DISTÓPICO MUNDO PRESENTE
En Fahrenheit 451, Ray Bradbury pretendía explicar qué es el hombre, qué necesita para vivir o cómo se comporta ante el poder o ante las demás personas. En esta novela se describe cómo un régimen totalitario utiliza los medios de comunicación para difundir su mensaje y doblegar a la sociedad suministrándole placeres inmediatos y proponiéndole métodos de entretenimiento constantes con los que evadirse y no pensar en nada, de esta manera, conseguía arrebatar a los ciudadanos todas aquellas cosas imprescindibles para constituirse como seres libres: cultura, libros, ideales… Este mundo distópico de Bradbury es el que César Antonio Molina plantea ya como realidad en su última obra, de irónico título, ¡Qué bello será vivir sin cultura!, un ensayo en el que mezcla con mano maestra, prosa límpida e ingente saber, memorias personales, relatos, reflexión filosófica, teoría literaria y cientos de lecturas de todo tipo, para demostrar fehacientemente que ya vivimos en nuestras propias carnes, o debería decir mejor mentes, la “tiranía del algoritmo” (en el sentido de que sus parámetros están regidos por criterios economicistas y antihumanistas), de manera que “ni siquiera los totalitarismos más salvajes del siglo XX, como el nazismo o el estalinismo, pudieron colonizar al ser humano libre, y ahora puede ocurrir.”
¿Caminamos mansamente hacia una
sociedad de vigilancia masiva en la que se manipula la información para tener a
la gente controlada, para convertirnos en meros consumidores anulando nuestra
capacidad de pensar, de decidir por nosotros mismos, cercenando nuestra
libertad como ciudadanos tal y como se refleja en 1984? Orwell imaginó un mundo posrevolucionario donde todo lo que
existía antes de la revolución fundacional de 1984 (los valores humanistas, las
formas de relacionarse, el debate público, la libertad de expresión, la
cultura…) fue abolido y olvidado, de alguna manera, esto es lo que se denuncia
en este ensayo: vivimos en una realidad que hasta hace tan solo unos años era
imaginada por los escritores y pensadores como distopía, si bien, filósofos
como Adorno y Horkheimer ya nos
anticiparon los males de la cultura de masas, en la que el genio creador y los
verdaderos humanistas serían sustituidos por “especialistas”. Del “homo sapiens”
hemos pasado al “pantalicus”: un ser humano controlado por la tecnología. De
hecho, podríamos afirmar que vivimos en una sociedad como la descrita por los
hermanos Wachowski en Matrix, en la
cual los humanos no saben si lo que viven es real o un sueño, las máquinas -el
“Genio Maligno” de Descartes- están creando una realidad virtual malvada que se
confunde con la auténtica.
Los capítulos, enunciados a modo de
irónicas letanías o mantras, evidencian la presencia ya en nuestras vidas de
muchos de los temores anticipados por Huxley en Un mundo feliz: que nos den tanta información que nos veamos
reducidos a la pasividad y al egotismo; que la verdad se oculte, se tergiverse
o, lo que es peor, se ahogue en un mar de irrelevancia; que la cultura sea
cautiva y se trivialice, preocupada por los sensoramas, las orgías latrías, la
pelota centrífuga, etc., o, simplemente, desaparezca por completo bajo los
efectos del “soma” virtual, internet, ese “libro de arena” utilizado por la
mayoría única y exclusivamente para buscar información, olvidando lo esencial,
que la auténtica sabiduría se adquiere con “silencio, atención, reflexión,
interpretación, memoria, etc.”
Pero que nadie interprete que está
en contra de la tecnología (“muy necesaria para el desarrollo del mundo y de la
que participo”) ni contra el desarrollo humano, su crítica se dirige hacia el
totalitarismo tecnológico que nos imponen las grandes multinacionales que
vigilan nuestras vidas para anularnos como personas y convertirnos en meros
consumidores. A diferencia de la distopía de Orwell, en la que se domina a la
gente infligiéndole dolor, César Antonio Molina, como Huxley, plantea que en
nuestra salvaje sociedad capitalista, el control se basa en el placer y la
evasión, pues “este nuevo y renovado totalitarismo es más inteligente, controla
ya todos nuestros sistemas de comunicación, amenaza los de relación y la forma
de relacionarnos los unos con los otros”. Y para conseguir este fin, se debe
acabar con la “lectura profunda”, la “escritura creadora y el libro”, volvemos
a Bradbury: “Al leer los hombres empiezan a ser diferentes, cuando deben ser
iguales, lo que es el objetivo del Gobierno, que vela por que los ciudadanos
sean felices para que así no cuestionen sus acciones y rindan en su trabajo”,
de esta forma, convertido el mundo globalizado en un desierto cultural, “sin
editores, sin editoriales, sin librerías, sin críticos ni ensayistas, sin
criterios estéticos”, se consumará la ya iniciada “revolución democrática sobre
la tiranía del genio” y se hará realidad la siguiente cita de Woody Allen en la
que resume de forma sarcástica las 1.300 páginas de la más universal novela de
Tolstoi: “He hecho un curso de lectura rápida y he leído Guerra y paz en veinte minutos. Habla de Rusia. “
La distopía es ya presente, pero como
en la excelente y navideña película de Capra -homenajeada en el título-, nunca
es tarde, ni todo está perdido, existe una segunda oportunidad y Dios, que en
el caso de César Antonio Molina, citando a Eco, “es una biblioteca”, nos aporta
la solución que él mismo avanza en el subtítulo de su ensayo, ahora ya sin
ironía, sino como afirmación contundente: La
cultura como antídoto frente a los peligros de la idiotización. Todavía
estamos a tiempo de aplicarla: como Guy Montag, el personaje de Bradbury,
debemos ser conscientes de hacia dónde estamos caminando y rectificar para
salvarnos como seres pensantes y libres, como Neo en Matrix, debemos elegir entre “la pastilla roja o azul” pero ¡ojo!
Sartre ya nos lo advirtió: “Si no elijo, también elijo”.
Resulta paradójico descubrir el
doloroso contraste entre la muchedumbre de esclavos griegos ilustrados y el
analfabetismo obligatorio de civilizaciones posteriores, incluida la nuestra,
donde el analfabeto funcional comienza a ser predominante.
Qué bello será vivir sin cultura es una apasionada declaración de amor a las bibliotecas, a los libros físicos, a la lectura, a la literatura, a la filosofía, al arte, el viaje como conocimiento… Propugna la vuelta a las Humanidades, a la Cultura, en suma, a la esencia de los seres humanos, que en acertada definición de Emilio Lledó, “somos palabra, comunicación, lenguaje escrito y hablado”, por consiguiente, un animal que lee y piensa. Y solo recuperando esta esencia, dejaremos de ser “esclavos digitales” y podremos volver a vivir en libertad.-
RESEÑA PUBLICADA EN LA REVISTA CULTURAL TURIA
César Antonio
Molina, ¡Qué bello será vivir sin
cultura!, Barcelona, Ediciones Destino, 2021.
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