CASABLANCA

CASABLANCA
FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 29 de agosto de 2014

EL PINTOR EN SU ESTUDIO: AGUSTÍN ALEGRE MONFERRER (II)

     
Rifeño, 1971
En la actualidad, Agustín sigue trabajando con intensidad, “siempre que mis obligaciones de jubilado me lo permiten”, apostilla entre irónico y divertido. Sus cuadros pueblan las paredes de su estudio y se acumulan por cientos. Le pregunto si lleva la cuenta de cuántos ha pintado a lo largo de su vida y no sabe decirme una cifra exacta, “nunca he llevado un registro, pero tal vez sobrepasen los dos mil.”  Decido ponerlo en un brete y le pregunto por su preferido. Sin dudarlo, me muestra un óleo sobre lienzo de 1971 titulado Rifeño, y acto seguido pone en mis manos la espingarda que utilizó para pintarlo. “África me atrae: el Sahara, su desierto, sus gentes… Sobre todo sus gentes. Su paisaje se parece mucho al de Teruel.” Sus palabras nos retrotraen al pasado, cuando fue pensionado a principios de los setenta para pintar durante tres meses en el Sahara. Agustín es un buen narrador, sus vivencias, anécdotas, viajes -Egipto, Alejandría, Jordania, Israel, etc.-, como sus cuadros de jinetes, vendedores ambulantes, pescadores, ruinas de míticos lugares, etc., desprenden un halo de misterio y aventura.

           
Conejos desollados, 1984.
Agustín se encuentra a gusto, se muestra como es, sencillo, próximo y humano. Nos explica cómo trabaja en su estudio y nos muestra sus cuadros: “con ese de ahí arriba (Conejos desollados) gané  la primera medalla nacional de  Pintura en el Salón de Otoño de Madrid en 1984”. Sus obras son ventanas a otros lugares en las que se ha detenido el tiempo y se huele el campo, el humo de los pueblos, el vino de las tabernas…; en las que se mezclan los rojos de las arcillas, los ocres, el negro… Un universo de colores en armónica y  agresiva convivencia. Y es que la pintura de Agustín, como afirma su amigo, el conocido acuarelista, Julio Visconti, “es el resultado de vivencias y andaduras, donde el aceite se mezcla con el sudor de los caminos y el polvo de las tierras (…). “

viernes, 22 de agosto de 2014

EL PINTOR EN SU ESTUDIO: AGUSTÍN ALEGRE MONFERRER (I)



           
AGUSTÍN ALEGRE
FOTO DE MIKI BARRERA
Agustín Alegre (Santa Eulalia del Campo, Teruel, 1936), sonrisa franca y barba blanca de venerable patriarca, fuerte, jovial, ilusionado con la vida, ha preparado con mimo la entrevista y  nos recibe en su estudio de Villa Miriam –nombre de su hija autista-, situada en la calle Leocadio Brun,  aquel sencillo maestro, que nos dio clases en Las Anejas y nos tuvo a tantos turolenses en sus rodillas la noche de Reyes repartiendo regalos e ilusión, fue el padre de su mujer, Amparo Brun. Le comento que recuerdo a su suegro como un excelente dibujante y aprovecho para preguntarle por sus primeros maestros. Sin dudarlo me habla de la gran influencia que ejerció un primo suyo, Fermín, al que siempre consideró como “su hermano mayor”: “Me enseñó a cuadricular las láminas, a usar el difumino y le decía a mi padre que yo tenía condiciones para dibujar.” Y eso era mucho, pues su progenitor pensaba que “el oficio de pintor es oficio de espanaos y para pasar hambre ya estás bien donde estás.”  Pero pronto se tuvo que rendir a la evidencia, el chico valía para la pintura: “Una tarde, mi padre, cansado de ver que no aprovechaba el tiempo, me puso a hacer muestra. Aburrida tarea que pronto abandoné para dibujar un cartel de Nitrato de Chile. Al ver el resultado, mi padre, orgulloso, se fue a mostrarlo por la vecindad.” 
              Vuelve a mi pregunta y recuerda a Salvador Gisbert (hijo) -profesor de dibujo en la Escuela de Arte y Oficios-, a don Ángel Novella –a la sazón director de la citada Escuela-, al canónigo don Emilio Rabanaque, quien le compró su primer cuadro.
          Colgado en la pared de entrada a su estudio descubro una copia del conocido Autorretrato de Velázquez y aprovecho para preguntarle por sus pintores preferidos. “Velázquez es divino”, dice, pero de entre los españoles muestra su preferencia por Goya: “Yo soy muy triste pintando. A mi me inspiran mucho las pinturas negras de Goya –hay quien lo ha calificado del “Goya del siglo XX”-. Siempre cierro la visita al Prado con su visión. Te contaré una anécdota protagonizada por mi hija Nuria: viviendo en Madrid, la llevé de niña al Museo del Prado. Fuimos a ver las pinturas negras de Goya y la dejé sentada frente a ellas. Al poco la oí llorar y le pregunté la razón de su llanto: ‘¿Los mayores se comen a los niños?’, me inquirió desolada. Se refería al Saturno  de Goya. ‘No hija, por supuesto que no’, la tranquilicé. A la visita siguiente la llevé ante otro Saturno, el de Rubens. ‘Este ya no me da miedo’, me dijo”. Otros pintores que cita junto al genial aragonés son Solana, Zuloaga y Sorolla. De los extranjeros le apasiona Rembrandt, en especial su cuadro titulado La novia judía.

            Vuelvo a ser malo y le pregunto por los artistas turolenses. Me habla de su amigo y compañero de estudios artísticos en la Academia de San Carlos de Valencia, Paco Pérez Monleón, del escultor José Gonzalvo y del que fuera también escultor y amigo, Isaac Rodríguez, de Jabaloyas, “un artista con unas condiciones increíbles”, sentencia rotundo. 

domingo, 17 de agosto de 2014

RESEÑA DE LA NOVELA "LIMBO" DE AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO.

Esta reseña se publicó en la revista TURIA Nº 111

En la actualidad la literatura se mide más por los resultados económicos que por su valor literario, de ahí que proliferen por doquier las novelas clónicas y el golpe del martillo creativo remache, una y otra vez -una y otra vez-, en los mismos clavos de los géneros que más venden -histórico, policíaco, fantástico, etc.- y se repudie al diferente calificándolo con sutileza eufemística de raro o excéntrico, cuando debería reconocerse su esfuerzo por salirse de los caminos trillados de la narrativa de consumo y buscar un espacio propio en el que vivir la escritura como oficio de libertad, no es fácil encontrar escritores con la personalidad de Agustín Fernández Mallo, licenciado en física, músico, poeta, ensayista y novelista, que lucha por tener voz propia y lo hace en todos sus planteamientos creativos, recordemos, por citar un ejemplo, su interesante Preyecto nocilla, una trilogía novelística ciertamente novedosa.
           
Su última obra, Limbo, es una nueva propuesta personal que podrá gustar o no, pero que, sin duda, no dejará indiferente a nadie. El arte de la novela es el arte de la forma en la que se narra, Eloy Fernández Mallo así lo entiende y en su escritura, alimentada por una nutrida intertextualidad literaria y científica, late siempre un impulso experimental unido a una mirada humanista –con sobredosis de ciencia para lo que estamos acostumbrados- que indaga en la identidad del hombre contemporáneo, pero que nadie espere respuestas redondas, esquemáticas o ideológicas: Fernández Mallo trata de mostrar antes que contar una historia, o historias, con moraleja.
            Limbo es una exploración de la realidad, una visión, una intuición del mundo expuesta desde perspectivas varias que se ofrecen al lector para que saque sus propias conclusiones: el retrato de los otros puede ayudarnos a entender mejor el mundo y a nosotros mismos, sin importar tanto la historia que se cuente, pues, al final, todas las historias son la misma historia.
            Su distribución narrativa en contrapunto es un intento de reflejar la fragmentación  del mundo actual y su globalización, donde todo está conectado y todo dota de sentido a todo y, como se dice en la novela, donde una mínima variación cambia radicalmente el conjunto. La heterogeneización estructural y narrativa de su propuesta viene enmarcada por el capítulo 0, “El gran salto”, donde expone el momento en el que Werner Heisenberg, a la edad de 23 años, experimentó la iluminación del principio de incertidumbre, en especial su intuición de “entender cómo es el mundo fijándose en los estados iniciales y finales de las cosas, sin preocuparse de cuanto ocurre en medio de ambos, camino o tránsito que de este modo queda constituido en una especie de limbo.” Limbo en el que se encuentra una mujer que recorre Estados Unidos acompañando a un hombre obsesionado por encontrar el quimérico Sonido del Fin, y en el que se sumió al ser secuestrada también a la edad de 23 años y sufrir un largo encierro en el que tuvo interesantes intuiciones sobre su cuerpo, su sexualidad y la vida. 
Por otro lado, en otro tiempo y lugar, dos amigos se aíslan en una extraña casa de la bretaña francesa para investigar sobre el sonido y grabar un no menos extraño disco con canciones gemelas. En otro momento, un escritor español conoce en una librería mexicana a una  enigmática joven que le descubrirá el suicidio de una secuestrada años atrás, encerrada en el mismo piso que habitan, la existencia del Sonido del Fin y le propondrá viajar por Estados Unidos. En este punto, la narración se ha convertido ya en un anillo de Moebius, en un juego especular barroco y borgiano, en una fuga narrativa en la que el lector se sumerge tratando de aclarar quién es quién en la historia o cuándo sucede qué: el tiempo se estira como una goma de mascar, la frontera entre la vida y la muerte se diluye y el azar juega con las vidas, manifestando la fragilidad del ser humano y la sutil conexión holística de unos con otros. La novela se cierra con “El informe del limbo”, noticias que dan cuenta de todo aquello que pasa mientras están sucediendo las historias anteriores, donde los observadores se convierten en observados -visión escópica-, donde, siguiendo con Heisenberg, al observar cambiamos la realidad observada.
            Fernández Mallo no busca una recepción racional de las ideas, sino más bien una empatía subjetiva con las situaciones, los sentimientos y las diferentes intuiciones de sus personajes al percibir la realidad. Su propuesta supone un nuevo modelo de identificación lectora: el lector no se identifica con una situación, sino con la de todos en su conjunto. De alguna manera, su novela pretende ser un espejo universal humano, una deconstrucción del mundo y de la realidad asentada en el principio de incertidumbre o, mejor aún, en una poética de la incertidumbre; el lector no encontrará un ideal encarnado en un único personaje, sino que se verá a sí mismo incompleto, fragmentario, confundido, como reflejado en un espejo roto que nos muestra partes de nosotros mismos que bien pudieran ser las de otros. Limbo es una novela poema, una novela composición musical que hace vibrar al lector más allá del sentido controlado del relato, de lo racional, adentrándose en el terreno de las emociones, de las intuiciones.

AGUSTÍN FERNÁNDEZ MALLO, Limbo, Madrid, Alfaguara, 2014.

           


sábado, 9 de agosto de 2014

LA REVISTA CULTURAL TURIA (1983-2013) UN EJERCICIO DE PLURALIDAD INTELECTUAL EN ESPAÑOL (XII)

A modo de conclusión.

           
ÚLTIMO NÚMERO
Como se pueden imaginar, no es fácil para una revista de una pequeña ciudad de provincias cumplir treinta años al servicio de la cultura. Al contrario, el camino ha estado siempre sembrado de dificultades, mayoritariamente económicas, que no sólo perduran, sino que se agudizan por momentos. Pero, lejos de tirar la toalla y con la complicidad de autores, lectores y mecenas, se ha dado un paso adelante y, como ha quedado dicho, a partir de ahora, junto a la edición en papel, la revista Turia cuenta con una atractiva web (TURIA DIGITAL) y una página en Facebook (TURIA EN FACEBOOK) que confiamos sirva para aportarle más difusión y visibilidad en estos nuevos tiempos en los que prima el universo digital[1].
            Turia es una revista para disfrutar con su lectura, pero también es un magnífico cauce para dar a conocer estudios o creaciones personales de diferente índole. Abrir y leer sus páginas supone mantener viva la esperanza de muchos autores noveles que sueñan con ver publicados sus trabajos.
                Dejo el enlace de la última entrevista a la profesora y académica Aurora Egido, publicada en Turia digital ENTREVISTA A AURORA EGIDO





[1] El correo postal es el siguiente: Instituto de Estudios Turolenses - C/ Amantes, 15, planta 2, 44001 Teruel.
Teléf.: 978 617 860 - Fax: 978 617 861 
Email de contacto: ieturolenses@dpteruel.es

sábado, 2 de agosto de 2014

LA REVISTA CULTURAL TURIA (1983-2013) UN EJERCICIO DE PLURALIDAD INTELECTUAL EN ESPAÑOL (XI)

Sobre Aragón y Cuadernos turolenses: Buñuel, una constante.

            La revista ha tratado en todo momento de guardar un equilibrio entre los temas generales y los regionales. Lo local, como ya anticipábamos, ha estado siempre en la raíz de la publicación, no tanto como una obligación, sino como un elemento esencial de la misma. Las secciones Sobre Aragón y Cuadernos turolenses han sido así un constante testimonio de algunas contribuciones esenciales de Aragón y Teruel a la cultura propia y universal, hasta el punto de que en muchas ocasiones, asuntos de identidad claramente aragonesa han ocupado páginas de las secciones con vocación universalista. Dejando a un lado el caso de Luis Buñuel, que trataremos más por extenso,  podemos citar los casos de Goya, Miguel de Molinos, Miguel Servet, Carlos Saura, José Luis Borau, Miguel Labordeta, Ramón y Cajal, Baltasar Gracián, Conde de Aranda, Miguel Asín y Palacios, Ramón J. Sender, Benjamín Jarnés, Pedro Laín Entralgo, Antón García Abril, Antonio Mingote, etc.
Como ha quedado dicho, Buñuel es una constante en Turia, una de sus señas de identidad más significativas. Los mayores especialistas mundiales sobre el cineasta han escrito en sus páginas, convirtiéndola de esta forma  en una referencia ineludible para todo aquel que quiera acercarse o profundizar en su vida y en su obra. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que la revista mantiene abierto un trabajo de investigación y análisis en perpetuo asedio de su persona y en continua búsqueda de materiales inéditos o valiosos de y sobre él. Así en el número 23 del año 1993,  se presentaba un largo fragmento del guión Johnny cogió su fusil, traducido por Isabel Corona y un excelente trabajo de Víctor Fuentes titulado, “Buñuel en el contexto artístico cultural mexicano (1946-1983)”.
           
Para celebrar sus diez años de vida, en el número 26 de la revista, se incluye un cartapacio con  interesantes textos que van desde una transcripción de una conferencia pronunciada por el propio Buñuel y publicada en la revista Universidad de México en diciembre de 1958, “El cine, instrumento de poesía”, en la que expone sus ideas sobre el séptimo arte, pasando por un artículo de Octavio Paz, “El poeta Buñuel”, publicado en la revista L’Age du Cinéma (núm. 3, 1951), en el que el Premio Nóbel mexicano analiza su película, Los olvidados, hasta un ensayo de Carlos Fuentes perteneciente a su libro Casa con dos puertas, donde analiza su producción fílmica como metáfora e instrumento de la libertad. Por su parte, la profesora del Wellesley College, Elena Gascón-Vera, presenta un texto inédito de significativo título, “La imaginación sin límites: Sade en Buñuel”. Se rescata también una entrevista al mismo Buñuel, publicada en Heraldo de Aragón el 20 de julio de 1930, excepcional documento que se reproduce en su integridad por primera vez, y se presenta una entrevista inédita y exclusiva de Miguel Losada, “José Bello: Memoria de La Edad de Oro”, en el que esa memoria viva que fue Pepín Bello, íntimo amigo de Buñuel, surrealista ágrafo de prodigiosa memoria y longevidad, recuerda a su compañero de la Residencia de Estudiantes.
            En el número doble 28-29, se presentan los textos de la mayoría de las intervenciones que se desarrollaron en las V Jornadas Surrealistas “En torno a Luis Buñuel”, organizadas por el Museo de Teruel, que contaron con un valiosísimo elenco de expertos, encabezados por el coordinador del ciclo, Agustín Sánchez Vidal, cuya ponencia, “Imaginación sin hilos”, daba cumplida cuenta de  “cómo funciona la mirada de Luis Buñuel, aquello que le diferencia de otros realizadores en la historia del cine” y que explicaría la radical novedad que supuso una película como La Edad de Oro. Por su parte, Emanuel Guigon ahonda en las analogías entre la obra de Giacometti titulada El clavo en el ojo y la de Buñuel, Un perro andaluz. Emmanuel Larraz dedica su trabajo, “Buñuel el afrancesado”, a presentarlo como uno de los “artistas españoles más marcados por la cultura francesa”. El monográfico se completa con los trabajos de Jean-Michel Bouhours, Guillermo Carnero, Juan Cano Ballesta y los “Testimonios sobre Luis Buñuel” expuestos por los especialistas y amigos del propio director, Ricardo Muñoz Suay, Jean-Claude Carrière, que desvela cómo trabajaba con el director calandino los guiones , y Carlos Saura, su epígono más destacado.
           
De igual forma, como avance de los actos conmemorativos del centenario de su nacimiento, Turia dedicó el número 50 a Luis Buñuel con un amplio y novedoso dossier. En él que se pueden encontrar trabajos de especialistas de la talla de José Luis Borau, Román Gubern, Agustín Sánchez Vidal o Fernando Gabriel Martín, en los que se revisa su personalidad y su obra. No faltan testimonios de directores españoles como Alfredo Castellón, Gonzalo Suárez, Manuel Gutiérrez Aragón, Basilio Martín Patino o Carlos Saura. Se incluyen también opiniones autorizadas como las de su hijo, Juan Luis Buñuel, y declaraciones de dos de sus actores preferidos: Catherine Deneve y Fernando Rey. Periodistas y cinéfilos aragoneses, caso de Joaquín Aranda, Juan Domínguez Lasierra o José Pérez Gallo aportan su visión sobre su paisano. Del escritor y cínefilo Guillermo Cabrera Infante se reproduce la necrológica que escribiera el 1 de agosto de 1983, con motivo de la muerte de Buñuel.
           
En el número 76, del año 2005, la revista da una nueva vuelta de tuerca a las investigaciones sobre Buñuel y trata de rastrear sus huellas, su vigencia, en el cine de otro gran cineasta español y universal como es Pedro Almodóvar. Javier Herrera se plantea qué hay del cine del calandino en el manchego y construye un largo y sólido artículo que abre el fuego sobre la cuestión central del dossier: los paralelismos entre ambos cineastas. Lo titula significativamente, “Tras la huella del fantasma y la sustancia del genio”. Le sigue el especialista en la obra del Buñuel, Víctor Fuentes con su trabajo “Pasiones y perversiones en el cine de Buñuel y en el de Almodóvar: confluencias y diferencias”, un singular análisis sobre otro denominador común: la presencia dominante de las pulsiones y las perversiones en la pantalla, fruto de esa libertad sin límites que los dos directores de cine han practicado. “De Buñuel a Almodóvar, el cuerpo perturbador y las tinieblas” se titula el estudio de la investigadora francesa Anne-Marie Jolivet. Por su parte, Antonio Fernández Ferrer en “Buñuel acude a la cita: Ensayo de un crimen en Carne trémula” nos recuerda con precisión cómo los elementos buñuelianos están presentes en todo el desarrollo de la película de Almodóvar. Acompañan a estos trabajos de largo recorrido, otros más breves de Jean-Claude Carrière, Javier Espada, Román Gubern, Miguel Marías, Vicente Molina Foix, Jesús Ordovás y Francisco A. Zurian,
           
No fue este el último número dedicado al cineasta, para celebrar su 25 aniversario (del nacimiento de la revista y de la muerte del genial director) volvió a dedicarle una entrega especial, el número 88, con la participación de cineastas, artistas, periodistas y expertos en su obra, caso de Bertrand Tavernier, Luis Eduardo Aute, Jaime Rosales, Manuel Hidalgo o  Luis María Ansón, entre otros. También se incluyen las aportaciones de Agustín Sánchez Vidal, José Luis Borau, Ángeles González Sinde, Román Gubern, Esteve Riambau, Víctor Fuentes, Luis Alegre, Pablo Pérez Rubio, Amparo Martínez, Javier Rioyo, Juan Villoro, José María Conget o Chus Tudelilla. Cerrando con una imprescindible cronología obra del periodista y cinéfilo, Francisco Javier Millán. En suma, más de doscientas páginas dedicadas al cineasta que hacen de este número algo casi irrepetible.

            La última entrega sobre el cineasta se produce en el número doble 105-106, dentro de la sección Cuadernos turolenses, en la que Javier Herrera publica su trabajo, “Un Buñuel inédito y familiar”, donde analiza la home movie construida a partir de siete fragmentos dispersos que se corresponden a otros tantos momentos de su vida familiar.