Un musical genial.
No es frecuente que las grandes obras de la literatura encuentren una buena adaptación y den lugar a una gran película, por regla general, las mejores se han basado en títulos de escaso valor literario, mientras que las novelas y obras teatrales de primer orden rara vez han dado lugar a una versión destacable, pensemos en el mismo Don Quijote de la Mancha, con adaptaciones mediocres y épicos fracasos, o en Romeo y Julieta, llevada a la pantalla en multitud de ocasiones, pero en su inmensa mayoría de manera poco brillante. Los Amantes son la excepción que confirma la regla: han sido poco adaptados, pero cuentan con una obra genial, la del realizador belga Raymond Rouleau, Les Amants de Teruel (1962), una tan imaginativa como meritoria adaptación cinematográfica en forma de musical surrealista, de cine poesía, en el que la fuerza expresiva de la danza sustituye casi por completo a los diálogos y donde el especular juego barroco del teatro dentro del teatro, la vida como sueño, el conflicto entre la realidad y el deseo, junto con una ambientación expresionista, el juego de luces con valor semántico, los significativos cambios de tono del color -magnífico trabajo del director de fotografía, Claude Renoir-,
las interpretaciones, con una gran Ludmilla Tcherina en estado de gracia, la excepcional banda sonora de Theodorakis (poco después cantada por Édith Piaf), etc., hacen de ella una obra excepcional, digna de ser revisada por quien ya la conociera y de descubrir por quienes no. En cualquier caso, recomendamos la lectura del excelente ensayo, La otra vida de los Amantes de Teruel, publicado recientemente por Francisco Javier Aguirre, en el que, entre otras cosas, describe como si de una novela policíaca se tratara, la búsqueda de la música del compositor heleno y el feliz redescubrimiento para los amantistas de la película francesa.
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