ALBARRACIN COMO LABERINTO
Hay libros que es necesario comenzar su lectura por la solapa en la que se presenta la biografía de su autor. Este es uno de ellos pues, en esas siempre apretadas líneas, se presentan comprimidas la trayectoria literaria y la actividad de agitador cultural de Juan Villalba, aragonés de Sarrión, que explican en parte este libro. Un libro del cual ya había proporcionado un adelanto de su propósito y contenido en el texto publicado por el autor en la revista Turia en 2022. Ahora, naturalmente, se trata de una obra más ambiciosa y sobre todo más compleja, mucho más de lo que se puede desprender de un título que parece remitir exclusivamente al ámbito de la historia local o a la literatura viajera. Y es que Albarracín. Un viaje en el tiempo, no es solo una aproximación al pasado y a la vida de la villa turolense a lo largo de los siglos, sin dejar de serlo. Juan Villalba es hombre de intereses variados que pertenece a ese grupo de escritores que gusta acercarse y practicar todos los géneros, como demuestra que haya publicado obras de narrativa, teatro y ensayo, con especial dedicación a la biografía, al cine y a la música, así como de ese género tan especial y equidistante que es el libro de viajes. Pues bien, de todo ello hay en esta obra, de cuidada edición y maquetación, dedicada a uno de los lugares de Aragón que hoy, cuando el turismo y el viaje son fenómenos sociales, se ha convertido en referencia para el visitante.
Obra plural y casi cubista por la multiplicidad de la mirada, parte del hallazgo afortunado de abandonar la siempre segura y acertada cronología como método de acercarse a la historia de una ciudad, para acudir a un original recurso narrativo. En este caso el eje del trabajo lo representa la figura de un actor viajero a modo de cronista que regresa a Albarracín, donde hacedecenios rodó una película, que no es otra que Crónica del alba. Valentina, dirigida en1982 porAntonio José Betancor, basada en la obra del también escritor aragonés Ramón J. Sender. El alter ego de Villalba --un epígono del protagonista de la película, a quien no nombra pero al que enriquece con matices de protagonista literario que le hacen más complejo-- es el medio para ir desgranando con gradualidad controlada una erudición albarracinense que permite un conocimiento profundo de la ciudad, transcendiendo lo estrictamente local e incluyendo al lugar en un ámbito genérico, universalizándolo. Es decir, yendo más allá de lo que a algún distraído le pudiera llevar a pensar equivocadamente, que este libro pudiera ser una guía turística, aunque también tenga algo de Baedeker.
A partir del viaje de este actor viajero, Juan Villalba, con prosa cuidada, vocación de estilo, destacable erudición y combinación de intereses distintos, lleva a cabo una original aproximación a la ciudad turolense que tiene algo de laberinto de Borges. De la complejidad del libro, de lo complejo de su armazón que es como una wunderkammer impresa, da idea la relación de asuntos que trata el autor, siempre superando la mera enumeración, incluso profundizando en aquellos asuntos más novedosos e interesantes. En primer lugar, y como no podía ser de otra forma, Villalba presenta un exhaustiva reunión de referencias y testimonios acerca de Albarracín. Una larga lista que comienza con los viajeros que han escrito acerca de la ciudad o de los escritores que la han incluido en sus obras: Pio Baroja, Azorín, Ortega y Gasset, Antonio Cano, Manuel Polo y Peyrolón, Rafael Pérez y Pérez, Federico García Sanchiz…, los más recientes Luis Carandell, Julio Llamazares, Antón Castro, Federico Jiménez Losantos, el interesante José Zapater, una suerte de Julio Verne local y decimonónico, o el "curioso impertinente" Richard Ford, que también recaló en el lugar. Todo el libro está lleno de recursos y guiños culturales y personales, como aquel en el que Juan Villalba lleva a cabo el alarde de convocar aescritores amigos vinculados con el lugar, como Raúl Maícas y José Luis Melero. Este último, de acuerdo con su condición de bibliófilo extraordinario, hace el papel de ingenioso erudito --¿quién podría mejor?--para ir enumerando los escritores que se han ocupado de Albarracín a medida que se encuentra sus libros.
Pero las noticias acerca de la villa turolense no se limitan a la literatura. Por sus páginas desfilan las referencias que tienen a Albarracín como motivo esencial en la fotografía -en la que no falta la presencia de Bernard Plossu y Castro Prieto--, en la música, pintura, geografía, cine, zoología, gastronomía, micología, paleontología-- imprescindibles los dinosaurios y fósiles marinos--, historia, botánica o antropología, que de todo ello hay en este libro dedicado a Albarracín y su alfoz. Sin olvidar el protagonismo siempre presente, de la propia ciudad, de sus calles y lugares que la identifican como la Catedral del Salvador, de cuyos tapices se ocupa Villalba con detalle de especialista, las murallas, la Torre del Andador, el Alcázar, el Palacio Episcopal, la curiosa casa de la Julianeta o los museos de juguetes y de la ciudad, que reúne su historia y que impulso el arqueólogo Martín Almagro Basch, también nacido en la comarca albarracinense. Dadas las conocidas inquietudes del autor, no extraña la atención que concede al Albarracín cinematográfico --casi una ciudad plató, una Cinecittá turolense, en la que se han rodado una serie de películas que recupera Villalba en su libro--, o al Albarracín musical, en este caso a través de la figura del compositor, natural de la villa y muy televisivo Julio Mengod. No se puede finalizar sin resaltar las numerosas fotografías que lleva el libro, en el que aparecen magníficamente incluidas y que son un verdadero apoyo del texto y un acierto para el lector.
En suma, Juan Villalba ha creado un laberinto de espejos con reflejos cruzados alejado de la erudición de manual, de la voluntad escolar, pero cerca de la literatura, de manera que consigue que, para quien es ajeno y se acerca a la ciudad, parezca que todo ha sucedido en Albarracín.-
FERNANDO CASTILLO.
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