CASABLANCA

CASABLANCA
FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 24 de septiembre de 2025

 

CARTOGRAFÍA DEL ALMA INTERIOR


           


    En tiempos de mapas saturados de velocidad, tecnología y ruido, la literatura aún puede ofrecernos una brújula que señala hacia dentro. Relatos de la Celtiberia, del escritor y profesor Javier Hernández —bajo el seudónimo literario de Hernán Ruiz—, es justamente eso: un viaje íntimo al corazón de un territorio olvidado, pero no extinguido. Una obra que pone palabras a lo que parecía perdido, y que convierte la memoria rural en materia literaria viva.

            Publicado por Prames, no es casual que Relatos de la Celtiberia haya sido finalista del XXII Premio de la Crítica de Castilla y León. Su originalidad radica no solo en el tema que aborda, sino en la forma en que lo hace: con respeto, belleza y profundidad. Críticos y lectores coinciden en destacar la capacidad del autor para combinar documentación histórica, autoficción y evocación poética sin perder la coherencia narrativa ni la fuerza emocional.

             Este libro se aleja de lo puramente documental, para proponer una experiencia sensorial y poética del paisaje interior español, con Soria como epicentro (comarcas de Pinares y el Valle, Vicarías, sierra del Almuerzo y las Tierras Altas), sin olvidar las otras siete provincias que la integran (Teruel, Zaragoza, Cuenca, Burgos, Guadalajara, La Rioja y Zaragoza), sus gentes y sus paisajes. Conformado por veinticuatro relatos, agrupados en tres secciones —“Ecos”, “Fugas” y “Paraísos”—, el volumen explora la compleja realidad de la Celtiberia, esa vasta región “solar de celtas, mudéjares, mujeres y hombres de una frontera difícil, donde arraigó la libertad en tiempos de los celtíberos y se proyectó excepcionalmente durante un medievo de fueros y concejos.

            Este territorio tan literario como real, convertido en arquetípico, lo pueblan personajes reales, Avelino Hernández y el Cid, entre otros, e imaginarios, presentes y pasados. Pero más allá de la estructura narrativa, lo que otorga unidad y potencia a  este mosaico narrativo es el estilo de su autor: una prosa lírica, contenida, precisa, cargada de imágenes que apelan a los sentidos y al pensamiento, con una gran riqueza sensorial y simbólica. Hay en Ruiz una cadencia que recuerda la tradición de los poetas de la tierra, aquellos bardos que recorrían y cantaban por y al territorio o los mismos cantares de gesta, pero con una mirada contemporánea y universal. Sus paisajes no son postales, son presencias: la niebla, los campos, las campanas o el silencio del abandono no funcionan como meros escenarios, sino como personajes en sí mismos. Esta cadencia poética convierte la lectura en un ejercicio de contemplación, donde cada página es una invitación a detenerse y sentir.

            Los grandes temas que atraviesan la obra —la memoria, la búsqueda del paraíso perdido y de las propias raíces; la despoblación; la identidad cultural; la relación con el territorio— se abordan desde una perspectiva respetuosa, sin idealizaciones ni dramatismos; en ocasiones con gran sentido del humor y siempre con esperanza, nada de derrotas. Hernán Ruiz no escribe desde la nostalgia vacía, sino desde el compromiso emocional y literario con una tierra que aún tiene mucho que decir. La Celtiberia, más que un lugar, se convierte en símbolo de resistencia y de pertenencia, de historia viva y de humanidad persistente.

            Relatos de la Celtiberia no solo ofrece una alternativa al relato dominante del progreso urbano, sino que se presenta como una apuesta estética por la lentitud, la escucha y la raíz. Su valor reside en su capacidad para convertir lo invisible en esencial, lo olvidado en literario, lo local en universal.

            Para quienes buscan una escritura que respire el aire del interior —geográfico, cultural y emocional—, este libro es una lectura imprescindible. Porque en sus páginas, Hernán Ruiz no solo recupera una voz, sino que también devuelve el pulso a una tierra que, aunque callada, sigue hablándonos. Su lectura es imprescindible para quienes buscan una literatura que no solo entretenga, sino que ilumine. Hernán Ruiz nos recuerda que incluso en los territorios más silenciosos hay historias que merecen ser contadas. Y que, quizás, en ellas encontremos algo —tal vez mucho— de nosotros mismos.

            La propuesta cuenta con una interesante expansión transmedia, un QR que remite https://celtiberia.org/relatos-de-la-celtiberia-de-hernan-ruiz/, en el que se presentan/regalan más narraciones. Sin duda, merece la pena. 

          Esta reseña se publicó en el suplemento cultural A&L del Heraldo de Aragón: 



                

 

martes, 19 de agosto de 2025

 

SOÑAR CON LOS OJOS ABIERTOS



           Hay libros que no se leen, se respiran. Que no avanzan por una sucesión de acontecimientos, sino que se despliegan como una atmósfera, como una bruma lenta que nos envuelve sin darnos cuenta. Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, de Ignacio Escuín, es uno de esos libros raros que parecen escritos no desde la razón, sino desde una emoción detenida, desde ese estado intermedio en que el pensamiento se mezcla con el recuerdo y el lenguaje se convierte en eco. Esta novela —si es que puede llamarse así sin traicionar su naturaleza vaporosa, híbrida— no narra una historia en el sentido tradicional: propone un tránsito, una deriva libre por la conciencia de un narrador que se desdobla en el protagonista, porque son el mismo, observa y se duele de su fracaso, que recuerda, que duda y que ama, en una especie de meditación terapéutica sobre el paso del tiempo, los errores propios, la memoria y la fragilidad de las relaciones humanas.

            Desde las primeras páginas, el tono lo domina todo: una voz íntima, desgastada pero lírica, se instala en el lector con la naturalidad de un pensamiento susurrado. No importa tanto lo que sucede como la manera en que se recuerda, y esa es la clave poética del texto: cada imagen tiene la textura de lo vivido, pero también de lo soñado. Como en los mejores poemas de Robert Frost —y no es gratuita la comparación—, el sentido emerge más de las pausas que de las palabras. Lo no dicho pesa tanto como lo que se dice, y la tensión emocional se mantiene gracias a esa fidelidad obstinada a lo insinuado, a lo que se esconde bajo el lenguaje.

            Ignacio Escuín, poeta antes que narrador, escribe con una atención casi litúrgica a la forma, al ritmo, al poder sanador de las palabras que se organizan en frases y párrafos circulares,  que vuelven una y otra vez sobre la misma herida que no termina de cerrarse. En este sentido, Algo parecido a un sueño podría leerse también como un largo poema en prosa, una elegía íntima con forma epistolar —falsa carta dirigida a una o a varias “luciérnagas”: su verdadero amor— que se expande sin estallar, que avanza como lo hace la pena y el dolor: lentamente, en espiral, volviendo sobre los mismos temas y las mismas ausencias.

            Esta novela, generacional y de estado, como las dos anteriores con las que forma una trilogía, tiene mucho de confesional y de autoficción. No hay trama, es más bien una experiencia emocional, una escritura catártica.

            El espacio y el tiempo en la novela son también materia onírica, por momentos el sueño y la realidad se confunden. No hay anclajes claros, no hay cronologías marcadas. Todo flota. El lector se desliza por el texto como si caminara sobre hielo fino: con la sensación constante de que puede romperse en cualquier momento, y de que lo que hay debajo —el abismo del recuerdo y del vacío— es más grande que todo lo visible. Hay una ciudad, una casa, viajes, amor(es), amigos y una pasión compartida: la literatura, son los “detectives salvajes”. Describe todo un mundo literario puesto en clave poblado por escritores y políticos reales que el avezado lector disfrutará descifrando. Pero, sobre todo, hay una conciencia que se interroga a sí misma y se expone de manera descarnada. Escuín nos invita a leer como quien sueña: sin resistirse, sin buscar una dirección clara, dejándose llevar por los desvíos y pliegues de la memoria.

            El resultado es un texto honesto, desnudo, que no teme la fragilidad. Esa es quizás su mayor fuerza: la capacidad de hablar de lo que se rompe sin convertirlo en drama, de mirar la tristeza, las debilidades personales y el dolor sin caer en el sentimentalismo. Y cuando se cierra el libro, uno queda con la sensación de haber atravesado un espacio extraño pero familiar, un paisaje emocional que se parece mucho al nuestro.

            Tal vez por eso el título resulta tan preciso: lo que hemos leído no es un sueño, pero se le parece. No es una historia, pero sí es una forma de habitar la duda existencial y los fracasos.


Ignacio Escuín, Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, Zaragoza, Libros del Gato Negro, 2025.




 

domingo, 17 de agosto de 2025

 

LA TIERRA ESCRITA: TERUEL EN LA OBRA DE CASTRO Y MELERO, PREMIOS DE LAS LETRAS ARAGONESAS




 

            En un país donde algunas provincias parecen necesitar ser nombradas cada día para no desvanecerse del mapa, la literatura ha conseguido que Teruel no solo permanezca, sino que respire con fuerza propia. Gracias a dos voces aragonesas imprescindibles —Antón Castro y José Luis Melero—, recientemente reconocidos con el Premio de las Letras Aragonesas, esta tierra de belleza discreta y tenaz ha encontrado un lugar perdurable en la memoria colectiva a través del poder de la palabra.

            Ambos autores han hecho de Teruel mucho más que un simple territorio: lo han convertido en un espacio emocional, simbólico y literario. La han transformado en un paisaje interior, íntimo y perdurable. “Teruel es una patria del alma”, escribió Antón Castro; y José Luis Melero lo ratifica desde la trinchera amable de sus libros, con una erudición cálida y rigurosa: bibliotecas olvidadas, escritores rescatados, recuerdos mínimos que preservan la voz de una tierra que se niega a ser silenciada por el olvido.

Antón Castro: entre el mapa y el mito

            Antón Castro (A Coruña, 1959), afincado en Aragón desde hace décadas, ha construido una obra en la que la crónica, la poesía y la ficción conviven con naturalidad. Premio Nacional de Periodismo Cultural —entre otros muchos reconocimientos— ha escrito sobre Teruel con la mirada del viajero atento, del narrador que observa con respeto y cuenta con ternura.

            Durante años, Antón Castro recorrió la provincia de Teruel como periodista y también por amor: a su mujer y a una tierra que empezaba a descubrir con asombro y devoción. Lugares como Alcañiz, Urrea de Gaén, Iglesuela, Ejulve, Cantavieja o Camarena de la Sierra fueron algunos de los destinos de ese deambular nómada, siempre con un cuaderno en la mano y una mirada atenta. De aquellos años nacieron sus primeros libros de relatos: Los pasajeros del estío (1990) y El testamento de amor de Patricio Julve (1995), en los que comarcas como el Matarraña, el Maestrazgo o Gúdar-Javalambre no solo sirven como escenarios, sino que adquieren el peso y la presencia de verdaderos personajes.

            De ese nomadismo profesional y vital debido a la profesión de la madre —médico— surgió también una herencia íntima y literaria: sus hijos, Aloma y Daniel, crecieron entre paisajes, libros y relatos, mamaron el territorio y heredaron la mirada curiosa de su padre. Ambos han seguido, de algún modo, sus pasos en el mundo de la escritura. Daniel, en particular, lo ha hecho con voz propia y un tono irreverente, como demuestra en su desopilante parodia Un hipster en la España vacía, inspirada y ambientada en pueblos turolenses recorridos en su infancia.

            A estos territorios iniciales se sumarían después otras comarcas como la del Jiloca o la Sierra de Albarracín, que nutren obras como Los seres imposibles (1998). También su poesía tiene a Teruel como protagonista constante —y cabe esperar la próxima publicación de “El centinela de las estaciones”, un poemario inédito hasta la fecha, enteramente dedicado a esta provincia—. Su vínculo con Teruel se extiende igualmente al ámbito divulgativo, con numerosas colaboraciones en libros colectivos sobre sus paisajes, historia y cultura, personajes ilustres —Aragoneses ilustres, ilustrados e iluminados— o seres imaginarios —Bestiario aragonés—.

            La prosa de Castro, tan lírica como auténtica, y en ocasiones cercana a lo legendario, transita entre lo realista, lo tremendo y lo fantástico. Pueblos como Alcañiz, Albarracín, Calamocha, Cantavieja, Rubielos o Allepuz aparecen con frecuencia en sus relatos, crónicas y poemas, habitados por personajes locales, leyendas ancestrales y paisajes nevados que revelan el alma íntima de la provincia.

José Luis Melero: el lector que no olvida

            José Luis Melero (Zaragoza, 1956), bibliófilo, erudito y narrador de lo marginal, ha hecho de la lectura una forma de militancia cultural. En sus obras —Leer para contarlo, La vida de los libros, entre otras—, Teruel aparece constantemente, ya sea a través de escritores casi anónimos, bibliotecas olvidadas o anécdotas que reconstruyen la vida cultural de Aragón con una precisión afectiva.

            Desde 2009, Melero ha ido dando forma a un proyecto literario único, fruto de toda una vida lectora de bibliófilo irredento y patológico —su biblioteca cuenta con casi cuarenta mil volúmenes—. Lo inauguró con La vida de los libros y ha alcanzado ya siete volúmenes con el reciente Bibliotecas y extravíos, todos publicados por Xordica Editorial y bellamente ilustrados con las portadas alegóricas de Jorge Gay. En ellos se recogen los artículos que Melero publica cada semana en el suplemento cultural “Artes & Letras” del Heraldo de Aragón. Cada texto es un ejercicio de rescate, de documentación y de ternura hacia lo que otros desconocen, ya no miran o han olvidado.

            Melero no solo recuerda: reconstruye y protege. Y en ese gesto, Teruel y sus pueblos ocupan un lugar esencial. No es casualidad que tantos de sus textos contengan referencias a bibliotecas rurales, lectores silenciosos, autores de provincia y momentos en los que la literatura se entrelaza con la vida sencilla.

Una ética común

            Castro y Melero escriben desde una misma ética: el respeto por lo humilde, la defensa de una cultura que no busca el escaparate, la pasión por lo genuino. En sus obras hay campanas oxidadas, cafés con memoria, libros sin títulos, lectores anónimos. Hay un Aragón profundo, áspero y bello, que se niega a desaparecer. Y en ese Aragón, Teruel late como un corazón discreto pero firme.

            Mientras los debates sobre infraestructuras y despoblación siguen ocupando titulares, ellos han elegido otro camino: el de la permanencia literaria. Han hecho de Teruel no solo un escenario, sino un personaje. Una tierra que se escribe, se recuerda y se honra.

            Este texto quiere ser un reconocimiento sincero a dos autores que han sabido mirar donde otros no veían. A Antón Castro, el gallego más aragonés del mundo por sensibilidad y compromiso, y a José Luis Melero, aragonesista hasta la médula, incansable defensor de la cultura que nace lejos del centro. También es un homenaje a quienes han tenido el acierto de concederles el Premio de las Letras Aragonesas, celebrando así su trayectoria y su mirada profunda. Todo un acierto.

            Y, por supuesto, es un homenaje a Teruel, que sigue existiendo porque se nombra, se escribe y se recuerda. Mientras haya quienes la conviertan en literatura, Teruel no desaparecerá del mapa. Al contrario: seguirá latiendo en cada página.

 

lunes, 21 de julio de 2025

 

MITOS OPERÍSTICOS


 

         Dicen que la música y el verbo nacieron juntos y que compartieron el Paraíso hasta que la palabra cometió el pecado original de la mentira. Entonces la música, incapaz de soportar el engaño, se alejó de su hermana. Con el tiempo, a principios del siglo XVII, la Ópera, con mayor o menor fortuna, trató de reconciliar ambas artes y la mitología clásica desempeñó un papel esencial en esa intermediación: en 1607, Claudio Monteverdi, con libreto de Alessandro Striggio hijo, sorprendió a la corte de Mantua con su Orfeo, el mito del cantor divino que con su voz, acompañada de los sones de su lira, descendió a los infiernos para rescatar a su amada Eurídice de la muerte. Esta alegoría del poder del arte fue el tema perfecto para el renacimiento de la tragedia clásica de la mano de la música y crear un género nuevo, la Ópera.

         Los mitos han desarrollado un papel esencial en la evolución del pensamiento del ser humano, siempre ajustados a las necesidades morales y de reflexión de las distintas civilizaciones, incorporando un trasfondo poético necesario para el día a día. Pero por encima de su carácter moralizante, un mito es un reflejo privilegiado de las inquietudes, los conflictos y las necesidades del individuo, sin fecha de caducidad. Jacobo Cortines sabe todo esto y lo expone y desarrolla por extenso con pasión, claridad y sencillez, no exenta de profundidad y rigor, en Los acordes de Orfeo. Ensayo sobre mitos operísticos, una colección de artículos independientes escritos para diferentes medios que dialogan entre sí conformando un entramado unitario que, sin llegar a ser una historia de la ópera, puede funcionar como tal al establecer un recorrido luminoso por las fuentes literarias —Cortines es filólogo, reconocido poeta y traductor de Petrarca— que han inspirado las principales obras del repertorio clásico, de Ovidio a Da Ponte, pasando por Busenello, y ofrecer sesudos análisis de los principales hitos operísticos desde los orígenes, entre el Renacimiento y el Barroco, con Monteverdi, para seguir por Mozart, Beethoven, Rossini, Donizetti, Verdi, Bizet y Puccini, hasta llegar a las óperas de Alban Berg y Stravinsky, bien entrado el siglo XX, y una “coda final” dedicada a El retablo de maese Pedro de Manuel de Falla.       

         En el primer apartado, titulado como la obra en su conjunto, “Los acordes de Orfeo”, se agrupan toda una serie de trabajos que estudian las “relaciones entre literatura y música”, ese difícil y, a veces, inestable equilibrio entre el libreto y la partitura. Lo cierto es que un buen texto nunca redimió a una mala partitura, pero cuántas obras maestras de la lírica resultan dramáticamente inconsistentes. Comienza estudiando el Orfeo monteverdiano, un mito pagano que terminará consolidándose como “alegoría cristiana”. Habrá que esperar a mediados del siglo XVII, con La coronación de Poppea del mismo Monteverdi, para que aparezca en las tramas la Historia, convirtiendo a Gian Francesco Busenello en el que puede ser considerado primer escritor de argumentos operísticos originales, sobre cuya libertad creativa gravita el influjo creador de Lope de Vega. Verdaderamente lúcido es el artículo “Italia y España: el vínculo de la ópera”, con el que se cierra este capítulo y en el que Jacobo Cortines analiza las complejas relaciones históricas, políticas y culturales entre ambos países, centrándose en la presencia musical italiana en España y en el influjo literario español de sus composiciones.

         Como “Interludio” introduce un documentado estudio, “La invención de Sevilla” —no en vano el autor es miembro de su Real Academia de las Artes— en el que demuestra cómo la capital hispalense se constituye en la ciudad por excelencia para la Ópera. Su carácter cosmopolita, exotismo y el continuo trasiego de mercancías en el comercio de Indias sirvieron de catalizadores literarios al Siglo de Oro y para el imaginario colectivo de las letras románticas Sevilla se convirtió en el lugar ideal  donde desarrollar sus historias. Son legión los grandes músicos que se sumaron a esta elección y le dieron protagonismo en sus composiciones: Mozart, Beethoven, Rossini, Donizetti, Verdi, Bizet, Prokófiev o Gerhard, entre otros muchos.

         Tras este brillante engarce, llegamos a un momento culminante: la relación entre Mozart y su libretista por excelencia, Lorenzo da Ponte, de quien resume su libresca biografía siguiendo sus tardías y no siempre fiables Memorias, para estudiar con detalle su obra y ese momento de inflexión con el que comienza la ópera moderna tras el estreno de Las bodas de Fígaro. Es la primera de las tres grandes creaciones fruto de la colaboración músico-poeta. Le seguiría el Don Juan y una última composición fruto del excelso binomio artístico como es Così fan tutte.

         La siguiente parada no podía ser otra que Beethoven, el auténtico heredero del genio salzburgués “al que potencia y proyecta”  hacia el futuro. La música del Don Juan está presente en la producción beethoveniana, pero el diseño de los personajes de su única ópera, Fidelio, supondrá una réplica idealista a los de Mozart.

         Rossini y sus óperas son estación obligada: Tancredo, El barbero de Sevilla y La Cenicienta son esos “Pecados veniales” inevitables para todo melómano. Pero más allá de su obra y precocidad musical, está su personalidad y misterioso abandono de la composición a una edad muy temprana. A este respecto resulta esclarecedor, incluso para los no especialistas, su excelente entrada, “La elección del silencio”, un Rossini al desnudo que incursiona en la personalidad del compositor y en su particular relación con la música alemana de Haydn, Mozart, Weber, Mendelssohn, Beethoven y Bach.

         El excepcional compositor de Pesaro abre la puerta a otro de los grandes del bel canto: Donizetti y sus óperas fundamentales: El elixir de amor, Lucia di Lammermoor, Don Pascuale, la “trilogía Tudor” y, por supuesto, La hija del Regimiento.

         Excelente resulta su comparación de la Carmen de Mérimée, mujer diabólica, prostituta y asesina, con la más humanizada de Bizet, atrapada entre el amor de dos hombres. 

         El libro se cierra con un capítulo dedicado a las “Trágicas heroínas”, donde presenta una clarividente comparación entre los dramas inspiradores de las óperas puccinianas Tosca y Butterfly con la Lulú de Alban Berg.

         En una magnífica edición, como siempre, la editorial Fórcola vuelve a regalarnos una nueva obra de referencia ineludible para todos aquellos amantes de la Ópera, con prólogo de José Luis Téllez, que hará las delicias no solo de los melómanos, sino también de todos aquellos que gustan de la literatura en general y del teatro en particular.


Jacobo Cortines, Los acordes de Orfeo. Ensayo sobre mitos operísticos, Madrid, Fórcola, 2024.

 

 

miércoles, 2 de julio de 2025

 

 

        ALMARIO BIBLIÓFILO



Dicen que somos lo que comemos, pero para algunos, es el caso de José Luis Melero y el mío, somos lo que leemos, porque no somos otra cosa que la colección de nuestros recuerdos formados, entre otras ilusiones y fantasías, por los mundos, viajes, aventuras y personajes que hemos imaginado a través de los libros. Una vez más, nuestro patológico lector incorpora una nueva publicación a su estante personal de su ya nutrido almario bibliófilo, una obra en marcha —fruto de toda una vida lectora—, que se inició en el año 2009 con La vida de los libros y cuenta ya con siete volúmenes si incluimos este último titulado Bibliotecas y extravíos. Todos cuidadosamente publicados por Xordica Editorial con alegóricas portadas de Jorge Gay, en los que reúne los artículos que semanalmente publica en el suplemento cultural “Artes & Letras” del Heraldo de Aragón.

         Como en otras ocasiones, Melero regresa a sus escritores de cabecera para homenajearlos: desopilante es el dedicado a las autodedicatorias de Miguel Labordeta y no lo es menos el, en este caso autoirónico de su propia mitomanía, de Luis Rosales y García Lorca —siempre Lorca— o los recuerdos de Sender, Braulio Foz y su Saputo, Gerardo Diego y, por supuesto, Pío Baroja, presente en tres entradas, en una de las cuales describe pormenorizadamente ese sueño cumplido debido a la intermediación de su amigo el pintor Pepe Cerda de visitar la casa de los Baroja en Itzea (proverbial es también el dedicado a su visita a “La casa de Moneva”). Tampoco se olvida de autores contemporáneos a los que admira como Fernando Castillo, Trapiello o Antonio Moreno.

         También, como en libros anteriores, exhibe un gusto poco común por lo desatendido y heterodoxo y nos invita a acompañarle en su infatigable búsqueda por rastros, almonedas y librerías de viejo de esos nombres menos conocidos de vidas pintorescas, bohemias y originales, la mayoría de ellos perdidos en libros olvidados: Balbotín, Balart, Arana, Arderius, Vidal y Planas, Cansinos, Felisberto Hernández... y algunos que, pese a su no muy lejana muerte, ya lo empiezan a estar como Francisco Umbral.

         Libros raros, absolutamente sepultados bajo la losa del tiempo: Asalto a la Cárcel Modelo (22 de agosto de 1936) del poeta Francisco Pino; El miajón de los castúos del “poeta tinajero” extremeño, Luis Chamizo, de jocosos versos ripios (“Contentete me puse / y alborotao / porque mi suegra / la había diñao”); La paz mundial, del excéntrico escritor murciano Pedro Boluda, autor de divertidas coplillas como aquella que escribió en su juventud siendo barbero practicante dedicada a una inquieta paciente: “En vez de darle un pinchazo, / le di dos, / porque no se estaba quieta / ni pa Dios”; la Cartilla escolar antifascita; Los suicidios en España, del jurista caspolino, Ambrosio Tapia; el Manual de barnices, charoles y vinos, una compilación de fórmulas para todo, que incluye, entre otras muchas, cómo “curar desolladuras en el escroto y para contener la gonorrea” o cómo “hacer nacer el pelo”, y ese raro entre los raros que es El trato social, de Adolf Von Knigge. O aquellos otros títulos más conocidos y reconocidos, en especial por su absoluta originalidad, caso de la Tontología, esa “antología de versos malos de poetas buenos” de Gerardo Diego o Moralidades, de Gil de Biedma.

         Por supuesto hay sitio para los escritores y personalidades aragonesas, tanto zaragozanos como oscenses y turolenses, siempre presentes en su corazón y biblioteca: Carlos Mendizábal —­el H. G. Wells aragonés—, Fernando Ferrero, Valenzuela la Rosa, Basilio Boggiero, Castán Palomar, Pascual Martín Triep, Mariano de Cavia, Domingo Miral, Sebastián Banzo, Miret Magdalena, Darío Pérez, Manuel Alvar, Juan Manuel Sánchez, Eusebio Blasco, Eduardo Taboada, Gaspar Sanz, Pedro Joaquín Soler, Juan Pío Membrado… y, claro, cómo no, para sus amigos: Ángel Guinda, Antón Castro, Fernando Sanmartín, Julio José Ordovás, Rosendo Tello, Irene Vallejo, Chusé Raúl Usón —su editor—, Luis Alegre, Pisón y los siempre presentes y nunca olvidados, Félix Romeo y Eloy Fernández Clemente.

         Las “melenécdotas” que ya definimos en su momento como anécdota más erudición, en ocasiones sazonada con mucho humor y expuesta con prosa clara, sencilla y eficaz brevedad (su capacidad de resumen y de relación de personajes es ejemplar, en este sentido resulta ejemplar “El duque de T’Serclaes”), la encontramos en “Juan Benet y Calanda”, “Edgar Neville, alcalde de Salou”, “Las memorias de Benito Rabal” o la más dramática de “Las memorias de María Asquerino”.

         Melero busca y rebusca, se esfuerza con loable tenacidad por encontrar mujeres extraviadas en la historia de la literatura y las encuentra con cuentagotas —no es tarea fácil—, pero las encuentra, como la uruguaya Blanca Luz, la feminista alcañizana Concepción Gimeno de Flaquer, la fotógrafa y escritora Teresa Chiltón, la periodista Josefina Carabías y la escritora oculta tras el nombre de su marido, Gregorio Martínez Sierra, María de la O Lejárraga. Con homenaje incluido a todas aquellas “mujeres académicas” cuya memoria rescató la profesora Concha Lomba en su discurso de ingreso de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis.

         Melero podría pasar por ser un raro de los suyos y en muchas ocasiones se convierte en el protagonista de sus aventuras librescas y nos permite acompañarlo en su azarosa e incansable búsqueda de libros, si pueden ser dedicados por sus autores mejor, como es el caso de “Una mañana en el rastro”, en la que encuentra Nuevas canciones, de Antonio Machado o esa Historia de Aragón, de su admirado Braulio Foz, cuya graciosa búsqueda y encuentro describe de modo paródico al convertirse en un Indiana Jones de pacotilla de “aventuras indecorosas” entre traperos.

                 

         Melero es un gran lector, no cabe duda, su universo literario está poblado de libreros, editores, revistas literarias, diarios, bibliófilos, etc., y la lectura es su modo de vida, obvio, pero su convivencia con los libros va más allá, su actitud es la de un cómplice necesario y esencial para que una obra se complemente y tenga auténtica existencia, no solo para sus ojos, sino para los de todos aquellos lectores que entienden esta pasión como un arma para luchar contra la soledad, la rutina y lo prosaico o simplemente para, como él mismo afirma, “vivir la vida de los otros sin salir de casa.”

         Bibliotecas y extravíos es pues un nuevo capítulo de esas memorias de lecturas apasionantes, curiosas y eruditas de un mitómano, fetichista (en este sentido resulta tan genial como divertido su doloroso recuerdo y descripción de un innominado libro en “Lo que pudo haber sido y no fue”) y lector arrebatado que goza compartiendo con generosa y gozosa sabiduría, desparpajo y alegría, humor y buen gusto, sus aventuras bibliófilas, un libro sobre libros que no debería faltar en la biblioteca personal de aquellos lectores amantes de la Literatura, la de los grandes nombres y la de los olvidados. A esta nueva entrega bien podría aplicarse lo que él mismo dice del ensayo de Yolanda Morató, Libres y libreras. Mujeres del libro en Londres: “Ese libro apasionante les hará pasar unas horas deliciosas, esas que tantas veces nos ofrecen los libros alejados del canon y las promociones editoriales”. Les aseguro que no les defraudará.

 

 

José Luis Melero, Bibliotecas y extravíos, Zaragoza, Xordica, 2024.

 

lunes, 30 de junio de 2025

 

LA REALIDAD Y SU FINGIMIENTO



 

         La humanidad necesita de las historias para enriquecer su percepción de la realidad y su abanico de posibilidades, no quedando limitada y atrapada en lo que juzgamos como real por consabido. De hecho, con frecuencia, la literatura, el cine, la pintura, las artes en general, contribuyen a crear realidades más reales que la realidad en teoría real. ¿Qué es más real, la ciudad de Nueva York o su imagen cinematográfica? Con esta pregunta, entre otras, se presenta en sociedad Marta Pérez-Carbonell con su primera novela, Nada más ilusorio que, haciendo honor a su título, se ha traducido y vendido en ocho países antes de su publicación (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Portugal, Rumanía y Países Bajos), tal es el grado de confianza de las editoriales en el debut literario de esta doctora en Estudios Hispánicos de la Universidad de Londres y profesora de literatura española contemporánea en Colgate University de Nueva York.

         En un viaje en tren de Londres a Edimburgo, Alicia, la narradora y, con permiso de la propia literatura, protagonista de la historia, coincide en su vagón con dos desconocidos, Terence Milton —Terry—, profesor universitario, y su pupilo Mick Boulder —Bou—. Entablan conversación y comparten historias personales hasta llegar a intimar: el profesor le confiesa que se encuentra envuelto en un escándalo por la publicación de una novela, Rocco, cuya trama contiene claves sobre personas reales, en especial relativas a Hans Haig, un joven que parece haber sido víctima de su curiosidad de escritor. Por su parte, ella les cuenta la desagradable peripecia vivida recientemente en una isla remota.

         Estructurada en distintos niveles de realidad, nos encontramos con varias narraciones en forma de cajas chinas o matrioscas: el libro que tiene el lector entre sus manos, obra de Marta Pérez (Nada más ilusorio); la polémica novela de Terence (Rocco), que a su vez desencadena el relato y la reflexión de Alicia sobre su propia experiencia personal de abandono en la isla de Socotra.

         La metaliteratura, casi un género en sí misma, presenta a los protagonistas como escritores o hace que la historia verse sobre el proceso de escritura de una novela. De alguna manera, Nada más ilusorio contiene ambos aspectos y en su caso, uno de los personajes, Bou, explicita el tema de la novela con una cita literal del ensayo de Ricardo Piglia, El último lector: “No hay, a la vez, nada más real ni nada más ilusorio que el acto de leer”. A lo que la narradora apostilla confesando las múltiples influencias que gravitan sobre ella y la narración: “Piglia… Qué extrañeza y desolación pensar en él, en Marías, en Kundera, en Didion, en los autores con los que he crecido y que han fallecido mientras yo aún vivo y navego por los libros y sus mentes”. O cuando aparecen personajes con nombres tan evocadores como Arturo Belando, casi textualmente el seudónimo de Arturo Belano, utilizado de manera recurrente por Bolaño en sus relatos y novelas. La lista de lecturas e influjos sería numerosa: Vila-Matas, Juan José Millás, Borges, Cercas, Calvino… Y, sobre todos ellos, el eterno Cervantes y su Cide Hamete Benengueli.

         Junto al mencionado tema gravitan otros varios: la responsabilidad del escritor y los límites de su ética; la visión de la realidad en las relaciones afectivas y en las de poder; el valor de los silencios en la comunicación y la escritura (la narradora confiesa en un momento determinado: “Toda historia esconde siempre más información de la que revela”. Porque como defendía Javier Marías y se afirma en la novela:”contar siempre es callar”. Mientras que Terry, recurriendo de nuevo a una lectura, profundiza en esa reflexión: “—¿Conocéis a la poeta Alda Merini? ‘Me gusta quien elige con cuidado las palabras que no dice’, escribió. Hans era un joven lleno de silencios cuidados que, por algún motivo, yo siempre escuché muy alto…”); los indefinidos y sutiles límites entre lo real y lo inventado, la vigilia y el sueño, la culpa y la responsabilidad… En suma, estamos ante una especie de thriller metaliterario que ficciona y explora sobre la ética y los límites de la escritura de una manera reflexiva, pero eficaz y entretenida, un juego de espejos que engancha al lector y lo sumerge en una trama con interés creciente.

         Marta Pérez Carbonell defiende una relación osmótica entre realidad y ficción, hasta el punto de que su propia voz se confunde en muchos momentos con la de su narradora. Nada más ilusorio es una oda a la intertextualidad y la metaficción, una indagación sobre los misterios del relato y sobre los poderes de la narración y la palabra que llevan a su autora a colocarse al otro lado del espejo, una novela donde hay más dudas que certezas, más incertidumbres que verdades absolutas, porque como afirma la protagonista: “Todas las versiones de una historia conviven como los colores de un cubo de Rubik”. Al fin y al cabo, “ningún relato está nunca completo”, siempre faltan versiones. Por eso, la historia puede tener más de un final, hasta tres incluso, o puede que más, si nosotros aportamos el nuestro.

          

Marta Pérez Carbonell, Nada más ilusorio, Barcelona, Lumen, 2024.