CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

martes, 7 de diciembre de 2021

 

MAYÉUTICA LITERARIA



            La buena literatura cose con precisión de cirujano y sutil hilo de seda forma y contenido, en el fondo son una misma cosa, un mismo cuerpo. Esto lo saben bien y lo sudan con desvelos mil los buenos escritores y traductores, es el caso, en su doble condición, de José Giménez Corbatón, autor de una obra rigurosa dotada de una voz muy personal, cuya última colección de relatos, La seda del tiempo, supone un resumen esencial de su trayectoria narrativa y de su particular concepción de la escritura, sustentada sobre tres pilares básicos: prosa limpia y depurada, compromiso ético-político y referencias constantes a los grandes maestros de las letras universales, que convierten sus narraciones en juegos o enseñanzas socráticas metaliterarias un tanto exigentes con el lector.

            Abre la compilación una nouvelle sobre la Guerra Civil, “La sola verdad”, narrada por una polifonía de voces, Adela, Nuria, Isaac, Paloma… y Rafael, una suerte de Jhonny -el protagonista de la novela de Dalton Trumbo y posterior película- mutilado de guerra tras resultar herido en combate quien, como el resto de personajes, sufre en sus propias carnes su brutalidad y nos confiesa con toda crudeza esa “sola verdad” que define al hombre con una única palabra: Guerra, y con ella nuestro verdadero destino final: nacer en la muerte, tema este recurrente en la escritura de Giménez Corbatón, entendida como esa luz al final del camino, ese dejar de ser para ser en el no ser. Heidegger en estado puro.

            En “Carmela y el río”, nos reencontramos con la devastada posguerra rural presente en los magníficos relatos de El fragor del agua, en este caso se denuncia la represión de una joven maestra vocacional desde niña, ambientada en un territorio innominado que bien pudiera ser su mítico Crespol, donde el río y sus aguas cobran todos sus valores simbólicos y las descripciones de la naturaleza alcanzan un intenso lirismo. La prosa de Jiménez Corbatón dice más por lo que sugiere que por lo que muestra explícitamente, la elipsis, utilizada de forma magistral, condensa en pocas páginas una historia que bien podría dar lugar a toda una novela.

            Con el telón de fondo de la guerra civil española, encontramos las tan dolorosas como divertidas anécdotas que un abuelo exiliado recuerda para su nieto en “Rojo”, y los niños que crecieron sin padre en “Hijos del pueblo”.

            En “Retrato de familia” describe la frustración de un marido desnortado y desclasado por las ínfulas de su mujer y las consecuencias que ese influjo materno  tiene en una hija peligrosamente fanatizada.

            En “Meursault” nos abisma en su particular metaliteratura y nos presenta el episodio en el que el protagonista de la novela de Camus, El extranjero, lee el recorte de prensa que daría origen unos años después a su drama, El malentendido,  de esta forma, comienza a requerir del lector lecturas previas (las referencias a escritores y a sus obras son constantes: Balzac, Tolstoi, Némirovsky, etc.) para comprender las reflexiones que en forma de monólogo-diálogo entabla Marta, la hija protagonista de la obra de teatro, con aquel, encarcelado en espera de su ejecución, para hablar de la condición humana, Dios, el amor, la justicia, la libertad, la pena de muerte, la soledad… filosofía existencialista en suma, y crear un juego de espejos entre literatura y vida que va a mantener en otros relatos como “Sombra de ojos”, proyección actualizada de las difíciles relaciones entre madre e hija planteadas por Irène Némirovsky en su novela, El baile, o “Dora”, donde Corbatón ayuda a Patrick Modiano a reconstruir lo que fue de Dora Bruder antes de su fin en Auschwitz, haciendo suya su particular poética en la que la ficción y la realidad de la Ocupación se encuentran en una suerte de simbiosis narrativa cuyo resultado es poder contar hechos reales, sirviéndose de la imaginación para llenar los vacíos del pasado y convertirse en testigos no presenciales que luchan contra el olvido de la ignominia de los campos de exterminio.

            En esa misma línea de denuncia del fanatismo y la intolerancia se encuentran “Un triste adiós”, homenaje al escritor Hugo Bettauer, asesinado tras publicar La ciudad sin judíos, una sátira -fábula premonitoria- del antisemitismo, y “El lago”, relato que toma prestado un personaje de la novela anterior, un joven poeta judío, para presentar los pensamientos previos a su suicidio.

            En el titulado “Eve”, utiliza una cita de Adán y Eva, de Charles-Ferdinand Ramuz, para exponer con crítica ironía el patriarcado actual de nuestra sociedad, la sumisión de la mujer al hombre, impuestos por una iglesia pervertida e hipócrita.

            En “El club blanc”, la narradora encuentra una carta de su abuela dirigida a la enigmática y huidiza escritora catalana, Elvira Augusta Lewi, que le sirve para crear una  mise en abîme tan de su gusto y reivindicar la necesaria igualdad de la mujer (¡Qué importancia tienen las mujeres en la escritura de Giménez Corbatón! ¡Qué conocimiento manifiesta en estas celebraciones feministas de su psicología!)

             La atractiva impostura, falsamente atribuida al Gran Jefe Seattle, “Nosotros somos parte de la tierra”, la utiliza como arranque del relato “Tierra y agua”, contundente crítica del supremacismo blanco y radical afirmación de la igualdad de las razas.

            El simbólico título, La seda del tiempo,  anticipa otros muchos presentes en los relatos y se convierte en el eje vertebral que los engarza, esa seda que bien podría interpretarse como lo sutil del hilo de nuestras vidas, la nada del tiempo de nuestra existencia, camino de la verdadera nada eterna que nos espera, como la que anhela la protagonista de “Alas”, trasunto de la del relato de Mercè Rodoreda “Semblava de seda”. Pero esa seda es también la suavidad del lirismo de la prosa de Giménez Corbatón, esa fina tela con la que envuelve temas y convicciones éticas, la característica fundamental de su escritura, con la que transciende lo efímero de la realidad para dotarla de inmortalidad literaria.

 

José Giménez Corbatón, La seda del tiempo, Zaragoza, Prames, 2021.

 

 

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