CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 22 de julio de 2018



PASCUAL ALBERO BURILLO. EL DIVO DE LA JOTA.




Trayectoria profesional



Pascual Albero (Alcaine, 1906- Zaragoza, 1999) fue un tenor lírico ligero de voz aérea, con gran capacidad para los agudos. Galán Bergua, el estudioso de la jota aragonesa, destacaba de ella “su facilidad en los filados y portamentos, la limpieza con que emitía el Do de pecho y el Re y, sobre todo, el depurado gusto y el sugestivo matiz.”[2] De escasa estatura y gran confianza en sí mismo, sobresalía por su fuerte personalidad y gran carisma personal, lo que le llevó a protagonizar anécdotas como esta que describe Joaquín Martín de Sagarmínaga[3]

Cierta vez en que Federico Moreno Torroba se encontraba a la caza de buenas voces, con vistas a organizar una nueva temporada lírica en Barcelona, le propusieron el nombre de Pascual Albero. El compositor respondió: -Es un buen tenor, pero muy pequeño. Pasados unos días, tras haberle fallado otros cantantes, le pidió a un intermediario que localizase a Pascual Albero. Pero al entrevistarse con él, éste le contestó: -Dígale al maestro que en los días transcurridos yo no he variado de estatura.

Al final acabaron colaborando y fueron grandes amigos. 

Su trayectoria profesional puede dividirse en tres etapas: un periodo de formación que se prolonga hasta 1931; su debut, consolidación y éxitos como cantante de ópera y zarzuela en Barcelona y Madrid, que se extiende durante un lustro hasta la Guerra Civil; la lucha por la vida en la posguerra que le llevó a compatibilizar la lírica con su más prosaica profesión de contable, en un abandono progresivo de los escenarios como profesional del canto hacia mediados los años cuarenta, si bien siguió cantando de vez en cuando en Zaragoza, en especial en el café Ambos Mundos o en El Avenida, hasta bien avanzados los años sesenta. 

Debutó en 1931 en Barcelona con la ópera de Arrieta, Marina, desde un primer momento trató de alternar ópera y zarzuela, para lo que preparó un amplio repertorio que abarcaba ambos géneros: Tosca, Rigoletto, La Bohème, El elixir de amor, Pagliacci, Cavalleria rusticana, La favorita, Los gavilanes, Doña Francisquita, La Generala, El Ama, El guitarrito, Sangre de reyes, Los claveles, La Alegría del batallón, El caserío, La Dolores, Molinos de viento, La pícara molinera, Los de Aragón, y un largo etcétera. 

   Su gran valedor y mentor fue el maestro y compositor aragonés Pablo Luna, quien lo presentó en Madrid en 1934 con enorme éxito, alcanzando en ese momento la cumbre de su carrera. Como a tantos otros españoles, la Guerra Civil truncó su trayectoria profesional y a su conclusión, aunque trató durante algunos años de seguir con ella, al final se impuso la necesidad de tener un empleo estable, si bien esta circunstancia no impidió que persistiera su pasión por el canto y continuó participando en todos los eventos líricos organizados en Zaragoza, ciudad donde se asentó definitivamente y que reconocería sus méritos poco antes de su muerte dedicándole una calle, como también hiciera unos años antes Belchite, el pueblo de su mujer, o su pueblo natal, primero con un homenaje a su persona en 1984, y después dando su nombre a la plaza principal y colocando como recuerdo una placa conmemorativa en su casa natal. Atrás quedaban estrenos de campanillas como El alma del carrero o Paquita la del Portillo; escenarios de la categoría del Liceo de Barcelona y compañeros de lujo como Plácido Domingo (padre), Hipólito Lázaro, Marcos Redondo, Pedro Terol, Pablo Gorgé, Vicente Simón, Maruja Vallojera, Mª Teresa Planas, María Espinalt, Pilar Andrés, y tantos y tantos otros grandes cantantes. 

Pascual Albero y el cine.

FOTOGRAMA DE LA PELÍCULA
Durante el mes de junio de 1936 participó a las órdenes del cámara metido a realizador, Arturo Porchet, en la grabación del film basado en la obra homónima del maestro Luna, Hogueras en la noche, un drama familiar lleno de tópicos ambientado en una cuenca minera (minas de Figols), reconstruida parcialmente en el interior de los estudios Trilla-La Riva. Aprobada por el Comité de Explotación de Cines en enero de 1937, se fijó su estreno en Barcelona para el 22 de febrero. Por el contrario, en Madrid se estrenó el 28 de junio de 1937 en el cine Rialto. La película no fue excesivamente bien recibida por la crítica[4]. Lo mejor quizá fueran las canciones que interpretaba nuestro tenor, que según consta en sus archivos fueron “Sangre de reyes” y “La canción del barrenero” (Pascual representaba el papel, como se puede suponer, de un minero[5]).

Parece ser que fue contratado por estas fechas para llevar a la pantalla grande en forma de superproducción la ópera Marina, pero como tantas otras cosas, el proyecto se vio truncado por la Guerra Civil. 
Artículo completo en CABIRIA CUADERNOS DE CINE




[1] FOTOS DE PASCUAL ALBERO
[2] El libro de la jota aragonesa : Estudio histórico, crítico, analítico, descriptivo y antológico de la jota en Aragón, Zaragoza, 1966, pág. 230.   
[3] Mitos y susurros. 50 años de lírica en España, Madrid, Editorial Zumaque, 2010, pág. 363.
[4] Hasta la fecha no hemos podido localizar la película.
[5] FOTOGRAMAS DE LA PELÍCULA.

viernes, 13 de julio de 2018

RESEÑA DE LA NOVELA "EL MAL Y EL TIEMPO", DE CARLOS FORTEA.

LA MUJER DEL CUADRO


Lo quisieron o se quiso matar y murió de un infarto. El cadáver es el de un hombre feo, investiga el caso Javier Landa, un policía con inquietudes artísticas y solitario, de hecho, podría, en algunos aspectos, confundírsele con Arturo Cervera, el muerto. El mal y el tiempo, la última obra de Carlos Fortea, es una novela de personajes vestida con el negro de las policíacas, hay un arma, una mujer fatal y llueve en ocasiones, pero todo eso es una excusa para atrapar al lector y que la narración avance, lo importante es descubrir quién fue la víctima o esa hermosa mujer de “belleza eterna” del cuadro que preside la escena del hipotético crimen, Silvia Corsano, una pintora muy especial, clave en la investigación y centro del triángulo amoroso planteado ya desde las primeras páginas.
 Carlos Fortea teje una trama de novela negra en la que poco a poco va descubriendo la psicología de sus personajes y su evolución a lo largo del tiempo; se mueven en la doble moral existente entre lo que se considera ético, lo que se encuentra dentro de la ley y el orden, y los deseos internos, confesables o no, que chocan con los primeros y los hacen tambalearse o, sencillamente, derrumbarse a las primeras de cambio. También es destacable la diferenciación que se aprecia entre teoría y práctica, entre lo que es y debe hacerse, y lo que realmente uno es capaz de realizar cuando intervienen elementos o factores exógenos incontrolables, que pueden impulsarnos a actuar de una forma que previamente entenderíamos como inaceptable, estamos hablando de corrupción en el más amplio sentido de la palabra: política, económica, social e, incluso, personal y familiar, es el egoísmo en estado puro: mi yo, mi estabilidad, mi trabajo, mi prestigio, mis ambiciones… No importa el precio que se tenga que pagar o a quién se tenga que pisar, ya no hay moral, ha caído el muro que diferencia el bien del mal, el capitalismo campa a sus anchas y todo tiene un precio.
Nos guste o no, se trata de la realidad del mundo actual en general y de España en particular, esa España que arranca con una transición con pies de barro, continúa en los ochenta con una transformación construida sobre la especulación que da paso en los noventa a la gran mentira de una falsa sociedad del bienestar en la que estuvimos -¿estamos?- instalados hasta que a finales de la primera década del año 2000 comenzó una crisis que en nuestro país se agudizó más por la corrupción sistémica que hacia el 2012 fue imposible seguir negando.
Narrada en dos tiempos -1990 y 2012-, se alternan tres tramas paralelas e intercaladas hasta hacerlas coincidir: en la primera, se desarrolla la investigación policial; en la segunda, se cuenta la semana anterior a la muerte de Arturo Cervera y, en la tercera, la acción retrocede a los años noventa, momento del comienzo de los hechos que culminan en ese presente narrativo. Ese pasado de “vino y rosas”, lleno de sueños y ambiciones de juventud, es el espejo que sirve para explicar  los sucesos del hoy de los personajes y, claro, como no, del país.
Con esta estructura y un estilo un tanto minimalista –hay mucho de contención y poda-, en el que menos es más, donde los silencios -cómplices y culpables- son tan importantes o más que lo dicho (el lector debe cuestionarse, reflexionar, hacerse en todo momento preguntas sobre los sucesos expuestos), Carlos Fortea nos presenta veinte años de historia de España en la que, como en un nuevo Retrato de Dorian Grey, la inocencia de la incipiente e ilusionada sociedad democrática española se va corrompiendo hasta hacerla irreconocible incluso para “la madre que la parió”.
 Más allá de la investigación policial y del análisis sociológico, el árbol temático de la novela es amplio: desde la posición y actitud de los hombres en el mundo, pasando por el del valor de la amistad y el juego del amor, hasta el arte como elemento de salvación y vehículo de conocimiento.
El mal y el tiempo es una novela abierta, de indagación en el ser humano, un “ubi sunt” continuo de sueños, ilusiones, amistades, amores… Los lectores en general disfrutarán con ella, pero a los que ya tenemos una cierta edad y en los noventa todavía éramos jóvenes, además de hacernos pasar un buen rato nos obligará a pensar y, como en la canción de Presuntos implicados, nos hará reflexionar sobre “… cómo hemos cambiado…”, a preguntarnos sobre dónde están tantas cosas importantes de nuestro pasado.


Carlos Fortea, El mal y el tiempo, Madrid, Nocturna Ediciones, 2017.

lunes, 2 de julio de 2018

DOMINGO GASCÓN Y GUIMBAO EN ANÉCDOTAS (V)


LAS MIGAS AL ESTILO DE TERUEL

Perteneció a distintas academias y sociedades, entre ellas, Reales Academias de la Historia y de la Lengua, Círculo Aragonés de Madrid, Sociedad Económica de Teruel, Real Sociedad Económica Matritense, Academia de Jurisprudencia y Legislación, Asociación de Escritores y Artistas, Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País y Ateneo de Madrid. Pero lo que no es tan conocido es su afición por la gastronomía, así ofreció una muestra en el artículo “Migas al estilo de Teruel”, redactado a requerimiento de su amigo Ángel Muro, ingeniero, escritor y reputado "cocinólogo" de la época, que lo publicó en Madrid en el Almanaque de Conferencias culinarias en 1892. Unos años más tarde lo publicó en El practicón: tratado completo de cocina al alcance de todos y aprovechamiento de sobras, libro de recetas de cocina publicado en 1894, el más consultado y utilizado por los cocineros españoles hasta mediados de 1930, allí se puede leer: