CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

miércoles, 28 de junio de 2023

 

RAMÓN J. SENDER Y SANTA TERESA DE JESÚS



         Tras Cervantes, Galdós y Baroja, tal vez no resulte exagerado situar a Sender como el cuarto nombre de la narrativa hispana: en temas, escenarios, planteamientos, recursos estilísticos, nómina de personajes, reflexiones filosóficas, presencia del mito y de lo popular… En suma, más de cien novelas son un aval suficiente para defender con solvencia el citado puesto, no olvidemos que estuvo nominado para el Nobel, sin embargo, no lo consiguió, quizá su polémica figura contribuyó a ello: las izquierdas no le perdonaron que abjurara con energía de su anarquismo y comunismo juveniles; las derechas, por su parte, lo persiguieron por alzarse con la libertad que da la verdad humana contra la injusticia, los abusos de poder, el chantaje institucional, etc. Sender es un moralista cuya obra pone el dedo en la yaga y eso, a la postre, le llevo a ser incomprendido, postergado, perseguido y difuminado dentro del mapa literario español.
         En su obra encontramos rebeldía y denuncia, finura conceptual, equilibrio, buen gusto, empuje renovador, técnicas y planteamientos modernos sin llegar a perder el sereno equilibrio entre forma y contenido y una universalidad surgida de lo local, la misma que podemos descubrir en las plumas de Gracián o Costa, el microscopio de Ramón y Cajal y la cámara de Buñuel.
         Siguiendo con su loable propósito de recuperar la creación senderiana, la editorial Contraseña reedita la que quizá sea su obra más desconocida por olvidada, El verbo se hizo sexo (Teresa de Jesús), publicada en 1931, un nuevo logro de la tarea asumida por el Instituto de Estudios Altoaragoneses a propuesta del Centro de Estudios Ramón J. Sender. La reedición viene con un provocativo, radical y reivindicativo prólogo de la escritora Cristina Morales, con revisión y fijación del texto de Alfonso Castán. Cristina analiza la novela estableciendo una genealogía punk y queer en la que caben, por ejemplo, entre otras muchas referencias culturales y contraculturales, la santa, Manolo Kabezabolo, Ana Curra y Alaska.
La novela se estructura en 15 capítulos agrupados en cuatro partes: “Adolescencia”, “Crisis de pubertad”, “La pasión” y “Reposo y santidad”. En ellos Sender presenta algunos de los episodios más significativos de la vida de Teresa de Jesús, concediendo especial atención a su labor reformadora de la Orden del Carmelo, a sus experiencias místicas y a la vigilancia a la que la sometió el Tribunal del Santo Oficio. El empeño de Teresa llegó a buen puerto por su tenacidad, si bien se vio favorecido sin duda por su coincidencia en el tiempo con una revolución en el seno de la Iglesia católica que decidió finalmente recompensarla con la canonización, pero que muy bien pudo acabar en la hoguera.
Gran parte del interés de Sender por su figura radica precisamente en aprovechar su peripecia vital para describir el panorama social y religioso de la España del siglo XVI y criticar la connivencia entre el poder político y el eclesiástico, la conquista española de América o el castrador sistema patriarcal imperante.
Sender manifestó siempre una especial atracción por la vida de la santa, de hecho confesó que siendo niño oyó hablar en el colegio al arzobispo de Zaragoza de Constantino y de Teresa de Jesús con motivo de sus centenarios en los siguientes términos: “El odio de Constantino era vulgar, guerrero y torpe. Teresa no conoció el odio en su vida. Fue toda amor y, además, amor crudo, natural, carnal, sin melindres teológicos […]. Nunca un sexo fue más puro. Nunca como en ella se vio patente y firme la divinidad del sexo, la categoría espiritual y egregia del sexo”. Estos recuerdos escolares explican la visión que presenta de ella y anticipa en el título de la obra: El verbo se hizo sexo (Teresa de Jesús), una biografía muy peculiar escrita con refinada sensibilidad y bien documentada, pero de la que no tardó en renegar condenándola al olvido, no permitiendo siquiera su inclusión en la edición de sus Obras Completas.
 Comenzó a escribirla en Zaragoza, cuando tenía dieciséis años y estaba cursando el bachillerato en el Instituto Goya, años más tarde, al concluirla, según explicó en una carta, “se publicó el manuscrito sin verlo yo. Se lo había prestado a un amigo –yo estaba en el campo, en el verano-; se lo había prestado para que lo viera, pensando yo reescribirlo porque lo consideraba una tontería de la adolescencia, un ejercicio de instituto. Y él lo publicó pronto. Cuando me di cuenta ya estaba en las librerías”. Sin embargo, resulta extraño o cuando menos curioso que el libro tuviera una segunda edición al año siguiente con un único cambio respecto de la anterior: la ilustración de la cubierta, que en este caso era una portada cubista de una abstracta santa Teresa de cabeza inclinada y carnosa boca negra.
No obstante, el interés por el personaje persistió en el tiempo y le dedicó sus Tres novelas teresianas (1967), demostrándose una vez más su sentido de obra en marcha, esa característica de su narrativa de revisar constantemente sus textos, con continuas modificaciones, refundiciones, agrupaciones y cambios de título, un continuo intento de superación que le llevó a integrar en la primera de aquellas, compuesta por tres relatos -“La puerta grande”, “La princesa bisoja” y “En la misa de fray Hernando”- gran parte del material presente en El verbo se hizo sexo.
La novela comienza en un prostíbulo con un enfrentamiento entre los dos hermanos de Teresa, Rodrigo y Pedro, por el amor de una morisca. Asiste a la escena final y desde ese mismo momento vivirá con tanta atención como incomprensión otras muchas pasiones terrenales, tanto ajenas -la de su amiga Irene por Rodrigo; la del pecador sacerdote, padre de ocho hijos ilegítimos; la de su hermano Pedro por la citada morisca- como propias, en las que su desinterés por el amor físico se observa en su relación con don Diego y con Andrea, la novicia “más bella y de mejor humor”. En ambos casos la mundana turbación del sexo se transforma en su necesidad interior de estar más cerca de Dios.
Sender se siente atraído por la especial sensibilidad de Teresa, le interesa sobremanera su absoluta ignorancia de la carne como deseo, como materialidad que convive con un anhelo de trascendencia, pero nos la muestra en continua duda: “¿Dónde está el alma?¿Dónde está Dios? ¿Dónde?” Las preguntas se suceden, la inquietud crece, la duda aumenta: ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios? ¿En el amor de los demás? No había amor…”
 Sus habilidades narrativas son muchas, destacaremos en especial el recurso de la elipsis junto con el cambio del punto de vista: cómo pasa de un narrador objetivo consciente de la “leyenda” de la santa a asumir su voz y adentrarse en su conciencia, tratando en todo momento con especial delicadeza sus sentimientos.
En esta novela histórico biográfica Sender nos muestra su simpatía por un personaje femenino de gran atractivo poético y personal, al tiempo que aprovecha para lanzar agudas críticas a ese pasado “glorioso” de una España donde no se ponía el sol y contempla el mundo con su particular perspectiva fundada en el amor, la fraternidad y la libertad.

Ramón J. Sender, El verbo se hizo sexo (Teresa de Jesús), Huesca, Contraseña, 2022