LITERATURA,
ALZHÉIMER
Y
CINTAS DE VIDEO
El paso del
tiempo y la evolución tecnológica han llevado a muchos oficios a su
desaparición: aldabonero, telefonista, campanero… propietario de videoclub. El
fruticultor, escritor y fotógrafo calandino, José Antonio Gargallo, ha
publicado hace ya algún tiempo, Todos los
viernes del mundo, su segunda novela, en la que combina y homenajea sus
grandes pasiones: el cine, la literatura y la fotografía. Su escritura es una
especie de epílogo narrativo de un proyecto fotográfico realizado entre 2015 y
2018 sobre la decadencia y el cierre del último videoclub de la provincia de
Teruel al fallecer Rodolfo, su dueño, enfermo de Alzhéimer, el mismo año de la
conclusión del reportaje.
En Todos los viernes del mundo, el
videoclub, un espacio real visitado en su condición de “cinéfago” por José
Antonio Gargallo durante años para nutrirse de películas, se convierte en
simbólico, en una metáfora de la devastación causada por el paso del tiempo y
la pérdida de la memoria, tanto individual, la del empresario con respecto a su
vida, como colectiva, la de la sociedad por todo aquello que deja de tener
utilidad.
Gargallo
mezcla de manera extraordinaria hechos reales con inventados para conformar una
especie de autoficción con la que juega a confundir al lector al dotar su
novela con dos finales: el primero, en el capítulo doce, es el de la novela
propiamente dicha, narrada en primera persona en forma de cuaderno de notas o
falso diario, comienza un “Lunes” con un “Si cierro los ojos puedo ver el
Alzhéimer”, y terminar circularmente de manera magistral ciento sesenta páginas
más tarde con el encuentro del autor y su protagonista con motivo del comienzo
del reportaje citado, “Memoria del último videoclub”, quien la concluye con su particular
sentido del humor diciendo: “Voy a ser una metáfora social. Tendré que peinarme”,
y contestar a la pregunta, “¿Cuánto hace que te pasa esto de la enfermedad?”,
con un irónico: “Por dios, es lo primero que olvidé.” El segundo final se
produce tras un nuevo capítulo a modo de colofón, “Soy el 989” —remite al número de socio en el videoclub del
autor—, una especie de marco narrativo metaliterario en el que se nos explica mediante
el recurso cervantino del manuscrito encontrado —siete cuadernos con forma de
diarios— el origen de la novela, al que se añaden unas “Aclaraciones” finales con
visos de realidad sobre diferentes aspectos de la historia, para seguir
enredando al lector en su maraña literaria y hacerle creer que todo lo narrado
es verdad.
La prosa de
José Antonio es ágil y fluye con alegría dotando al relato de un ritmo ágil y chispeante,
como su humor, mezcla del argentino —Rodolfo
es de esa nacionalidad—, reflexivo y, en ocasiones, trágico y amargo, con el
más autóctono y personal somarda aragonés del escritor, salpimentado con toques
y situaciones surrealistas desternillantes como las que vive el protagonista
cubierto con su verdugo de luchador mexicano o la de la droga escondida en las
cajas de las cintas de video.
Todos los viernes del mundo es una
historia de amistad y, sin duda, un homenaje al cine: el de Rodolfo, de quien
se incluye un listado de películas favoritas; y el del autor, donde no podía
faltar la referencia al de su paisano Buñuel pero, sobre todo y en última
instancia, es un homenaje al mismo Rodolfo, no tanto como metáfora literaria o
personaje de ficción, sino como persona real, una persona o todas las personas
que eligen elegir, la libertad, por encima de todo. Seguro disfrutarán con su
lectura.
José Antonio Gargallo, Todos
los viernes del mundo, Zaragoza, MilMadres, 2022.
Esta reseña se publico en el suplemento cultural, Artes & Letras del Heraldo de Aragón