TROPELÍAS
LITERARIAS O EL PESCADOR CON MOSCA
Pablo
Andrés Escapa escribe con la misma paciencia que un “pescador con mosca ”bate
una línea en el aire y dibuja un elegante zigzag en busca de las escurridizas truchas
una y otra vez, no le importa tanto la captura como el reto imaginativo y la
lucha con las palabras, sabe que el proceso cuenta tanto como el resultado.
Agazapadas
contracorriente en el río de la lengua, las palabras se sienten protegidas por
sus aguas, conocedoras de que el río no hace concesiones al pescador poco
avezado o impaciente, son veleidosas de carácter, caprichosas y juguetonas.
Pablo Andrés Escapa lo sabe y cuando engancha alguna no forcejea ni entabla
funesta competencia, templa más bien con táctica elástica, el tiempo se detiene
para él, muellea con pluma y muñeca y aprovecha sus momentáneos
desfallecimientos para traerla poco a poco hasta la nasa de sus historias.
Tiene pulso y conocimiento sobrado del idioma, ya lo demostró con sus
excelentes libros anteriores y vuelve a demostrarlo con su última obra, Fábrica de prodigios, en la que nos presenta
tres relatos largos o tres novelas cortas –nouvelle-
de magnífica factura, lenguaje depurado, imaginación desbordante, habilidad
constructiva, emoción, humor, lirismo y oficio de hábil y paciente “escritor
con mosca”.
En
“Pájaro de barbería”, la inmovilidad del ave, el “templo de silencio y soledad”
del local, el sillón de barbero -magdalena de Proust-, el sonido del chasquido
de las tijeras en el aire o el deslizar de la navaja y la actitud vital
ascética y reconcentrada de su peluquero,
Belarmino Santos, suscitan la curiosidad del viajante protagonista, hasta el punto de iniciar una investigación detectivesca que concluirá revelándose como un “camino de perfección” que lo convertirá inevitablemente en un nuevo Bartleby de la quietud, la contemplación, el ensimismamiento y la meditación para, una vez abstraído del espacio- tiempo, sustituir al “pájaro de barbería” y tal vez protagonizar un nuevo cuento largamente madurado por otro personaje, Corino, un Pablo Andrés Escapa convertido en este relato en tabernero fabulador.
Belarmino Santos, suscitan la curiosidad del viajante protagonista, hasta el punto de iniciar una investigación detectivesca que concluirá revelándose como un “camino de perfección” que lo convertirá inevitablemente en un nuevo Bartleby de la quietud, la contemplación, el ensimismamiento y la meditación para, una vez abstraído del espacio- tiempo, sustituir al “pájaro de barbería” y tal vez protagonizar un nuevo cuento largamente madurado por otro personaje, Corino, un Pablo Andrés Escapa convertido en este relato en tabernero fabulador.
De
esta forma, con sutil, inteligente y socarrona autoironía, Escapa confiesa la tradición cervantina de la
que se nutre y revela la fractura, o la confusión, según se mire, entre
realidad, verdad y ficción. Es más, la técnica de dejar una historia en suspenso
utilizada en el relato de Corino, une a la finalidad intrínseca de excitar el
interés del lector, ese valor añadido -tan de Cervantes- de estar parodiando,
haciendo burla e ironizando.
La
relativa rareza de los nombres de los personajes (Belarmino, Corino, Centeno,
etc.) y la indeterminación espacial de los escenarios remiten a esa dimensión
simbólica de la escritura tan propia de los narradores leoneses, pero en
particular a la de Luis Mateo Díez, cuyo Camino
de perdición ejerce un influjo indiscutible sobre esta fábula de Escapa que
va más allá de la mera coincidencia del oficio de viajante de su protagonista.
En
“Continuidad de las musas”, Escapa anticipa ya en su título la fuente
cortazariana de la que bebe, su conocido “Continuidad de los parques”, narración
en la que convergen dos mundos de ficción, si bien en esta la continuidad se produce
en un espacio físico, mientras que en aquella tiene lugar en el mental, en el
mundo interior de inspiración, ingenio poético y ambiciones del poeta en una
suerte de sucesivas reencarnaciones. De nuevo la estructura superficial de la
historia cobra la apariencia del relato policiaco, pero en este caso con forma
de investigación filológica sobre la influencia de un desconocido
-¿inexistente?- poeta, Porfirio Aldama Etienne, sobre la poesía de Hilario
Luna, un mediocre escritor local de provincias de extravagante conducta.
La
sombra de Cervantes sigue siendo alargada y la técnica del manuscrito
encontrado Escapa la complica en extremo, el juego de autores y narradores con
los que se combinan las historias de Luna, Aldama y otros varios poetas, los
comentarios del autor implícito y la traducción e intervenciones del investigador
protagonista-narrador, además del punto de vista de este o aquel personaje,
producen un efecto tan paródico como de múltiple perspectivismo y una sensación
de inmensa libertad creadora.
En
“El diablo consentido”, Serafín, el anciano narrador, se apresta a anotar
diariamente la extrañeza de la realidad trastornada en la que vive o quizá haya
vivido toda su vida, pero que desde que afirma haber cenado con el diablo, se
ha agudizado hasta el punto de que las calles de su ciudad no van a ningún
sitio, los negocios cambian de lugar constantemente, persigue perros sin sombra
y las tardes son de “frío sol en las que acaba nevando serrín…”, como si
estuviera habitando en el interior de un bibelot, en la bola de cristal de Ciudadano Kane.
Los
tres relatos presentan sutiles conexiones entre sí que refuerzan sus
respectivas realidades, pero su coherencia interna radica más que en los
elementos compartidos, en la mirada humorística, dubitativa, incrédula de sus
protagonistas, que se aprestan a escribir su desconcierto y perplejidad ante la
posibilidad de la existencia de realidades paralelas y tratan de ordenar sus
vidas poniendo negro sobre blanco los hechos vividos o que creen haber vivido, bien
en forma de diario, de ensayo o de notas a vuela pluma, pero siempre con la
duda de si no estarán ahondando todavía más con sus escritos en su desvarío.
Tanto
Escapa como el autor del Quijote evidencian
con claridad meridiana que están “haciendo literatura” y, sin duda, el juego
irónico entre historia y ficción es una de las constantes de todo el conjunto
de Fábrica de prodigios, una suerte
de actualización de las Novelas ejemplares,
en las que la tropelía, entendida
como “arte mágica que muda las apariencias de las cosas”, cobra distintas
formas, pero siempre con la finalidad de convertir el relato en tropelía, ahora en su acepción de “ilusión,
falsa apariencia”, por lo que en ningún caso se apela a la razón para su
comprensión, sino a la inocencia del lector capaz de aceptar lo maravilloso
como real; es la trampa del escritor trilero, que escamotea una y otra vez
delante de nuestra mirada la veracidad de los hechos narrados, demandando la
suspensión de nuestra incredulidad, porque la verosimilitud literaria depende
íntegramente de las normas internas de la propia obra de arte, y no de su
comparación con la realidad externa al texto, es decir, las apariencias sólo
son falsas en la realidad de la vida, no en el juego de espejos de la
literatura, sustentada por un lenguaje metafórico con gran capacidad simbólica.
Si
no lo estaba ya, con este nuevo trabajo, en el que manifiesta un lúcido
equilibrio entre imaginación y función poética del lenguaje, donde cuenta con
naturalidad, sin perder veracidad, fábulas complejas, Escapa se consolida como miembro
de esa privilegiada escuela leonesa de excelentes escritores cuya literatura arraiga
en el rico sustrato de cultura popular y oralidad tan propia del filandón, del gusto por el relato
legendario, fantástico o mágico, y su nombre se codea por méritos propios con
los de la talla de Mateo Díez, Llamazares, Merino, Aparicio, y tantos otros,
todos grandes “pescadores”, grandes fabuladores capaces de convertir el engaño
y las falsas apariencias en auténticas verdades literarias.
Pablo
Andrés Escapa, Fábrica de prodigios, Madrid,
Páginas de Espuma, 2019.
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