CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

martes, 12 de diciembre de 2023

 

HISTORIAS PARA NO DORMIR




         Tras una pandemia y con una guerra en la frontera de Europa, qué mejor que comprar un libro de Instrucciones para el fin del mundo. Con este sugerente y comercial título hace su presentación oficial el escritor turolense José Baldó. Coeditado por el Instituto de Estudios Turolenses y Prames, presenta trece relatos de misterio, suspense y terror fantástico aderezados en ocasiones con ciertas dosis de amor y humor.

         La portada, una puerta entreabierta generadora de un pasillo de luz, nos invita a seguirlo y a traspasar ese umbral para introducirnos en otra dimensión: la de sus narraciones. Recuerda la cabecera de la mítica serie televisiva, Historias para no dormir, en la que el inolvidable Chicho Ibáñez Serrador adaptaba obras literarias de terror, misterio, ciencia ficción o suspense de autores cuyo influjo se encuentra también en los relatos de Baldó.

         La obra se estructura en cuatro partes y sus respectivas historias mantienen una relación temática anticipada en el título genérico que las agrupa: “Al borde del abismo”, “Juego de niños”, “(Des)amores” y “Apocalipsis ¡Ya!” De igual forma, entre los bloques se crea una cohesión interna mediante sutiles guiños narrativos que vincula sus contenidos y dota a todo el conjunto de unidad y coherencia.

         El poeta Mario Hinojosa le dedica unas líricas palabras a modo de prólogo, “Continuidad de los parques”, en las que comenta entre otras cosas la nutrida intertextualidad presente en los relatos de Baldó. Si hablamos de escritores cita a Cortázar, Stephen King, Cheveer, Carver, Lemaitre, Chéjov, McCarthy, Ellroy y Bécquer, pero podrían ser muchos más: Poe, Lovecraft, Matheson… Y si lo hacemos de cineastas la lista sería también interminable, al citado Ibáñez Serrador, se unirían Hitchcock, Kubrick, Carpenter… Como afirmara Todorov: "No existe enunciado que esté desprovisto de dimensión intertextual”; es decir, toda creación se construye como mosaico de citas –conscientes e inconscientes-, refundiciones e inversiones y es el resultado de la absorción y transformación de otros textos. Desde este punto de vista, Baldó se convierte en una esponja que amalgama en su escritura toda una serie de mensajes adquiridos desde temprana edad en su formación intelectual como omnívoro lector, voraz telespectador y cinéfilo empedernido.

         Esa anticipada influencia cortazariana expuesta por Mario, se observa ya en el primer relato, “El escritor”, un homenaje a la literatura pulp en el que la ficción y la realidad se entrelazan en una historia circular creando un efecto de cajas chinas con final abierto susceptible de múltiples lecturas.

         En el segundo, “El sonido de las almas”, encontramos otra de las constantes de la escritura de Baldó relacionada con sus personales aficiones-pasiones: la música. Reconoce en nota el homenaje a las leyendas de Bécquer -“Maese Pérez el Organista”, “El Miserere”, etc.-, así como también en los nombres de sus protagonistas se perciben ecos de los de La Regenta -Julián Mesía, Froilán de Pas y Ana Atienza-, con los que teje una historia de amor pasional y música infernal.

         “Alma condenada” es un microrrelato muy bien resuelto que fue merecedor del primer premio del concurso “Mirambel Negro”. Por su parte, “Los mandamientos”, el último de este primer apartado, es una cruda historia de maltrato y educación perversa de un niño que sirve de antesala a los cuentos de la siguiente sección protagonizados todos por diabólicos muchachos. Si el primero, “Los vikingos”, es muy duro, el que cierra la serie, “El secreto”, lo es en extremo. Ningún lector saldrá indemne tras su lectura. Pero, como decía Chicho, ¿Quién puede matar a un niño?

         Para rebajar un tanto la tensión, el tercer bloque, “(Des)amores”, encabezado por la significativa cita del Cantar de los cantares, “El amor es fuerte como la muerte”, presenta otros tres relatos de afectos y amistades preadolescentes con finales menos descarnados, si bien con un poso de tristeza y cierto regusto amargo.

         Decía Paul Eluard que “hay otros mundos, pero están en este”, como demuestran las tres últimas narraciones. En la primera, una magnífica bajada a los abismos de una mente enferma, con un tan divertido como irónico título, “Feo, fuerte y formal”, con el que homenajea a John Wayne y Loquillo. Recordemos que el actor se casó con tres mujeres hispanas y dejó como epitafio esas tres palabras a su juicio definitorias de su personalidad, aprovechadas a su vez por Loquillo para dar nombre a uno de sus discos más importantes.

La de Baldó es una prosa cinematográfica en el sentido más literal: parece haber sido escrita pensando en la pantalla, sus personajes se comportan como si actuaran ante una cámara. Baldó es, sobre todo, un gran creador de imágenes. La joven aterrada que corre por los campos de maíz huyendo de una abominable criatura requiere un travelling; una mujer y un gato caminando en la oscuridad de la noche por un pueblo pide un plano secuencia; el hombre que lleva el auricular del teléfono a la oreja para escuchar lo inesperado sugiere un primerísimo primer plano…

La prosa cinematográfica sólo funciona con los escritores que son buenos describiendo y creando atmósferas. Esta es la virtud de la escritura de Baldó, no se recrea en pesados retoricismos filológicos ni tiene retorcidas pretensiones intelectuales, lo suyo es ir al grano: dibujar un ambiente adecuado para contar una historia -en la mayoría de los casos para no dormir- con un giro sorprendente en su final. Instrucciones para el fin del mundo anticipa un narrador con casta. Al tiempo.

 

José Baldó, Instrucciones para el fin del mundo, Zaragoza, Prames-Instituto de Estudios Turolenses, 2022. 

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