EL PINTOR EN SU ESTUDIO: AGUSTÍN ALEGRE MONFERRER (II)
Rifeño, 1971
En la actualidad, Agustín sigue trabajando con
intensidad, “siempre que mis obligaciones de jubilado me lo permiten”,
apostilla entre irónico y divertido. Sus cuadros pueblan las paredes de su estudio y
se acumulan por cientos. Le pregunto si lleva la cuenta de cuántos ha pintado a
lo largo de su vida y no sabe decirme una cifra exacta, “nunca he llevado un
registro, pero tal vez sobrepasen los dos mil.”
Decido ponerlo en un brete y le pregunto por su preferido. Sin dudarlo,
me muestra un óleo sobre lienzo de 1971 titulado Rifeño, y acto seguido pone en mis manos la espingarda que utilizó
para pintarlo. “África me atrae: el Sahara, su desierto, sus gentes… Sobre todo
sus gentes. Su paisaje se parece mucho al de Teruel.” Sus palabras nos retrotraen
al pasado, cuando fue pensionado a principios de los setenta para pintar
durante tres meses en el Sahara. Agustín es un buen narrador, sus vivencias,
anécdotas, viajes -Egipto, Alejandría, Jordania, Israel, etc.-, como sus cuadros
de jinetes, vendedores ambulantes, pescadores, ruinas de míticos lugares, etc.,
desprenden un halo de misterio y aventura.
Conejos desollados, 1984.
Agustín
se encuentra a gusto, se muestra como es, sencillo, próximo y humano. Nos
explica cómo trabaja en su estudio y nos muestra sus cuadros: “con ese de ahí
arriba (Conejos desollados) gané la primera medalla nacional de Pintura en el Salón de Otoño de Madrid en 1984”. Sus obras son ventanas
a otros lugares en las que se ha detenido el tiempo y se huele el campo, el
humo de los pueblos, el vino de las tabernas…; en las que se mezclan los rojos
de las arcillas, los ocres, el negro… Un universo de colores en armónica y agresiva convivencia. Y es que la pintura de
Agustín, como afirma su amigo, el conocido acuarelista, Julio Visconti, “es el
resultado de vivencias y andaduras, donde el aceite se mezcla con el sudor de
los caminos y el polvo de las tierras (…). “
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