CASABLANCA

CASABLANCA
FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 24 de febrero de 2013

MINGOTE: UN GENIO DEL SIGLO XX... Y XXI. "DE MUERTE NATURAL"



De muerte natural (Espasa, 1993) es una colección de diecisiete relatos tan imaginativos como divertidos, en los que conjuga esa mezcla tan mingotiana de ternura, burla y melancolía, acompañados de treinta ilustraciones. La unidad de conjunto viene dada por la presencia de la mentada muerte, natural o provocada, tanto da, pero, eso sí, siempre desdramatizada (no es humor negro sobre la muerte, sino humor con la muerte como presencia, como destino inevitable que hay que aceptar con normalidad).
En general, los relatos aparentan un exterior de corte festivo, absurdo o disparatado incluso, pero en su interior hay una densa humanidad recubierta de sutil ironía contra tópicos y lugares comunes –a veces sangriento sarcasmo hasta llegar a la caricatura-, cuya última finalidad no es provocar la risa, sino la reflexión.
El primero, “Carta de amor”, es una desopilante declaración de amor de un maduro jornalero analfabeto a su señorita de toda la vida, en la actualidad ya una venerable anciana inválida, momentos antes de ser ajusticiado por un ignoto delito.
El segundo, “La casa de los muertos”, es una parodia hilarante de los rancios dramas de honor decimonónicos que sigue la estela de la popular obra de Jardiel Poncela, Angelina o el honor de un brigadier.
En “Katrina”, Mingote enfrenta el mundo rutinario de un “tenedor de libros de la meseta” y la vida en libertad y aventurera de un “lobo de mar” llamado Katrina (Mingote comete conscientemente la falta de concordancia, pues se trata de una mujer), mediante un humor absurdo preñado de lirismo, llegando por momentos a crear inigualables boutades del tipo: ”Estaba yo una noche disfrutando del famoso espectáculo del rielar de la luna en el mar y viendo cómo las olas venían con un suspiro a morir en la playa una tras otra –aquello era una epidemia- […] Callamos. Las olas muriendo en la arena con la naturalidad de quienes no han hecho otra cosa en su vida…” De alguna manera, estamos ante esa pugna tan de Mihura -presente ya en la primera novela de Mingote, Las palmeras de cartón-, de enfrentar el mundo poético y creativo  con el de la vulgaridad de la rutina diaria.  
 “Pirulero. Una historia taurina” es una hispanización de la historia clásica de “Androcles y el león”, con un maletilla y un novillo cuyo nombre da título al relato,  sobre el que gravita el cuento de Neville, “Torito bravo” –sobre los dos autores el magisterio del admirado por ambos, Ramón Gómez de la Serna y el humor y la amargura que destila su novela El torero caracho-, si bien en el cuento de Mingote domina un tremendismo cómicamente desaforado, casi solanesco, que aquél suaviza con una prosa más lírica, pero que indistintamente en los dos finales concluirá en tragedia.
“El prodigioso viaje de Arsenio” es una parodia de la novela de ciencia ficción de Wells, La máquina del tiempo.
El libro contiene además algunos chistes literaturizados protagonizados por esas mujeres dominantes tan propias del universo gráfico de Mingote como son las de “Asesinato inminente” –una vuelta de tuerca a los dramas de honor calderonianos- , “Taxidermista” y “Arenas movedizas” (este último, como se puede deducir por su título,  remite al episodio “El asfalto”, de las míticas Historias para no dormir, cuya escenografía, como hemos comentado, diseñó nuestro autor). Otro relato con una mujer muy especial es “Chica rara”, una especie de “embrujada” que huye de cualquier atadura, un homenaje a la mujer independiente, al amor libre.
En “Paco”, Mingote satiriza la egolatría y la envidia de los círculos y tertulias de intelectuales y creativos con frases tan memorables comos la siguiente: “La noticia impresionó a los contertulios, en la medida en que algo puede impresionar a escritores y artistas, tan impresionados por sí mismos.” No menos memorable es la siguiente, demoledora de tópicos literarios y cinematográficos: “Me enfrenté a él en la tertulia una tarde de aguacero, de las que cuando suceden en París se mueren los poetas.”
En “Soñar acaso” encontramos un relato surrealista puro, en el que el sueño y la vigilia se confunden formando una misma cosa, pero que Mingote añade el tipismo del costumbrismo español y el picante espiritoso del clásico vodevil.
En “Otoño” presenta una cáustica visión desmitificadora de esa estación, convertida en tópico en la literatura romántica.
Como señala el propio Mingote, en su relato titulado “Don Tibaldo”, “es raro el escritor medianamente imaginativo que no haya escrito una historia de ventrílocuos y sus muñecos”, y se introduce en el tópico para dinamitarlo desde dentro.

Encontramos un interesantísimo homenaje a su venerado Velázquez y a sus Meninas en “Como todas las tardes”, un cuento que pone en palabras uno de sus cuadros más conocidos y habla del genio creativo, del instante anterior a la genial realización; Velázquez habla con sus personajes antes de pintarlos. Atrapados en el lienzo, cada tarde repiten la misma escena para distraer el ocio de los visitantes y escuchan indefectiblemente a algún pedante afirmar que Velázquez fue capaz de pintar el aire.
A nuestro juicio, el mejor es el titulado “El fin del caballo de Troya”, cien por cien mingotiano, destila perplejidad, escepticismo y desengaño por todos sus poros. La épica de las grandes gestas, en este caso la de Diómedes y sus hombres, a quienes nos presenta esperando el momento de entrar en acción para llevar a cabo su hazaña en el interior del caballo de madera, se diluye, y con ella su exposición retórica, para dar paso a mordaces reflexiones que presentan la mítica epopeya de forma más prosaica y mundana, hasta llevar al abismo de la duda al héroe aqueo y preguntarse si toda esa guerra no tendrá como fin último –y principal- el “sacarles las castañas del fuego a los especuladores”. Heróica decepción, muertes absurdas, demoledoras revelaciones, acertada visión de la historia. 

1 comentario: