Ni el apuntador.
Tampoco es especialmente conocido que el prolífico estajanovista de las letras decimonónicas españolas, Manuel Fernández y González, capaz de escribir o de dictar varias novelas a la vez (se sabe que utilizaba “negros”, caso, por ejemplo, del joven Blasco Ibáñez), considerado en su momento como el Dumas español y hoy en el más absoluto de los olvidos, con más de doscientos títulos y un total de cuatrocientos volúmenes en su haber, a lo largo de 16 años y por entregas, escribió la novela Los Amantes de Teruel. Tradición de la Edad Media (1860-1876), publicada en 1891 en dos tomos, que comprenden tres libros, 125 capítulos y un total de más de mil ochocientas páginas de lances amorosos, aventuras, viajes, extravíos y reencuentros, mujeres vestidas de hombre, truculentas muertes, etc., cuyo objetivo final no fue otro que el de buscar efectos, causar sorpresas, hacer desfilar ante el lector alucinado sucesos y personajes extraordinarios.
Se trata, en definitiva, de una novela río folletinesca, en la que prima una fantasía desordenada y fecunda, la pasión por narrar, en especial lo inverosímil, baste en este sentido con explicar que, en su sangriento final, Isabel mata a Diego al apuñalarle por tres veces en el pecho y que cuando ella, arrepentida de su acto, se encuentra en el suelo tratando de socorrerle, entra en la alcoba su marido, Rodrigo de Azagra quien, cegado por los celos y sin darse cuenta de lo sucedido, le da muerte, momento en el que llega otro personaje, don Esguerrando, que acaba a su vez con don Rodrigo.
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