LAS MELENÉCDOTAS DE JOSÉ LUIS MELERO
Si Ramón Gómez de la Serna definió la greguería como metáfora más humor, la melenécdota se definiría como erudición más anécdota, un nuevo género creado por José Luis Melero, escritor y bibliópata, perdón, bibliólatra, digo, bibliófilo zaragozano. A esta conclusión he llegado tras leer algunos de sus libros (Leer para contarlo, Los libros de la guerra, La vida de los libros, Escritores y escrituras y El tenedor de libros) y comprobar que todos son el mismo, pero cada uno sorprende más que el anterior, y en esas estamos, disfrutando de esa obra en marcha, cuya última entrega es El lector incorregible (Xordica, 2018), 120 textos publicados en el suplemento “Artes & Letras” del Heraldo, entre el 2015 y el 2018, sobre los que trataré de definir con precisión las características formales y temáticas de la melenécdota.
La melenécdota es un híbrido que tiene cuarto y mitad de otros géneros: participa de la pasión y los sentimientos de la lírica; narra una historia en poco más de una página, que contiene en su interior un relato o, incluso, toda una novela; los personajes que las pueblan cobran vida ante nuestros ojos y nos resumen en cuatro palabras la comedia, el drama o la tragedia de su vida. Todo ello salpimentado con la veracidad, brevedad, claridad y esencialidad de la noticia periodística.
Junto con los ingredientes básicos ya citados -erudición y anécdota-, suma un tercer componente imprescindible, el humor, espolvoreado con una importante dosis de ironía, para que quede todo más bien sabroso. En cierto modo, las melenécdotas no buscan ninguna trascendencia, digamos que no se toman nada muy en serio, ni siquiera -o por supuesto- a su propio autor, ahí están como magníficos ejemplos para dar fe de lo expuesto, “Un rosario de cicatrices”, “Mis tres dedicatorias de Alberti” o “La vida, esa tragicomedia”, por citar algunos títulos.
Otro elemento característico y definitorio de las melenécdotas es su afición por el dato preciso -bien en forma de fecha exacta, cifra redonda, cita precisa o nombre y apellidos-, el gusto por los pequeños detalles, aquellos con los que se construye la intrahistoria, la historia menuda del día a día, y su afición por escudriñar en “La cara oculta de las cosas”.
La melenécdota, como el mismo afirma en ese “delantalillo” a modo de prólogo que titula “Liminar”, adopta siempre un tono “amable y confianzudo, para que las horas de lectura se pasen sin darse uno cuenta”, con la pretensión última de proporcionar al lector un poco “de felicidad”. Las vitaminas de erudición, dulcificadas por dosis variables de humor, producen esa píldora final de felicidad con forma de texto.
Temáticamente, las melenécdotas recogen todas las pasiones de José Luis: los libros, el fútbol, la Jota, los amigos, su mujer -a la que aduladoramente siempre alude como su catedrática o vicerrectora preferida, con la capciosa e interesada finalidad de ganársela y le perdone los importantes “rejonazos” propinados a la economía familiar por su enfermedad bibliófila-, Aragón en general –sus gentes, paisajes, patrimonio, cultura, escritores, impresores, editores, etc.-, y Zaragoza en particular; prefiere el escritor raro y postergado al consagrado, si bien en este libro, a diferencia de otros anteriores, abundan más estos últimos, pero que nadie espere reflexiones grandilocuentes o análisis sesudos, así, de Joyce, por poner un ejemplo, le interesan más sus cartas eróticoguarras que su Ulises.
Teruel también está presente en sus artículos y de su mano asistimos a una ronda por Andorra para celebrar “Los cien años de Iranzo” y presenciamos en primera fila su funeral en “El entierro del Pastor”; descubrimos que el en su momento considerado patriarca de las letras aragonesas, Ildefonso Manuel Gil, autor de la novela más agobiante sobre la guerra civil, desgraciadamente ambientada en nuestra ciudad, Concierto al atardecer, perdió la virginidad en el pueblo trufero de Sarrión; rastreamos en esa investigación detectivesca titulada “El baúl de Tormón” la presencia, ochenta años después, de Cernuda y las Misiones Pedagógicas en nuestra provincia; asistimos a la amputación de una pierna a petición propia, la del padre del tenor alcañizado, Amable Leal Alegría, para ser sustituida por una prótesis, llevada a cabo por José Gascón Allué, padre de nuestro prohombre, Domingo Gascón y Guimbao y abuelo del ministro José Gascón y Marín; y nos presenta al escritor vanguardista turolense, en la actualidad relegado al olvido, Antonio Cano, cuya obra artística y literaria merecería, sin duda, un mayor reconocimiento.
No puedo concluir esta reseña sin hacer referencia a la portada del libro, obra del pintor Jorge Gay, surrealista paisaje, resumen perfecto de su contenido: libros que sobrevuelan como mariposas-pájaros las calles de un barrio tal vez olvidado con casas silueteadas y arboles que comienzan a reverdecer; mesas apiladas con pilas de libros, botellas, un búcaro con hojas y una pierna-pie buñueliano, ese “otro milagro de Calanda”, pero al revés, en clara alusión a la ortopedia del mencionado sastre alcañizano, Eusebio Leal, y, en primer plano, rojas, intensas, las frágiles amapolas de esos textos plenos, delicados, levemente alucinógenos, con los que resulta muy difícil hacer un ramo, porque son individuales y únicos, porque cada uno de ellos son en sí mismos una manifestación del gozo de vivir, una exaltación de vida.
La mejor receta contra el abatimiento, contra el frío de vivir, son las melenécdotas, una o varias de ellas por la noche y a dormir como un bebé. No sé si vivirán más, pero habrán aprendido algo y reído un mucho, serán un poco más sabias y felices y, por qué no, seguramente también mejores personas.
José Luis Melero, El lector incorregible, Zaragoza, Xordica, 2018.
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