CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 4 de mayo de 2016

NICANOR VILLALTA PELICULERO (I)



De Nicanor Villalta se ha dicho que en él se encarnan muchos de los tópicos que se nos atribuyen a los aragoneses: tesón, capacidad de sufrimiento y decisión frente a la adversidad; es cierto, su poca estética figura, su altura y desgarbo (se le llegó a denominar “el tubo de la risa”, incluso el propio Hemingway, con toda su admiración, que fue mucha, hasta el punto de bautizar a su hijo con el nombre de Nicanor, en un deseo expresado de que siguiera los pasos de su ídolo, lo calificó de “el valeroso poste de telégrafos aragonés”), le obligaban cada vez que toreaba a “transformarse”, a actuar, a conseguir que su arte prevaleciera sobre su figura o el conjunto poco armónico que formaba con el toro, debía siempre, en una representación continua, torear para el público, encantarlo en una actuación constante, digna de una actor consumado, y maravillarlo con la magia de su toreo para hacerle olvidar su estética disforme.

         Cierto, Villalta era un actor consumado, lo demostraba cada tarde en los ruedos, pero también lo fue para la gran pantalla, su físico, como hemos anticipado, jugaba en su contra, pero lo compensó, como en el toreo, con valor, arrojo e inteligencia. Su biografía, plagada de lances novelescos, daría para una buena película, pero en esta serie de entregas tan sólo la esbozaremos, pues nuestro objetivo es su faceta, poco conocida y menos aún estudiada, de actor, y me atrevería a decir también que de guionista y productor, como vamos a intentar demostrar.

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