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FOTO: DIEGO HE |
Times Square, la
Plaza de la
Concorde, Piccadilly Circus, la Puerta del Sol… Toda ciudad
tiene su centro y el de Teruel es la
Plaza del Torico: aquí se celebraba el mercado, se pregonaban
los bandos, se exponía a los reos a vergüenza pública, se realizaban las
subastas y arrendamientos, se corrían –y se corren- los toros en las fiestas y,
aunque fuera tan solo por unos días, en ella se alzó el estrado desde el que
San Vicente Ferrer profetizó la destrucción total de la ciudad a causa de un
terremoto, amenaza que, a la postre, ha supuesto la paralización actual del
nuevo hospital y del conservatorio. A ver si al final va a tener razón el del ditet.
La monumental contundencia de la fuente original que Pierres
Vedel construyera en el siglo XVI –hoy perdida- se fue encogiendo y estilizando
con el paso del tiempo hasta llegar a convertirse en el austero monumento
anónimo del siglo XIX, símbolo de una ciudad camino de la inexistencia, a la
que se le niegan las comunicaciones y se la condena a vivir recluida en su
propio espacio, como a ese pequeño toro estilita, contrapeso totémico al
sentimentalismo de nuestros célebres Amantes, asombro de visitantes y orgullo
de turolenses, al que festejamos en La Vaquilla con la puesta del pañuelico y donde
acudimos para celebrar las victorias deportivas.
Comienzo el paseo reflexionando sobre el misterio de la
identidad y el enigma de su duplicidad: nuestro torico tiene su réplica en el
bonito pueblo zaragozano de Ibdes. Pienso en Poe, Dostoievski, Kafka, Borges,
Cortazar, y tantos otros que han escrito sobre la inquietante figura del doble.
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FOTO: DIEGO HE |
Atravieso por la
Plaza de San Juan y desciendo por la calle de Valencia, me
detengo donde estuvo otrora el desaparecido portal y oteo el horizonte: a la
derecha, la Glorieta,
un paisaje gris con leves pespuntes verdes; enfrente, el Viaducto de Fernando
Hué, que comunica el centro de la ciudad con el Ensanche; al fondo, un oasis en
un desierto de asfalto, la
Fuente Torán.
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FOTO: DIEGO HE |
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PUENTE DE SEGOVIA (MADRID) |
Como si fuera el protagonista de uno de los relatos de
Lovecraft, atravieso esa puerta imaginaria que me transporta hacia otra
dimensión y dejo atrás la
Edad Media para adentrarme en el primer tercio del siglo XX.
La visión del puente me lleva de nuevo al tema del doble: nuestro Polifemo, que
comunica el casco antiguo con el nuevo, es un calco del diseñado por Emil Mörsch
sobre el río Sitter, en Suiza, y a su vez, el de Segovia en Madrid es un sosias
de ambos.
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FOTO: DIEGO HE |
Tras cruzar el puente, a su izquierda, nos encontramos con el
Monumento a José Torán, obra del escultor palentino Victorio Macho, dedicado al
ingeniero de caminos que proyectó la construcción de la Escalinata, mejoró el
alumbrado urbano y solucionó el problema del abastecimiento de agua. En el conjunto
escultórico destaca la figura en bronce de una aguadora, me acerco y toco sus
heridas, ahora ya cicatrizadas, recuerdos de nuestra incivil guerra. Sus formas
son voluptuosas, rotundas y sonoras, como las de su gemela en Palencia, ciudad
hermana en su inexistencia.
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AGUADORA (PALENCIA) |
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DAMA DEL CÁNTARO (TERUEL) |
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Aguadoras de Teruel |
La mirada de la mujer del cántaro marca mi rumbo, la sigo y
bordeo la ladera que siluetea este primer ensanche hasta llegar a un mirador a
los pies de la casa Barco varada sobre la vega turolense; allí, frente a mí, asomándose
a Levante, sobre la meseta de una colina, rodeada de barrancos, roja y verde, Teruel,
una ciudad con carácter, única e irrepetible.
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FOTO. DIEGO HE |
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