La defensa que realizara Bretón de una ópera nacional autóctona y original de altos vuelos, alejada de los tópicos de siempre, cuyos máximos representantes eran, entre otros, Barbieri o Arrieta, más apegados a la realidad española y al género chico que ellos habían creado, le supuso su enemistad y críticas adversas, hasta el punto de que su primera gran ópera, Los Amantes de Teruel, con una ruptura total -musical, escénica, técnica y de producción- con lo que se venía haciendo hasta ese momento, durmió el sueño de los justos en el cajón del Teatro Real durante más de cinco años, y eso, como el propio Bretón decía apesadumbrado, de que contaba con el apoyo explícito del mismo Alfonso XII. De hecho, la negativa de la empresa, apoyada en las maquinaciones de Arrieta y Barbieri, generó una gran polémica, que si bien retrasó el estreno colocó la cuestión de la ópera nacional en el centro de los debates de la regeneración de la cultura española. Por fin, se representó el 12 de febrero de 1889 en Madrid, con una entusiasta acogida de público y constituyó todo un hito para la música española. También se puso en escena en el Gran Teatro del Liceo la noche del 10 de mayo, donde obtuvo un rotundo éxito, que le llevaría a ser estrenada en Viena, Praga y Buenos Aires. El propio Galdós, para quien Bretón era un “wagneriano”, llegó a considerarla “lo mejor que hasta ahora se ha escrito por músicos españoles en el género lírico serio”. A pesar de todo, sus recalcitrantes enemigos acusaron al compositor de masón y atribuyeron su éxito a una confabulación masónica. Cosas de la envidia española. De todo esto y mucho más hablaremos el próximo jueves.
Con el enlace de los actos que realizará la Asociación Cultural Amogávares de Teruel Frontera ALMOGÁVARES DE TERUEL FRONTERA, os dejo como aperitivo para estas Bodas de Isabel con la inolvidable Edith
Piaf (1946-1963) y su no muy conocida "Les Amants de Teruel", una versión francesa de
la canción griega "Poli Omorfi" (Ciudad Hermosa), compuesta en 1962
por Mikis Theodorakis. Las letras fueron escritas por el francés Jacques Plante.
A lo largo de los siglos,
narradores, poetas y dramaturgos han encontrado en la historia de los Amantes
de Teruel un motivo inagotable de inspiración, pero muchas preguntas quedan
todavía por responder en torno a su intensa tragedia de amor. ¿Dónde estuvo
Diego, el Amante, durante sus cinco años de ausencia? ¿En qué batallas
participó? ¿Qué aventuras corrió? ¿Cómo consiguió su fortuna? ¿Se mantuvo fiel
en todo momento a su amada Isabel? Todas estas preguntas y muchas más son las que
se propone contestar Francisco Oliver en su novela La promesa del Almogávar. Un libro que publicó hace ya varios años y que traemos hoy a nuestro blog por dos motivos: el primero, las fechas, estamos como quien dice ya en las Bodas de Isabel y nos viene al pelo; el segundo, para recordar a nuestro nunca demasiado alabado adalid que lleva años escribiendo una segunda novela sobre la vida y andanzas de Roger de Flor, caudillo de almogávares, y debe ir ya pensando en ponerle punto y final. Queremos pues desde aquí animarlo y decirle que sus lectores siguen esperando.
En estos tiempos de novelas criptoreligiosas y seudohistóricas, poco o nada documentadas, sorprende que un autor novel como Francisco Oliver se proponga el reto de escribir una novela histórica al uso. La apuesta es ciertamente arriesgada, pero Francisco la supera con éxito gracias a una sólida documentación histórica y a una prosa fluida, de forma que nos entrega un relato bien tramado, de ritmo ágil y fuerza narrativa, que se lee con interés desde la primera página hasta la última, sobre todo, si como es mi caso, se comparte con el autor una relación de paisanaje, pues la historia de los Amantes forma parte del imaginario colectivo de todos los turolenses.
El rigor histórico es necesario para ofrecer una visión verosímil de la época y de los hechos narrados, el peligro radica en caer en un exceso de erudición y escribir historia novelada; sin embargo, Francisco logra mantener con habilidad ese difícil equilibrio entre la fabulación literaria y la ambientación histórica.
Un narrador omnisciente -que en ocasiones deviene en ameno y didáctico historiador medievalista- nos traslada junto a Diego y a su compañero Joaquín de Escorihuela al país de Oc, y con ellos nos alistamos en las filas de los almogávares; aprendemos a manejar sus armas (la mortal azcona y el terrible cortel); conocemos sus tácticas de guerra y sus códigos de conducta y de honor (la tornachunta, el mandalexo, etc.); participamos en la toma y saqueo de Beziers y Carcasona; convivimos con los cátaros, valdenses, patarinos y albigenses de Tolosa, y compartimos sus creencias y aficiones; admiramos la belleza e inteligencia de Esclarmonde de Foix –la gran sacerdotisa de Belisenda-, de la Loba de Cabaret y de Elisa de Castres -la Cebaterie-, al tiempo que gozamos de su refinada corte y trovamos en Gay Saber el nombre de nuestras amadas, mientras Diego, preso en su particular cárcel de amor, recuerda a Isabel en su lejano Teruel; combatimos a los tan arteros como despiadados argotiers de la Santa Cofradía Blanca del Obispo Fulco y sufrimos el interdicto papal sobre Tolosa; vivimos una nueva cruzada contra los mahometanos del sur y asistimos en primera línea de lucha a la gran victoria de las Navas de Tolosa; vemos morir a Pedro II en el asedio de Muret y colaboramos con los monjes guerreros del Temple en el renacer de Aragón custodiando al rey niño. Por fin, el regreso... Teruel e Isabel, un paisaje y el Amor, tan lejos pero tan cerca, personajes principales a pesar de su ausencia, omnipresentes a lo largo de toda la obra, siempre en el corazón de Diego.
En definitiva, La promesa del Almogávar es una espléndida narración que combina la exactitud histórica con la amenidad de la ficción. Francisco Oliver se propone –y lo consigue- que aquellos paisajes y almas del siglo XIII no surjan en su novela como un mundo frío y extraño, sino como algo que fue presente, que palpitó en su tiempo y que, de alguna manera, sigue palpitando en el nuestro, en especial en el mes de febrero durante la fiesta de Las bodas de Isabel, cuando los turolenses revivimos la historia de los Amantes y todos nos sentimos un poco Diego e Isabel (en este sentido, no resulta difícil descubrir ciertos homenajes personales o guiños literarios del autor a sus amigos).
Alguien dijo una vez: “En ti esta toda tu raza, y en tu raza toda la tierra donde ella ha vivido”. En La promesa del Almogávar late el corazón de su autor y de Aragón.Pasen, lean y disfruten, compartan con él un fragmento de nuestra tradición que bien pudo suceder así.
Aprovecho la ocasión para anunciar algunos de los actos en los que participará la Compañía Almogávar de Tirwal y otras muchas compañías de España e incluso del mundo mundial:
Hoy comienza una nueva edición de las Bodas de Isabel, quiero sumarme a la fiesta y homenajear a nuestros Amantes, recordando versos de algunos de los mejores escritores del siglo XIX y principios del XX, que hicieron lo propio en su momento escribiéndolos en su memoria y del Amor con mayúsculas. Fueron recopilados por Domingo Gascón en su Cancionero de los Amantes.
Si exceptuamos la película del francés Raymond Rouleau, Les Amants de Teruel, nunca se les ha dedicado a nuestros Amantes una gran película, y su historia se ha diluido en intentos frustrados de llevarla al cine. Rastrear su huella en la cinematografía nacional así nos lo confirma.
En 1912, Ricardo Baños realiza para la Hispano FilmsLos Amantes de Teruel, un cortometraje basado en el drama de Juan Eugenio Hartzenbusch.
Habrá que esperar hasta 1958 para encontrar una segunda referencia fílmica relacionada con nuestra historia de amor. Ese año, el británico realizador Michael Powell rueda Luna de miel (Honey moon), una coproducción hispano-inglesa (Cesáreo González y Everdene Limited), basada en un guión original del singular actor y ocasional guionista, Luis Escobar, con el que colabora el propio director. La película pretende mostrar los encantos de las tierras de España con fines turísticos, de esta forma presenta una delirante fantasía cuya acción se condensa en una débil trama: un matrimonio inglés pasa su luna de miel en España visitando los lugares más atractivos del país hasta que la joven recién casada, papel representado por la actriz y bailarina rusa Ludmila Tcherina, se enamora del bailarín español Antonio, surgiendo entre ellos un amor imposible. Como se puede observar, se trata de un pretexto temático para exaltar y enaltecer el baile español, los monumentos y los paisajes patrios, todo ello construido sobre la música de Manuel de Falla (“El amor brujo”, según el libro de Gregorio Martínez Sierra y coreografía de Antonio) y Mikis Theodorakis, quien compone el leit-motiv de la película (después sería interpretado por cantantes de la talla de Gloria Lasso o Marino Marini) y la música para una larga secuencia final en la que tiene lugar la dramática coreografía, debida a Leonide Massine, en la que se describen los amores imposibles de Isabel de Segura (Ludmila) y Diego de Marcilla (Antonio). Como se constata en una carta dirigida a la Diputación Provincial de Teruel por el todopoderoso productor del momento, Cesáreo González, en abril de 1958, algunas escenas de la película se rodaron en “varias carreteras y lugares de la provincia de Teruel”, razón por la cual solicitaba los oportunos permisos y ciertas facilidades de las autoridades provinciales, si bien es verdad que la comentada danza final tiene lugar en un Teruel imaginario de cartón piedra.
Como señala Javier Aguirre , "tan satisfecho quedó Theodorakis de esta música [se refiere a la de Luna de miel], que al año siguiente compuso un ballet sobre el tema. Se iba a titular Isa, pero acabó llamándose Les Amants de Teruel. Se estrenó en el teatro Sarah Bernardt (hoy Thêatre de la Ville) en París con rotundo éxito, también con la Tcherina como primera actriz. A la vista de la repercusión del espectáculo, el director de escena Raymond Rouleau decidió hacer una película argumental sobre el tema”.
Efectivamente, en 1962, el realizador belga Raymond Rouleau filma una adaptación muy libre y actualizada de la historia de amor turolense, interpretada en sus papeles principales por Ludmila Tcherina, René-Louis Laffargue y el bailarín checo Mirko Sparemblek, con Claude Renoir –hijo del mítico Jean Renoir- como director de fotografía. El resultado es un original musical de intenso dramatismo, surrealista y simbólico, en el que se recurre al especular juego barroco del teatro dentro del teatro, del sueño dentro de la ficción. Así, de esta forma, una troupe de artistas callejeros representan en la ficción la trágica historia de amor de los Amantes de Teruel que ellos viven también en la vida real. Como nos descubre el citado Javier Aguirre, dos temas de la película fueron interpretados y grabados por Edith Piaf en los últimos años de su carrera.
El film alcanzó un notable éxito en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, mientras que en España pasó prácticamente desapercibido; sin embargo, en nuestra ciudad sí se tuvo noticia de su realización y, dada la mentalidad de la época, la onírica adaptación de Rouleau causó cierto malestar, como se recoge en las siguientes declaraciones del periodista y realizador turolense Clemente Pamplona, quien al ser preguntado por el proceso de filmación de la película francesa contesta: “Lo conocía y puse en antecedentes a nuestro Ayuntamiento. Supe de él cuando todavía era simple proyecto. Y con más extensión cuando la película estaba filmada y a punto de estreno. Lo mismo con anterioridad, protesté contra una película, esta vez española, en la que se desfiguraba la historia de nuestros Amantes con tan mala sombra como lo han hecho los franceses, hablo de Luna de miel". La apreciación de Clemente Pamplona responde a los gustos cinematográficos impuestos en la España franquista, poco proclives a asumir una lectura distinta de la histórica de cartón piedra tan del cine español del momento, absolutamente distante de la visión surrealista y onírica planteada por Roleau, cuya película, a nuestro juicio, es excelente.
En este orden de cosas, debemos significar que el citado director turolense y el prestigioso guionista de Mora de Rubielos, Jaime García Herranz, habían trabajado durante más de dos meses, a principios de los años cincuenta, en la elaboración de un guión sobre la historia de los Amantes de Teruel. Una vez escrito, visitaron a Navascués, a la sazón presidente de los importantes estudios Chamartín, quien, aunque manifestó su deseo de producirlo (se llegó, incluso, a pensar como posible director del film en Ladislao Vajda), no llegó a hacerlo al cruzarse en su camino Marcelino, pan y vino (1954), el éxito más clamoroso de sus estudios.
En esta línea de proyectos truncados, debemos señalar la del guionista valenciano Ricardo Blasco Laguna, quien en una entrevista publicada en Triunfo (1-06-1950) reconoce estar trabajando en un proyecto sólido sobre los Amantes de Teruel y dice textualmente: “No me gusta hablar hasta que puedo decir algo concreto. Ahora hay ese algo concreto. Voy a llevar al cine a don Juan Diego Martínez Garcés de Marsilla y a doña Isabel de Segura…” Desconocemos las razones, pero tampoco se llevó a efecto.
Todavía en 1962 alberga Clemente Pamplona la esperanza de ver materializado para la pantalla grande su proyecto, como demuestran las siguientes explicaciones: “Las distintas productoras con las que he trabajado no se sintieron con fuerzas económicas suficientes para acometer la película. He hecho algunas gestiones en el extranjero, estuve a punto de ligar una coproducción con la Titanus, de Roma, la empresa más poderosa del cine italiano, pero con tan mala fortuna que por aquellas fechas comenzaba Castellani su Romeo y Julieta y la Titanus estimó, no sin razón, que no era conveniente lanzar dos títulos con tema, sino igual, sí en la misma línea argumental” Continúa exponiendo su intención de rodar el proyecto con el productor Ángel Santacruz y manifiesta que “la película es cara, tiene un presupuesto de 20 millones de pts. Nuestras fuerzas económicas no llegan, ni mucho menos a esas cifras. Intentaremos conseguir un par de aportaciones extranjeras…” Parece ser que nunca se lograron.
En 1963, José Luis Pomarón filma para Moncayo Films un documental turístico histórico artístico de once minutos de duración dedicado a la obra del escultor Juan de Ávalos titulado Teruel la ciudad de los amantes (Teruel, ciudad de los amantes).
En 1989, el realizador Víctor Lope rueda el cortometraje experimental Amante de Teruel, que según confiesa el propio Lope tiene poco que ver con la tradición amantista, simplemente trata de “alguien que ama a Teruel y que mantiene una especie de soliloquio, donde no hay música, sólo hay algunas pequeños efectos sonoros sobre una colección de imágenes que había ido seleccionando de toda la provincia" .
Como se observa, nuestra historia de amor y sus protagonistas siguen esperando su gran película. Nosotros la vemos en dibujos animados, en una superproducción al estilo Walt Disney.´