CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

viernes, 4 de octubre de 2024

 

UNA GILDA DOBLEMENTE CINEMATOGRÁFICA



        


La última publicación de Agustín Sánchez Vidal, Pero… ¡En qué país vivimos!, lleva en su portada la fotografía de una gilda, el popular aperitivo coronado por una cámara de cine antigua, excelente metáfora resumen del contenido del ensayo, que se complementa y aclara con el significativo subtítulo: Una celebración del cine y la cultura popular española.

         Con una prosa clara y elegante, el hilo conductor del cine y la ayuda de muchas otras artes, fundamentalmente la música, pero también la literatura, pintura, arquitectura… y del diseño industrial y la ciencia, analiza la transformación de un país rural y agrario en otro urbano y moderno.

         Sánchez Vidal sigue tejiendo su obra en marcha y cada nuevo título se elabora con el enorme bagaje intelectual que atesora este humanista del siglo XX y se sustenta sobre los sólidos cimientos de obras anteriores, en este caso al andamiaje de su excelente, Sol y sombra, personalísimo y desenfadado recorrido por la intrahistoria y la cotidianeidad de España y los españoles desde los años sesenta hasta la transición, se añaden esa “summa artis” integradora de sus muchos saberes como es Genealogías de la mirada y su monumental El Siglo de la Luz, trabajo en el que fijó la cartelera de Zaragoza del siglo XX para “surfear” sobre ella y realizar un estudio sociológico del acto de “ir al cine” analizando su impacto en la vida cotidiana y terminar hablando de las complejas relaciones del séptimo arte con el siglo XX en nuestro país y su lengua.

         ¡Pero… en qué país vivimos! toma prestado el título de la película homónima de José Luis Sáenz de Heredia, protagonizada por Manolo Escobar y Concha Velasco, representantes respectivamente de la canción popular y de la música moderna llegada con los nuevos influjos culturales que, no sin tensiones, concesiones y mestizajes, se van a ir imponiendo en el suelo patrio. Sánchez Vidal deconstruye esta colonización paulatina del imaginario colectivo español desde el cine silente hasta la democracia. Será a partir de 1953 cuando arrecien los vientos del cambio por la influencia estadounidense y la metamorfosis nacional se evidencie en todos los órdenes de la vida hasta implantarse de forma definitiva.

         De la clásica banderilla en sus infinitas variedades, cuyo humilde mondadientes ha jugado un importante papel en el escenario social hispano y en su idiosincrasia, presente ya en el mismo Lazarillo de Tormes, Sánchez Vidal nos lleva a mediados de los años cuarenta, para contarnos que un conocido cliente de una taberna donostiarra comenzó a ensartar en un palillo la aceituna, con una guindilla encurtida y una anchoa y así acompañar sus vinos. Pronto se convirtió en el pintxo por excelencia de Donostia y en poco tiempo en todo un clásico español. Justo en aquel momento era Gilda (Charles Vidor, 1946) la película que se estaba proyectando con gran éxito en las salas y se entendió que el papel encarnado por Rita Hayworth era igual de revolucionario: “un bocado verde, salado y un poco picante" y así fue como bautizaron con ese nombre ese maridaje extremo de mar y fuego.

         Pero Gilda no solo fue una film de éxito, fue también el nombre elegido para la bomba nuclear cuya explosión en 1946 se grabó en  una superproducción en tecnicolor sin precedentes con el fin de darle publicidad mundial y demostrar su poder destructivo, convirtiéndola de esta manera en una auténtica “vedette atómica” en cuya carcasa llevaba pintada la efigie de la actriz, desde entonces fue conocida como “la bomba anatómica”.

         Poco después, en España, el dibujante Vázquez creaba a las hermanas Gilda, historieta gráfica que dio lugar a un revolucionario estilo de diseño de muebles, inmuebles, cortes de pelo… hasta un tipo de locomotoras fueron llamadas “Gildas”. La modernidad estaba a las puertas: los nuevos materiales, el imperio Bronston, el turismo de masas, la televisión, el transistor, los tocadiscos y el rock harían el resto. Del sainete, la zarzuela y la copla, pasando por la rumba, el cine quinqui y la movida, llegamos a la inclasificable producción de Almodóvar, y cuando el “Porompompero” parecía muerto y enterrado, nos descubre que en la filmografía del manchego, no ya moderna, sino posmoderna, la tradición cultural española sigue viva en perfecta hibridación con la “Chica ye-ye”.

         El ensayo se cierra con una imprescindible selección bibliográfica comentada por capítulos de enorme utilidad para todos aquellos que quieran profundizar en sus diferentes contenidos.

 

 

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