HISTORIAS
PARA NO DORMIR
Tras
una pandemia y con una guerra en la frontera de Europa, qué mejor que comprar
un libro de Instrucciones para el fin del
mundo. Con este sugerente y comercial título hace su presentación oficial el
escritor turolense José Baldó. Coeditado por el Instituto de Estudios
Turolenses y Prames, presenta trece relatos de misterio, suspense y terror
fantástico aderezados en ocasiones con ciertas dosis de amor y humor.
La portada, una puerta entreabierta generadora
de un pasillo de luz, nos invita a seguirlo y a traspasar ese umbral para
introducirnos en otra dimensión: la de sus narraciones. Recuerda la cabecera de
la mítica serie televisiva, Historias
para no dormir, en la que el inolvidable Chicho Ibáñez Serrador adaptaba
obras literarias de terror, misterio, ciencia ficción o suspense de autores
cuyo influjo se encuentra también en los relatos de Baldó.
La obra se estructura en cuatro partes
y sus respectivas historias mantienen una relación temática anticipada en el
título genérico que las agrupa: “Al borde del abismo”, “Juego de niños”,
“(Des)amores” y “Apocalipsis ¡Ya!” De igual forma, entre los bloques se crea
una cohesión interna mediante sutiles guiños narrativos que vincula sus
contenidos y dota a todo el conjunto de unidad y coherencia.
El poeta Mario Hinojosa le dedica unas
líricas palabras a modo de prólogo, “Continuidad de los parques”, en las que
comenta entre otras cosas la nutrida intertextualidad presente en los relatos
de Baldó. Si hablamos de escritores cita a Cortázar, Stephen King, Cheveer,
Carver, Lemaitre, Chéjov, McCarthy, Ellroy y Bécquer, pero podrían ser muchos
más: Poe, Lovecraft, Matheson… Y si lo hacemos de cineastas la lista sería
también interminable, al citado Ibáñez Serrador, se unirían Hitchcock, Kubrick,
Carpenter… Como afirmara Todorov: "No existe enunciado que esté desprovisto
de dimensión intertextual”; es decir, toda creación se construye como mosaico
de citas –conscientes e inconscientes-, refundiciones e inversiones y es el
resultado de la absorción y transformación de otros textos. Desde este punto de
vista, Baldó se convierte en una esponja que amalgama en su escritura toda una
serie de mensajes adquiridos desde temprana edad en su formación intelectual
como omnívoro lector, voraz telespectador y cinéfilo empedernido.
Esa anticipada influencia cortazariana
expuesta por Mario, se observa ya en el primer relato, “El escritor”, un
homenaje a la literatura pulp en el
que la ficción y la realidad se entrelazan en una historia circular creando un
efecto de cajas chinas con final abierto susceptible de múltiples lecturas.
En el segundo, “El sonido de las almas”,
encontramos otra de las constantes de la escritura de Baldó relacionada con sus
personales aficiones-pasiones: la música. Reconoce en nota el homenaje a las
leyendas de Bécquer -“Maese Pérez el Organista”, “El Miserere”, etc.-, así como
también en los nombres de sus protagonistas se perciben ecos de los de La Regenta -Julián Mesía, Froilán de Pas
y Ana Atienza-, con los que teje una historia de amor pasional y música
infernal.
“Alma condenada” es un microrrelato muy
bien resuelto que fue merecedor del primer premio del concurso “Mirambel Negro”.
Por su parte, “Los mandamientos”, el último de este primer apartado, es una
cruda historia de maltrato y educación perversa de un niño que sirve de
antesala a los cuentos de la siguiente sección protagonizados todos por
diabólicos muchachos. Si el primero, “Los vikingos”, es muy duro, el que cierra
la serie, “El secreto”, lo es en extremo. Ningún lector saldrá indemne tras su
lectura. Pero, como decía Chicho, ¿Quién
puede matar a un niño?
Para rebajar un tanto la tensión, el
tercer bloque, “(Des)amores”, encabezado por la significativa cita del Cantar de los cantares, “El amor es
fuerte como la muerte”, presenta otros tres relatos de afectos y amistades preadolescentes
con finales menos descarnados, si bien con un poso de tristeza y cierto regusto
amargo.
Decía Paul Eluard que “hay otros
mundos, pero están en este”, como demuestran las tres últimas narraciones. En
la primera, una magnífica bajada a los abismos de una mente enferma, con un tan
divertido como irónico título, “Feo, fuerte y formal”, con el que homenajea a John
Wayne y Loquillo. Recordemos que el actor se casó con tres mujeres hispanas y dejó
como epitafio esas tres palabras a su juicio definitorias de su personalidad,
aprovechadas a su vez por Loquillo para dar nombre a uno de sus discos más
importantes.
La
de Baldó es una prosa cinematográfica en el sentido más literal: parece haber
sido escrita pensando en la pantalla, sus personajes se comportan como si
actuaran ante una cámara. Baldó es, sobre todo, un gran creador de imágenes. La
joven aterrada que corre por los campos de maíz huyendo de una abominable criatura
requiere un travelling; una mujer y
un gato caminando en la oscuridad de la noche por un pueblo pide un plano secuencia;
el hombre que lleva el auricular del teléfono a la oreja para escuchar lo
inesperado sugiere un primerísimo primer plano…
La
prosa cinematográfica sólo funciona con los escritores que son buenos describiendo
y creando atmósferas. Esta es la virtud de la escritura de Baldó, no se recrea
en pesados retoricismos filológicos ni tiene retorcidas pretensiones
intelectuales, lo suyo es ir al grano: dibujar un ambiente adecuado para contar
una historia -en la mayoría de los casos para no dormir- con un giro
sorprendente en su final. Instrucciones
para el fin del mundo anticipa un narrador con casta. Al tiempo.
José
Baldó, Instrucciones para el fin del
mundo, Zaragoza, Prames-Instituto de Estudios Turolenses, 2022.
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