y escrito en varias ocasiones, José Luis Melero, bibliófilo y escritor, experto en libros, jota, fútbol, personajes de la tierra, cultura aragonesa y un largo etcétera, me regaló un inmerecido prólogo para mi libro, "Voces turolenses en la lírica", más que un prólogo es una hagiografía de mi persona que le agradezco infinito, entre otras cosas porque a todos nos gusta que nos quieran y más si quien te muestra su cariño es una excepcional persona en todos los sentidos y Pepe -me permito utilizar el familiar apelativo, porque lo considero un verdadero amigo, ya casi un Padre Putativo intelectual, PP-, que generosamente me dedicó su tiempo y su esfuerzo al escribir el citado prólogo y no contento con eso también me acompañó en la presentación del librito en Zaragoza y nos dejó con la boca abierta con sus descubrimientos, sus libros y su PASIÓN por las cosas y las gentes. Hoy para rematar la faena saca la anécdota más divertida de las que contó, la relativa al padre del tenor Amable Leal, una especie de negativo del cojo de Calanda... Desopilantemente magnífica y real ¡Cuánto hubiera ganado mi libro si llego a contactar antes con PP! Gracias, amigo. Aquí dejo su testimonio publicado en el suplemento Artes y Letras del Heraldo de hoy.