CASABLANCA

CASABLANCA
FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 3 de noviembre de 2025

 

LA BELLEZA DE LO ESQUIVO: PERIFERIAS DEL ALMA EN ANTÓN CASTRO


           


Hay libros que no se leen: se habitan. Libros que no avanzan en línea recta, sino que se despliegan como una madeja, con hilos que van y vienen, que tiran de uno hacia adentro, hacia esa zona imprecisa donde el alma se confunde con la memoria y el deseo. Periferias del deseo (Pregunta,  2025), es uno de esos libros. Escrito por Antón Castro (gallego de nacimiento, aragonés por elección, sin renunciar a su tierra ni al universo, reciente Premio de las Letras Aragonesas), este volumen de 64 relatos breves no solo confirma su maestría narrativa: la eleva. Porque en estas páginas palpita todo lo que Castro es y ha sido; todo lo que ha amado y perdido; todo lo que ha visto, oído, sentido, imaginado.

            Castro no escribe para contarnos una historia. Escribe para hacernos escuchar una voz. La suya. Que es, también, la de sus personajes. Porque en Periferias del deseo, como en toda su obra, hay un autor que mira, y escucha, pero también que se deja atravesar por lo que cuenta. Y eso se nota. Se nota en la construcción de los personajes, en los paisajes que recorren, en la forma —delicada, sugerente, poética— en que el lenguaje se amolda al latido de cada escena.

            Dividido en cinco secciones —“Extravíos”, “A mi alrededor, Garrapinillos”, “Antología de instantes”, “Cómo me gustan las mujeres” y “Pasión a la intemperie”—, el libro orbita en torno a un núcleo incandescente que se anticipa en el título: el deseo. Pero no un deseo limitado al cuerpo o al anhelo romántico, sino un deseo total: deseo del alma, de la memoria, del tiempo perdido. Un deseo que se manifiesta como fuerza vital, como impulso poético, como herida, como sombra, como luz.

            Y es que Periferias del deseo está lleno de fantasmas. Fantasmas que a veces son personas, a veces paisajes, a veces canciones, a veces apenas un gesto. Los grandes temas universales —en especial el amor en sus diferentes ramificaciones, incluido, por supuesto, el sexo y el desamor— aparecen una y otra vez, pero nunca de forma grandilocuente. Todo sucede en lo cotidiano, y precisamente por eso conmueve y sorprende: porque uno puede reconocerse en esos personajes que de pronto, sin esperarlo, se ven turbados por un instante que lo cambia todo. Un instante que rasga la rutina y deja entrar otra cosa. A veces, la belleza. A veces, el espanto.

            Castro, como los grandes cuentistas, es un maestro del doble fondo, de la teoría del iceberg: lo que parece anecdótico o trivial acaba revelando una verdad profunda; lo que no se cuenta y permanece bajo la superficie es más grande que lo que se narra. Así ocurre, por ejemplo, en Un instante en la Alhambra o en Una aventura peligrosa, relatos donde lo inesperado transforma el relato entero, lo resignifica. Y lo hace sin aspavientos, con esa cadencia serena de quien sabe que, en literatura, menos es más, y en el cuento mucho más.

            A partir de la sección “Antología de instantes”, el estilo de Castro se afina todavía más. Lo que ya era lirismo se convierte casi en música. Microcuentos de una página o dos, donde basta una imagen, un recuerdo, una canción para condensar el mundo. Son relatos que tienen mucho de pinceladas impresionistas: capturan un instante, una luz, una emoción. Una mujer mira una vieja foto de sus padres y evoca una caricia suspendida. Otra, escucha “Anduriña” y vuelve, décadas después, a un verano adolescente. Nada más, pero también nada menos.

            Las mujeres son protagonistas casi absolutas del libro. Ekaterina, Clara, Rosa/Rosi/Rosalía —que da título a un relato— … Cada una encarna un rostro distinto del deseo, de la pérdida, de la ternura. Son personajes intensos, desconcertantes, llenos de alma. Castro las escribe con una calidez que no es sentimentalismo, sino respeto. Con una prosa visual, sensorial, que parece acariciar tanto la piel como el alma. Hay en su escritura una riqueza metafórica y una carga emocional que convierte la ficción en verdad, y lo fantástico en algo más real que la realidad.

            Todo el libro funciona como un mosaico emocional y geográfico. Galicia y Aragón dialogan de tú a tú, se entrelazan. Arteixo y A Coruña conviven con Garrapinillos, ese territorio emocional que Castro ha convertido ya en leyenda literaria como ya lo hiciera y sigue haciendo con Teruel. Siempre Teruel. Sus pueblos en general y el Maestrazgo en particular, sus paisajes y paisanajes. Así, aparecen con naturalidad en relatos que son también homenajes: Albalate del Arzobispo, La Iglesuela del Cid, Muniesa, Calaceite, Ejulve... O personalidades como Gonzalo Borrás, Antón García Abril, etc.

            Castro llegó a esta tierra por amor —literalmente— y, aunque no se quedó, su huella pervive en su obra —Los pasajeros del estío, El testamento de Patricio Julve...— y se mantiene viva. Como hemos anticipado, en varios de los relatos de Periferias del deseo, pero de forma muy especial en el titulado con intención explícita: El enamorado de Teruel. En él, el fotógrafo Patricio Julve regresa como un entrañable fantasma para rendir homenaje a la ciudad, a su patrimonio, a su historia (“sentía una gran predilección por Teruel. Hizo fotos del mudéjar y de los edificios modernistas, y sintió veneración por el mausoleo de los Amantes y por la historia de Diego e Isabel...”) y también a sus fotógrafos. En su desenlace, menciona a figuras como Antonio García, Diego Estopiñán, Lori Needleman, y concluye con la frase, toda una declaración de intenciones: “Seguro que le encantaría sumarse a la gran fiesta del amor en Teruel, las Bodas de Isabel”. Confesión que, por sí sola, merecería al menos un reconocimiento oficial. ¿Qué menos que un pregón?          

            También están presentes otras constantes temáticas de su narrativa: la fotografía, el arte, la literatura… Y sus características estilísticas como el humor —sí, algunos cuentos son desternillantes: El fantasma de Roberto Trompeta Sonora o El taxista de Manuel Vázquez Montalbán, entre otros—, la erudición —nunca pedante, por ejemplo, Un cuento ruso, que es un ameno ensayo condensado sobre la literatura rusa—, o el lirismo de su prosa, atraviesan el libro de principio a fin.

            Y, por supuesto, no puede pasarse por alto la presencia entrañable de una multitud de amigos, amigas y familiares del autor que pueblan estas páginas. Mencionarlos a todos sería una osadía —inevitablemente quedarían nombres fuera—, pero su huella es innegable. Cada cuento es, en el fondo, un homenaje sentido a uno o a varios de ellos, una forma de agradecimiento y de afecto profundo. Antón escribe desde el cariño y, entre otros motivos, movido por el deseo de ser querido, pero también por algo aún más hondo: el anhelo de perpetuar la memoria de quienes le rodean, de otorgarles, a través de las palabras, la única inmortalidad verdadera que conoce y practica con maestría, la de la buena literatura.

            Periferias del deseo no es solo un libro de cuentos. Es una forma de mirar. Un arte de contar desde la esquina, desde la grieta, desde lo invisible. Lo que no se ve pero se intuye. Lo que no se dice pero duele. Lo que no se nombra pero late en su interior. Es un canto a la vida desde sus márgenes. Una celebración de lo esquivo, de lo fugaz, de eso que no sabemos que tenemos hasta que lo perdemos.

            Antón Castro escribe como quien escucha —su escritura proviene de la oralidad—. Con atención, con devoción. Con esa mezcla de sensibilidad gallega y sobriedad aragonesa que lo convierte en un narrador único. Capaz de emocionar con una sola frase, de evocar una vida entera con una imagen, de condensar una pasión en un gesto. Su prosa es precisa y luminosa, como un acorde bien afinado. Hay que leerlo despacio, con los sentidos despiertos.

            Periferias del deseo deja huella. Como un perfume. Como una vieja canción que, de pronto, vuelve a sonar. Y entonces uno recuerda quién fue, quién quiso ser, quién no se atrevió a ser… Y, por un momento, comprende. Y agradece.

 

viernes, 24 de octubre de 2025

 

EL AMOR MARIPOSA EN TERUEL




 

         Mariposa de luz es un emotivo poemario del bardo por excelencia de la ciudad de Teruel, Jesús Cuesta, en el que rinde homenaje a los lazos que nos sostienen desde la cuna, un canto de amor a la familia —esposa, hijos, nietos— y a la ciudad, a su paisaje y su paisanaje. Sin olvidar la poesía de compromiso social, de tan amable como contundente crítica cuando es menester, pero siempre con un atisbo de esperanza.

         A través de versos delicadamente construidos, nuestro rapsoda explora las múltiples formas del amor familiar con una sensibilidad y una sinceridad que conmueve y reconforta. Sus poemas, sencillos en su expresión, se sienten como una fotografía antigua: nostálgica, cálida y, sobre todo, profundamente humana.

         El libro se estructura en cuatro partes. En la primera, “Trovadoresca”, la poesía es de corte intimista y sus versos se los dedica a aquellos que son importantes en su vida. Comienza con un hermoso soneto clásico, “Mariposa de luz”, dedicado a su esposa, motivo central del poemario, con la que establece una complicidad evidente al incluir una pintura suya en la portada ilustrativa de esta poesía, que le da título, lo abre y lo cierra circularmente al repetirla en contraportada, logrando de esta forma que dos partes, la de él y la de ella, sean una: eso es el amor.

         En este ramillete de poemas, Jesús es el marido amante que extraña, anhela y desea a su amada, pero es también el padre preocupado por su hija; el turolense que ama y le duele su ciudad; el hombre que siente el paso del tiempo y celebra la vida con alegría; el amigo de sus amigos que recuerda a los que ya no están.

         La exploración lírica de los afectos familiares continúa de una forma más jovial, en ocasiones también jocosa, en la segunda parte explícitamente titulada, “A mis nietos”, cuando, convertido en abuelo, dedica a modo de bienvenida al mundo, de bautismo artístico, un poema a cada uno de sus cinco nietos. Son versos de arte menor y libres, juguetones, inquietos e inocentes.

         En la tercera, “Medievales amoríos”, dos sonetos y un monólogo poético dedicado a Diego, su poesía rinde homenaje a los Amantes, emblema de la ciudad de Teruel y ejemplo de amor universal.

         En la última, “Canción protesta”, reúne poemas de crítica política y social, en los que evidencia las causas de la despoblación y denuncia la falta de infraestructuras de la provincia. Manifiesta también su solidaridad con los que sufren hambre y guerras, su deseo de un mundo en paz, mejor y más justo para todos.

         Desde un punto de vista estilístico, privilegia un lenguaje claro, accesible y de gran carga sensorial, alejándose de la opacidad de ciertas tendencias contemporáneas. La musicalidad del verso libre domina, sin renunciar a algunas composiciones clásicas como el soneto o el romance, recurre a imágenes domésticas, al uso de metáforas y símbolos relacionados con la naturaleza, configurando así un paisaje próximo y real que sostiene la unidad temática de la obra: el amor en sus diferentes manifestaciones.

         La oralidad, el humor y la auto ironía son otras constantes de su escritura, en un intento de quitarle trascendencia y poner en cuestión su propia importancia, acercándola al lector junto al que pretende reír y festejar la vida.       

         Especial atención merece el tratamiento del tiempo en el poemario. Mariposa de luz es el primer libro del autor en sus 75 años de vida, es por tanto su propio testamento vital, su particular “Confieso que he vivido”, y presenta una cuidada selección de poemas escritos a lo largo de toda una vida en los que se articulan las estaciones del amor y la memoria familiar no como archivos estáticos, sino como un flujo vivo que atraviesa generaciones, haciendo uso de analepsis poéticas que permiten al lector desplazarse entre los distintos momentos amorosos vividos por el poeta y de su misma vida familiar sin perder la coherencia emocional, presentándolos como un tejido vivo que se renueva en cada acto de recordación y de afecto.

         En Mariposa de luz, Jesús Cuesta construye un corpus lírico que aborda con notable sensibilidad y rigor estético la experiencia del amor en general a la humanidad y, en particular, a la familia, los amigos, su provincia y su ciudad. Jesús nos regala con sus versos su sentir vital, su forma de entender la vida, nos entrega su persona, su carne hecha palabra.



 

miércoles, 22 de octubre de 2025

 


TRAS UNA CORTINA DE SACO


           

Naturaleza de Madre, ed. Amazon.


Juan Sancho Alcántara nació el año en que prendió la Guerra Civil. Como si el destino hubiese querido marcar su vida desde el primer aliento, vino al mundo en un tiempo en que España se desgarraba entre trincheras, ideologías y odios enquistados. No fue solo una infancia marcada por la pobreza y la falta de oportunidades, sino por el miedo, la incertidumbre y el dolor de una nación que se desangraba.

            A las particularidades de la época hubo que sumar la tragedia brutal que enfrentó a familias enteras, dividiendo a padres e hijos, a hermanos que, sin entender muy bien cómo, acababan apuntándose con un fusil desde lados opuestos de la contienda. En los pueblos pequeños, donde todos se conocían, la guerra no era solo una cuestión de frentes y ejércitos, sino de heridas que se abrían en las casas, en las calles, en las mesas donde antes se compartía el pan y el vino.

            Así creció Juan, tras una cortina de saco y en silencio; en un país que, incluso cuando cesaron las balas, siguió temblando con las cicatrices del odio y el resentimiento. Los que sobrevivieron a la guerra tuvieron que enfrentarse a otro enemigo silencioso: la reconstrucción, la miseria y la resignación impuesta por los vencedores. Pero su historia no es solo la historia de una España rota, es también la de aquellos que, nacidos en la adversidad, buscaron un camino para salir adelante, sin renunciar a sus raíces, sin olvidar de dónde venían.

            Mientras tantos partían en busca de oportunidades, Juan se enfrentó a su propio destino, marcado por la humildad de su origen y las limitaciones de un entorno donde las aspiraciones parecían tener techo. Pero la vida, caprichosa y terca, no siempre sigue un guion predecible. Hay quienes, a pesar de todo, encuentran su manera de desafiar a los hados, de escribir su propia historia, que no es la de un privilegiado ni la de un héroe legendario, es la de un hombre corriente con el problema añadido de una discapacidad, de un silencio ¿físico o mental?, ¿propio o impuesto?, eso el lector deberá decidirlo. No nació en una cuna dorada ni tuvo un rumbo allanado por influencias o fortunas. Su vida trascurría en un pequeño pueblo del interior del país, en un tiempo en el que el campo se vaciaba y las ciudades crecían sin cesar.

            Siguiendo su día a día, Emilio Bolos nos retrotrae con su escritura a esa España de posguerra marcada por la tradición (los bailes y juegos populares; los toros en plazas de carros; el ritual del matacerdo, etc.), regida por una sociedad patriarcal, costumbrista, rural y pobre. Un mundo donde los roles estaban definidos sin discusión, donde los hombres llevaban el peso del sustento y las mujeres, el de la casa y los hijos. Un mundo en el que las costumbres eran leyes no escritas, donde el qué dirán tenía más peso que los deseos individuales y donde los caminos parecían trazados de antemano, sin margen para la elección.

            La tierra lo era todo. Quien la poseía, tenía un futuro; quien no, debía ganárselo con sudor o, en el mejor de los casos, partir a la ciudad en busca de un destino incierto. La vida transcurría entre el trabajo en el campo, las reuniones en la plaza y las conversaciones en voz baja sobre los que desafiaban las normas establecidas. Porque, en aquella España, romper con lo impuesto no solo era difícil, sino que podía condenar a alguien al aislamiento o a la desaprobación eterna de su comunidad.

            Pero Juan no era un hombre que aceptara su destino sin cuestionarlo. Atrapado entre la lealtad a sus raíces y el deseo de algo más, su vida fue una constante lucha entre la tradición y la voluntad de abrirse camino por sí mismo. Aprendió a moverse en un entorno en el que la pobreza no era solo material, sino también de oportunidades, donde los sueños solían quedarse encerrados entre las paredes de casas humildes, de mortecinas luces, sin agua corriente ni alcantarillado y campos agotados por el tiempo.

            Este libro es el relato de una vida forjada en la dureza de un ámbito que no siempre daba opciones, pero también es una historia de resistencia, de amor y de determinación. Porque, incluso en los rincones más cerrados y en los tiempos más difíciles, siempre hay quienes se atreven a mirar más allá del horizonte que les han impuesto.

            Juan Sancho Alcántara no solo fue un hombre de su tiempo, marcado por la guerra y la lucha por la supervivencia. Fue, ante todo, un hombre que amó. Porque en el amor, en todas sus formas, encontró la verdadera razón para seguir adelante.

            El amor de hijo, ese que nace de la ternura y la gratitud, lo sostuvo en su infancia, cuando las carencias materiales y la ausencia del padre se suplían con el calor de una madre.

            El amor a la familia, un pilar inquebrantable que le enseñó que el hogar no es solo un techo, sino los lazos que unen a quienes comparten la misma sangre y las mismas cicatrices. Fue ese amor el que lo hizo volver la vista atrás, incluso cuando el futuro parecía llamarlo con insistencia.

            El amor primero, dulce e inexperto, con la fuerza de lo nuevo y la fragilidad de lo efímero. Y después, el amor maduro, forjado en la paciencia y la comprensión, en las heridas que el tiempo inflige y en la certeza de que amar no es solo sentir, sino también elegir.

            El amor al amigo, ese que se convierte en hermano sin necesidad de lazos de sangre, que se construye en la lealtad y en las risas compartidas, pero también en la mano tendida en los momentos más oscuros.

            El amor al rival, que lejos de destruir, impulsa a superarse, a medir la propia fuerza, a encontrar en la competencia no una batalla, sino un desafío que nos hace más grandes.

            Y, por supuesto, el amor propio, ese que cuesta tanto conquistar. Porque solo quien aprende a quererse a sí mismo es capaz de sostenerse en pie cuando todo a su alrededor se desmorona.

            No existe en el orbe mayor energía que la que proporciona este sentimiento. Sobre él cabalga Juan, con firmeza y valentía. Porque, en última instancia, más allá de la guerra, la pobreza, los sacrificios y los triunfos, lo que define la vida de un hombre es cuánto ha amado y cuánto ha sido capaz de entregarse a los demás.

            Emilio Bolos nos presenta en su novela el testimonio de un tiempo y un lugar, de una vida marcada por la época que le tocó vivir, pero sobre todo, es la historia de una persona —que no personaje— que, sin tenerlo todo a favor, decidió no conformarse. Un testimonio de lucha, supervivencia y esperanza. Porque, incluso en los tiempos más oscuros, hay quienes encuentran la forma de seguir adelante. Su vida es reflejo de muchas otras, tal vez incluso de las nuestras o de la de aquellos que alguna vez se vieron atrapados entre la nostalgia de lo que dejaron atrás y la incertidumbre de un futuro incierto. Juan Sancho Alcántara no fue el único que creció en un país donde la pobreza y la tradición marcaban el destino de cada hombre y cada mujer. No fue el único que sintió el peso de los días repetidos, de las exigencias impuestas, de las renuncias que parecían inevitables, de los abusos caciquiles...

            Bienvenidos a su historia, seguramente en muchos aspectos se sentirán identificados, pasen y lean: disfrútenla o súfranla.

lunes, 6 de octubre de 2025

 

LAS HISTORIAS DE LA HISTORIA: UN VIAJE LITERARIO POR LA MEMORIA ESPAÑOLA




Ramón Acín, doctor en Filología, catedrático con una extensa trayectoria en crítica literaria y ensayos, figura indispensable de nuestra literatura más lúcida y comprometida, regresa con Las historias de la Historia (Viajes de papel), publicado por Prensas de la Universidad de Zaragoza. Un libro singular, inasible en su género, que cabalga entre el ensayo, el relato confesional y la crónica cultural. Con la complicidad de quien ha vivido con pasión sus lecturas, Acín nos invita a recorrer un mapa sentimental y crítico de la historia reciente de España a través de las novelas que ha leído, releído y pensado. Porque sí: leer, como vivir, es un viaje.

         Este libro no es un ensayo histórico al uso. Es una invitación a explorar la historia a través de la literatura, un mosaico de voces y tiempos que da vida a la memoria colectiva mediante la palabra escrita. A lo largo de más de 300 páginas, Acín traza un recorrido profundo y poliédrico desde el convulso siglo XIX hasta la España contemporánea, entretejiendo historia oficial con experiencia literaria y personal.

         Así, el lector encontrará reflexiones que parten de la poesía de Miguel Hernández para comprender el drama humano de la Guerra Civil, o que se apoyan en la narrativa de Carmen Martín Gaite para adentrarse en las complejidades emocionales y sociales del franquismo. Estos y otros autores —devorados con pasión por Acín— son las lentes con las que propone leer y sentir nuestro pasado. Porque Las historias de la Historia no solo es un libro sobre historia y literatura; es también un autorretrato del lector que escribe, una confesión sincera donde se vislumbra la íntima relación entre conocimiento, memoria e identidad cultural.

         El libro se estructura en una serie de ensayos breves y reflexiones fragmentadas que pueden leerse como piezas autónomas. Esta disposición no fragmenta el sentido, sino que enriquece la experiencia lectora: permite saltar de tema en tema como quien hojea un álbum de recuerdos, descubriendo distintos ángulos de un mismo paisaje. Cada capítulo es un “viaje de papel”, en el que la literatura y la historia se entrelazan para mostrar cómo las letras han sido testigos y agentes de los procesos sociales y culturales que han moldeado España.

         Acín subraya esta conexión en una frase que atraviesa toda la obra: “Leer la historia a través de la literatura no es solo un ejercicio académico; es un modo de revivir el pasado, de sentirlo con los sentidos del alma. En cada texto, hay una memoria viva que reclama ser escuchada más allá de los datos y las fechas.”

         Hay en estas páginas muchas confesiones, sinceras y directas, en las que Acín se muestra no solo como lector y crítico, sino como ciudadano. Su percepción de España se revela a través de las novelas leídas: historias que nos muestran cómo hemos sido, cómo nos vemos y cómo hemos cambiado. La memoria, el viaje, la relectura y la imaginación se convierten en las herramientas principales para tender puentes entre el pasado y el presente, sin caer en simplificaciones ni eslóganes. Porque, como bien dice, sin conocer el pasado —con su dolor y alegría— no es posible ser verdaderamente ciudadanos.

         Hay capítulos que destacan por su implicación personal, como el dedicado a la Guerra Civil parcelada por autonomías, o el que revisa con mirada crítica la Transición española, alejándose del relato idealizado que durante décadas se impuso. Otros, como los que abordan la corrupción y las incertidumbres del último tercio del siglo XX, interpelan especialmente al lector joven o desencantado. En todos ellos, se aprecia una profunda apuesta por la relectura como acto ético y político, como modo de resistir frente a la ignorancia, la manipulación o la banalización.

         Tampoco faltan ecos literarios y filosóficos que enriquecen el discurso: citas de pensadores y escritores que acompañan la reflexión, la apuntalan o la matizan, recordándonos que las letras no solo explican el mundo, sino que lo sostienen. Walter Benjamin, José Saramago o Paul Auster aparecen en estas páginas como aliados de un pensamiento que se niega a rendirse a la amnesia colectiva. Porque sí: somos memoria. Y la imaginación, nos dice Acín, es necesaria para mirar de frente la dureza de esa memoria sin dejarnos arrastrar por el odio o el cainismo que han marcado buena parte de nuestra historia.

         Las historias de la Historia está dirigida a lectores interesados en la literatura y en la historia cultural, en una visión más humana y plural del pasado. No busca una cronología académica ni una verdad definitiva. Es un libro que se abre como una conversación, con sus pausas, sus desvíos y sus momentos de emoción. Para quienes no conozcan aún a fondo la literatura española contemporánea, puede ser un excelente punto de partida. Para quienes ya la habitan, una forma distinta de volver a ella, de releerla con otros ojos y otra conciencia.

         En definitiva, Ramón Acín nos regala un viaje apasionante donde la historia deja de ser una sucesión de fechas para convertirse en una experiencia viva, narrada con sensibilidad, rigor y hondura emocional. Este libro es una invitación abierta a recorrer ese territorio compartido donde la memoria y la literatura construyen, capítulo a capítulo, la historia de España. Un viaje de papel con destino a lo más hondo de lo humano.


Reseña publicada en el Diario de Teruel




Ramón Acín, Las historias de la Historia (Viajes de papel), Zaragoza, Prensas Universitarias, 2025.

 

miércoles, 24 de septiembre de 2025

 

CARTOGRAFÍA DEL ALMA INTERIOR


           


    En tiempos de mapas saturados de velocidad, tecnología y ruido, la literatura aún puede ofrecernos una brújula que señala hacia dentro. Relatos de la Celtiberia, del escritor y profesor Javier Hernández —bajo el seudónimo literario de Hernán Ruiz—, es justamente eso: un viaje íntimo al corazón de un territorio olvidado, pero no extinguido. Una obra que pone palabras a lo que parecía perdido, y que convierte la memoria rural en materia literaria viva.

            Publicado por Prames, no es casual que Relatos de la Celtiberia haya sido finalista del XXII Premio de la Crítica de Castilla y León. Su originalidad radica no solo en el tema que aborda, sino en la forma en que lo hace: con respeto, belleza y profundidad. Críticos y lectores coinciden en destacar la capacidad del autor para combinar documentación histórica, autoficción y evocación poética sin perder la coherencia narrativa ni la fuerza emocional.

             Este libro se aleja de lo puramente documental, para proponer una experiencia sensorial y poética del paisaje interior español, con Soria como epicentro (comarcas de Pinares y el Valle, Vicarías, sierra del Almuerzo y las Tierras Altas), sin olvidar las otras siete provincias que la integran (Teruel, Zaragoza, Cuenca, Burgos, Guadalajara, La Rioja y Zaragoza), sus gentes y sus paisajes. Conformado por veinticuatro relatos, agrupados en tres secciones —“Ecos”, “Fugas” y “Paraísos”—, el volumen explora la compleja realidad de la Celtiberia, esa vasta región “solar de celtas, mudéjares, mujeres y hombres de una frontera difícil, donde arraigó la libertad en tiempos de los celtíberos y se proyectó excepcionalmente durante un medievo de fueros y concejos.

            Este territorio tan literario como real, convertido en arquetípico, lo pueblan personajes reales, Avelino Hernández y el Cid, entre otros, e imaginarios, presentes y pasados. Pero más allá de la estructura narrativa, lo que otorga unidad y potencia a  este mosaico narrativo es el estilo de su autor: una prosa lírica, contenida, precisa, cargada de imágenes que apelan a los sentidos y al pensamiento, con una gran riqueza sensorial y simbólica. Hay en Ruiz una cadencia que recuerda la tradición de los poetas de la tierra, aquellos bardos que recorrían y cantaban por y al territorio o los mismos cantares de gesta, pero con una mirada contemporánea y universal. Sus paisajes no son postales, son presencias: la niebla, los campos, las campanas o el silencio del abandono no funcionan como meros escenarios, sino como personajes en sí mismos. Esta cadencia poética convierte la lectura en un ejercicio de contemplación, donde cada página es una invitación a detenerse y sentir.

            Los grandes temas que atraviesan la obra —la memoria, la búsqueda del paraíso perdido y de las propias raíces; la despoblación; la identidad cultural; la relación con el territorio— se abordan desde una perspectiva respetuosa, sin idealizaciones ni dramatismos; en ocasiones con gran sentido del humor y siempre con esperanza, nada de derrotas. Hernán Ruiz no escribe desde la nostalgia vacía, sino desde el compromiso emocional y literario con una tierra que aún tiene mucho que decir. La Celtiberia, más que un lugar, se convierte en símbolo de resistencia y de pertenencia, de historia viva y de humanidad persistente.

            Relatos de la Celtiberia no solo ofrece una alternativa al relato dominante del progreso urbano, sino que se presenta como una apuesta estética por la lentitud, la escucha y la raíz. Su valor reside en su capacidad para convertir lo invisible en esencial, lo olvidado en literario, lo local en universal.

            Para quienes buscan una escritura que respire el aire del interior —geográfico, cultural y emocional—, este libro es una lectura imprescindible. Porque en sus páginas, Hernán Ruiz no solo recupera una voz, sino que también devuelve el pulso a una tierra que, aunque callada, sigue hablándonos. Su lectura es imprescindible para quienes buscan una literatura que no solo entretenga, sino que ilumine. Hernán Ruiz nos recuerda que incluso en los territorios más silenciosos hay historias que merecen ser contadas. Y que, quizás, en ellas encontremos algo —tal vez mucho— de nosotros mismos.

            La propuesta cuenta con una interesante expansión transmedia, un QR que remite https://celtiberia.org/relatos-de-la-celtiberia-de-hernan-ruiz/, en el que se presentan/regalan más narraciones. Sin duda, merece la pena. 

          Esta reseña se publicó en el suplemento cultural A&L del Heraldo de Aragón: 



                

 

martes, 19 de agosto de 2025

 

SOÑAR CON LOS OJOS ABIERTOS



           Hay libros que no se leen, se respiran. Que no avanzan por una sucesión de acontecimientos, sino que se despliegan como una atmósfera, como una bruma lenta que nos envuelve sin darnos cuenta. Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, de Ignacio Escuín, es uno de esos libros raros que parecen escritos no desde la razón, sino desde una emoción detenida, desde ese estado intermedio en que el pensamiento se mezcla con el recuerdo y el lenguaje se convierte en eco. Esta novela —si es que puede llamarse así sin traicionar su naturaleza vaporosa, híbrida— no narra una historia en el sentido tradicional: propone un tránsito, una deriva libre por la conciencia de un narrador que se desdobla en el protagonista, porque son el mismo, observa y se duele de su fracaso, que recuerda, que duda y que ama, en una especie de meditación terapéutica sobre el paso del tiempo, los errores propios, la memoria y la fragilidad de las relaciones humanas.

            Desde las primeras páginas, el tono lo domina todo: una voz íntima, desgastada pero lírica, se instala en el lector con la naturalidad de un pensamiento susurrado. No importa tanto lo que sucede como la manera en que se recuerda, y esa es la clave poética del texto: cada imagen tiene la textura de lo vivido, pero también de lo soñado. Como en los mejores poemas de Robert Frost —y no es gratuita la comparación—, el sentido emerge más de las pausas que de las palabras. Lo no dicho pesa tanto como lo que se dice, y la tensión emocional se mantiene gracias a esa fidelidad obstinada a lo insinuado, a lo que se esconde bajo el lenguaje.

            Ignacio Escuín, poeta antes que narrador, escribe con una atención casi litúrgica a la forma, al ritmo, al poder sanador de las palabras que se organizan en frases y párrafos circulares,  que vuelven una y otra vez sobre la misma herida que no termina de cerrarse. En este sentido, Algo parecido a un sueño podría leerse también como un largo poema en prosa, una elegía íntima con forma epistolar —falsa carta dirigida a una o a varias “luciérnagas”: su verdadero amor— que se expande sin estallar, que avanza como lo hace la pena y el dolor: lentamente, en espiral, volviendo sobre los mismos temas y las mismas ausencias.

            Esta novela, generacional y de estado, como las dos anteriores con las que forma una trilogía, tiene mucho de confesional y de autoficción. No hay trama, es más bien una experiencia emocional, una escritura catártica.

            El espacio y el tiempo en la novela son también materia onírica, por momentos el sueño y la realidad se confunden. No hay anclajes claros, no hay cronologías marcadas. Todo flota. El lector se desliza por el texto como si caminara sobre hielo fino: con la sensación constante de que puede romperse en cualquier momento, y de que lo que hay debajo —el abismo del recuerdo y del vacío— es más grande que todo lo visible. Hay una ciudad, una casa, viajes, amor(es), amigos y una pasión compartida: la literatura, son los “detectives salvajes”. Describe todo un mundo literario puesto en clave poblado por escritores y políticos reales que el avezado lector disfrutará descifrando. Pero, sobre todo, hay una conciencia que se interroga a sí misma y se expone de manera descarnada. Escuín nos invita a leer como quien sueña: sin resistirse, sin buscar una dirección clara, dejándose llevar por los desvíos y pliegues de la memoria.

            El resultado es un texto honesto, desnudo, que no teme la fragilidad. Esa es quizás su mayor fuerza: la capacidad de hablar de lo que se rompe sin convertirlo en drama, de mirar la tristeza, las debilidades personales y el dolor sin caer en el sentimentalismo. Y cuando se cierra el libro, uno queda con la sensación de haber atravesado un espacio extraño pero familiar, un paisaje emocional que se parece mucho al nuestro.

            Tal vez por eso el título resulta tan preciso: lo que hemos leído no es un sueño, pero se le parece. No es una historia, pero sí es una forma de habitar la duda existencial y los fracasos.


Ignacio Escuín, Algo parecido a un sueño o un poema de Robert Frost, Zaragoza, Libros del Gato Negro, 2025.