CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

sábado, 22 de febrero de 2025

 

INGENIOSO INGENIERO Y GENEROSO MECENAS: JOSÉ TORÁN PELÁEZ Y CARMEN MARTÍN GAITE. UN VIAJE EXTRAORDINARIO

        


Ingeniero, visionario y pionero, José Torán Peláez (Teruel, 1916 - Madrid, 1981) fue una figura esencial en el desarrollo de las infraestructuras hidráulicas en España y en el mundo. Quienes lo conocieron y escribieron sobre su persona lo calificaron de “atípico, atrevido, autodidacta, brillante, coqueto, desmedido, desmesurado, desordenado, diferente, excesivo, extrovertido, exuberante, genial, grandilocuente, hombre de acción de personalidad atractiva y cautivadora, hombre del Renacimiento, imaginativo, ingeniero artista, insólito, inteligente, intrépido, original, osado, palingenésico, polifacético, presumido, seductor, singular…”

         Ingeniero de Caminos en 1942 construyó las presas de El Vado, en el Jarama, Cenajo, en el Segura, y la que ahora lleva su nombre en el Guadalquivir, entre otras muchas —Pinilla, Odiel, Los Toranes, Yeguas, etc. —. Realizó gran cantidad de planes generales y estudios, entre los que sobresalen los relativos al acueducto Tajo-Segura y especial importancia tuvo su intervención en la base americana de Rota.

         Consiguió del Senado de Estados Unidos el certificado para España como tercer país del mundo en grandes presas y fue uno de los primeros españoles en visitar la URSS.

         En 1970 fue elegido presidente del Comité Nacional Español de Grandes Presas y vicepresidente por Europa. Ese mismo año llegó también a la presidencia internacional de la Comisión Internacional de Grandes Presas (ICOLD).

         Antes de que Torán convenciera a las autoridades de Irak para recrecer la presa de Razzaza, Bagdad, junto al Tigris, había sufrido más de 10 graves inundaciones. Lo hizo en tiempo record, entre 1967 y 1970. Esta rápida ejecución salvó al país de una nueva riada de consecuencias catastróficas, por lo que recibió el título de “Padre de las Ideas”, y el gobierno lo condecoró con la más alta distinción civil: la “Orden de los Dos Ríos”.

         Fue el primer español invitado oficialmente por el gobierno chino, del que fue consultor entre 1973 y 1979. Por iniciativa suya y dadas sus influencias, propició el ingreso de la República Popular en ICOLD, hasta ese momento absolutamente aislada en el panorama mundial, comenzando de esta manera el reconocimiento internacional del gigante asiático. Por esta razón y por sus trabajos en el país, se le recibía con honores propios de jefe de estado. Se dice que murió trabajando sobre un plano de esa inmensa nación, cuyo gobierno le había encargado la planificación hidrológica de todos sus ríos.

         Llegó a mantener hasta siete oficinas abiertas en Madrid y en ellas colaboraban también escritores y artistas como los pintores Guillermo Delgado y Jaime del Valle-Inclán (hijo del escritor), los poetas Alonso Pardiero y Delgado Benavente, el periodista Ortega Spottorno (hijo del filósofo, con el que la familia Torán mantuvo siempre una gran amistad) y los novelistas Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet.

         La razón de esta presencia y el importante papel en sus proyectos se encuentra en la definición que Torán Peláez tenía de su profesión: “El ingeniero ha de ser, primero observador, después técnico… Pero sobre todo ha de ser artista; artista en cuanto a la capacidad de crear imaginativamente la contestación a las preguntas que ni el pueblo, ni la naturaleza, le pueden brindar”. Para él las razones estéticas en sus estudios eran primordiales y se regían siempre por un afán de búsqueda de lo novedoso y original en sus presentaciones. Mantenía que solo por la complacencia visual se puede acceder al convencimiento.

       

FOTOGRAFÍA DE ROGELIO ALLEPUZ

  De entre esa nutrida nómina destacó un nombre por encima de todos, el de la novelista Carmen Martín Gaite, de la que este año se celebra el centenario de su nacimiento. A ella le encargó, como trabajo de subsistencia, la biografía del ingeniero y político Conde de Guadalhorce.

         La escritora describió a Torán como un hombre “…muy extravagante y que tenía muchas excentricidades, pero con un talento como una catedral […] Entre estas personas a las que captó para la órbita de su ‘cuenca hidrográfica’ estaba una serie de escritores que por los años 60 no teníamos mucho trabajo ni mucho dinero. Él era una especie de gran mecenas […] Lo cierto es que nos ayudó mucho a abrirnos camino; nos pagaba muy bien los trabajos, eran además unos trabajos diferentes unos de otros, siempre divertidos…”

         Todos los que le conocieron destacan su verdadera obsesión por las etimologías, de hecho, entre sus colaboradores más cercanos estaba el filólogo Antonio Tovar, al que podía llamar a cualquier hora del día o de la noche para consultarle dudas lingüísticas. En este sentido, él mismo analizó su propio apellido: “Originariamente, los Toranes son pirenáicos, del Valle de Arán. El río Torán es uno de los primeros afluentes del Garona; corre paralelo a la frontera con Francia y afluye al Garona casi en el cruce fronterizo (probablemente la etimología indo-europea de Torán es, TOR=PUERTA, AN=AGUA. O sea TORÁN,  Puerta del Agua, que coincidiría etimológicamente con su significado toponímico)”.

         Con relación a esta inquietud, en septiembre de 1965 encomendó a Carmen Martín Gaite una misión extraordinaria: viajar a Teruel con la finalidad de realizar la genealogía de su familia paterna. Su experiencia y hallazgos los detalla en un informe que publicó el especialista en su obra, José Teruel, en la revista Turia (núm. 124, 2017). Por cierto, recientemente galardonado por su biografía de la escritora con el Premio Comillas de este año, que otorga la editorial Tusquets.

         La escritora quedó cautivada por la personalidad de su tatarabuela, Joaquina Herrera, “la Torana”, auténtica fundadora de la estirpe y fortuna de los sucesivos José Torán que, como los Aureliano Buendía en el Macondo de García Márquez, en  nuestro caso van a ser ingenieros y alcaldes de la ciudad en sucesivas generaciones.

         Martín Gaite siempre tuvo presente a su mentor y amigo en su obra, como también lo hicieron  el resto de los escritores, la mayoría de los cuales le dedicaron sentidas necrológicas de alto valor literario y personal. Como la del ingeniero e inclasificable escritor, Juan Benet, publicada en El País, donde, entre otras muchas cosas, decía: “…Parece ser que no deja un duro tras su muerte, un hombre que había paleado millones. Lo tuvo todo, por su propio esfuerzo, y lo perdió todo […] Fue en su momento el primer constructor de presas del país, el más singular consultor después, el hombre que, como presidente del Comité Internacional de Grandes Presas, alcanzó la máxima autoridad mundial en ese campo. Y lo perdió todo […] todo menos el aprecio de cuantos le conocieron y trabajaron con él […] Imprimía carácter, era lo más parecido que yo he visto a un pontífice, un pontífice secular…”

ARTÍCULO PUBLICADO EN DIARIO DE TERUEL


 

 

 

 

domingo, 16 de febrero de 2025

 

ALBARRACÍN: DESTINO Y MUSA DE CREADORES



   

    



        Albarracín es una joya monumental y paisajística, ejemplo de conservación del patrimonio. A este respecto, la labor que viene realizando la Fundación Santamaría, con su director Antonio Jiménez a la cabeza y su equipo, es un ejemplo a nivel mundial. Pero es mucho más, es un limbo espacial o como acertada y poéticamente describiera Vázquez Montalbán, “un sueño de geología y urbanismo dormido a la espera de la misma resurrección”, son toneladas de vacío y soledad, paradójica causa de su  extraordinaria preservación a lo largo de los siglos.

         Por eso, a nadie le puede extrañar, que desde sus mismos orígenes, la peregrinación a esta ciudad de ensueño haya sido obligada para creadores de todas las artes buscando inspiración. Ahí están las figuras del poeta Ibn Ammar, más conocido como Abenamar (1031-1086) en los textos cristianos, que estuvo durante algún tiempo protegido en su corte, o el gran literato, filósofo y gramático, Ibn al-Sīd al-Batalyawsī (1052- 1127), quien, por cierto, debió sufrir prisión y no salió muy contento cuando escribió el siguiente satírico poema dedicado a su estancia: “Nos llevaron a la tierra de Santa María / suposiciones de un pensamiento traidor / ya que conjurar es falso. / Nos pusimos en camino dando gracias a Dios / por su causa, no por otra / y resultó que ni su agua calmaba la sed / ni la hierba era forrajera”.

         El Cid la visitó en diferentes ocasiones e incluso fue gravemente herido en el cuello a los pies de sus murallas, bien lo sabía el anónimo poeta del Cantar cuando escribió: “Cabalgad con cien jinetes / por si tenéis que luchar / por tierras de Albarracín / primero habéis de pasar”.

         Todos los grandes viajeros de los siglos XVIII y XIX afrontaron los peligros de cruzar esa inhóspita sierra para llegar a visitarla. Richard Ford en 1845 escribía: “Albarracín es una silvestre población de montaña, con menos de dos mil habitantes y construida bajo una eminencia sobre la que se levanta en otros tiempos la ciudad antigua, como muestran aún sus murallas y dunas. El cortado barranco del Guadalaviar es pintoresco; las nieves y el frío del invierno son duros…”, y sigue describiendo  con admiración la excelencia del territorio para pescadores y geólogos, destacando entre sus recursos la carne y lana de sus ovejas y, sobre todo, la miel.

         Por su parte, al poeta y narrador holandés, impenitente peregrino, Cees Nooteboom, no le importó desviarse de su ruta a Santiago para acercarse hasta Albarracín y describir su caserío “como un grupillo de dientes sueltos en la impresionante dentadura pétrea de las rocas”. Fantástica visión de prodigioso anarquismo constructivo de casas funambulistas vestidas de rojo y ocre suspendidas en el vacío, con balcones cerrados por balaustradas de madera, diminutas ventanas con visillos de encaje y bellas labores de rejería. Extraordinario castillo de naipes en milagroso equilibrio que llevó a Ortega y Gasset a explicar que la ciudad “lanza a las alturas su increíble perfil alucinado” y al poeta turolense, Antonio Cano, a establecer una vanguardista comparación al hacerla competir “con las vertiginosas alturas neoyorkinas, con el mérito de ser mucho más audaces por lo viejas y torpes…”.

         Son innumerables los escritores que la han reseñado, a veces con sorpresa, como Baroja al descubrirla en lontananza, o admiración, como Azorín, Jarnés, Carandell, Llamazares, Jon Lauko, Alonso Crespo, Luis Zueco, José Luis Melero… También insignes periodistas como Gervasio Sánchez y Antón Castro o novelistas como José Luis Corral han impartido cursos sobre Fotoperiodismo, Literatura e Historia, entre otros muchos. Pero son los poetas —Francisco Brines, Rosendo Tello, Jiménez Losantos, Xoán Abeleira, etc. — con Labordeta a la cabeza, quienes mejor la han sabido dibujar con palabras como estas del cantautor: “[…] El cielo está pendiente de la roca. / Aire sobre la muralla, / detenido, / como un lamento, / como una larga frase derrumbada. / Guadalaviar torcido, ausente, / lames, ceremonioso, la roca / quilla de piedra, / rojo penacho de cuestas y de arcadas, / sobre ti duerme el tiempo, / sólo pervive el agua”.

         También son legión los artistas que han paseado sus calles buscando rincones ocultos para pintar “al óleo o al pastel, boceto de aguafuerte o acuarela de cinzolín” y sorber la luz de sus muros, puentes, callejones en escalera o laberínticas escalinatas, arcos, fuentes, galerías emparradas, plazas y plazoletas, picassianas casitas populares y nobles casonas con escudos señoriales y aldabas de fantasía. Tal es su belleza que, el mismo Zuloaga, pedía confidencialidad a su gran amigo el compositor Manuel de Falla al describirle su descubrimiento en carta fechada en 1921: “Llego de Albarracín (lugar en donde el Cid hizo una de sus grandes batallas). Vengo loco de entusiasmo. Aquello es lo más grande que hasta ahora he visto. No hable a nadie de ello, ni siquiera pronuncie el nombre de Albarracín (esas son cosas que debemos guardar para nosotros)”. Con él los más grandes de la pintura nacional: Parcerisa, Benlliure, Solana, Tuset, Furió, Núñez Losada, Quincoces, Joanna Aurora Charlo, Gonzalo Tena, Agustín y Fermín Alegre… Y también internacionales como Vernon H. Bailey.

         No son menos los fotógrafos que se han visto cautivados por su “cubismo antiguo”: Otto Wunderlich, Ricardo Calero, Jean Dieuzaide, Bernard Plossu, Kim Castells, Castro Prieto, Joan Fontcuberta, Luis Agromayor, Juan Pando Barrero, Leo Tena, Pedro Blesa, Agustín García, Gonzalo Montón… Incluido el mítico Patricio Julve y el excelente fotógrafo local Francisco López Segura.

         El cine tampoco escapó a sus encantos y la ha convertido en escenario de lujo con categoría de personaje en multitud de ocasiones en películas folclóricas de gran calidad como La Dolorosa (Jean Grémillon, 1934), con la “sonrisa de la República”, Rosita Díaz Gimeno, como protagonista, o Alma aragonesa (José María Ochoa, 1961), en la que la bellísima cantatriz, Lilián de Celis, se resfriaba al lucir escote cantando a orillas del río; sobre la guerra civil: Torrepartida (Pedro Lazaga, 1956), filme con el que el joven músico turolense, Antón García Abril, iniciaba su carrera como compositor de bandas sonoras y ¡Jo, papa! (Jaime de Armiñán, 1975), donde una hermosa Ana Belén mostraba sus encantos femeninos para escándalo de la sociedad del momento y celebraba con los lugareños, al concluir la jornada de rodaje, su cumpleaños en compañía de su marido, Víctor Manuel, en el bar de la localidad, La Covacha. También paseaba sus calles y cantaba jotas Alfredo Landa en Un curita cañón (Luis María Delgado, 1974). Sin olvidar las históricas, The Promise (Terry George, 2016), con un épico Christiane Bale o la serie El Cid. Por su parte, Alfredo Mayo, convertido ya en galán trasnochado, trataba de seducir a Mara Cruz, “los ojos más bonitos de España”, en el policiaco, Cerrado por asesinato (José L. Gamboa, 1961) y Anthony Quinn (actor admirado por Eleuterio Sánchez, el popular “Lute”, que aprovechó su presencia en España para saludarlo y conocer la ciudad) jugaba en la plaza a las canicas con el niño Jorge Sanz, que bebía los vientos por Paloma Gómez en Valentina (Antonio José Betancor, 1982), un amor preadolescente de cine que unos años más tarde se haría realidad.


ESTE ARTÍCULO SE PUBLICO EN EL CULTURAL DEL HERALDO "ARTES & LETRAS"`