CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 22 de agosto de 2014

EL PINTOR EN SU ESTUDIO: AGUSTÍN ALEGRE MONFERRER (I)



           
AGUSTÍN ALEGRE
FOTO DE MIKI BARRERA
Agustín Alegre (Santa Eulalia del Campo, Teruel, 1936), sonrisa franca y barba blanca de venerable patriarca, fuerte, jovial, ilusionado con la vida, ha preparado con mimo la entrevista y  nos recibe en su estudio de Villa Miriam –nombre de su hija autista-, situada en la calle Leocadio Brun,  aquel sencillo maestro, que nos dio clases en Las Anejas y nos tuvo a tantos turolenses en sus rodillas la noche de Reyes repartiendo regalos e ilusión, fue el padre de su mujer, Amparo Brun. Le comento que recuerdo a su suegro como un excelente dibujante y aprovecho para preguntarle por sus primeros maestros. Sin dudarlo me habla de la gran influencia que ejerció un primo suyo, Fermín, al que siempre consideró como “su hermano mayor”: “Me enseñó a cuadricular las láminas, a usar el difumino y le decía a mi padre que yo tenía condiciones para dibujar.” Y eso era mucho, pues su progenitor pensaba que “el oficio de pintor es oficio de espanaos y para pasar hambre ya estás bien donde estás.”  Pero pronto se tuvo que rendir a la evidencia, el chico valía para la pintura: “Una tarde, mi padre, cansado de ver que no aprovechaba el tiempo, me puso a hacer muestra. Aburrida tarea que pronto abandoné para dibujar un cartel de Nitrato de Chile. Al ver el resultado, mi padre, orgulloso, se fue a mostrarlo por la vecindad.” 
              Vuelve a mi pregunta y recuerda a Salvador Gisbert (hijo) -profesor de dibujo en la Escuela de Arte y Oficios-, a don Ángel Novella –a la sazón director de la citada Escuela-, al canónigo don Emilio Rabanaque, quien le compró su primer cuadro.
          Colgado en la pared de entrada a su estudio descubro una copia del conocido Autorretrato de Velázquez y aprovecho para preguntarle por sus pintores preferidos. “Velázquez es divino”, dice, pero de entre los españoles muestra su preferencia por Goya: “Yo soy muy triste pintando. A mi me inspiran mucho las pinturas negras de Goya –hay quien lo ha calificado del “Goya del siglo XX”-. Siempre cierro la visita al Prado con su visión. Te contaré una anécdota protagonizada por mi hija Nuria: viviendo en Madrid, la llevé de niña al Museo del Prado. Fuimos a ver las pinturas negras de Goya y la dejé sentada frente a ellas. Al poco la oí llorar y le pregunté la razón de su llanto: ‘¿Los mayores se comen a los niños?’, me inquirió desolada. Se refería al Saturno  de Goya. ‘No hija, por supuesto que no’, la tranquilicé. A la visita siguiente la llevé ante otro Saturno, el de Rubens. ‘Este ya no me da miedo’, me dijo”. Otros pintores que cita junto al genial aragonés son Solana, Zuloaga y Sorolla. De los extranjeros le apasiona Rembrandt, en especial su cuadro titulado La novia judía.

            Vuelvo a ser malo y le pregunto por los artistas turolenses. Me habla de su amigo y compañero de estudios artísticos en la Academia de San Carlos de Valencia, Paco Pérez Monleón, del escultor José Gonzalvo y del que fuera también escultor y amigo, Isaac Rodríguez, de Jabaloyas, “un artista con unas condiciones increíbles”, sentencia rotundo. 

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