Es
evidente que el cuento no se lee con los mismos ojos que la novela, supone un
trabajo de atención absoluto y la menor distracción pone en peligro todo: el
suceso y el efecto; es decir, la historia. El cuento además de conmovernos debe
asombrarnos y para ello el buen cuentista tiene que convertir el acontecimiento
en lenguaje. Este y no otro es el protagonista principal de Mientras nieva sobre el mar, la quinta
obra del escritor leones, Pablo Andrés Escapa, una colección de catorce relatos,
en los que la realidad se transforma por medio de “la emoción de la palabra”.
El
libro se abre y se cierra con dos narraciones marco (en realidad son la misma),
de significativos títulos, “Robinsón” y “Naufrago”, esenciales para la
comprensión global de la obra. En la primera, el narrador levanta un faro en
mitad de un campo de trigo que se trasforma en mar -“los milagros no se
explican. Como la rosa del poeta son sin porqué…”, se nos dirá-. Escapa
construye su simbólico faro, que ilumina y da seguridad a su vida, y nos invita
a subir por su particular escalera convertida en “librería espiral” a cuyo pie
“zozobra en todo su desvarío La nave de
los locos” y “en lo más airoso del faro, domina el mundo El ingenioso hidalgo Don Quijote”. Reconocidos
sus referentes literarios fundamentales –Baroja y Cervantes-, en el extremo
superior, conquistada ya la cima iluminada, nos muestra el proceloso mar de sus
lecturas: “…recibo a Ulises y a Simbad, al príncipe Hamlet y a Gregorio Samsa,
al teniente Drogo y a Shanti Andía…” De esta simbólica manera, nos anticipa que
su obra es un homenaje a la literatura, pero en una última vuelta de tuerca, ese
“naufrago” del título -premonitoriamente anunciado con temores infundados en el
inicial- rompe su retiro “entregado al silencio de los libros” y trae consigo
la oralidad de las fábulas anteriores, que el constructor del faro escucha mientras ve cómo nieva sobre el mar, convirtiendo de esta forma al conjunto en una
suerte de cuento de cuentos, en una particular Mil y una noches.
La
nieve, el mar y un estilo impregnado de un hondo lirismo melancólico, tan
propio de la Navidad
-ese momento tan propicio para descubrir la maravilla y el milagro de lo
cotidiano-, presente o insinuada en varios de sus relatos, salpimentados en
numerosas ocasiones con un humor pleno de ironía compartida con el lector
cómplice, son los hilos conductores de unos cuentos que hay que leer con la
ilusión y el candor del niño protagonista de esa emotiva estampa familiar del titulado
“Figuras”; con el asombro de los rapaces que viven la aventura sensorial e
iniciática de adentrarse en el misterio de la cueva de ese relato de reminiscencias
barojianas que es “Ojo de buey”; con el gozo henchido de vida del poeta
homenajeado en “Pasos perdidos”; con la excitación de la audacia cometida y la
tristeza del castigo impuesto al escolar que mira por la ventana de ese cuento
digno de figurar entre los mejores del tema de infancia y colegio de los
maestros Aldecoa, Medardo Fraile, Zunzunegui, etc.; con el embeleso del padre y
el hijo que asisten al milagro de la natividad en el torguiano “Surcos”; con la
tenaz bonhomía del cartero de “Memorias de una hoguera”, tendente a la mentira
piadosa; con la brumosa memoria alcohólica de unos hechos recordados por un
viajero que cena en soledad en “Pan de ángeles”; con la esperanza de la
baronesa en la virginidad de su sobrina en “El Barón Büssenhausen”, animador de
unicornios; con la sabiduría absurda de
unos diálogos no menos absurdos de los personajes de “Circunstancias de los
vasos comunicantes”; con la mirada
piadosa y enamorada del forzudo del circo y el consuelo de vivir en ella de la
enana protagonista del onírico “Levedad”.
Escapa,
como Borges, al que homenajea en el relato titulado Tarpanes, ejerce de bibliotecario en la Real Biblioteca del Palacio
Real de Madrid, y como hiciera el escritor argentino o su paisano Luis Mateo
Díez –también archivero-bibliotecario-, se sirve de los hallazgos de su
profesión para construir su propio mundo de ficción –mágico, legendario,
surrealista, etc.-, como es el caso, por poner un ejemplo, del personaje, Diego
Sarmiento de Acuña, gran bibliófilo y embajador de Felipe III, al que convierte
en protagonista de su narración “La nieve de Londres”, en la que conjuga a la
perfección lo real y lo imaginario, lo histórico y lo literario.
Encontrar
a un escritor como Pablo Andrés Escapa, que nos conmueva y nos regale unos
cuentos tan concluidos y, sobre todo, tan bien escritos, con un estilo tan
depurado, de honda elegancia descriptiva y teñido de esa fina ironía tan
característica de las letras del noroeste peninsular, en las que una palabra,
un inciso, un gesto, una sugerencia sutil se erigen en símbolos que desencadenan
lecturas que remiten a mundos intuidos, es hoy una circunstancia especial y
extraña, que nos lleva a brindar por esa mala salud de hierro del cuento español
y nos invita a seguir con atención la obra de este interesante autor que, sin
duda, nos deparará muchas más sorpresas creativas.
PABLO
ANDRÉS ESCAPA, Mientras nieva sobre el
mar, Madrid, Páginas de Espuma, 2014.
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