CASABLANCA

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FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

domingo, 16 de enero de 2022

 

         ¿SUEÑAN LOS POETAS CON VERSOS ELÉCTRICOS? O EL TIRO DE GRACIA (Y MOSTEO).




         José Luis Gracia Mosteo es un diesel de la literatura, un escritor tan heterodoxo como inclasificable, un francotirador de las letras con una insólita puntería, puede matar al palomo a metros de distancia, disparar  a quemarropa sobre su propio perro de caza o darse un tiro en el pie sin decir oxte ni moxte.

         Lo ha trabajado todo o casi todo: la crítica literaria, el ensayo, la novela y, de manera especial, la poesía. Me atrevería a decir que es un poeta novelista, un crítico poeta y un ensayista poético, vamos, que por encima de todo es un poeta, un poeta y un provocador, pertinaz lector de los malditos -ergo le gusta el malditismo-, hace méritos diarios para formar parte de su nómina y toda su obra en conjunto lo avala, pero son tarjetas de presentación inmejorables para merecer un lugar destacado entre ellos en el Parnaso sus poemarios, Blues de los bajos fondos (2009), Romancero negro (2017) y La pierna ortopédica de Rimbaud (2018).

         Como su extravagante inspector Barraqueta, una suerte de José Luis Torrente aragonés, pero más humano y somarda, protagonista de sus novelas negras, El asesino de Zaragoza (2001) y El rock de la dulce Jane (2005), José Luis –Gracia, no Torrente- lee poesía en el excusado, donde gusta de unir “panteísmo y cultura” cada vez que el recto le pide “una oportunidad a la paz”, y solo cuando es buena la pasa al salón o a la alcoba. Fruto de estas lecturas de toda una vida, pues todos somos sabedores que es de obligado cumplimiento para la salud el obrar diariamente, es su erudición poética en general y su conocimiento de la poesía contemporánea en particular, y como consecuencia de esa conjunción de vaciado físico y llenado espiritual, en un ejercicio de decantación y síntesis espectacular, escribe su último ensayo, ¿Sueñan los poetas con versos eléctricos? La estrafalaria evolución de la poesía del XX al XXI, que él mismo define como “una cata de poetas vivos con sus obras más representativas; un termómetro para medir la temperatura de la poesía en el tránsito del XX al XXI…”

         Como podrán intuir por lo escrito hasta aquí, tres son las características fundamentales de la escritura de Gracia Mosteo: ironía, que en ocasiones deviene en sarcasmo o humor somarda, ese fluorhídrico tan aragonés, tan corrosivo, con retranca y sin perfil definido; presencia omnipresente de la metaliteratura y, por último, uso de una prosa lírica y muy cuidada sea cual sea el género que practique, asentada siempre en sólidos cimientos que se fundamentan en su amor por la poesía, la precisión y belleza en el uso del lenguaje y unos profundos conocimientos literarios, que presenta con brillantez, inteligencia y sin afectación alguna, ahora bien, con la autoridad de quien ha leído y escrito poesía toda su vida.

         José Luis no quiere cansar al lector con un manual al uso, sabe, siguiendo el aforismo gracianesco, que “Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo” y en apenas 150 páginas, trufadas de vivencias personales y anécdotas desopilantes, presenta sin miedo y sin pelos en la lengua la evolución de la poesía en el siglo XXI. No se encoge ante los grandes nombres, saca la fusta y atiza a diestro y siniestro: ¿es toda la poesía de Alberti digna de pasar a la historia? ¿Es Luis García Montero un gran poeta? ¿Están los poemas de los críticos poetas, caso de José Luis García Martín a la altura de sus propias críticas? ¿Quiénes son los poetas raros en estos tiempos rarunos? ¿Y los clásicos, y los posmodernos, y los nuevos realistas,  y los extraviados…? ¿Son los instapoetas realmente poetas? Como él mismo señala, le gusta “humanizar los mitos. Bajarlos del pedestal y largarles un puntapié a ver qué hay debajo de la escayola”.

         En este sentido, para dejar las cosas claras, nada más comenzar su ensayo, se autorretrata con precisa sinceridad y se declara “un ácrata civilizado que no soporta la autoridad pero que ha tenido que moderarse para que, en su viaje profesional de profesor a escritor, pasando por crítico literario, pudiera sobrevivir; ha tenido la precaución de dejar las cerillas en casa para evitar tentaciones, algo que ha cambiado al llegar a la edad provecta, de modo que, cuando glosa un libro, prefiere el humo de la hoguera al incienso.” Así, por poner algún ejemplo,  a José Luis García Martín, sin temblarle el pulso, lo describirá como “… un intocable en su púlpito de director de la revista literaria Clarín; un profesor que ha fustigado la mala literatura cual Pat Garrett literario que donde pone la crítica pone el tiro; un miembro del jurado del Premio Príncipe de Asturias que, si te atreves a desafiarle, te puede condenar a Príncipe de Beckelar, o sea, de las galletas, menos mal que uno prefiere el pan tostado.”

         Pero no todo son varapalos, también hay amor, emoción y profunda admiración por muchos de ellos, con retratos poéticos hermosos y acertados: “Luis Alberto de Cuenca es un conservador civilizado […] el Cary Grant de la poesía que hubiera querido ser John Wayne si hubiera nacido en el campo; un hombre de bien que sabe cantar con brillantez: Vir bonus, dicendi peritus; un sir Lancelot du Lac con bolígrafo en lugar de con espada; la reencarnación de Meleagro, pero con corbata…”. A Luis Antonio de Villena lo define como “esteticista y amoral, pero también galante y delicado… dignísimo discípulo de Constantino Cavafis; un epígono de Calímaco y la poesía helenística; un tataranieto de Catulo; alguien que vive y canta con distinción; un poeta rehén de sus apetencias; un escritor erudito con aires de noble tronado; un autor urbano refinado; una víctima más de la belleza…escritor que sueña con ser el nuevo Óscar Wilde.”

         Presenta críticas elogiosas: “Antón Castro ha escrito un poemario tan clásico como posmoderno; un libro al que solo le sobran cuatro líneas para ser redondo. Antón Castro no me ha invitado nunca a café, pero lo prefiero pues me permite mantener la libertad de apuñalarle con el papel si escribe mal. No ha compartido nunca mantel conmigo, pero lo prefiero pues su literatura me revela a un escritor delicado al que se le pueden confiar los secretos más graves. No me ha invitado nunca a beber, pero no puedo evitar decir que es una gran voz, aunque la amortigüen los poetas que avillanan la literatura de hoy. Antón Castro ha escrito un libro titulado Vino del mar que embriaga de poesía al lector, por lo que voy a guardar las cerillas.” Incluso dedica encendidos homenajes de admiración a escritores como Alfredo Castellón,  Ángel Guinda o José Luis Melero, ese “Sherlock Holmes de la literatura”, ese “minero literario al que solo le falta el candil y la mula, mientras va cantando de covacha en covacha con un saco colgado al hombro al que va echando los libros y las vidas que lee…”

         El ensayo concluye, a modo de epílogo, con las siete plagas “mosteicas” –al final son diez- de la poesía actual, analiza con poética brillantez los peligros de las redes sociales (“son la manzana de Eva… un vomitorio donde descargan sus pulsiones; un ring donde bajan la guardia; un foro donde los más veteranos se degradan; un patio de vecinos que nunca visitaría Borges –tan contenido como perfeccionista-, pero sí Neruda, -tan torrencial como impetuoso-; si hay un sitio tan peligroso en poesía, se llama Facebook, pero también Twiter e Instagram, vallas de marketing gratuito pero trampa mortal para los impulsivos.”)

         La verdadera crítica, la auténtica, agoniza o puede que haya muerto hace ya algún tiempo (“Las verdades de la vida. Alterar la evolución de un sistema orgánico es fatal”, apostillo citando del excelente film de Ridley Scott basado en el relato de Philip K. Dick al que alude el título de este ensayo de este cazador de replicantes poéticos que es Gracia Mosteo) Este es un libro valiente (“Es toda una experiencia vivir con miedo, eso es lo que significa ser esclavo”), con buena prosa y conocimiento de causa (“Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir”), se esté o no de acuerdo con sus afirmaciones -cáusticas, aceradas, vitriólicas...- hemos de reconocer que hacía falta, no dejará indiferente a nadie y tal vez despierte muchas conciencias críticas. No olvidemos que José Luis Gracia Mosteo ha venido para traer la paz al mundo (“Nuestro lema es: más humanos que los humanos.”).

         ¿Sueñan los poetas con versos eléctricos? La estrafalaria evolución de la poesía del XX al XXI es un ensayo tan arriesgado como ameno, es un estudio para convenir o disentir, para tirarle tomates a su autor o invitarlo a café, pero de lo que estamos seguros es que lo leerán de un tirón. Nosotros, por nuestra parte, lo invitaremos a un vaso de bon vino, como pedía el bueno de Gonzalo de Berceo por su trabajo, en la confianza de no merecer por esta reseña el famoso tiro de Gracia (y Mosteo) del dardo de su palabra con el que ya amenaza en una inminente publicación futura.

ESTA RESEÑA HA SIDO PUBLICADA EN EL DIARIO DE TERUEL

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