CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 18 de septiembre de 2017

CHARLA EN EL CASINO TUROLENSE SOBRE VICTORIANO REDONDO DEL CASTILLO.

VI CICLO "CUIDANDO Y MIMANDO NUESTRA CULTURA TRADICIONAL TUROLENSE"

Mañana, a las 20 h., en Salón de actos del Casino Turolense, hablaremos sobre el bajo de ópera de Alfambra, Victoriano Redondo del Castillo, al que le he dedicado mi último libro Voces turolenses en la lírica.
Subo el artículo de mi alumno Diego Saz sobre la rueda de prensa de presentación del VI Ciclo dentro del cual se enmarca esta charla y aprovecho para agradecer a la Agrupación Folklórica Ciudad de los Amantes su invitación, la verdad es que me estoy convirtiendo ya en un clásico dentro del mismo, pero para mí es importante tener este espacio para recuperar figuras de la cultura turolense, en este caso concreto, un cantante de ópera que merece la pena recordar y del que ya hemos hablado en diferentes entradas de este blog. Gracias y felicidades a la Asociación. 


Subo también el programa completo por si alguien está interesado. A disfrutarlo.




viernes, 15 de septiembre de 2017

RESEÑA DE PAULINA FLORES, "¡QUÉ VERGÜENZA!"



NOVÍSIMA NARRATIVA CHILENA





Que la narrativa chilena ocupa un lugar importante en la literatura hispanoamericana no lo vamos a descubrir nosotros, baste con espigar los nombres de Donoso, Edwards, Allende o Bolaño, para certificarlo, pero en esta ya mediada segunda década del siglo XXI se está descubriendo también como una de las más sólidas, no sólo por la altura de sus espigas, sino por lo abundante de su cosecha, con el plus añadido de que entre sus últimas generaciones hay una nutrida nómina de mujeres de altísimo nivel como Romina Reyes, Carmen Galdámez o Paulina Flores, por citar algunas. Esta última, nacida en 1988 y recién llegada al mundo de las letras, ha sido la prodigiosa revelación del pasado año con su primer libro de relatos, Qué vergüenza, un éxito de crítica y ventas en su país que acaba de desembarcar en el nuestro hace unos meses de la mano de Seix Barral como apuesta segura, avalada por el Premio Roberto Bolaño, concedido al cuento que da título al libro, y por el Premio de Literatura del Círculo de Críticos de Arte a la mejor escritora novel.

Los nueve relatos de Qué vergüenza transitan por la intimidad de hombres sin trabajo, de padres inmaduros incapaces de asumir su papel, de hijos abandonados, a la deriva, testigos y víctimas de los fracasos de sus progenitores, de jóvenes desasosegados por no encontrar su lugar en el mundo, de personajes, en suma, que relatan experiencias cotidianas tras las que se esconden las miserias inherentes a la condición humana. 

La técnica de Paulina Flores es depurada y minimalista o depuradamente minimalista: una historia corriente expuesta con sinceridad, mezcla de crudeza y ternura; objetos perturbadores, inquietantes o simbólicos; acciones cotidianas, aparentemente triviales, pero que pueden llegar a ser muy importantes en el futuro si se viven en la infancia; atención al detalle, en apariencia insignificante, pero siempre decisivo; personajes que se buscan en su pasado para entenderse en el presente, que viven la frustración del paro, la soledad, el desamor o la descomposición familiar; una mirada impúdica que irrumpe en su intimidad y rebusca en sus cocinas, cuartos de baño, en los cajones de las mesillas de sus dormitorios, etc., para indagar más allá de la cotidianidad; temas recurrentes que gravitan entre el regreso a los espacios mentales de la niñez y la pérdida de la inocencia, pasando por el amor-desamor, la vulnerabilidad y la amistad. 

La historia corriente se puede resumir en pocas palabras: un padre de familia parado es acompañado por sus pequeñas hijas a un casting; una joven tiene un encuentro sexual con un hombre apuesto; un par de amigas se juntan para tomar algo y rememorar la época en la que trabajaron juntas; la seducción de una niña en la playa; una mujer recuerda con gratitud a su niñera y sus enseñanzas para la vida (la tía Nana, protagonista que da título al relato, tiene mucho de la Félicité del cuento “Un corazón sencillo” de Flaubert), etc.

El mundo de Paulina Flores no tiene por qué ser el nuestro, sin embargo, lo termina siendo. Bastan cuatro palabras para introducirnos en él y que se nos pegue a la piel la experiencia vivida por sus personajes gracias a una viveza emocional insólita en una escritora tan joven, que consigue vestir la ficción con la textura de una vívida realidad, pero no lo hace con datos históricos ni grandes acontecimientos, sino con hechos cotidianos: se busca trabajo bajo un sol castigador, se pasea por un parque en bicicleta con una niña en su parrilla, niños que juegan, comen sandías y traman aventuras, se ven películas infantiles –La Sirenita-, series –Sinfeld- o dibujos animados -Los caballeros del Zodiaco- etc., se formulan preguntas, la mayoría de ellas superficiales, etc. 

El Chile de Paulina es el de los ciudadanos sin trabajo –cesantes, los llaman allí-, de mujeres sin amor, de hijos de familias desestructuradas, de jóvenes desorientados, etc.

Sus relatos están habitados en su mayoría por protagonistas femeninos o por niños y esto podría hacernos pensar que sus cuentos son para mujeres o literatura feminista, pero no es así, en ellos no hay ideología, ni actitud combativa, ni denuncia, ni moraleja -lo que no significa que no reflejen preocupaciones, cierta crítica social y más de alguna vivencia personal-, solo hay literatura y comprensión de la naturaleza humana, sus personajes no son buenos ni malos, no se trata de juzgarlos sino de descubrir con ellos aquella pregunta que nos concierne, y tal vez, aunque no sea fácil, quizá también la respuesta.

Paulina Flores escribe sin exhibiciones ni énfasis retóricos, con precisión que al tiempo que delimita se expande en ocasiones en sutilezas y matices, pero sin complicar la sencillez de su prosa, con buena mano y excelente oído para los diálogos.

Los relatos de Qué vergüenza son una portentosa mezcla de influencias narrativas maestras (Alejandro Zambra, Chéjov, Munro) con esa lucidez insólita que se llama mirada propia y un lenguaje embridado con pulso firme.

PAULINA FLORES, QUÉ VERGÜENZA, Barcelona, Seix Barral, 2016.





jueves, 7 de septiembre de 2017

DE GENIOS Y GENIALIDADES AMANTISTAS: UNA EFÍMERA GENIALIDAD DEL SIGLO XXI (VIII)






FOTO HERALDO DE ARAGÓN



Ya en el siglo XXI, el músico turolense Javier Navarrete, ganador de un Premio Ariel, un Emy, etc., compone para su estreno en San Pedro, la misma iglesia en la que se desarrolló la tragedia -con su particular acústica gótica-, un drama musical atemporal con tintes surrealistas, en el que fusiona con acierto la tradición musical aragonesa y la sensibilidad de la vanguardia.
FOTO DIARIO DE TERUEL
 Su libreto se ajusta en lo esencial a la leyenda, pero se permite contundentes licencias que pretenden humanizar la historia y acercarla al espectador sin focalizarla en tiempo alguno, a lo que también contribuyen la austera puesta en escena y un vestuario ecléctico. 
FOTO DIARIO DE TERUEL

En lo musical tiene una estructura de retablo medieval, de sucesión de cuadros protagonizados por los distintos personajes de la tragedia y supone una acertada mezcla de lenguajes musicales adaptados a la personalidad de cada uno de ellos. Fue un plato de alta cocina musical, bocatto di cardinale, genial y efímero. Un canto del cisne que parece ser se volverá a cantar. Que así sea.

viernes, 1 de septiembre de 2017

DE GENIOS Y GENIALIDADES AMANTISTAS: UN MUSICAL GENIAL (VII)






Un musical genial. 



No es frecuente que las grandes obras de la literatura encuentren una buena adaptación y den lugar a una gran película, por regla general, las mejores se han basado en títulos de escaso valor literario, mientras que las novelas y obras teatrales de primer orden rara vez han dado lugar a una versión destacable, pensemos en el mismo Don Quijote de la Mancha, con adaptaciones mediocres y épicos fracasos, o en Romeo y Julieta, llevada a la pantalla en multitud de ocasiones, pero en su inmensa mayoría de manera poco brillante. Los Amantes son la excepción que confirma la regla: han sido poco adaptados, pero cuentan con una obra genial, la del realizador belga Raymond Rouleau, Les Amants de Teruel (1962), una tan imaginativa como meritoria adaptación cinematográfica en forma de musical surrealista, de cine poesía, en el que la fuerza expresiva de la danza sustituye casi por completo a los diálogos y donde el especular juego barroco del teatro dentro del teatro, la vida como sueño, el conflicto entre la realidad y el deseo, junto con una ambientación expresionista, el juego de luces con valor semántico, los significativos cambios de tono del color -magnífico trabajo del director de fotografía, Claude Renoir-,
las interpretaciones, con una gran Ludmilla Tcherina en estado de gracia, la excepcional banda sonora de Theodorakis (poco después cantada por Édith Piaf), etc., hacen de ella una obra excepcional, digna de ser revisada por quien ya la conociera y de descubrir por quienes no. En cualquier caso, recomendamos la lectura del excelente ensayo, La otra vida de los Amantes de Teruel, publicado recientemente por Francisco Javier Aguirre, en el que, entre otras cosas, describe como si de una novela policíaca se tratara, la búsqueda de la música del compositor heleno y el feliz redescubrimiento para los amantistas de la película francesa.