Foto tomada de la web elperiodicomediterraneo.com |
CRIMEN FERPECTO
Novienvre, segunda novela del escritor Luis
Rodríguez, fue publicada por KRK Ediciones en el 2013, tres años más tarde,
Tropo Editores la recupera en su Colección Segundo asalto, en una clara apuesta
por su autor, de quien en el año 2015 publicaron su tercer trabajo, La herida se mueve, una novela que hunde
sus raíces en esta que hoy nos ocupa y cuya lectura se hace necesaria para
comprender el mundo narrativo de su autor, concebido como work in progress, como obra en marcha.
Novienvre es una autobiografía de corte
impresionista cuyo universo inicial se construye sobre la memoria personal y
colectiva del pueblo natal del escritor, para conforme avanza en el tiempo irse
transformando en una aventura existencial y literaria muy personal.
En
el capítulo uno presenta sus recuerdos de infancia, un relato tan estéticamente
delicado como doloroso narrado en presente, de manera que nos inmiscuye en la
acción y nos convierte en un personaje más, obligándonos a abandonar nuestro
placentero papel de observadores externos, para participar de las correrías del
protagonista: fumamos con él, vamos a la escuela, hacemos novillos, sufrimos
castigos, vivimos aventuras iniciáticas, tenemos nuestras primeras experiencias
sexuales, nos aproximamos a la realidad de la muerte, etc. Pronto, el presente
histórico se transforma en gnómico, los hechos narrados podrían haber ocurrido
en cualquier tiempo y lugar a cualquier persona: la infancia de Luis Rodríguez
bien podría ser la nuestra.
Con
un estilo directo y un lenguaje sencillo e impactante, con palabras como
piedras de granizo, si se quiere un tanto amortiguadas por el agua del humor,
pero en su mayor parte haciéndolas más contundentes por el peso de la ironía y
del sarcasmo, Rodríguez nos apedrea sin contemplaciones con sus vivencias infantiles
en un innominado pueblo cántabro, un mundo de violencia que marcará el resto de
su vida.
En
el segundo capítulo, con catorce años, marcha a Calatayud a estudiar Banca y
luego a Madrid para trabajar en el departamento de Personal de un banco. La infancia
da paso a la adolescencia y el niño inocente –o no tan inocente- se transforma
en un pícaro joven que aguza el ingenio para sobrevivir.
El
capítulo tres, como indica Ricardo Menéndez Salmón en su excelente prólogo, es
“una de las más inteligentes elipsis con las que recuerdo haber tropezado en mi
vida como lector…” Cierto, el primate Luis Rodríguez lanza el hueso de sus
lecturas hacia el cielo y en menos de seis páginas condensa en un itinerario
esencial toda una vida de lector. Convertido de esta forma en astronauta, tripula
su nave espacial Novienvre por el
universo de la literatura sin atracción gravitacional alguna. A partir del
capítulo cuatro, y en especial en el cinco y el seis, abandona la gravedad del
relato de la patria perdida de la infancia y de la picaresca de la primera
juventud, para transitar en completa libertad por los paisajes metafísicos de
un escritor que dispara rectas surrealistas y oníricas en todas direcciones,
que se escapa de la realidad de la literatura tradicional y habita por completo
en la ficción literaria. La narración no
llega al nonsense, pero sí trabaja en
crescendo en la desarticulación del sentido, alejándose de la
experimentación razonada y de la linealidad, para aproximarse, poco a poco,
cada vez más, a un tiempo mental alucinado.
En esta novela tan breve y sugerente
como intensa y divertida, Luis Rodríguez nos describe cómo percibe el mundo y
nos manifiesta que, en esencia, la vida se fundamenta en estupideces incomprensibles:
no tenemos escapatoria, la vida es un error o una errata, un novienvre perpetuo, un crimen ferpecto, un perfecto absurdo,
como la muerte del padre del protagonista o como la suya propia.
Poco
importa si se elige una forma de narrar clásica o vanguardista, Luis Rodríguez
y nosotros con él acabamos extraviándonos en los laberintos de su cabeza o
vagando en el éter de la existencia a lo American
Beauty, buscando la luz del tránsito definitivo, sin que esa pérdida
obedezca a un motivo concreto, todos pertenecemos a esa estirpe de individuos
enajenados, de naturaleza cambiante y voluntad sometida a extraños designios: somos trastornados personajes de Samuel
Beckett; seres de Paul Auster que ya no saben quiénes son o cuál es su
cometido, tipos que se mueven por el mundo y que hacen lo que hacen sin estar
seguros de por qué lo hacen; "hombres sin atributos”. En definitiva,
sujetos que buscan respuestas y tratan de resolver ese enigma que es la
identidad, de atrapar la realidad como algo fijo y estable, pero que saben que
están abocados al fracaso, al fin y al cabo, la única perspectiva absoluta de
las cosas es, paradójicamente, la que ofrece la muerte.
La
irrupción de lo múltiple e indeterminado, el pensamiento que rechaza el sistema,
los centros, lo acabado, esa es la escritura
de Luis Rodríguez, una escritura que se escurre, se hace inasible a cualquier
pretensión clasificatoria y cuestiona las verdades inmutables, las totalidades
firmes y los viejos dogmatismos. Todo texto bajo esta perspectiva es algo
parcial que nunca se completa, que continúa en el siguiente. Habrá que leer La
herida se mueve.
LUIS RODRÍGUEZ, Novienvre, Huesca, Tropo Editores, 2016.
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