EN
LOS LÍMITES DE LA REALIDAD
Javier Martín nació en 1965 en Andorra (Teruel). Estudió literatura francesa en la Universidad de Barcelona. Es autor de Paraguay no tiene mar (Calambur, 2002), colección de relatos muy bien acogida por la crítica (en una futura entrega la reseñaremos) y del libro de poemas La vuelta al mundo (Veruela de Poesía, 2001).
La novela
comienza con un Preámbulo en el que
el autor, utilizando el recurso cervantino del manuscrito encontrado, se
desdobla en The King of Redonda, un
monarca escritor-coleccionista de libros de una isla del Caribe, creando de
este modo el marco narrativo de la novela, una novela que ya se nos anticipa va
a ser una suerte de cajas chinas o de muñecas rusas, donde un narrador nos
lleva a otro y en la que constantemente se teoriza sobre el hecho literario,
sobre la misma escritura de la novela que estamos leyendo, de manera que este
mismo Preámbulo se define como “ese
punto en el que el principio y el final se confunden como las aguas de un
delta. Una suerte de prólogo-epílogo redactado por el monarca de un lugar
perdido en el Caribe, una isla que no todos los mapas señalan ni nombran, un
territorio que existe y no existe, como la literatura” o como Teruel.
En la 1ª parte, titulada Ellos, nos encontramos con toda una
serie de personajes que conocieron a Santos Puebla, protagonista y autor
apócrifo de la novela, alter ego de
Javier Martín, aunque diez años mayor, que se dibuja y se desdibuja en las
voces de su hermano, su mujer, su hija, sus amigos, algunos de los cuales son
seres reales ficcionalizados como los escritores Enrique Vila-Matas, Leopoldo
María Panero o el malogrado narrador chileno Roberto Bolaño, al que se
homenajea en toda la novela y cuya sombra,
en especial la de su obra Los
detectives salvajes, planea sobre su estructura.
El tema del saber aparece en
numerosas ocasiones vinculado con el afán de descubrir un secreto o de
averiguar una verdad. Así, en la
Biblia , la
expulsión del Paraíso es consecuencia de satisfacer ese deseo de conocimiento,
o en la mitología griega, Pandora libera los males por la misma causa. De igual
forma, el hermano del protagonista de Morir
en agosto, Juan Puebla, al comenzar la novela nos dirá: “Tardamos quince
años en volver allí, y cuando lo hicimos, algo nos estalló entre las manos. No
lo que había ocurrido, ni su recuerdo, ni siquiera la idea de culpa, que los
dos compartíamos en secreto; no, eso lo habíamos superado, lo que no pudimos
soportar fue la impotencia de no poder conocer la verdad. Quince años después
sabíamos que ya nunca llegaríamos a saber la verdad.” Estamos, pues, ante un
modelo narrativo típico: la presencia de un enigma o de una verdad por
descubrir, pero, si bien el deseo de conocer, de saber la verdad y de revelarla
por medio de la palabra es lo que mueve la narración, la verdad puede
manifestarse –de hecho se manifiesta- huidiza o incierta, de manera que el
personaje o personajes se ven condenados a la búsqueda de una verdad
inaprensible, o como dice Juan Puebla: “…la verdad se escurre como un pez entre
las manos, un pez explosivo…”
Todo
apunta a que estamos ante una novela de intriga, pero pronto descubrimos que no
es así, estamos en una metanovela donde la escritura aparece siempre en primer
plano y se convierte en auténtica
protagonista, donde la escritura es el género.
Todos
los personajes de esta primera parte parece que hablan sobre Santos Puebla,
pero en realidad hablan sobre ellos mismos, sobre su propia existencia o la de
Javier Martín, pues al fin y al cabo vienen a ser lo mismo como afirma el
propio Santos Puebla: “Los lectores tienden a identificar a los personajes con
el autor, y en general no se equivocan, porque sólo es posible escribir sobre
lo que uno ha vivido.”
La 2ª parte, titulada Julián Ríos, me recuerda a la película
de Robert Wiene, El gabinete del doctor
Caligari, pues a su conclusión no sabemos si quien narra es un psiquiatra o
un loco, o un psiquiatra que deviene en loco o un loco que deviene en
psiquiatra-escritor, o mejor dicho, como él mismo dice en “cronista, en
historiador descreído” que escribe para “comprender algo en algún momento, y también
para atraer a los fantasmas”.
Como se observa, Javier Martín se
desenvuelve de modo inteligente en esa variante literaria que es el juego de
espejos entre verdad y mixtificación, entre realidad y ficción, entre locura y
cordura, entre hechos y conjeturas. Juega a confundirnos, recuperando de esta
forma la mejor tradición del Quijote,
de Niebla de Unamuno, de los
personajes de Pirandello o del Luis
Álvarez Petreña de Max Aub.
En la 3ª
parte, es Santos Puebla quien toma la palabra y nos descubre su secreto o la
verdad de lo que ocurrió aquella lejana tarde de verano de 1969. En realidad
ésta sería la auténtica novela, pero lo cierto es que tan sólo es una excusa
que utiliza el autor para reflexionar sobre la literatura, sobre el oficio de
escritor, sobre los imprecisos márgenes en los que confluyen la realidad y la
ficción, sobre la disolución del sujeto y la imposibilidad de conocer y
conocerse por completo, sobre el paso del tiempo y la muerte, la culpa, la soledad, etc. En suma, sobre la
compleja existencia de lo humano, que en
esta parte de la novela se instala en un paisaje concreto, el del Bajo Aragón,
de resonancias casi míticas, descrito con el candor de la infancia perdida,
pero salpicado con reflexiones que indican la madurez desde la que se narra, el
paso del tiempo y las experiencias vividas. Por ello, el personaje de Santos
Puebla no tiene la solidez narcisista y marmórea de un “yo”, su ser se
configura como una serie de actos de enunciación: no es el de una
sustancia, sino el de ese mismo “estarse diciendo”, intensamente deseante y
temporal.
Santos Puebla cierra la novela
con una última vuelta de tuerca y se confiesa autor de toda ella. De esta forma
se nos presenta en toda su extensión el tema de las complejas relaciones entre
verdad y mentira- locura y cordura en el ámbito de la ficción, así, aunque el
tiempo y el espacio se concretan en todo momento tratando de imprimir veracidad
a lo narrado, la impresión final es la de vaguedad y falta de certeza.
La narrativa de Javier Martín no
carece de peligros, quizá el mayor sea una cierta artificiosidad debida a un
exceso de literatura, pero desde luego, como afirma en la novela, ha depurado
su estilo, ahora más eficaz y elegante, fundamentado en una prosa comedida y transparente, exenta de vanos
retoricismos. De esta manera, el lenguaje cobra, por lo mismo, todo el
protagonismo que le es propio en el espacio de un texto literario.
Morir
en agosto sitúa a Javier Martín como uno de los pocos narradores del
panorama actual dispuesto a jugar hasta el final la baza de la experimentación
y el compromiso con la literatura. Merece la pena.
Una buena crítica se puede encontrar en el blog BRÚJULAS Y ESPIRALES
Una buena crítica se puede encontrar en el blog BRÚJULAS Y ESPIRALES
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