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Foto Heraldo de Aragón |
José
Luis Melero es un apasionado de la vida, siente pasión por el Real Zaragoza, la
jota, la escritura y los libros pero, sobre todo, es un apasionado de la
amistad, sin duda su rasgo más sobresaliente que resume y explica todos los
anteriores: sigue al Zaragoza para compartir buenos y malos momentos con sus
amigos; colecciona libros para ponerlos a su disposición y escribe, como la
inmensa mayoría de nosotros, para que lo quieran, pero también escribe por y
gracias a ellos, en especial a su mejor amiga, su mujer que, como tantas otras,
soporta y se esfuerza cada día en mantener viva la llama de sus pasiones.

El tenedor de libros (Xordica) es una
selección de 123 artículos que ha publicado en el suplemento “Artes y Letras”
del Heraldo. Se trata de una visita
guiada por su envidiable biblioteca que, como en otros libros anteriores transita
-rememorando el título de una magnífica novela de Ignacio Martínez de Pisón, el
verdadero responsable de que dejara de ser el amigo ágrafo- por “carreteras
secundarias” de la literatura, es el placer de viajar sin reloj, sin prisas,
donde el viaje es un fin en sí mismo, saboreando con delectación las sabrosas
anécdotas a las que ya nos tiene acostumbrados: de su mano disfrutamos de
paisajes poco frecuentados, por ejemplo del dormitorio de Pérez Galdós o de la
biblioteca de Hitler; escuchamos los chismes de Alfredo Marqueríe sobre el
bueno de Antonio Machado, las curiosidades sobre los poetas de la Generación del 27 de
ese otro gran coleccionista de amigos increíbles que fue Pepín Bello o los
remordimientos de André Gide por haber rechazado el original de Marcel Prous, En busca del tiempo perdido; nos
reconfortamos como letraheridos
conociendo los pocos ejemplares que vendía de sus libros Ramón Gómez de la Serna o el propio Melero,
que tiene la sana costumbre de reírse con y de sí mismo (“Una revista y un
tonel” o “Firma de libros” son desopilantes ejemplos de ello); sabemos de la
verdadera historia del paraguas de Azorín, de “bastones con pedigrí”, como el
de Borges o que al entierro de Hartzenbusch asistieron poco más de una docena
de personas; vivimos las muertes por “abstracción” –por “pensar en las
musarañas”, en palabras del autor- de personalidades como Antonio Gaudí, Víctor
Seix (el conductor del tranvía que lo atropelló, ¡pásmense!, se llamaba Adolf
Hitler) o Pilar Bayona, entre otros o asistimos a las “bodas” de escritores con
familiares de otros escritores, etc.
También
como otras veces, su escritura está salpicada de guiños, complicidades y
homenajes a sus grandes amigos: Emilio Gastón, Javier Tomeo, Felix Romeo, José
Antonio Labordeta, Chesus Bernal, Javier Cercas, José Luis Violeta, Jesús
Marchamalo, Manuel Pinillos, etc. No cabe duda, podemos afirmar que El tenedor de libros es, entre otras
muchas cosas, un compendio de grandes historias de amor y amistad.
En
algunos artículos esboza siguiendo la máxima gracianesca de que lo bueno, si
breve, dos veces bueno, mini biografías esenciales de escritores con vidas
apasionantes absolutamente olvidados: Ángel Samblancat, Rafael José de Crespo,
Eduardo Marquina, Iván Nogales (mirobrigense autor del desternillante poemario
intitulado Nueces eroticolíricas,
heteroclitorizadas y efervescentes, 1921), José Mor de Fuentes, etc. Se
trata pues de esa intrahistoria de la literatura que no figura en los manuales,
poblada por escritores que trasiegan vinos en tascas de suburbio que hicieron
de sus vidas su gran obra literaria, pero con ellos comparten páginas autores
consagrados de la literatura universal como Juan Ramón Jiménez, García Márquez,
Vargas Llosa, Joyce, César Vallejo y muchos otros. Acompañados también por
decenas de los que se podrían considerar secundarios de lujo de la cultura
española injustamente sepultados por la losa del tiempo, desde sagas de
libreros como Miguel de Suelves, alias Zapila, los Vindel, Manuel Pérez de
Guzmán, Juan Manuel Sánchez o el mismo Benedicto XIII, pasando por bibliófilos
como Ramón Miquel i Planas o Isidoro
Fernández, curiosos filólogos y nefandos escritores como Julio Cejador y Frauca,
dibujantes como José Cabrero, fotógrafos como Lucas Cepero, cocineros como
Teodoro Bardají y un larguísimo etcétera de personajes bohemios, alucinados,
desgarrados, raros, trágicos, curiosos o excéntricos, pero también personas -que
no personajes- anónimos, gentes del común, próximos a su cotidianeidad, como
oftalmólogos, sastres, vecinos de todo tipo y condición, etc., que hacen de El tenedor de libros por una lado una
obra ilustrada llena de vidas y rica en anécdotas, con una atmósfera que los
castizos dirían deja en la boca “sabor de época”, pero, por otro, en ella
también bulle la vida y el tiempo presente; que nadie se engañe, Melero trata
temas de actualidad (monarquía o república, independentismo catalán, etc.)
y no todo en él es complacencia,
optimismo y diversión, cualquiera de sus artículos, el que quieran, como los
buenos guiones de cine, tienen un punto de giro final, una vuelta de tuerca
desconcertante, un “zasca” en la
boca, una relación extrema inesperada entre hechos o circunstancias aparentemente
inconexas que él sabe relacionar con su mucho saber y que vinculan lo que
cuenta con el presente. Melero se moja, vaya si se moja, hay crítica expresa y compromiso
(por sus amigos mata: “Negro Romeo”) y siempre profundidad de pensamiento (ahí
es nada “Padres asesinos”), y es que José Luis no da puntada sin hilo, la
virtud de su escritura radica en su capacidad de resumen, en condensar en una
página sus conocimientos enciclopédicos de bibliófilo, no sólo coleccionista,
sino lector, y exponerlo sin solemnidad alguna, con sencillez extrema, como si
hablara en la barra del bar con los amigos, en zapatillas de estar por casa o
por volver a los castizos, “a la pata la llana”. Es pues la suya una escritura
esencial, densa como el iridio, propia del escritor que sabe del valor del
tiempo y no se lo hace perder a nadie que se acerca a su escritura.
El tenedor de libros no les defraudará,
su autor es su mejor personaje, y por muy poco dinero podrán disfrutar de la
biblioteca de un bibliófilo de toda la vida, es un destilado de libros, un
concentrado vitaminado y supermineralizado de lecturas. Disfrutarán.
El próximo sábado a las 13'15, dentro de la programación de FERIA DEL LIBRO DE TERUEL, en los jardines de San Pedro, presentaré este libro y nos acompañará su autor. Os esperamos.