RADIOGRAFÍA DE UN TIEMPO DE TEDIO, SILENCIO Y MIEDO
En una sociedad en extremo consumista, inmersos en la denominada “cultura kleenex, de usar y tirar, de “obsolescencia programada”, de visión cortoplacista y falta de memoria, es una rareza, casi un milagro, hablar de la reedición de una novela, como es el caso de El lento adiós de los tranvías, de Manuel Rico, polifacético escritor, poeta, narrador y crítico literario, publicada en 1992 y que este mismo año ha rescatado Huso editorial, máxime cuando se ambienta en el poco atractivo Madrid franquista de mediados los años sesenta, una época recubierta con la grisura de un régimen dictatorial caracterizada por una férrea censura y un control ideológico angustioso.
El lento adiós de los tranvías encuentra su fundamento creativo en las dos devociones confesas de su autor: la literatura y la política. A la evidente vocación literaria, estética, de escribir con una prosa rica, precisa y eficaz, se suma su compromiso ético vital de defender la libertad y la obligación moral de luchar contra la desmemoria tan propia de nuestro tiempo, donde las noticias de hoy están mañana en la papelera, para ello, Manuel Rico ha sometido su texto a una profunda revisión, de manera que el lector tiene ante sí una novela hasta cierto punto nueva, con un documentado prólogo de José María Merino y una posible triple lectura, todas, como es lógico, estrechamente vinculadas: la primera, la propia de la trama de intriga y su perfecta ambientación en la época; la segunda, la de su escritura en los años noventa y, la última, la de su revisión y reedición actual.
En cuanto a la primera, nos encontramos con un interesante thriller protagonizado por el periodista Mario Ojeda, inmerso en un estudio de rastreo y reconstrucción de la misteriosa vida de Eladio Vergara, un importante artista plástico republicano desaparecido, cuya investigación se va salpicando de insólitos sucesos que lo llevarán hacia un caserón abandonado durante años en el distrito madrileño de Ciudad Lineal, envuelto en un sombrío y sangriento secreto que resultará decisivo para resolver los enigmas planteados por su desaparición.
La intriga, con ser poderosa y atractiva, a nuestro juicio se ve superada por la descripción de ambientes, Manuel Rico pinta con mirada poética y de especialista en libros de viajes la intrahistoria de la capital de España de 1966, la cotidianidad de sus habitantes (olores, sonidos y sabores; libros, músicas y películas; sueños, deseos y frustraciones…). De la mano de sus protagonistas recorremos los bares y cafés (El Séneca, el Antiguo, el Cocteau, el Chaco...), espacios para reuniones clandestinas y conspiraciones envueltas en humo en la mejor tradición galdosiana; con ellos trasteamos por una librería, lugar de peregrinaje de los buscadores de libros prohibidos y nuevas corrientes literarias en los años de la dictadura; visitamos una imprenta con olor a tinta; viajamos a la ciudad de Sigüenza, provinciana, fría, monumental y gris, dominada en lo terrenal por la Guardia Civil y en lo espiritual por la Iglesia, omnipresentes fuerzas vivas en las vidas de sus ciudadanos.
Manuel Rico recupera un mundo desaparecido de diarios vespertinos, imprentas con linotipias y un paisaje poblado de troles de tranvías, cordones umbilicales estos últimos que unían dos mundos, el Madrid de la gran ciudad en palpitante expansión y el del extrarradio de Ciudad Lineal, casi rural, en retroceso y a punto de ser fagocitado por la urbe insaciable.
Sobre la segunda lectura, cuando España se quitaba definitivamente el pelo de la dehesa franquista y vivía con entusiasmo democrático los Juegos Olímpicos, la Expo y el Madrid Capital Europea de la Cultura, Manuel Rico publicaba esta novela, en la que vida y literatura acaban por fundirse, para recordarle a los españoles los no tan lejanos años oscuros de la dictadura y dar testimonio de un tiempo de tedio, silencio y miedo, salpimentada con cierta carga crítica hacia su generación, que pasó del compromiso al desencanto o a la euforia desmedida de los fastos de 1992, guindas del pastel -¿envenenado?- vaticinado diez años antes por Alfonso Guerra con su mítica frase a “España no la va a reconocer ni la madre que la parió”.
Aunque en principio no lo pueda parecer, la lectura actual de esta novela, más allá de la incuestionable calidad literaria de su prosa y de una intriga subyugante -apuesta segura avalada por la dilatada trayectoria como escritor de Manuel Rico y contrastada por la consecución de buena cantidad de premios-, tiene una vigencia incuestionable en nuestro tiempo y su realismo reflexivo supone una llamada de atención muy a tener en cuenta en los tiempos que corren: el referéndum del 14 de diciembre de 1966, utilizado como telón de fondo histórico, pretendía “lavar la cara” al Régimen y dotarlo de una apariencia democrática que distaba mucho de ser una auténtica realidad, se trataba más bien de un trampantojo de cara al exterior, que avaló con los votos del pueblo español una falsa constitución que no era sino una actualización por escrito de los fundamentos del franquismo.
Ecos de esas engañosas pretensiones resuenan en la actual política catalana y, salvando las distancias de métodos y formas, aquella ciudadanía atemorizada por el poder y narcotizada por su propaganda, encuentra su sosias presente en el pueblo catalán, igualmente adormecido -¿amordazado?- por un uso partidista de los medios de comunicación y el adoctrinamiento escolar, con cuyos votos en un falso referéndum se ha pretendido crear la “ensoñación” de una inexistente república, sin embargo, el logro obtenido ha sido el de escindir la sociedad y que todo el mundo mire hacia otro lado –o a quien tiene al lado, por si es un confidente del poder-, degradando las relaciones familiares y de amistad y anulando su voluntad, mientras los dirigentes, de España y Cataluña, indistintamente, de uno y otro signo, sacan partido de la situación y nos roban sin ningún pudor.
Como respuesta, ha surgido con fuerza inusitada un nacionalismo español no menos peligroso abanderado por la extrema derecha que amenaza con una involución democrática.
Por otra parte, la búsqueda de Mario, más allá de su literalidad, puede interpretarse en clave de metáfora: Eladio, el artista desaparecido, representa la cultura, el arte, la creación, la razón… todo aquello que fue perseguido y reprimido por la dictadura, pero que ni en la década prodigiosa del siglo pasado ni en el presente, ha sido encontrada: la Cultura sigue siendo la gran olvidada por todos y nuestra democracia para afianzarse definitivamente necesita construirse sobre sólidas bases culturales.
Contra la amnesia no hay nada mejor que una píldora de buena literatura con forma de novela de intriga, ambientes y carga crítica: El lento adiós de los tranvías.
MANUEL RICO, El lento adiós de los tranvías, Madrid, Ediciones Huso, 2020.
No hay comentarios:
Publicar un comentario