LO
INEFABLE
Reseña publicada en la revista TURIA Nº 112
En 2007, Bernardo Atxaga recibió una invitación para trasladarse con su familia a Reno, en Nevada, durante un curso completo. Fruto de esa experiencia como escritor invitado en el “Lejano Oeste”, lo que empezó siendo una idea de escribir un poemario, derivó en la escritura de Días de Nevada, un híbrido de complicada adscripción genérica que comienza como un diario que muta constantemente en cuento de cuentos, ensayo, biografía, novela –de campus, de viajes, del oeste, etc.-. En suma, se trata de una obra abierta y fragmentaria, con visos de infinitud, concebida con absoluta libertad que es extraordinariamente compleja en su simplicidad: apuntes, recortes de diarios, sueños, historias de canciones, recetas, correos electrónicos; evocaciones, sensaciones, recuerdos… Un narrador polifónico trabajando en plena libertad de elección de tonos, géneros, estilo y estructura –en el orden, en ese mutuo rememorarse o suscitarse de los diferentes materiales está la clave: “-Decidme, caballos. ¿Alrededor de qué eje giramos? ¿Qué es lo que da un orden, una unidad, a nuestra vida?”-. Momentos, personajes, paisajes, etc., perpetuados y atrapados en el tiempo con palabras; la vida detenida por efecto del peso de la escritura y transformada en Literatura, en esa gran literatura, lírica y evocadora, de densidad proustiana (en ocasiones con divertida alusión irónica: “Yo no tuve presentimientos durante la cena, pero los pimientos rojos caramelizados me revolvieron la cabeza –no el estómago, como a muchos- y me he pasado dos semanas escribiendo acerca de los recuerdos que despertaron en mí…), capaz de hacernos vivir más despacio, de revivir en nuestra memoria imágenes y sensaciones que creíamos definitivamente olvidadas.
En 2007, Bernardo Atxaga recibió una invitación para trasladarse con su familia a Reno, en Nevada, durante un curso completo. Fruto de esa experiencia como escritor invitado en el “Lejano Oeste”, lo que empezó siendo una idea de escribir un poemario, derivó en la escritura de Días de Nevada, un híbrido de complicada adscripción genérica que comienza como un diario que muta constantemente en cuento de cuentos, ensayo, biografía, novela –de campus, de viajes, del oeste, etc.-. En suma, se trata de una obra abierta y fragmentaria, con visos de infinitud, concebida con absoluta libertad que es extraordinariamente compleja en su simplicidad: apuntes, recortes de diarios, sueños, historias de canciones, recetas, correos electrónicos; evocaciones, sensaciones, recuerdos… Un narrador polifónico trabajando en plena libertad de elección de tonos, géneros, estilo y estructura –en el orden, en ese mutuo rememorarse o suscitarse de los diferentes materiales está la clave: “-Decidme, caballos. ¿Alrededor de qué eje giramos? ¿Qué es lo que da un orden, una unidad, a nuestra vida?”-. Momentos, personajes, paisajes, etc., perpetuados y atrapados en el tiempo con palabras; la vida detenida por efecto del peso de la escritura y transformada en Literatura, en esa gran literatura, lírica y evocadora, de densidad proustiana (en ocasiones con divertida alusión irónica: “Yo no tuve presentimientos durante la cena, pero los pimientos rojos caramelizados me revolvieron la cabeza –no el estómago, como a muchos- y me he pasado dos semanas escribiendo acerca de los recuerdos que despertaron en mí…), capaz de hacernos vivir más despacio, de revivir en nuestra memoria imágenes y sensaciones que creíamos definitivamente olvidadas.
La
experiencia americana de Atxaga provoca constantemente recuerdos de su infancia
y juventud en el País Vasco; los hechos y las experiencias del presente en el
Lejano Oeste lo retrotraen a su ya lejana infancia, la infancia de todos
aquellos que ya hemos sobrepasado la frontera del medio siglo: la serie El Virginiano o la de Bonanza, con su “Ponderosa”, ese
microcosmos del rancho de los Cartwright; las películas de John Wayne o The Misfits, esas Vidas rebeldes de los no menos rebeldes John Huston, Clark Gable,
Marilyn Monroe y Montgomery Clift; la música del legendario Elvis; los mitos de
evolución inversa de la bestia con sentimientos -King-kong- y del hombre que deviene en bestia
-Paulino Uzcudum-. El presente y el pasado, lo onírico y la realidad, lo
próximo y lo lejano, EE.UU y el País Vasco, se alternan en perfecta solución de
continuidad, se promueven y se mezclan formando un todo armónico y sugerente.
El
silencio, el miedo, la soledad, la enfermedad y, sobre todo, la muerte, son los
verdaderos protagonistas de Días de Nevada,
pero concebidos no como productos librescos o meramente literarios, sino como
emociones reales. Como contrapunto, el humor y la ironía juegan su papel
paliativo y desdramatizador. Atxaga construye su artefacto narrativo desde el
dolor de la pérdida –del padre, de la madre, de los seres queridos-; el libro
tiene algo de inefable, un halo de misterio, en el que la muerte, agazapada en
cada vuelta de página, nos llega a través de sensaciones y angustias que su
fuerza provoca en el narrador y en los personajes.
Atxaga
es un verdadero maestro en crear mundos simbólicos y metafóricos, sentidos a
través de las reacciones de los protagonistas, como sombras de una realidad
sólo tangible fuera del mundo sensible. Dias
de Nevada tiene mucho de freudiano, de mundo inconsciente, simbólico y surrealista.
De ahí esa constante presencia de sueños, imágenes oníricas o de animales con
valor simbólico, metáforas del miedo, del peligro acechante, de la angustia, de
la libertad, del misterio de lo inefable: el mapache, la Viuda Negra , el oso, la
serpiente de cascabel, los caballos, etc.
Días de Nevada es un libro de alta
literatura, concebido con plena libertad creativa a base de profundas y agudas
observaciones de lo cotidiano y expuesto con
maestría en un estilo sencillo y fluido que nos lleva a afirmar sin
temer a equivocarnos que Bernardo Atxaga es un poeta en prosa matizado de
filósofo con un gran sentido del humor empeñado en capturar y detener el tiempo
con su literatura y expresar con ella lo inefable.
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