CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 2 de octubre de 2015

RESEÑA DE "CUANDO JUNTOS CAMINÁBAMOS", DE ELIFIO FELIZ DE VARGAS

CAMARADAS


Foto tomada del Diario de Teruel

   Con Cuando juntos caminábamos, la última novela de Elifio Feliz de Vargas, he disfrutado como turolense y como lector.
   Como turolense he recorrido las calles y plazas del centro histórico de la ciudad siguiendo los pasos de sus personajes, con ellos he recordado las tardes de domingo de juegos de mesa y ping-pong en la antigua sede de la OJE en el histórico edificio de la Casa de la Comunidad, otrora arrumbado y en la actualidad flamante Museo de la ciudad; he visitado el antiguo claustro, húmedo y oscuro, del Palacio Episcopal, y el nuevo ya reformado, cálido y luminoso; he vuelto a revivir mis primeros escarceos sexuales en la angosta discoteca Java; también, como le ocurriera a Proust, he rememorado recuerdos de la adolescencia y juventud al sucumbir al poder evocador del olor de las míticas sardinas asadas del ya desaparecido bar Plata y, como no, he vuelto a reivindicar la supervivencia del Colegio Universitario, hoy ya, afortunadamente, consolidado en coqueto campus.
         Como lector me ha entretenido el argumento de la novela, pero más si cabe me ha deleitado la indudable calidad literaria de un entramado narrativo de tan difícil ensamblaje como fácil lectura, cimentado sobre una sólida documentación que en modo alguno densifica su escritura, donde todo encaja con precisión absoluta.
         La mayoría de los apartados en que se divide podrían funcionar de forma autónoma como relatos, al tiempo que se complementan de manera perfecta para componer la historia principal, narrada con continuos saltos en el tiempo: un narrador omnisciente nos describe las incipientes relaciones de amistad de un grupo de muchachos que comparten aventuras e inquietudes en un campamento de la OJE en el verano de 1972 en Orihuela del Tremedal. Asistimos a la socialización adolescente, con sus luchas por el liderazgo y sus sumisiones, a las primeras amistades y traiciones, al despertar de la sexualidad, en suma, a toda una serie de acontecimientos que marcarán sus vidas , en este caso  y de manera especial la de José Antonio Toro, un protagonista de ambigua personalidad construida sobre extremadas convicciones políticas hasta el punto de deformar su visión del mundo, de la amistad, del amor e, incluso, de su misma orientación sexual, pero también la de su “camarada”, el tímido y solitario Roig, más conocido por todos como “Melindres”, ese amigo-víctima y verdugo con el que mantendrá una confusa relación el resto de su existencia.
         El narrador omnisciente alterna con las voces en primera persona de otros personajes que en algún momento tuvieron relación con él, perfilando desde sus respectivos puntos de vista su compleja psicología. De esta manera, con la pieza que cada uno aporta, se irá construyendo el puzle de la vida de Toro, pero también se esborazá la de ellos: el padre Nebot recorre las calles de Teruel y su historia desde los años cuarenta, pasando por los últimos estertores de la dictadura y las primeras elecciones democráticas, hasta llegar al comienzo del presente siglo. Se trata de una especie de Séneca de derechas, cuyo monólogo interior se sustancia en párrafos más o menos regulares que se cierran antes del punto y aparte con una palabra-resumen de lo dicho anteriormente, fantástica manera de caracterizarlo mediante el fluir de su conciencia, que va construyendo una especie de diccionario personal definitorio de su forma de pensar y de entender el mundo. Un inmigrante cubano, ingerencia externa en la vetusta capital de provincia, desencadenante de los hechos finales, perfectamente dibujado por medio del ritmo y de los rasgos diafásicos y diatópicos de su habla. El agente Chozas, Inma, Roig, el propio Toro… Todos personajes redondos, incluidos los secundarios de lujo –Jesús, el chofer estraperlista, Martín, Gallego, Rudolf, Maldonado y un largo etcétera- que evolucionan ante nuestros ojos y cambian como el paisaje urbano de la ciudad. Coetáneos míos y del autor, viven experiencias similares a las que pudimos vivir nosotros y en los mismos espacios, caso, por ejemplo, del surrealista apagón de luz de tres días de duración de octubre del setenta y nueve, todavía vivo en el inconsciente colectivo de los turolenses mayores de cuarenta años. De hecho, podríamos jugar a descubrir a posibles personas reales escondidas tras ellos, pero sería un trabajo poco productivo, lúdico tal vez, pero muy pobre en lo literario. Elifio sabe que un escritor al cerrar los ojos debe eliminar de su mente razones y sentimientos circunstanciales, debe sumergirse en el pasado para ir en busca de los orígenes, de los símbolos primeros, y es ahí donde encuentra a José Antonio Toro, que es uno y muchos, como anticipa su significativo nombre de pila y su no menos simbólico y racial apellido: la fuerza, el valor viril, la bravura, la fecundidad, todo puesto en duda; es España, esa piel de toro,  habitada por esos personajes de ideologías extremas, Toros de uno y otro signo que, invariablemente, en un eterno retorno, siempre terminan desollándola; pero es también Teruel, con su Torico, ese microcosmos social y político de España, donde la onda de los cambios siempre llega a sus orillas con retardo y es de baja intensidad. Es ese adolescente obnubilado por la figura del padre, que quiere ser militar como él, abrir una armería con él, pero termina regentando –y obsérvese de nuevo el perfecto e irónico juego simbólico y lingüístico- la mercería de su madre. Es ese joven obsesionado con mantener el régimen franquista que agoniza y lidera en Teruel el grupo de ultraderecha que se reúne en “La Reserva”, un local cuyo nombre y abandono físico simbolizan a la perfección el desmoronamiento de la misma ideología que cobijan sus decrépitas paredes: “Nos detuvimos frente a una puerta despintada. Sobre la mirilla se conservaba una imagen policromada del Sagrado Corazón de Jesús rodeada por los colores de la bandera nacional y la inscripción ‘Dios bendiga cada rincón de esta casa’.” Elifio hila todo esto con maestría y consigue que en el lector surja un recuerdo primordial, una visión, un olor evocador: la magdalena de Proust.
         La literatura constituye la verdadera Historia de los pueblos, en este caso la novela de Elifio, Cuando juntos caminábamos, es una aguda mirada crítica a los últimos años de la dictadura y primeros años de la democracia, una historia de “camaradería” mal entendida y de represión  sexual. Sean o no turolenses la disfrutarán sin ninguna  duda.
        

    Elifio Feliz de Vargas, Cuando juntos caminabamos, Madrid, Última Línea, 2015.

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