CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 1 de enero de 2024

 

LITERATURA, ALZHÉIMER 

CINTAS DE VIDEO




         El paso del tiempo y la evolución tecnológica han llevado a muchos oficios a su desaparición: aldabonero, telefonista, campanero… propietario de videoclub. El fruticultor, escritor y fotógrafo calandino, José Antonio Gargallo, ha publicado hace ya algún tiempo, Todos los viernes del mundo, su segunda novela, en la que combina y homenajea sus grandes pasiones: el cine, la literatura y la fotografía. Su escritura es una especie de epílogo narrativo de un proyecto fotográfico realizado entre 2015 y 2018 sobre la decadencia y el cierre del último videoclub de la provincia de Teruel al fallecer Rodolfo, su dueño, enfermo de Alzhéimer, el mismo año de la conclusión del reportaje.

         En Todos los viernes del mundo, el videoclub, un espacio real visitado en su condición de “cinéfago” por José Antonio Gargallo durante años para nutrirse de películas, se convierte en simbólico, en una metáfora de la devastación causada por el paso del tiempo y la pérdida de la memoria, tanto individual, la del empresario con respecto a su vida, como colectiva, la de la sociedad por todo aquello que deja de tener utilidad.

         Gargallo mezcla de manera extraordinaria hechos reales con inventados para conformar una especie de autoficción con la que juega a confundir al lector al dotar su novela con dos finales: el primero, en el capítulo doce, es el de la novela propiamente dicha, narrada en primera persona en forma de cuaderno de notas o falso diario, comienza un “Lunes” con un “Si cierro los ojos puedo ver el Alzhéimer”, y terminar circularmente de manera magistral ciento sesenta páginas más tarde con el encuentro del autor y su protagonista con motivo del comienzo del reportaje citado, “Memoria del último videoclub”, quien la concluye con su particular sentido del humor diciendo: “Voy a ser una metáfora social. Tendré que peinarme”, y contestar a la pregunta, “¿Cuánto hace que te pasa esto de la enfermedad?”, con un irónico: “Por dios, es lo primero que olvidé.” El segundo final se produce tras un nuevo capítulo a modo de colofón, “Soy el 989”  —remite al número de socio en el videoclub del autor—, una especie de marco narrativo metaliterario en el que se nos explica mediante el recurso cervantino del manuscrito encontrado —siete cuadernos con forma de diarios— el origen de la novela, al que se añaden unas “Aclaraciones” finales con visos de realidad sobre diferentes aspectos de la historia, para seguir enredando al lector en su maraña literaria y hacerle creer que todo lo narrado es verdad.

         La prosa de José Antonio es ágil y fluye con alegría dotando al relato de un ritmo ágil y chispeante, como su humor, mezcla del  argentino —Rodolfo es de esa nacionalidad—, reflexivo y, en ocasiones, trágico y amargo, con el más autóctono y personal somarda aragonés del escritor, salpimentado con toques y situaciones surrealistas desternillantes como las que vive el protagonista cubierto con su verdugo de luchador mexicano o la de la droga escondida en las cajas de las cintas de video.

         Todos los viernes del mundo es una historia de amistad y, sin duda, un homenaje al cine: el de Rodolfo, de quien se incluye un listado de películas favoritas; y el del autor, donde no podía faltar la referencia al de su paisano Buñuel pero, sobre todo y en última instancia, es un homenaje al mismo Rodolfo, no tanto como metáfora literaria o personaje de ficción, sino como persona real, una persona o todas las personas que eligen elegir, la libertad, por encima de todo. Seguro disfrutarán con su lectura.

José Antonio Gargallo, Todos los viernes del mundo, Zaragoza, MilMadres, 2022.

Esta reseña se publico en el suplemento cultural, Artes & Letras del Heraldo de Aragón



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