EL OMBLIGO DEL MUNDO
Joan Montañés
(Castellón, 1965), conocido artísticamente como Xipell, es humorista gráfico e ilustrador. Desde finales de los
años ochenta se dedica profesionalmente a satirizar la vida política y social
en la prensa diaria: fue redactor gráfico en el periódico Levante-El Mercantil
Valenciano hasta su cierre en 2019 (recopilatorios de sus colaboraciones son las
publicaciones Draps de Clau, Costa de Aznar y Gaudeamus Ujitur), para pasar después a ejercer como viñetista en
el Mundo-Castellón. Además de su labor periodística, ha publicado el libro de
crónicas escritas Los días del trencadís, el anecdotario de memorias Examen
oral d´historias, la novela La peste
del azahar, la obra de teatro El concilio del arroz y los
volúmenes de ilustraciones El último mono, La Panderola, el
tren que voló, Lengua Mágica, un día al parque de las Normas, Viaje
al país de Tombatossals y Norma al ataque. También ha sido cofundador de la revista satírica Gurb.
Su segunda
incursión en el género narrativo, publicada recientemente por AdN Editorial, El viaje circular, es un juego entre
realidad y ficción como proceso de creación. Xipell, como buen humorista gráfico, salta desde la observación a
la imaginación, para realizar un proceso de subversión que supone un continuo
trasvase de la mímesis a la diégesis.
El geógrafo
francés Jean-Claude Chigot, doctor de la Sorbonne, racionalista cartesiano,
inicia en 1989 un viaje-exploración por encargo del mismísimo François Mitterrand,
a través del Bureau des Grands Travaux, en busca del centro del mundo, con
motivo de la celebración del Bicentenario de la Revolución y con la finalidad
de “certificar si nuestra civilisation continuaba
siendo el faro de la humanidad”. No busca quimeras ni entelequias, nada de
piedras filosofales, arcas perdidas, griales, fuentes de la eterna juventud o dorados
—la crítica a las novelas enigma es evidente—, si bien casi todas acaban
apareciendo en sus páginas.
Tampoco su
particular aventura tiene nada de fantástico al modo de El viaje al centro de la Tierra, simple y llanamente trata de
encontrar las enseñanzas del “hombre céntrico” para, con absoluto rigor
científico, estudiarlas y aplicarlas con la finalidad de situar a la República
en un lugar puntero —¿en el centro?— de las naciones.
Tras tres años
dando la vuelta al mundo como un nuevo Phileas Fogg, se dispone a regresar a
París sin haber alcanzado su objetivo, cuando la diosa Fortuna lo lleva a un
almacén de cítricos en la localidad de Almenara (Castellón) y a entablar
conversación con el octogenario tabernero, Virginio Bonet, experto en
“mundología”, con el que se dispone a iniciar un periplo por la comarca de los petits châteaux en el viejo Citröen DS,
el mítico Tiburón.
Tras ingerir
como bálsamo de Fierabrás una infusión de hierbas locales, unas copas de Anís del
Mono y varios españolísimos “Sol y sombra”, con un calendario ilustrado
utilizado como mapa del tesoro, nuestros ebrios amigos comienzan su alucinada
aventura en busca del “punto exacto con el mayor grado de armonía universal
jamás conocido”. Durante el trayecto, se intercalan las visitas reales a los
pueblos (Cabanes, Torreblanca, Morella, etc.) y parajes (barranco del
Valltorta, Puig de la Nau, fortín de Onda, castillo de Peñíscola, etc.),
plasmados por el hiperrealista y egocéntrico pintor castellonense Vidal en las
doce láminas que les sirven de guía, con los recuerdos de las realizadas
anteriormente por el ilustrado viajero a lo largo y ancho de este mundo examinando
de manera infructuosa dictaduras, teocracias, satrapías y democracias,
incluyendo a los Estados Unidos y el mismísimo Vaticano.
Mediante el
cervantino recurso del manuscrito, en este caso no encontrado, sino enviado en
forma de trigésimo cuarto cuaderno de bitácora al propio François Mitterrand,
acompañamos a este Ignatius Reilly viajero siguiendo su retórica prosa
volteriana salpimentada con grandes dosis de ironía, en la que constantemente
se confunden el mito y la realidad. Si el alucinado caballero andante confundía
una bacía de barbero con el Yelmo de Mambrino, nuestro personaje transmuta una
gigantesca caracola fosilizada acompañada de una naranjas nável un tanto
pasadas en el mítico cuerno de la abundancia y le llevan a pensar en la
traducción al español del término inglés, navel,
ombligo, como indicio de hallarse cerca del epicentro terrícola. De igual
forma, su calenturienta imaginación racionalista interpreta literalmente la
frase La millor terreta del món como
una nueva señal lingüística de encontrarse en su anhelado pays axial, si bien su sanchopancista compañero le explicará que se
trata de una expresión local utilizada como eslogan publicitario por unos
comerciantes para vender un estupendo detergente para fregar sartenes.
Desde las primeras
páginas, Xipell experimenta con el
humor —sin duda el verdadero protagonista de la novela— y nos atrapa en su
juego literario, con una sonrisa perenne en los labios, que en ocasiones
deviene en risa, cuando no en estruendosa carcajada, participamos con sus
personajes en sus delirantes andanzas. Con un estilo chestertoniano, tan paradójico
como simbólico e irónico —en ocasiones corrosivo sarcasmo que se decanta del
sainete al esperpento—, un tanto barroco e hiperbólico, pero fluido y directo, no
exento de hilarantes cultismos y abundantes referencias mitológicas (Arcadia,
Fuente de Castalia, Jardín de las Hespérides, etc.), históricas (desde los
homínidos y cavernícolas, pasando por los príncipes de la iglesia, santos,
templarios, cátaros, hasta militares, maquis e industriales, que ejemplifica con
el esbozo de las biografías de los personajes de la zona más destacados:
Benedicto XIII, Vicente Ferrer, Cabrera, Teresona, Segarra, etc.) filosóficas,
cinematográficas y artísticas —no en vano el autor es licenciado en Historia
del Arte—, busca siempre la complicidad del lector.
Lo más
llamativo de esta novela consiste en que la transposición onírica de la
realidad subvierte lo concreto para trascenderlo por medio del lenguaje y
elevarlo a la categoría de símbolo cósmico —entendido como deseo y sueño— para,
al final, demostrar una verdad universal, presente ya en la no menos universal
obra cervantina: “En todas casas cuecen habas y, en la mía, a calderadas”. La
autoironía es también otra constante y el mismo protagonista participa de las
pequeñas corrupciones que observa a su alrededor sin ningún pudor. En cierto
modo, la novela es una parodia amable de la propia ilustración que él
representa.
¿Es El viaje circular, valga la redundancia,
un libro de viajes? Desde luego, siempre entendido en el sentido decimonónico, mezcla
de aventura y abundantes disertaciones de todo tipo. ¿Es una obra alegórica?
Sin duda. ¿Es una novela histórica? No, pero tiene mucha historia. ¿Es
literatura fantástica? Tampoco, pero es fantástica. ¿Se podría categorizar como
posmoderna? Podría ser, pero qué más da, sea lo que sea el artefacto, fruto del
mordaz ingenio de un afilado viñetista, funciona, esta odisea es disparatada,
divertida, acida e inteligente, contiene sátira política y crítica social,
local y universal (los temas son numerosos: guerras de religión, nacionalismos,
megalomanías, discriminación de la mujer, especulación urbanística, ecología,
etc.), humor a paladas, identidad regional y personal… hasta el punto de que yo
he descubierto que mi padre nació en el país donde no funciona la brújula y que
yo pasé los primeros seis meses de mi vida en el mismísimo centro de la yema
del huevo sin saberlo, pero eso ya es otra historia, la de mi propio ombligo.