TODAS LAS AGUAS EL AGUA
No es frecuente encontrar un primer
libro de relatos tan redondo y de tanta calidad literaria como Todo es agua, de la escritora turolense
Begoña Fidalgo. El olfato editor de Reyes y David –Pregunta Ediciones- se
demuestra en esta apuesta, garantizada por adelantado en el tan acertado como apologético
prólogo de Ricardo Méndez Salmón, quien la emparenta con narradoras como Amy
Hempel, Grace Paley o Lore Segal y, a mi juicio, no le falta razón, de hecho,
me atrevería a añadir a Alice Munro o Lucia Berlin ¡Ahí es nada el aval!
El libro comienza con un relato en el
que nos encontramos a una mujer perdida en el laberinto embarrado de “Un
inmenso arrozal”, desatendida por su marido, biólogo especialista en parásitos,
y condenada a vivir en soledad el tedio existencial de la monotonía diaria, a
consolar su ausencia e indiferencia a la manera de “el cartero siempre llama
dos veces”. Esas cartas que van y vienen en esta primera historia y en otras
varias, por ejemplo en la siguiente titulada “Una buena temporada”, como
mensajes en una botella lanzada al mar, recalan en el buzón de la innominada
protagonista de la última, “Aquel tórrido verano”, otra mujer que, como una
“gata sobre un tejado de zinc caliente”, o las hermanas protagonistas del
segundo, viven en una atmósfera agobiante la tensión del deseo sexual
insatisfecho, como si de personajes de Tennessee Williams se trataran, se
sienten atrapadas en el “manglar” de islas infinitas, de rutinas familiares sin
amor o en la soledad de la gran ciudad. De hecho, el lector avisado,
seguramente pueda llegar a pensar que, de alguna manera, todas las mujeres de los
catorce relatos bien pudieran ser la misma, pues participan de abandonos,
sensaciones y sentimientos femeninos universales: no son buenas ni malas, tan
solo se sienten oprimidas por sus circunstancias y buscan respuestas a su
existencia. Son mujeres en tránsito, que se niegan a creer que su destino esté
ya decidido o que no exista nada más allá que su realidad cotidiana.
Otro de los rasgos más sobresalientes
de las narraciones de Fidalgo es la marcada atención al detalle, al matiz,
siempre significativos y reveladores. De alguna manera, en ellos encontramos
siempre algo surreal, absurdo casi, que viene a demostrar que en lo ordinario
de nuestras vidas está oculto lo extraordinario. De esta forma, sin prisas,
construye con cierto minimalismo personajes, situaciones y ambientes. Siempre
atenta a los aspectos físicos y tangibles de los objetos, deteniéndose
especialmente en aquellos que forman parte del cotidiano entorno familiar y
doméstico, sin descuidar tampoco aquellos otros que ponen de manifiesto la
psicología y el carácter o que traducen emociones o estados de ánimo. Son
pinceladas rápidas y precisas que, incluso, en numerosas ocasiones, se
convierten en el núcleo del relato, caso, por ejemplo, del excelente “Gamuzas
en los pies”.
Su uso del lenguaje es sorprendente,
ingenioso, inteligente; utiliza giros, comparaciones, metáforas que asombran,
desconciertan, conmueven o desabrochan una sonrisa permanente que, en muchas ocasiones,
cuando recurre a la socarronería aragonesa, desemboca en carcajada.
Sus temas son los de siempre: amor,
sexo, relaciones familiares, fracasos, soledades… En definitiva, la vida misma,
pero ¡ojo! lo verdaderamente interesante de sus historias fluye en un nivel
inferior, en aquello que no se ve, en las elipsis, en los silencios, en los detalles
pasajeros, en los finales ambiguos que te hacen pensar y volver a leer el
relato para buscar respuestas y es que en ellos siempre hay algo indefinido,
algo que parece va a hacerse evidente, pero que resulta difícil de concretar.
Todo
es agua es una combinación de observación, humor,
sensibilidad y precisión en el lenguaje. Son narraciones muy trabajadas que
demuestran un dominio del género y una calidad literaria poco habitual en una
primera obra. Begoña Fidalgo tiene voz propia, maneja con maestría las técnicas
narrativas y no entra de manera directa en sus historias, lo hace combinando
planos, tiempos y espacios, atravesando y trascendiendo la realidad visible,
creando personajes complejos y situaciones singulares, manteniendo la tensión
de un relato de difícil medida, con finales que no pretenden sorprender ni
tampoco ser conclusivos, por lo que exigen la alianza de una lectura capaz de
disfrutar con estos valores.
BEGOÑA
FIDALGO, Todo es agua, Zaragoza,
Pregunta, 2020.
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