CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

martes, 24 de marzo de 2015

RESEÑA DE "DÍAS FELICES EN EL INFIERNO", DE GYÖRGY FALUDY

UNA AVENTURA INTELECTUAL. LA VIDA
Fotó: Urbán Ádám
A la edad de 92 años, en  2002, Faludy contrae matrimonio con la joven poetisa Fanni Kovács, abandonando a Eric Johnson, su compañero desde el año 1966. 


Esta reseña ha sido publicada en la REVISTA CULTURAL TURIA

         A la pregunta de “¿quién  es el húngaro más conocido en España?, la respuesta sería sin duda “Kubala”. Tal vez: “Puskás”. ¿Conoce alguien algún escritor húngaro? Con suerte, los más aventajados darían el nombre del Nobel de 2002, Imre Kertész, pero ¿quién conoce a György Faludy? Pocos: los especialistas y, quizá, una minoría de privilegiados lectores que por alguna razón especial han tenido la suerte de entrar en contacto con su fantástica experiencia vital y su no menos alucinante obra.
         Joseph George Leimdörfer (1910-2006) -György Faludy-, poeta, periodista, traductor (en ocasiones apócrifo, pues en sus Villon Balladái se esconde un falso Villon: él mismo), viajero impenitente, candidato al Nobel fue, sobre todo, un escritor controvertido y poco convencional; vamos, lo que se  dice inclasificable, un verdadero grano en el culo para los estudiosos de la literatura húngara.
         Perseguido tanto por la Alemania nazi como después por el régimen prosoviético, se exilió en 1938 a Francia, Marruecos y Estados Unidos. En 1945 regresó a Hungría y acusado de espionaje fue encarcelado en el campo de trabajo de Recsk hasta 1953, donde sin tinta ni papel para continuar con su obra poética, ideó un personal sistema nemotécnico para preservar del olvido los poemas que mentalmente escribía y así poder publicarlos algún día, tarea en la que también fue ayudado por otros prisioneros, quienes ya en libertad, años más tarde, se los remitieron desde todas partes del mundo, evidentemente tamizados por su experiencia personal, propiciando de esta manera una tan curiosa como irrepetible forma de creación poética individual y colectiva.
         Hasta aquí la peripecia vital de Faludy que le sirve para escribir lo que  podríamos considerar la autobiografía de la primera mitad de su vida titulada Días felices en el infierno. La segunda mitad la recogió en Después de mis días felices en el infierno y en A Pokol tornácán.
         Días felices en el infierno es un libro, pero no solo un libro; son unas memorias, pero no solo unas memorias. Es más bien un libro de libros, un caudal de relatos, un compendio de historia, filosofía y literatura, en el que se mezclan los géneros –poesía, crónica documental, novela de viajes y aventuras, erótica, de espionaje, de campos de concentración, de terror, etc.- y los estilos con la habilidad de un verdadero maestro de la palabra y del arte de vivir.
         En la narración de su experiencia vital, Faludy recupera la vieja tradición oral del relato itinerante -a la vez la del Quijote y la de Las mil y una noches- y asistimos a una implacable revisión crítica de la situación política y social del mundo de la primera mitad del siglo XX, al tiempo que a la historia de la búsqueda del escritor de su propia y genuina libertad, sustentada en esencia en al amor a la vida por el mero hecho de estar vivo. Un escritor de hoy no es un narrador de historias en el zoco, pero, como ellos, puede recobrar su misma cadencia narrativa para decirnos dónde puede hallarse –para el hombre y para la escritura- el espacio de la verdadera libertad.
         Su escritura es flexible y plástica, novelesca y expresiva, lírica por momentos –son hermosísimas las descripciones de paisajes y gentes-, concebida con plena libertad creativa, poblada por personajes fascinantes y extraordinarios que protagonizan o cuentan episodios insólitos e inolvidables. Es fácil detectar homenajes (implícitos y explícitos a la literatura francesa, española e inglesa en general y a la húngara en particular), esa misma pulsión por contar tan de los libros de libros, donde los personajes se reúnen y cuentan las historias de sus vidas o episodios laterales con un estilo eficaz, de brochazo rápido, impresionista si se quiere, pero preciso, con una retórica justa y amena, con un fino sentido del humor, irónico y sutil, fruto de una visión amable de la vida, llegando en algunas ocasiones al absurdo, que puede hacer pensar al lector que se encuentra ante la jocosa mistificación de unas memorias. De esta forma, lo trágico y el horror de las experiencias vividas por Faludy (baste con recordar que un largo capítulo es el dedicado a su estancia en el campo de trabajo, claro precedente de la “literatura de Gulag” que popularizará una década más tarde Alexandre Soljenitsyne) se presentan al lector envueltas en una sonrisa socarrona, burlona, a veces incluso cínica, pero ojo, bajo esta capa de aparente frivolidad se esconde siempre un sentimiento de responsabilidad ontológica, de compromiso con su tiempo y con el hombre, una denuncia continua del nazismo, del comunismo y de todos los tipos de fascismos, una alabanza incontenible de la libertad. Faludy lo tuvo siempre muy claro: “…la lengua húngara era el único sitio del que jamás podrían echarme.” Y cierto que lo consiguió; en ella se quedó para siempre impreso con letras mayúsculas.
         En días felices en el infierno, Faludy da una visión inesperada, diferente, absolutamente vitalista de los momentos más oscuros de la historia mundial de la primera mitad del siglo XX -de ahí el oxímoron del título-, narra su experiencia vital, sí, pero sublimada por la magia de las palabras, transformada por su alegría de vivir, que contagia al lector hasta el punto de hacerle comprender que incluso en el “infierno” se puede ser feliz. Su escritura está llena de intuiciones y de sabias reflexiones, de tensión, de deslumbramiento estilístico, de humanismo y modernidad narrativa, de ganas de vivir (“Pero si yo era feliz, lo era por el solo hecho de estar vivo. Cuanto mayor era el miedo a la muerte que sentía por la noche, mayor felicidad me parecía sentir al otro día”).
         La editorial Pepitas de calabaza -¡qué nombre tan bonito para una editorial- y Fulgencio Pimentel aciertan plenamente con esta traducción al español -magnífico el trabajo de Alfonso Martínez Galilea- de esta joya de la literatura del siglo XX, un libro de amor a la vida, de crítica del mundo y de reinvención del género autobiográfico. Un auténtico regalo.

György Faludy, Días felices en el infierno, Logroño, Pepitas de calabaza y Fulgencio Pimentel, 2014.



         

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