RAMÓN
J. SENDER Y SANTA TERESA DE JESÚS
Tras Cervantes,
Galdós y Baroja, tal vez no resulte exagerado situar a Sender como el cuarto
nombre de la narrativa hispana: en temas, escenarios, planteamientos, recursos
estilísticos, nómina de personajes, reflexiones filosóficas, presencia del mito
y de lo popular… En suma, más de cien novelas son un aval suficiente para
defender con solvencia el citado puesto, no olvidemos que estuvo nominado para
el Nobel, sin embargo, no lo consiguió, quizá su polémica figura contribuyó a
ello: las izquierdas no le perdonaron que abjurara con energía de su anarquismo
y comunismo juveniles; las derechas, por su parte, lo persiguieron por alzarse
con la libertad que da la verdad humana contra la injusticia, los abusos de
poder, el chantaje institucional, etc. Sender es un moralista cuya obra pone el
dedo en la yaga y eso, a la postre, le llevo a ser incomprendido, postergado,
perseguido y difuminado dentro del mapa literario español.
En su
obra encontramos rebeldía y denuncia, finura conceptual, equilibrio, buen
gusto, empuje renovador, técnicas y planteamientos modernos sin llegar a perder
el sereno equilibrio entre forma y contenido y una universalidad surgida de lo
local, la misma que podemos descubrir en las plumas de Gracián o Costa, el
microscopio de Ramón y Cajal y la cámara de Buñuel.
Siguiendo
con su loable propósito de recuperar la creación senderiana, la editorial
Contraseña reedita la que quizá sea su obra más desconocida por olvidada, El verbo se hizo sexo (Teresa de Jesús),
publicada en 1931, un nuevo logro de la tarea asumida por el Instituto de
Estudios Altoaragoneses a propuesta del Centro de Estudios Ramón J. Sender. La
reedición viene con un provocativo, radical y reivindicativo prólogo de la
escritora Cristina Morales, con revisión y fijación del texto de Alfonso Castán.
Cristina analiza la novela estableciendo una genealogía punk y queer en la que
caben, por ejemplo, entre otras muchas referencias culturales y
contraculturales, la santa, Manolo Kabezabolo, Ana Curra y Alaska.
La novela se estructura
en 15 capítulos agrupados en cuatro partes: “Adolescencia”, “Crisis de
pubertad”, “La pasión” y “Reposo y santidad”. En ellos Sender presenta algunos
de los episodios más significativos de la vida de Teresa de Jesús, concediendo
especial atención a su labor reformadora de la Orden del Carmelo, a sus
experiencias místicas y a la vigilancia a la que la sometió el Tribunal del
Santo Oficio. El empeño de Teresa llegó a buen puerto por su tenacidad, si bien
se vio favorecido sin duda por su coincidencia en el tiempo con una revolución
en el seno de la Iglesia católica que decidió finalmente recompensarla con la
canonización, pero que muy bien pudo acabar en la hoguera.
Gran parte del interés de
Sender por su figura radica precisamente en aprovechar su peripecia vital para
describir el panorama social y religioso de la España del siglo XVI y criticar
la connivencia entre el poder político y el eclesiástico, la conquista española
de América o el castrador sistema patriarcal imperante.
Sender manifestó siempre
una especial atracción por la vida de la santa, de hecho confesó que siendo
niño oyó hablar en el colegio al arzobispo de Zaragoza de Constantino y de
Teresa de Jesús con motivo de sus centenarios en los siguientes términos: “El
odio de Constantino era vulgar, guerrero y torpe. Teresa no conoció el odio en
su vida. Fue toda amor y, además, amor crudo, natural, carnal, sin melindres
teológicos […]. Nunca un sexo fue más puro. Nunca como en ella se vio patente y
firme la divinidad del sexo, la categoría espiritual y egregia del sexo”. Estos
recuerdos escolares explican la visión que presenta de ella y anticipa en el
título de la obra: El verbo se hizo sexo
(Teresa de Jesús), una biografía muy peculiar escrita con refinada
sensibilidad y bien documentada, pero de la que no tardó en renegar
condenándola al olvido, no permitiendo siquiera su inclusión en la edición de
sus Obras Completas.
Comenzó a escribirla en Zaragoza, cuando tenía
dieciséis años y estaba cursando el bachillerato en el Instituto Goya, años más
tarde, al concluirla, según explicó en una carta, “se publicó el manuscrito sin
verlo yo. Se lo había prestado a un amigo –yo estaba en el campo, en el
verano-; se lo había prestado para que lo viera, pensando yo reescribirlo
porque lo consideraba una tontería de la adolescencia, un ejercicio de
instituto. Y él lo publicó pronto. Cuando me di cuenta ya estaba en las
librerías”. Sin embargo, resulta extraño o cuando menos curioso que el libro
tuviera una segunda edición al año siguiente con un único cambio respecto de la
anterior: la ilustración de la cubierta, que en este caso era una portada
cubista de una abstracta santa Teresa de cabeza inclinada y carnosa boca negra.
No obstante, el interés
por el personaje persistió en el tiempo y le dedicó sus Tres novelas teresianas (1967), demostrándose una vez más su
sentido de obra en marcha, esa característica de su narrativa de revisar constantemente
sus textos, con continuas modificaciones, refundiciones, agrupaciones y cambios
de título, un continuo intento de superación que le llevó a integrar en la
primera de aquellas, compuesta por tres relatos -“La puerta grande”, “La
princesa bisoja” y “En la misa de fray Hernando”- gran parte del material
presente en El verbo se hizo sexo.
La novela comienza en un
prostíbulo con un enfrentamiento entre los dos hermanos de Teresa, Rodrigo y
Pedro, por el amor de una morisca. Asiste a la escena final y desde ese mismo
momento vivirá con tanta atención como incomprensión otras muchas pasiones
terrenales, tanto ajenas -la de su amiga Irene por Rodrigo; la del pecador
sacerdote, padre de ocho hijos ilegítimos; la de su hermano Pedro por la citada
morisca- como propias, en las que su desinterés por el amor físico se observa
en su relación con don Diego y con Andrea, la novicia “más bella y de mejor
humor”. En ambos casos la mundana turbación del sexo se transforma en su
necesidad interior de estar más cerca de Dios.
Sender se siente atraído
por la especial sensibilidad de Teresa, le interesa sobremanera su absoluta
ignorancia de la carne como deseo, como materialidad que convive con un anhelo
de trascendencia, pero nos la muestra en continua duda: “¿Dónde está el
alma?¿Dónde está Dios? ¿Dónde?” Las preguntas se suceden, la inquietud crece,
la duda aumenta: ¿Y Dios? ¿Dónde está Dios? ¿En el amor de los demás? No había
amor…”
Sus habilidades
narrativas son muchas, destacaremos en especial el recurso de la elipsis junto con el cambio del punto de
vista: cómo pasa de un narrador objetivo consciente de la “leyenda” de la santa
a asumir su voz y adentrarse en su conciencia, tratando en todo momento con especial delicadeza sus sentimientos.
En esta novela histórico
biográfica Sender nos muestra su simpatía por un personaje femenino de gran
atractivo poético y personal, al tiempo que aprovecha para lanzar agudas
críticas a ese pasado “glorioso” de una España donde no se ponía el sol y
contempla el mundo con su particular perspectiva fundada en el amor, la
fraternidad y la libertad.
Ramón J. Sender, El
verbo se hizo sexo (Teresa de Jesús), Huesca, Contraseña, 2022
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