CANTAR
Y CONTAR
Decía mi admirado José Luis Alvite que la vida es de una belleza distinta y emocionante si la miras a través de una ventana con los cristales sucios, pero lo cierto es que la inmensa mayoría de la gente nos empeñamos en limpiar los cristales esperando ver con toda nitidez esa mañana luminosa de primavera en la que cantan los pajarillos al alba y verdean los campos, pero la realidad, contumaz, persistente en el error, se empeña en volverlos a ensuciar. José Luis, ahora no me refiero a Alvite, sino a mi también admirado Gracia Mosteo reivindica esa mirada turbia, cargada de excesos, la más real, de los cristales sucios: la del prostíbulo, la comisaría, la cárcel, el metro, los pisos patera, el manicomio… Su último poemario, Romancero negro, finalista del premio Fray Luis de León 2013 de poesía, sigue la estela -como obra en marcha- de su anterior, Blues de los Bajos Fondos (2009), si en este recorría la N-II de burdel en burdel, ahora con el monocorde sonsonete del romance de ciego peregrina por la ciudad cantando y contando, dando voz a sicarios, camellos, pandilleros, violadores, prostitutas, boxeadores sonados, inmigrantes… Pero el romance muta a Rap (Rhythm and poetry) en su segunda parte, para “adecuar el libro a la crispación de la calle”, nos confiesa, evolucionando como la escritura de sus poemas, que arranca en el plácido 2007 y se extiende hasta el turbulento 2014, con la crisis de las hipotecas en su nivel más asfixiante.
Los escenarios de sus personajes son lugares habitados por perdedores inevitables, seres juzgados y condenados ya desde su nacimiento o infancia, son tragedias clásicas contemporáneas. Al asomarnos a estos lugares y a su estilo poético también nos asomamos al alma del autor, a su pensamiento, a su formación intelectual, anticipada por las citas que abren los poemas y conforman una especie de autorretrato poético, un verdadero catálogo de poesía perfectamente armado y coherente, que va desde los clásicos hasta el siglo XXI.
En su primera parte, “Nuevos romances fronterizos”, formada por quince composiciones, las citas son de poetas griegos y latinos, Virgilio, Homero, Safo, etc., y con ellas Gracia Mosteo nos anticipa que como Arquíloco de Paros, se va a comportar como un libertino, un mercenario y un cínico (en el sentido filosófico de la palabra), como el inventor del yambo, se expresa en versos vulgares, nada refinados ni dados al sentimentalismo barato, escapa de tópicos, escribe a la pata la llana, para ser entendido por todos, con rabiosa sinceridad; como Tibulo, otro de sus referentes, con estilo sencillo, chirriantemente armonioso; como Simónides de Ceos entiende su poesía como una pintura "que habla", como un arte que entra inmediatamente por los sentidos, es una poesía plástica que participa de la incertidumbre de la condición humana ("Siendo hombre, jamás digas que va a pasar mañana"); como hiciera Juvenal con sus sátiras, García Mosteo denuncia con sus romances los vicios, las injusticias sociales y la indignidad de las clases dominantes; con Teognis de Megara participa de su minimalismo poético y como él en su poesía pretende realizar un retrato de la sociedad en un mundo cambiante, etc.
En la segunda parte, “Raps de los malos tiempos”, abandona a los clásicos para encomendarse a la poética hermosamente fea de la Generación Beat, de esos derrotados y marginados, pero a la vez pletóricos de convicción, como fueron Ferlinghetti, Lamantia, Kerouac, etc., que conviven en su bagaje poético con esos raros y marginales aragoneses como Miguel Labordeta, Julio Antonio Gómez -el Gordo del Nike-, Auseron, etc., y con escritores malditos como Poe, Genet, Bukowski y, sobre todos, aquel gran maestro de la burla, el inmenso cachondo, el último goliardo, François Villon, el primer asesino poeta. Mosteo, como Villon, elige a sus compañeros de viaje entre lo más degenerado del lumpen, son gentes “con mal en el alma y bien en el cuerpo”, como la poesía del francés, la suya es irreverente, sincera, divertida, clásica en su forma, pero radical en su fondo, un dardo lanzado contra la hipocresía social y la ceguera de la cultura oficial.
Yo, que contrariamente al prologuista del Romancero negro, Montero Glez, no voy de putas, y me empeño en limpiar esos cristales sucios cada día, recomiendo su lectura por divertida y auténtica, al fin y al cabo he de reconocer mi fascinación por ellas, aunque sea literaria y cinematográfica, de alguna manera mi vida sentimental es deudora de muchas putas de buenos sentimientos, desde las que visitaba e hipnotizaba Buñuel en su juventud, pasando por las de Cela, Vargas Llosa y García Márquez, ni qué decir tiene que en mi particular imaginario ocupa un lugar de privilegio esa cara con ángel que fue Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes o Julia Roberts dando vida a esa cenicienta rediviva en Pretty woman. Confesaré incluso que hubo una época que tuve como lectura de noche El arte de las putas, del relamido Moratín y, si me apuran, convendré con Mosteo y Glez que, quizá hubiera que proponerla como lectura obligatoria en Enseñanzas Medias.
JOSÉ LUIS GRACIA MOSTEO, ROMANCERO NEGRO. TREINTA POEMAS DE SEXO, CRIMEN Y DESAMOR, Toledo, Celya, 2017.
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