CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

jueves, 28 de marzo de 2013

MINGOTE. UN GENIO DEL SIGLO XX... Y DEL XXI


APROXIMACIÓN BIOGRÁFICA (III)



Un año antes, en 1946, un compañero de pensión le llevó a Álvaro de Laiglesia, a la sazón director de La Codorniz en su segunda etapa, unos cuantos dibujos que fueron suficientes para que lo admitieran como colaborador habitual y todoterreno: chistes, dibujos, artículos, críticas y relatos (“Amor desgraciado”, “El trompeta”, “Mamá de pistolero”, “El caso de Lord Creek”, etc.). Creó el personaje el novel enmascardo, ilustró la novela de Fernández Flórez, El malvado Carabel, y fue dando cuerpo y vida a sus personajes más exitosos de ese momento, la pareja siniestra – bautizados por el escritor Ángel Palomino como Clodulfo y Lisarda-, una especie de “familia Addams” a la española, que simbolizaba la “España negra”, rancia y caduca. Más tarde los retomaría en Don José, llamándolos simplemente esos dos, revista de humor que entroncaba con la primera Codorniz -la capitaneada por Mihura-, y que Mingote dirigió desde sus comienzos en julio de 1955, hasta su número 107, para poco después desaparecer, constituyendo “uno de los más bellos fracasos de la prensa española”.



Los ideales carlistas del joven Mingote se atemperaron y aunque siguió como militar en activo para sobrevivir, poco a poco fue definiendo un camino personal que se decantó por la inteligencia y, sobre todo, por el sentido común, de manera que comenzó a mostrarse crítico con el régimen desde su tronera de francotirador de La Codorniz y participó, sin duda, del general anhelo de apertura común a todos los integrantes de la citada revista.
Como el mismo confesó en repetidas ocasiones, La Codorniz “fue como mi madre. Ella me parió al mundo del humor y del periodismo; ella me enseñó a comportarme con libertad, comprensión y tolerancia...” Allí entró en contacto con lo que López Rubio denominó la otra generación del 27: Mihura, Jardiel, Neville, Herreros y, sobre todo, su gran amigo Tono, al que tanto quiso y admiró. Tan importante fue esta experiencia para él que siempre reconoció que La Codorniz era su tema favorito, es más, afirmaba que  “el querido pájaro es mi tema único”, “el suceso humorístico del siglo”, “un Acontecimiento Histórico Trascendental”.
Desde su ingreso en La Codorniz no dejó de dibujar y escribir. Publicó su primera novela, Las palmeras de cartón, en 1948, ilustrada por Goñi, uno de los grandes dibujantes de la época y buen amigo suyo.

martes, 26 de marzo de 2013

MINGOTE. UN GENIO DEL SIGLO XX... Y DEL XXI.

APROXIMACIÓN BIOGRÁFICA (II)



Nieto por parte de padre y de madre de dos veteranos carlistas, se alistó en las milicias falangistas y, junto con el citado Clemente Pamplona, crearon una “centuria volante” de prensa y propaganda en el Teruel sublevado. Hacia finales de agosto de 1936, publicaban una hoja semanal que se llamó Imperio azul (antecedente directo del diario Lucha). Pamplona lo recordaba así: "Mingote, para dar gusto a la mano y suplir la falta de fotograbado, dibujaba más que escribía, decorando paredes y haciendo monos con cualquiera de nosotros como protagonistas. Él y todos pertenecíamos, a su vez, a la Centuria volante, especializada en descubiertas y golpes de mano al amanecer, en el muchas veces vano intento de sorprender al enemigo, intento muchas veces desbaratado por él, que nos obligaba a retirarnos perseguidos como aquella vez en los llanos de Celadas, que nos pisaron los talones los caballos republicanos del Alfambra. Meses más tarde volvimos a encontrarnos a Mingote en el mismo escenario; era alférez provisional; Publio y yo seguíamos siendo soldados de la Centuria y periodistas."
  Más tarde lo destacaron en el Tercio de Santiago en la Sierra de Albarracín (Orihuela del Tremedal). Al recuperar las fuerzas franquistas la capital –perdida hacía escasamente un mes-, Mingote buscó noticias de sus padres y hermana; Teruel era una escombrera y solo tres o cuatro personas deambulaban entre las ruinas. Ni rastro de su familia. Meses después recibió noticias a través de Cruz Roja. Estaban bien, pero su padre había sido encarcelado.

Como integrante del Regimiento de Zamora, participó en la toma de Barcelona. Concluida la contienda, se afincó en Zaragoza y se matriculó en Filosofía y Letras, pero tras la traumática experiencia bélica, los estudios no eran ni mucho menos su prioridad –“para estudiar estaba yo”-, prefería vivir la vida y frecuentar el Plata,  hasta que  a los dos años abandonó la universidad y comenzó una efímera carrera militar. Ingresó en la Academia de Guadalajara, donde puso en circulación su primera publicación humorística, La Cabra, autoeditada a ciclostil y distribuida de forma muy local entre 1942 y 1943.


Tras un breve destino en el Pirineo y luego en Guipúzcoa, en 1944 se trasladó a la Escuela de Suboficiales de Madrid con la finalidad de estar cerca de su madre, a la que atendió hasta su muerte en 1947. 

sábado, 23 de marzo de 2013

MINGOTE. UN GENIO DEL SIGLO XX... Y DEL XXI.


    APROXIMACIÓN BIOGRÁFICA (I)       

Mingote en 1935

   Mingote fue un tímido y un modesto patológico enormemente popular, en constante estado de perplejidad, asombrado de causar asombro. Hombre solo y taciturno, no gustaba de homenajes y recibió cientos, castigo al que volvemos a someterlo cuando se va a cumplir un año de su muerte. Esperamos acepte y perdone con su habitual resignación y natural elegancia nuestro atrevimiento, que no va más allá de pretender dibujar una sintética semblanza de su persona y de su obra, de recorrer a vuela pluma su trayectoria vital y profesional con afán divulgativo. Las siguientes entregas que sucesivamente iremos presentando en el blog con un apoyo gráfico importante, han sido publicadas en forma de artículo en la revista TURIA Nº 105-106.

        Ángel Antonio Julián Orson Dulce Nombre de María Mingote Barrachina, Mingote para los amigos, fue catalán de nacimiento, madrileño de adopción, aragonés de espíritu y carácter, español por vocación y ciudadano del mundo, como todos los grandes genios que en el mundo han sido.
Con su abuelo Esteban en Sitges (1923)
            Nació en Sitges el 17 de enero de 1919 (en esta localidad ejercía como maestro su abuelo materno). Hijo del músico y musicólogo, Ángel Mingote, y de Carmen Barrachina, maestra, escritora y poeta. Poco después de su nacimiento, la familia se trasladó a Calatayud y más tarde a Daroca, ciudad en la que su abuelo paterno era alguacil, director de la banda de música y organista de su Colegiata. Aquí comenzó sus estudios en el Colegio de los Escolapios de Puerta Alta.

Daroca. Cuadro de Mingote

Mingote llegó a Teruel en 1927. Su padre trabajaba de pianista -también tocaba el violín, daba clases particulares y componía- en uno de los varios cafés que en aquel momento ofrecían en la ciudad música en directo (después de la guerra conseguiría una plaza en el Conservatorio Superior de Música de Madrid como profesor de solfeo y su presencia en él resultaría decisiva para la formación del gran compositor y músico turolense, Antón García Abril). Vivieron en la Plaza del Torico, en el tercer piso de un edificio estrecho, enfrente de la pastelería Muñoz.
Mingote en 1928

Inició sus estudios en los Hermanos de las Escuelas Cristianas de Teruel, donde se manifestó su afición por el teatro, el dibujo y la música, disciplina esta última a la que parecía destinado. Allí trabó amistad con el que andando el tiempo sería periodista y director cinematográfico, Clemente Pamplona Blasco, con quien en el futuro colaboraría en diferentes proyectos.
Mingote con su madre.
En 1929 comenzó su bachillerato en los Padres Franciscanos y lo completó en el Instituto de la ciudad. Mingote describió siempre esta época como un tiempo maravilloso de descubrimientos: “Primeras lecturas deslumbradoras. Mi madre me enseña a admirar con humildad a los admirables. Mi padre me descubre a los del 98. Ildefonso Manuel Gil, pariente y amigo muy querido, me descubre a  los del 27 y a tantos otros. Yo, por mi cuenta, descubro a dibujantes y humoristas y guardo desde entonces devoción a tres Ramones: Don Ramón, Juan Ramón y Ramón…” Descubrió también el amor –su primer amor-, una chica con la que hacía manitas a escondidas: “Nos amenazaban con enviarnos al infierno. Los curas nos hicieron mucho daño. ¿Cómo vas a hacer caso al Infierno cuando eres joven y tienes a tu lado a una preciosidad de mujer? ¡Además, eso del Infierno es un invento perverso.”

Primer dibujo de Mingote (1932). Celia y el conejo Roenueces
En 1932 remitió un dibujo de Celia –el popular personaje de Elena Fortún- y del conejo “Roenueces” al suplemento infantil “Gente Menuda”, de la revista Blanco y Negro, y se lo publicaron; algunos años más tarde, en 1936, como discípulo del ya en ese momento profesor del instituto turolense, Ángel Novella (lo consideró más que maestro un “amigo y consejero”), envió otro al concurso de portadas del diario ABC
Portada enviada al ABC (1936)

miércoles, 6 de marzo de 2013

JAVIER MARTÍN, Morir en agosto, Barcelona, Candaya, 2004.


                        EN LOS LÍMITES DE LA REALIDAD





                Javier Martín nació en 1965 en Andorra (Teruel). Estudió literatura francesa en la Universidad de Barcelona. Es autor de Paraguay no tiene mar (Calambur, 2002), colección de relatos muy bien acogida por la crítica (en una futura entrega la reseñaremos) y del libro de poemas La vuelta al mundo (Veruela de Poesía, 2001). 
            La novela comienza con un Preámbulo en el que el autor, utilizando el recurso cervantino del manuscrito encontrado, se desdobla en The King of Redonda, un monarca escritor-coleccionista de libros de una isla del Caribe, creando de este modo el marco narrativo de la novela, una novela que ya se nos anticipa va a ser una suerte de cajas chinas o de muñecas rusas, donde un narrador nos lleva a otro y en la que constantemente se teoriza sobre el hecho literario, sobre la misma escritura de la novela que estamos leyendo, de manera que este mismo Preámbulo se define como “ese punto en el que el principio y el final se confunden como las aguas de un delta. Una suerte de prólogo-epílogo redactado por el monarca de un lugar perdido en el Caribe, una isla que no todos los mapas señalan ni nombran, un territorio que existe y no existe, como la literatura” o como Teruel.
            En la 1ª parte, titulada Ellos, nos encontramos con toda una serie de personajes que conocieron a Santos Puebla, protagonista y autor apócrifo de la novela, alter ego de Javier Martín, aunque diez años mayor, que se dibuja y se desdibuja en las voces de su hermano, su mujer, su hija, sus amigos, algunos de los cuales son seres reales ficcionalizados como los escritores Enrique Vila-Matas, Leopoldo María Panero o el malogrado narrador chileno Roberto Bolaño, al que se homenajea en toda la novela y cuya sombra,  en especial la de su obra Los detectives salvajes, planea sobre su estructura.
            El tema del saber aparece en numerosas ocasiones vinculado con el afán de descubrir un secreto o de averiguar una verdad. Así, en la Biblia, la expulsión del Paraíso es consecuencia de satisfacer ese deseo de conocimiento, o en la mitología griega, Pandora libera los males por la misma causa. De igual forma, el hermano del protagonista de Morir en agosto, Juan Puebla, al comenzar la novela nos dirá: “Tardamos quince años en volver allí, y cuando lo hicimos, algo nos estalló entre las manos. No lo que había ocurrido, ni su recuerdo, ni siquiera la idea de culpa, que los dos compartíamos en secreto; no, eso lo habíamos superado, lo que no pudimos soportar fue la impotencia de no poder conocer la verdad. Quince años después sabíamos que ya nunca llegaríamos a saber la verdad.” Estamos, pues, ante un modelo narrativo típico: la presencia de un enigma o de una verdad por descubrir, pero, si bien el deseo de conocer, de saber la verdad y de revelarla por medio de la palabra es lo que mueve la narración, la verdad puede manifestarse –de hecho se manifiesta- huidiza o incierta, de manera que el personaje o personajes se ven condenados a la búsqueda de una verdad inaprensible, o como dice Juan Puebla: “…la verdad se escurre como un pez entre las manos, un pez explosivo…”
Todo apunta a que estamos ante una novela de intriga, pero pronto descubrimos que no es así, estamos en una metanovela donde la escritura aparece siempre en primer plano y  se convierte en auténtica protagonista, donde la escritura es el género.
Todos los personajes de esta primera parte parece que hablan sobre Santos Puebla, pero en realidad hablan sobre ellos mismos, sobre su propia existencia o la de Javier Martín, pues al fin y al cabo vienen a ser lo mismo como afirma el propio Santos Puebla: “Los lectores tienden a identificar a los personajes con el autor, y en general no se equivocan, porque sólo es posible escribir sobre lo que uno ha vivido.”
            La 2ª parte, titulada Julián Ríos, me recuerda a la película de Robert Wiene, El gabinete del doctor Caligari, pues a su conclusión no sabemos si quien narra es un psiquiatra o un loco, o un psiquiatra que deviene en loco o un loco que deviene en psiquiatra-escritor, o mejor dicho, como él mismo dice en “cronista, en historiador descreído” que escribe para “comprender algo en algún momento, y también para atraer a los fantasmas”.
            Como se observa, Javier Martín se desenvuelve de modo inteligente en esa variante literaria que es el juego de espejos entre verdad y mixtificación, entre realidad y ficción, entre locura y cordura, entre hechos y conjeturas. Juega a confundirnos, recuperando de esta forma la mejor tradición del Quijote, de Niebla de Unamuno, de los personajes de Pirandello o del Luis Álvarez Petreña de Max Aub.
            En la 3ª parte, es Santos Puebla quien toma la palabra y nos descubre su secreto o la verdad de lo que ocurrió aquella lejana tarde de verano de 1969. En realidad ésta sería la auténtica novela, pero lo cierto es que tan sólo es una excusa que utiliza el autor para reflexionar sobre la literatura, sobre el oficio de escritor, sobre los imprecisos márgenes en los que confluyen la realidad y la ficción, sobre la disolución del sujeto y la imposibilidad de conocer y conocerse por completo, sobre el paso del tiempo y la muerte,  la culpa, la soledad, etc. En suma, sobre la compleja existencia de lo humano,  que en esta parte de la novela se instala en un paisaje concreto, el del Bajo Aragón, de resonancias casi míticas, descrito con el candor de la infancia perdida, pero salpicado con reflexiones que indican la madurez desde la que se narra, el paso del tiempo y las experiencias vividas. Por ello, el personaje de Santos Puebla no tiene la solidez narcisista y marmórea de un “yo”, su ser se configura como una serie de actos de enunciación:  no es el de una sustancia, sino el de ese mismo “estarse diciendo”, intensamente deseante y temporal. 
Santos Puebla cierra la novela con una última vuelta de tuerca y se confiesa autor de toda ella. De esta forma se nos presenta en toda su extensión el tema de las complejas relaciones entre verdad y mentira- locura y cordura en el ámbito de la ficción, así, aunque el tiempo y el espacio se concretan en todo momento tratando de imprimir veracidad a lo narrado, la impresión final es la de vaguedad y falta de certeza.
            La narrativa de Javier Martín no carece de peligros, quizá el mayor sea una cierta artificiosidad debida a un exceso de literatura, pero desde luego, como afirma en la novela, ha depurado su estilo, ahora más eficaz y elegante, fundamentado en una prosa  comedida y transparente, exenta de vanos retoricismos. De esta manera, el lenguaje cobra, por lo mismo, todo el protagonismo que le es propio en el espacio de un texto literario.
            Morir en agosto sitúa a Javier Martín como uno de los pocos narradores del panorama actual dispuesto a jugar hasta el final la baza de la experimentación y el compromiso con la literatura. Merece la pena.

Una buena crítica se puede encontrar en el blog BRÚJULAS Y ESPIRALES