CASABLANCA

CASABLANCA
FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 16 de abril de 2017

RESEÑA DE NO CANTAREMOS EN TIERRA DE EXTRAÑOS

CON BANDA SONORA


Desde la Odisea hasta Centauros del desierto, todo relato épico está construido a partir de la idea del viaje, tanto geográfico como de evolución personal, psicológica o espiritual. La pretensión última del héroe es la de salvar a un pueblo, o a una persona, o a una idea. Su sacrificio tiene un objetivo, como lo tienen los protagonistas de No cantaremos en tierra de extraños, la última novela de Ernesto Pérez Zúñiga: “Ya que perdimos un país, salvemos a una persona. Salvemos a tu mujer”, dirá el sargento Ramón Montenegro a Manuel Juan María.


El primer capítulo sitúa la acción en el Hospital Varsovia de Toulouse en 1944, donde Manuel y Ramón entablan amistad, mientras convalecen de sus heridas, recuerdan fragmentos de su pasado y proyectan su futuro con una sola meta: rescatar a Ángeles, la mujer que quedó en Las Quemadas embarazada de Manuel cuando tuvo que salir huyendo del país (en breves fogonazos se resume su historia como anarquista hasta la guerra civil, argumento de la primera novela de Pérez Zúñiga, Santo Diablo, precedente de esta con la que forma un díptico que seguramente se cerrará en una trilogía). Son pues dos hombres sin patria, republicanos exiliados que tras combatir en Francia contra los alemanes, sufrir heridas, prisión y vejaciones, no tienen nada y van a hacer del viaje de retorno la única razón de su existencia.


Los cimientos de la novela se asientan sobre una base histórica y real: el Hospital Varsovia y varios de los personajes; su director, Héctor Rubio; los médicos, Edward Barsky y María Gómez; el escritor, marginado por el macartismo, Howard Fast, etc. A todos ellos les rinde homenaje, en especial a este último, cuyos míticas obras, desde La última frontera pasando por Espartaco, hasta cualquiera de la trilogía que le dedicó a la guerra de secesión, presentan, como la de Pérez Zúñiga, las semillas de revuelta contra los despotismos y tiranías de todo signo, pero en nuestro caso en modo alguno pretende escribir un relato histórico al uso, es más bien un juego literario en el que conviven lo serio con lo burlesco, el drama con la parodia, lo real con lo fantástico, el compromiso con la evasión, la historia con la mitología, etc. En suma, creatividad concebida con absoluta libertad.


En el segundo capítulo cruzan los Pirineos -esa “frontera” tan propia del western- y se adentran en los dominios del conflicto: la irrealidad exterior se adensa con la espiral de violencia interior, España es un “infierno” dantesco, un cuadro del Bosco, un mundo onírico sumido en tinieblas y habitado por seres tan violentos como hambrientos, donde el resentimiento, el odio, la envidia, el rencor, etc., cobran apariencia humana; España es una pintura negra, una sucesión de desastres de la guerra de Goya, un paisaje visto con las quevedescas lentes expresionistas, grotescas y deformantes del esperpento valleinclanesco o con los ojos surrealistamente estrábicos de Buñuel (los sueños simbólicos y premonitorios desempeñan un papel relevante en la trama). En ocasiones, los personajes, como en las películas de John Ford, se siluetean contra el horizonte para resaltar su soledad sobre un paisaje devastado; en otras, como en el cine neorrealista de Rossellini, para demostrar la crueldad y los efectos de una guerra sobre las personas, en especial niños y mujeres, que se ven obligados a todo para no morir de hambre. 


El cine y los cines están muy presentes en la novela, tanto explícitamente como espacios mágicos de evasión, como implícitamente en la mirada de Pérez Zúñiga, cuya escritura participa de técnicas cinematográficas: los fundidos de secuencias –mentales o reales-, la variación de encuadres, el distanciamiento y las focalizaciones, la composición fragmentaria, la alternancia de secuencias, etc. De igual forma, significativamente anticipada en su título, No cantaremos en tierra de extraños cuenta con una particular banda sonora, compuesta por los mismos cantos bíblicos que los protagonistas entonan como un mantra y las inolvidables canciones que suenan de fondo mientras cabalgan: “The Searchers (Ride Away)” y “River of No Return”. 


En esta buddy-road movie, el anarquista Manuel Juanmaría –Quemamonjas- y el sargento jefe, ex soldado republicano, Ramón Montenegro –Monteperro- (el guiño explícito a Valle Inclán y a ese gigantesco fresco histórico-mítico que son sus Comedias bárbaras, no solo está presente en su nombre y apellidos o en el apodo de su padre, “Cara de Plata”, sino también en numerosos rasgos de su personalidad y en muchas de sus acciones), aquel es un personaje shakesperiano, sin verdades absolutas; este es un personaje fordiano en sus contradicciones, es noble y generoso, cruel y despiadado, un hombre de acción para quien ayudar a Manuel se convierte en su único objetivo, en una suerte de redención personal.


El estilo de Ernesto Pérez Zúñiga participa de un cierto barroquismo, con tendencia a la frase breve con densidad conceptual, preñada de carga significativa, en ocasiones tajante y rotunda, cercana a la sentencia y al aforismo; esa esencialidad, a medio camino entre lo filosófico y lo poético, nace de la mezcla de fantasía y realidad subjetivada. La narración combina constantemente los puntos de vista que sin solución de continuidad se mezclan con los flujos de conciencia de los protagonistas, incluidos entre ellos los huesos del padre de Montenegro.


Ernesto Pérez Zúñiga sabe, como su admirado Valle, que “representar el pasado es repasar el presente”, que todo relato histórico debe servir de enseñanza, No cantaremos en tierra de extraños es un canto de lucha por la libertad en el que alienta la esperanza; un western con su particular banda sonora que tiene mucho de reivindicación de la verdad histórica contra la deformación y la mentira, contra el silencio y el olvido; una novela épica y poética, auténtica y original.

ERNESTO PÉREZ ZÚÑIGA, NO CANTAREMOS EN TIERRA DE EXTRAÑOS, Madrid, Galaxia Gutenberg, 2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario