DOS ANÉCDOTAS LITERARIAS:
UNA PIERNA DE GOMA Y UN VIAJE INESPERADO A MI PROPIO OMBLIGO
Corría el año 2016. Presentaba en Zaragoza un ensayo dedicado a las voces turolenses en la lírica: el primer volumen de una serie que iniciaba su andadura con dos tenores singulares, cuyas trayectorias merecían salir del olvido. Me ocupé entonces de Amable Leal Alegría, natural de Alcañiz, y de Pascual Albero, oriundo de Alcaine. Para la ocasión, logré un marco inmejorable: una sala de atmósfera cálida y noble, provista de piano, lo que permitió cerrar el acto con una emoción que aún hoy me acompaña. Rodolfo Albero Colino-Esbec —tenor en activo y nieto de Pascual Albero— interpretó varias arias que sellaron la velada con una intensidad difícil de describir.
En la mesa me rodearon voces tan lúcidas como generosas: Miguel Ángel Yusta, Miguel Ángel Santolaria, José Luis Melero y el entonces Director General de Cultura y Patrimonio, Ignacio Escuín. Aunque no “jugaba en casa”, la sala se llenó, en gran parte gracias a la complicidad y entusiasmo de mis compañeros, que supieron convocar a un público entregado y melómano. Las intervenciones fueron todas de altura, pero hubo una que sobrevoló el acto con una gracia particular: la de Pepe Melero, que alcanzó un nivel de inspiración verdaderamente memorable.
Su intervención se centró en la figura de Amable Leal Alegría, a quien, si bien dediqué apenas una quinta parte de las 110 páginas del ensayo, el propio Melero supo devolver con su palabra brillante el protagonismo merecido. Compartió entonces una de sus célebres “melenécdotas”, tan hilarante como insospechada, y para mí absolutamente desconocida relativa al padre del mencionado tenor, sastre de profesión y cojo de nacimiento por tener una pierna más corta que otra. Si por ventura —aunque lo veo improbable— el libro conociera alguna vez una segunda edición, no dudaría en incluirla: redondearía con maestría la semblanza de ese tenor de nombre inigualable y, sí, casi literario: Amable Leal Alegría.

Amable Leal. 1907
La anécdota
—difundida por José Luis Melero en sus artículos del suplemento Artes &
Letras del Heraldo de Aragón y recogida también en uno de sus
libros— la resumo aquí siguiendo la versión que ofrece el propio hijo del
protagonista, Domingo Gascón y Guimbao, conocido popularmente como “el tercer
amante de Teruel”. Su padre, José Gascón de Allué, barbero cirujano de oficio,
fue protagonista de una intervención quirúrgica tan insólita como extravagante,
que bien podría describirse como un “milagro de Calanda”, pero a la inversa.
Para abreviar, no me detendré en los textos ni en las fuentes de Melero, sino
que me limito a reproducir la noticia tal como fue publicada en la Miscelánea
Turolense: “Día 23.- Año 1884.- Muere en Alcañiz el maestro sastre Eusebio
Leal. Algunos años antes, y cuando contaba unos treinta años de edad, se hizo
amputar, sin necesidad alguna, una pierna imperfecta que tenía, sin
más objeto que colocar después una de goma para disimular mejor su defecto
físico. Hizo la amputación el profesor de cirugía D. José Gascón de
Allué; pero antes se hizo constar en escritura pública que la operación se
hacía por mandato imperativo del interesado. Presenciaron esta operación varios
profesores por lo raro del caso. El valiente sastre satisfizo su aspiración de
muchos años y usó la pierna de goma hasta su fallecimiento.” Parece ser que
vivió más de veinte años feliz con su pierna de goma.
La siguiente anécdota tuvo lugar durante la Feria del Libro de este mismo año. El organizador me hizo llegar una novela: El viaje circular, del escritor, humorista gráfico e ilustrador castellonense Joan Montañés Xipell. Como no sé decir que no —y mucho menos ante una propuesta literaria— acepté encantado, y la vida, generosa, me recompensó con la lectura de una novela magnífica.
En ella, un racionalista francés, enviado por Mitterrand en busca del “centro del mundo” para reafirmar a Francia como faro de la civilización, termina extraviado —y borracho— en tierras castellonenses. Allí, acompañado por un tabernero octogenario experto en “mundología”, emprende un viaje tan delirante como cervantino por la geografía valenciana. Entre mitos, malentendidos lingüísticos y un humor afilado, la novela parodia con brillantez la épica ilustrada, elevando lo local a categoría de símbolo universal.
Por una de esas coincidencias maravillosas que sólo el azar sabe tejer, el ilustrado galo acaba encontrando el supuesto “ombligo del mundo” precisamente en los lugares que marcaron mis primeros vínculos con la vida: Cabanes, donde pasé mi primer año; Alcalá de Chivert, pueblo natal de mi padre; y el Maestrazgo castellonense, con Morella como referencia entre otras localidades.
Preparé con entusiasmo la presentación: me sentía en plena sintonía con el autor y su obra. Sin embargo, mi euforia se desmoronó una hora antes del acto, cuando el cielo decidió desplomarse en forma de lluvia. Aunque cesó justo a tiempo, solo acudieron ocho esforzados lectores, entre ellos nuestras respectivas esposas. Fue, sin duda, una saludable cura de humildad y una lección impagable: haber estado en el “ombligo del mundo” no nos garantiza, en absoluto, ser el centro de atención literaria. Una pena, así son las cosas.
