CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

jueves, 15 de septiembre de 2016

RESEÑA DE "LAS EFÍMERAS" DE PILAR ADÓN



DE TERRARIOS, CACHIPOLLAS Y UTOPÍAS



       


Las efímeras es una novela intensa, paradójica y extraña. La autora, Pilar Adón, es una escritora de amplio espectro y paso corto. Su escritura le ha llevado cinco años de trabajo, de maduración y reposo, de presencia y distancia, de reescritura y reconstrucción. El resultado es una obra visceral e inquietante, formalmente rotunda.


Las hermanas Dora y Violeta Oliver mantienen unas relaciones de dependencia ambiguas. En sus respectivas personalidades resuenan ecos de la novela El juego, de A.S. Byatt o de la película de Aldrich, ¿Qué fue de Baby Jane?: Dora, la mayor, es aparentemente fuerte y decidida, mientras que Violeta, la menor, se supone débil y frágil; sin embargo, aquella tiene una importante dependencia de esta y la mantiene encerrada para evitar que se fugue con un joven de inestable carácter, Denis, acosado por un oscuro pasado familiar. Viven solas, próximas a una utópica comunidad en forma de colmena, La Roche, otrora floreciente, ahora ya en su ocaso, cuyos miembros se retiran para vivir supuestamente en paz y armonía con la naturaleza y sin juzgarse unos a otros. Hasta allí solo llegan aquellos que “niegan lo superfluo y rechazan lo innecesario”, esas son las sencillas normas de Anita, descendiente de los fundadores y actual directora. En su labor cuenta con la ayuda de Tom, un estudiante de medicina cuya presencia le aporta compañía, pero también desasosiego y suspicacia, pues con él llegó la semilla de la especulación.


La Rouche es un lugar de inspiración real que Pilar Adón trasmuta en función de sus intereses: un modo de vida idílico en contacto con la naturaleza que se convertirá en una claustrofóbica trampa, en la que los personajes viven atrapados en sus espacios abiertos, presos de sus sentimientos, pasiones, miedos, ambiciones, fobias… La “escuela del futuro”, libertaria, laica y autogestionada para hijos de obreros creada hacia 1904 por el filosofo y escritor anarquista Sébastien Faure, es un universo simbólico, es el terrario en el que la autora encierra a sus personajes para, con mirada de entomóloga, observar su conducta; ellos son las “efímeras”, las “cachipollas”, pequeños insectos que viven apenas un día anegados en las orillas de los ríos, y le sirven, como las moscas del vinagre a los genetistas, para analizar su comportamiento, estudiar su evolución y obligar al lector a reflexionar sobre el lado oscuro de las relaciones familiares, la soledad, el deseo de dominio, la justicia, la sed de venganza, el deseo de trascendencia y, sobre todo, el miedo como elemento desvirtuador de la bondad humana, de los sentimientos en general y del amor en particular.


La Rouche es pues en apariencia un lugar tranquilo en el que los personajes viven conforme a un mínimo código de conducta, pero lo cierto es que pronto descubrimos que en verdad se trata de un espacio dominado por una naturaleza asfixiante, símbolo de lo eterno, capaz, como los mismos personajes, de cambiar en segundos y pasar de la más absoluta calma a la más extrema violencia, a la que todos se someten, en la que todos se encuentran enfangados, presos del barro, sometidos a su misma transformación, subsumidos bajo la lluvia, ese incesante diluvio que implica castigo y finalización. Hay mucho de los trascendentalistas norteamericanos –Emerson, Thoreau, Hawthorne, Dickinson, etc.-, a veces, incluso, para darles la vuelta. 


Pilar Adón convierte La Rouche en su particular territorio mítico a lo Rulfo o Faulkner, en el que el hombre lucha con los otros y con su entorno, con sus propias emociones y con el implacable paso del tiempo. Cada personaje -incluida la naturaleza- en algún momento de la novela, es percibido por el lector como una amenaza latente, todos ellos en cuestión de segundos mutan, se transforman y muestran su lado más perverso. 


Pilar Adón describe con acierto la zona oscura del ser humano, lo turbio e inquietante que puede haber en él, y lo hace con un lenguaje lleno de fuerza, como ese viento que sopla constantemente; sus palabras, como la misma lluvia que cae sin cesar, ejercen una especie de embrujo sobre el lector al difuminar los contornos de la realidad y envolverla en misterio, hasta el punto de que incluso las acciones cotidianas nos producen un fascinante extrañamiento. 


La comunión del entorno con los personajes y los hechos acaecidos, insinuados o sospechados, crean lo que a nuestro juicio es el personaje principal de la historia: la atmósfera. Así es, Las efímeras es una novela de ambiente agobiante y perturbador, de utopías fracasadas por la indiferencia humana, de profundidad psicológica de unos personajes que zigzaguean y penetran en las zonas de penumbra de las emociones, los sentimientos y los instintos del hombre. Con todo ello, Pilar Adón conforma una maraña perfecta en la que el tiempo, el espacio y la acción están concebidas solo para ese mundo y no para otro, de contemplación y admiración profunda por la naturaleza, con clarividentes chispazos sobre los grandes temas vitales, escrita con una prosa rotunda y poética, de un lirismo sobrio e impetuoso, de contundente sencillez expresiva, de enorme fuerza, la fuerza del estilo sobre el argumento que lo controla todo para crear un ambiente y una atmósfera donde todo fluye y encaja a la perfección: Las efímeras es una magnífica novela, un juego literario y simbólico que, en última instancia, pretende explorar y jugar con el lenguaje.






Pilar Adón, Las efímeras, Barcelona, Galaxia Gutemberg, 2015.

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