CASABLANCA

CASABLANCA
FOTO DE GONZALO MONTÓN MUÑOZ

lunes, 23 de diciembre de 2024

 

LIMADURAS DE POEMAS, PEDAZOS DEL ALMA, BELLEZA Y VERDAD




         El primer poemario de Marisol Julve, Hija del carbón, publicado por la editorial Libros del Gato Negro, con prólogo de Nacho Escuín, ha sido todo un descubrimiento y se ha convertido, sin duda, en uno de los más importantes del año en Aragón: ha ocupado un lugar de privilegio entre los más vendidos durante varias semanas, algunos de sus poemas han sido ya incluidos en la Fonoteca de Poesía Española y se ha presentado en multitud de localidades de la provincia de Teruel con gran afluencia de público. Su poesía llega al pueblo del que procede y se entiende con facilidad, como señala el prologuista, sus poemas son “pequeños pedazos del alma” y están llenos “de verdad”, sin artificiosos alardes retóricos, crípticos esoterismos ni incomprensible metafísica, como confiesa la autora, “reconoceréis a los maestros de ayer y de hoy, pero eso sí, escucharéis otra voz, la mía: humilde y generosa”.

         Oriunda del pequeño pueblo turolense de Hinojosa de Jarque, ubicado en la comarca de Cuencas Mineras, ya desde el mismo título, la poeta rinde homenaje y reivindica sus orígenes mineros. Desde esa mirada al pasado que nos forja y respetando los silencios que necesitamos escuchar, Julve teje la cartografía de su vida y conforma esta “antología” de su poesía escrita hasta la fecha, una selección de poemas que estructura en tres partes: la primera, “Todos los caminos conducen a ti, amoR”, presenta poemas cuyo tema central gravita en torno a esa página vital cuyo haz y envés son el amor y el desamor; en la segunda, “Expulsada del paraíso”, los versos se tiñen de dolor y muerte, ese otra cara de la hoja de la alegría y de la vida, para desembocar en una tercera, “Hija del carbón”, esa mirada justa y debida a los nuestros, ese merecido reconocimiento del lugar del que venimos, en su caso la mina y el carbón.

         La primera parte es íntima y personal, son versos de juventud, con Bécquer, desde el Parnaso, dictando en su oído el ritmo de unos versos tan  ingenuos como hermosamente sinceros que recrean un mundo de sentimientos y sensaciones, proverbial es el titulado “Siempre miro para arriba”.   

         En la segunda, la romántica e idealista adolescente da paso a la más realista y comprometida joven, sus poemas se hacen más sociales, denuncian las injusticias y dan voz a los de abajo, a los débiles y desvalidos —“Afuera sigue la guerra”, “Blues”, etc.—, se confiesa metapoéticamente —“Plural mayestático”— y homenajea a escritores como Lorca, José Hierro, Gil de Biedma, Benítez Reyes, Ángel Guinda, Gloria Fuertes, etc.

         Lejos de ser una fiesta incomprensible, los poemas de Marisol Julve son una celebración comunicativa y si bien resuenan los ecos de múltiples lecturas, son las de sus autores de referencia y aprendizaje, con la sinceridad y frescura de su reconocimiento y exposición, las convierte en originales, dejando entrever, en ocasiones, entre sus cumbres poéticas, una voz propia y humilde con versos redondos y contundentes que se mueven entre el dominio de la métrica libre y algunos clásicos sonetos y décimas.

         Estamos, no cabe duda, ante una poeta de calidad, de largo aliento y recorrido que nos sorprenderá todavía más si cabe en el futuro, al fin y al cabo, no nos olvidemos, el diamante se forma a partir del carbón.

 

Marisol Julve, Hija del carbón, Zaragoza, Los libros del gato negro, 2024.

Esta reseña se publicó en el suplemento "Artes y Letras" del Heraldo de Aragón



 

MITOS OPERÍSTICOS


  

    Dicen que la música y el verbo nacieron juntos y que compartieron el Paraíso hasta que la palabra cometió el pecado original de la mentira. Entonces la música, incapaz de soportar el engaño, se alejó de su hermana. Con el tiempo, a principios del siglo XVII, la Ópera, con mayor o menor fortuna, trató de reconciliar ambas artes y la mitología clásica desempeñó un papel esencial en esa intermediación: en 1607, Claudio Monteverdi, con libreto de Alessandro Striggio hijo, sorprendió a la corte de Mantua con su Orfeo, el mito del cantor divino que con su voz, acompañada de los sones de su lira, descendió a los infiernos para rescatar a su amada Eurídice de la muerte. Esta alegoría del poder del arte fue el tema perfecto para el renacimiento de la tragedia clásica de la mano de la música y crear un género nuevo, la Ópera.

         Los mitos han desarrollado un papel esencial en la evolución del pensamiento del ser humano, siempre ajustados a las necesidades morales y de reflexión de las distintas civilizaciones, incorporando un trasfondo poético necesario para el día a día. Pero por encima de su carácter moralizante, un mito es un reflejo privilegiado de las inquietudes, los conflictos y las necesidades del individuo, sin fecha de caducidad. Jacobo Cortines sabe todo esto y lo expone y desarrolla por extenso con pasión, claridad y sencillez, no exenta de profundidad y rigor, en Los acordes de Orfeo. Ensayo sobre mitos operísticos, una colección de artículos independientes escritos para diferentes medios que dialogan entre sí conformando un entramado unitario que, sin llegar a ser una historia de la ópera, puede funcionar como tal al establecer un recorrido luminoso por las fuentes literarias —Cortines es filólogo, reconocido poeta y traductor de Petrarca— que han inspirado las principales obras del repertorio clásico, de Ovidio a Da Ponte, pasando por Busenello, y ofrecer sesudos análisis de los principales hitos operísticos desde los orígenes, entre el Renacimiento y el Barroco, con Monteverdi, para seguir por Mozart, Beethoven, Rossini, Donizetti, Verdi, Bizet y Puccini, hasta llegar a las óperas de Alban Berg y Stravinsky, bien entrado el siglo XX, y una “coda final” dedicada a El retablo de maese Pedro de Manuel de Falla.       

         En el primer apartado, titulado como la obra en su conjunto, “Los acordes de Orfeo”, se agrupan toda una serie de trabajos que estudian las “relaciones entre literatura y música”, ese difícil y, a veces, inestable equilibrio entre el libreto y la partitura. Lo cierto es que un buen texto nunca redimió a una mala partitura, pero cuántas obras maestras de la lírica resultan dramáticamente inconsistentes. Comienza estudiando el Orfeo monteverdiano, un mito pagano que terminará consolidándose como “alegoría cristiana”. Habrá que esperar a mediados del siglo XVII, con La coronación de Poppea del mismo Monteverdi, para que aparezca en las tramas la Historia, convirtiendo a Gian Francesco Busenello en el que puede ser considerado primer escritor de argumentos operísticos originales, sobre cuya libertad creativa gravita el influjo creador de Lope de Vega. Verdaderamente lúcido es el artículo “Italia y España: el vínculo de la ópera”, con el que se cierra este capítulo y en el que Jacobo Cortines analiza las complejas relaciones históricas, políticas y culturales entre ambos países, centrándose en la presencia musical italiana en España y en el influjo literario español de sus composiciones.

         Como “Interludio” introduce un documentado estudio, “La invención de Sevilla” —no en vano el autor es miembro de su Real Academia de las Artes— en el que demuestra cómo la capital hispalense se constituye en la ciudad por excelencia para la Ópera. Su carácter cosmopolita, exotismo y el continuo trasiego de mercancías en el comercio de Indias sirvieron de catalizadores literarios al Siglo de Oro y para el imaginario colectivo de las letras románticas Sevilla se convirtió en el lugar ideal  donde desarrollar sus historias. Son legión los grandes músicos que se sumaron a esta elección y le dieron protagonismo en sus composiciones: Mozart, Beethoven, Rossini, Donizetti, Verdi, Bizet, Prokófiev o Gerhard, entre otros muchos.

         Tras este brillante engarce, llegamos a un momento culminante: la relación entre Mozart y su libretista por excelencia, Lorenzo da Ponte, de quien resume su libresca biografía siguiendo sus tardías y no siempre fiables Memorias, para estudiar con detalle su obra y ese momento de inflexión con el que comienza la ópera moderna tras el estreno de Las bodas de Fígaro. Es la primera de las tres grandes creaciones fruto de la colaboración músico-poeta. Le seguiría el Don Juan y una última composición fruto del excelso binomio artístico como es Così fan tutte.

         La siguiente parada no podía ser otra que Beethoven, el auténtico heredero del genio salzburgués “al que potencia y proyecta”  hacia el futuro. La música del Don Juan está presente en la producción beethoveniana, pero el diseño de los personajes de su única ópera, Fidelio, supondrá una réplica idealista a los de Mozart.

         Rossini y sus óperas son estación obligada: Tancredo, El barbero de Sevilla y La Cenicienta son esos “Pecados veniales” inevitables para todo melómano. Pero más allá de su obra y precocidad musical, está su personalidad y misterioso abandono de la composición a una edad muy temprana. A este respecto resulta esclarecedor, incluso para los no especialistas, su excelente entrada, “La elección del silencio”, un Rossini al desnudo que incursiona en la personalidad del compositor y en su particular relación con la música alemana de Haydn, Mozart, Weber, Mendelssohn, Beethoven y Bach.

         El excepcional compositor de Pesaro abre la puerta a otro de los grandes del bel canto: Donizetti y sus óperas fundamentales: El elixir de amor, Lucia di Lammermoor, Don Pascuale, la “trilogía Tudor” y, por supuesto, La hija del Regimiento.

         Excelente resulta su comparación de la Carmen de Mérimée, mujer diabólica, prostituta y asesina, con la más humanizada de Bizet, atrapada entre el amor de dos hombres. 

         El libro se cierra con un capítulo dedicado a las “Trágicas heroínas”, donde presenta una clarividente comparación entre los dramas inspiradores de las óperas puccinianas Tosca y Butterfly con la Lulú de Alban Berg.

         En una magnífica edición, como siempre, la editorial Fórcola vuelve a regalarnos una nueva obra de referencia ineludible para todos aquellos amantes de la Ópera, con prólogo de José Luis Téllez, que hará las delicias no solo de los melómanos, sino también de todos aquellos que gustan de la literatura en general y del teatro en particular.


Jacobo Cortines,  Los acordes de Orfeo. Ensayo sobre mitos operísticos, Madrid, Fórcola, 2024.

 

 

jueves, 5 de diciembre de 2024

 

EL OMBLIGO DEL MUNDO



         Joan Montañés (Castellón, 1965), conocido artísticamente como Xipell, es humorista gráfico e ilustrador. Desde finales de los años ochenta se dedica profesionalmente a satirizar la vida política y social en la prensa diaria: fue redactor gráfico en el periódico Levante-El Mercantil Valenciano hasta su cierre en 2019 (recopilatorios de sus colaboraciones son las publicaciones Draps de Clau, Costa de Aznar y Gaudeamus Ujitur), para pasar después a ejercer como viñetista en el Mundo-Castellón. Además de su labor periodística, ha publicado el libro de crónicas escritas Los días del trencadís, el anecdotario de memorias Examen oral d´historias, la novela La peste del azahar, la obra de teatro El concilio del arroz y los volúmenes de ilustraciones El último monoLa Panderola, el tren que volóLengua Mágica, un día al parque de las NormasViaje al país de Tombatossals y Norma al ataque. También ha sido cofundador de la revista satírica Gurb.

         Su segunda incursión en el género narrativo, publicada recientemente por AdN Editorial, El viaje circular, es un juego entre realidad y ficción como proceso de creación. Xipell, como buen humorista gráfico, salta desde la observación a la imaginación, para realizar un proceso de subversión que supone un continuo trasvase de la mímesis a la diégesis.

         El geógrafo francés Jean-Claude Chigot, doctor de la Sorbonne, racionalista cartesiano, inicia en 1989 un viaje-exploración por encargo del mismísimo François Mitterrand, a través del Bureau des Grands Travaux, en busca del centro del mundo, con motivo de la celebración del Bicentenario de la Revolución y con la finalidad de “certificar si nuestra civilisation continuaba siendo el faro de la humanidad”. No busca quimeras ni entelequias, nada de piedras filosofales, arcas perdidas, griales, fuentes de la eterna juventud o dorados —la crítica a las novelas enigma es evidente—, si bien casi todas acaban apareciendo en sus páginas.

         Tampoco su particular aventura tiene nada de fantástico al modo de El viaje al centro de la Tierra, simple y llanamente trata de encontrar las enseñanzas del “hombre céntrico” para, con absoluto rigor científico, estudiarlas y aplicarlas con la finalidad de situar a la República en un lugar puntero —¿en el centro?— de las naciones.

         Tras tres años dando la vuelta al mundo como un nuevo Phileas Fogg, se dispone a regresar a París sin haber alcanzado su objetivo, cuando la diosa Fortuna lo lleva a un almacén de cítricos en la localidad de Almenara (Castellón) y a entablar conversación con el octogenario tabernero, Virginio Bonet, experto en “mundología”, con el que se dispone a iniciar un periplo por la comarca de los petits châteaux en el viejo Citröen DS, el mítico Tiburón.

         Tras ingerir como bálsamo de Fierabrás una infusión de hierbas locales, unas copas de Anís del Mono y varios españolísimos “Sol y sombra”, con un calendario ilustrado utilizado como mapa del tesoro, nuestros ebrios amigos comienzan su alucinada aventura en busca del “punto exacto con el mayor grado de armonía universal jamás conocido”. Durante el trayecto, se intercalan las visitas reales a los pueblos (Cabanes, Torreblanca, Morella, etc.) y parajes (barranco del Valltorta, Puig de la Nau, fortín de Onda, castillo de Peñíscola, etc.), plasmados por el hiperrealista y egocéntrico pintor castellonense Vidal en las doce láminas que les sirven de guía, con los recuerdos de las realizadas anteriormente por el ilustrado viajero a lo largo y ancho de este mundo examinando de manera infructuosa dictaduras, teocracias, satrapías y democracias, incluyendo a los Estados Unidos y el mismísimo Vaticano.

         Mediante el cervantino recurso del manuscrito, en este caso no encontrado, sino enviado en forma de trigésimo cuarto cuaderno de bitácora al propio François Mitterrand, acompañamos a este Ignatius Reilly viajero siguiendo su retórica prosa volteriana salpimentada con grandes dosis de ironía, en la que constantemente se confunden el mito y la realidad. Si el alucinado caballero andante confundía una bacía de barbero con el Yelmo de Mambrino, nuestro personaje transmuta una gigantesca caracola fosilizada acompañada de una naranjas nável un tanto pasadas en el mítico cuerno de la abundancia y le llevan a pensar en la traducción al español del término inglés, navel, ombligo, como indicio de hallarse cerca del epicentro terrícola. De igual forma, su calenturienta imaginación racionalista interpreta literalmente la frase La millor terreta del món como una nueva señal lingüística de encontrarse en su anhelado pays axial, si bien su sanchopancista compañero le explicará que se trata de una expresión local utilizada como eslogan publicitario por unos comerciantes para vender un estupendo detergente para fregar sartenes.      

         Desde las primeras páginas, Xipell experimenta con el humor —sin duda el verdadero protagonista de la novela— y nos atrapa en su juego literario, con una sonrisa perenne en los labios, que en ocasiones deviene en risa, cuando no en estruendosa carcajada, participamos con sus personajes en sus delirantes andanzas. Con un estilo chestertoniano, tan paradójico como simbólico e irónico —en ocasiones corrosivo sarcasmo que se decanta del sainete al esperpento—, un tanto barroco e hiperbólico, pero fluido y directo, no exento de hilarantes cultismos y abundantes referencias mitológicas (Arcadia, Fuente de Castalia, Jardín de las Hespérides, etc.), históricas (desde los homínidos y cavernícolas, pasando por los príncipes de la iglesia, santos, templarios, cátaros, hasta militares, maquis e industriales, que ejemplifica con el esbozo de las biografías de los personajes de la zona más destacados: Benedicto XIII, Vicente Ferrer, Cabrera, Teresona, Segarra, etc.) filosóficas, cinematográficas y artísticas —no en vano el autor es licenciado en Historia del Arte—, busca siempre la complicidad del lector.

         Lo más llamativo de esta novela consiste en que la transposición onírica de la realidad subvierte lo concreto para trascenderlo por medio del lenguaje y elevarlo a la categoría de símbolo cósmico —entendido como deseo y sueño— para, al final, demostrar una verdad universal, presente ya en la no menos universal obra cervantina: “En todas casas cuecen habas y, en la mía, a calderadas”. La autoironía es también otra constante y el mismo protagonista participa de las pequeñas corrupciones que observa a su alrededor sin ningún pudor. En cierto modo, la novela es una parodia amable de la propia ilustración que él representa.

         ¿Es El viaje circular, valga la redundancia, un libro de viajes? Desde luego, siempre entendido en el sentido decimonónico, mezcla de aventura y abundantes disertaciones de todo tipo. ¿Es una obra alegórica? Sin duda. ¿Es una novela histórica? No, pero tiene mucha historia. ¿Es literatura fantástica? Tampoco, pero es fantástica. ¿Se podría categorizar como posmoderna? Podría ser, pero qué más da, sea lo que sea el artefacto, fruto del mordaz ingenio de un afilado viñetista, funciona, esta odisea es disparatada, divertida, acida e inteligente, contiene sátira política y crítica social, local y universal (los temas son numerosos: guerras de religión, nacionalismos, megalomanías, discriminación de la mujer, especulación urbanística, ecología, etc.), humor a paladas, identidad regional y personal… hasta el punto de que yo he descubierto que mi padre nació en el país donde no funciona la brújula y que yo pasé los primeros seis meses de mi vida en el mismísimo centro de la yema del huevo sin saberlo, pero eso ya es otra historia, la de mi propio ombligo.

lunes, 25 de noviembre de 2024

RESEÑA DE FERNANDO CASTILLO PARA TURIA DEL LIBRO DE JUAN VILLALBA, "ALBARRACÍN, UN VIAJE EN EL TIEMPO"

 

ALBARRACIN COMO LABERINTO 

 


    Hay libros que es necesario comenzar su lectura por la solapa en la que se presenta la biografía de su autor. Este es uno de ellos pues, en esas siempre apretadas líneas, se presentan comprimidas la trayectoria literaria y la actividad de agitador cultural de Juan Villalba, aragonés de Sarrión, que explican en parte este libro. Un libro del cual ya había proporcionado un adelanto de su propósito y contenido en el texto publicado por el autor en la revista Turia en 2022. Ahora, naturalmente, se trata de una obra más ambiciosa y sobre todo más compleja, mucho más de lo que se puede desprender de un título que parece remitir exclusivamente al ámbito de la historia local o a la literatura viajera. Y es que Albarracín. Un viaje en el tiempo, no es solo una aproximación al pasado y a la vida de la villa turolense a lo largo de los siglos, sin dejar de serlo. Juan Villalba es hombre de intereses variados que pertenece a ese grupo de escritores que gusta acercarse y practicar todos los géneros, como demuestra que haya publicado obras de narrativa, teatro y ensayo, con especial dedicación a la biografía, al cine y a la música, así como de ese género tan especial y equidistante que es el libro de viajes. Pues bien, de todo ello hay en esta obra, de cuidada edición y maquetación, dedicada a uno de los lugares de Aragón que hoy, cuando el turismo y el viaje son fenómenos sociales, se ha convertido en referencia para el visitante.

 

    Obra plural y casi cubista por la multiplicidad de la mirada, parte del hallazgo afortunado de abandonar la siempre segura y acertada cronología como método de acercarse a la historia de una ciudad, para acudir a un original recurso narrativo. En este caso el eje del trabajo lo representa la figura de un actor viajero a modo de cronista que regresa a Albarracín, donde hacedecenios rodó una película, que no es otra que Crónica del alba. Valentina, dirigida en1982 porAntonio José Betancor, basada en la obra del también escritor aragonés Ramón J. Sender. El alter ego de Villalba --un epígono del protagonista de la película, a quien no nombra pero al que enriquece con matices de protagonista literario que le hacen más complejo-- es el medio para ir desgranando con gradualidad controlada una erudición albarracinense que permite un conocimiento profundo de la ciudad, transcendiendo lo estrictamente local e incluyendo al lugar en un ámbito genérico, universalizándolo. Es decir, yendo más allá de lo que a algún distraído le pudiera llevar a pensar equivocadamente, que este libro pudiera ser una guía turística, aunque también tenga algo de Baedeker.

 

    A partir del viaje de este actor viajero, Juan Villalba, con prosa cuidada, vocación de estilo, destacable erudición y combinación de intereses distintos, lleva a cabo una original aproximación a la ciudad turolense que tiene algo de laberinto de Borges. De la complejidad del libro, de lo complejo de su armazón que es como una wunderkammer impresa, da idea la relación de asuntos que trata el autor, siempre superando la mera enumeración, incluso profundizando en aquellos asuntos más novedosos e interesantes. En primer lugar, y como no podía ser de otra forma, Villalba presenta un exhaustiva reunión de referencias y testimonios acerca de Albarracín. Una larga lista que comienza con los viajeros que han escrito acerca de la ciudad o de los escritores que la han incluido en sus obras: Pio Baroja, Azorín, Ortega y Gasset, Antonio Cano, Manuel Polo y Peyrolón, Rafael Pérez y Pérez, Federico García Sanchiz…, los más recientes Luis Carandell, Julio Llamazares, Antón Castro, Federico Jiménez Losantos, el interesante José Zapater, una suerte de Julio Verne local y decimonónico, o el "curioso impertinente" Richard Ford, que también recaló en el lugar. Todo el libro está lleno de recursos y guiños culturales y personales, como aquel en el que Juan Villalba lleva a cabo el alarde de convocar aescritores amigos vinculados con el lugar, como Raúl Maícas y José Luis Melero. Este último, de acuerdo con su condición de bibliófilo extraordinario, hace el papel de ingenioso erudito --¿quién podría mejor?--para ir enumerando los escritores que se han ocupado de Albarracín a medida que se encuentra sus libros.

 

    Pero las noticias acerca de la villa turolense no se limitan a la literatura. Por sus páginas desfilan las referencias que tienen a Albarracín como motivo esencial en la fotografía -en la que no falta la presencia de Bernard Plossu y Castro Prieto--, en la música, pintura, geografía, cine, zoología, gastronomía, micología, paleontología-- imprescindibles los dinosaurios y fósiles marinos--historia, botánica o antropología, que de todo ello hay en este libro dedicado a Albarracín y su alfoz. Sin olvidar el protagonismo siempre presente, de la propia ciudad, de sus calles y lugares que la identifican como la Catedral del Salvador, de cuyos tapices se ocupa Villalba con detalle de especialista, las murallas, la Torre del Andador, el Alcázar, el Palacio Episcopal, la curiosa casa de la Julianeta o los museos de juguetes y de la ciudad, que reúne su historia y que impulso el arqueólogo Martín Almagro Basch, también nacido en la comarca albarracinense. Dadas las conocidas inquietudes del autor, no extraña la atención que concede al Albarracín cinematográfico --casi una ciudad plató, una Cinecittá turolense, en la que se han rodado una serie de películas que recupera Villalba en su libro--, o al Albarracín musical, en este caso a través de la figura del compositor, natural de la villa y muy televisivo Julio Mengod. No se puede finalizar sin resaltar las numerosas fotografías que lleva el libro, en el que aparecen magníficamente incluidas y que son un verdadero apoyo del texto y un acierto para el lector.

 

    En suma, Juan Villalba ha creado un laberinto de espejos con reflejos cruzados alejado de la erudición de manual, de la voluntad escolar, pero cerca de la literatura, de manera que consigue que, para quien es ajeno y se acerca a la ciudad, parezca que todo ha sucedido en Albarracín.- 


FERNANDO CASTILLO.

 Juan Villalba Sebastián, Albarracín. Un viaje en el tiempo, Zaragoza, Pregunta Ediciones, 2023

viernes, 4 de octubre de 2024

 

UNA GILDA DOBLEMENTE CINEMATOGRÁFICA



        


La última publicación de Agustín Sánchez Vidal, Pero… ¡En qué país vivimos!, lleva en su portada la fotografía de una gilda, el popular aperitivo coronado por una cámara de cine antigua, excelente metáfora resumen del contenido del ensayo, que se complementa y aclara con el significativo subtítulo: Una celebración del cine y la cultura popular española.

         Con una prosa clara y elegante, el hilo conductor del cine y la ayuda de muchas otras artes, fundamentalmente la música, pero también la literatura, pintura, arquitectura… y del diseño industrial y la ciencia, analiza la transformación de un país rural y agrario en otro urbano y moderno.

         Sánchez Vidal sigue tejiendo su obra en marcha y cada nuevo título se elabora con el enorme bagaje intelectual que atesora este humanista del siglo XX y se sustenta sobre los sólidos cimientos de obras anteriores, en este caso al andamiaje de su excelente, Sol y sombra, personalísimo y desenfadado recorrido por la intrahistoria y la cotidianeidad de España y los españoles desde los años sesenta hasta la transición, se añaden esa “summa artis” integradora de sus muchos saberes como es Genealogías de la mirada y su monumental El Siglo de la Luz, trabajo en el que fijó la cartelera de Zaragoza del siglo XX para “surfear” sobre ella y realizar un estudio sociológico del acto de “ir al cine” analizando su impacto en la vida cotidiana y terminar hablando de las complejas relaciones del séptimo arte con el siglo XX en nuestro país y su lengua.

         ¡Pero… en qué país vivimos! toma prestado el título de la película homónima de José Luis Sáenz de Heredia, protagonizada por Manolo Escobar y Concha Velasco, representantes respectivamente de la canción popular y de la música moderna llegada con los nuevos influjos culturales que, no sin tensiones, concesiones y mestizajes, se van a ir imponiendo en el suelo patrio. Sánchez Vidal deconstruye esta colonización paulatina del imaginario colectivo español desde el cine silente hasta la democracia. Será a partir de 1953 cuando arrecien los vientos del cambio por la influencia estadounidense y la metamorfosis nacional se evidencie en todos los órdenes de la vida hasta implantarse de forma definitiva.

         De la clásica banderilla en sus infinitas variedades, cuyo humilde mondadientes ha jugado un importante papel en el escenario social hispano y en su idiosincrasia, presente ya en el mismo Lazarillo de Tormes, Sánchez Vidal nos lleva a mediados de los años cuarenta, para contarnos que un conocido cliente de una taberna donostiarra comenzó a ensartar en un palillo la aceituna, con una guindilla encurtida y una anchoa y así acompañar sus vinos. Pronto se convirtió en el pintxo por excelencia de Donostia y en poco tiempo en todo un clásico español. Justo en aquel momento era Gilda (Charles Vidor, 1946) la película que se estaba proyectando con gran éxito en las salas y se entendió que el papel encarnado por Rita Hayworth era igual de revolucionario: “un bocado verde, salado y un poco picante" y así fue como bautizaron con ese nombre ese maridaje extremo de mar y fuego.

         Pero Gilda no solo fue una film de éxito, fue también el nombre elegido para la bomba nuclear cuya explosión en 1946 se grabó en  una superproducción en tecnicolor sin precedentes con el fin de darle publicidad mundial y demostrar su poder destructivo, convirtiéndola de esta manera en una auténtica “vedette atómica” en cuya carcasa llevaba pintada la efigie de la actriz, desde entonces fue conocida como “la bomba anatómica”.

         Poco después, en España, el dibujante Vázquez creaba a las hermanas Gilda, historieta gráfica que dio lugar a un revolucionario estilo de diseño de muebles, inmuebles, cortes de pelo… hasta un tipo de locomotoras fueron llamadas “Gildas”. La modernidad estaba a las puertas: los nuevos materiales, el imperio Bronston, el turismo de masas, la televisión, el transistor, los tocadiscos y el rock harían el resto. Del sainete, la zarzuela y la copla, pasando por la rumba, el cine quinqui y la movida, llegamos a la inclasificable producción de Almodóvar, y cuando el “Porompompero” parecía muerto y enterrado, nos descubre que en la filmografía del manchego, no ya moderna, sino posmoderna, la tradición cultural española sigue viva en perfecta hibridación con la “Chica ye-ye”.

         El ensayo se cierra con una imprescindible selección bibliográfica comentada por capítulos de enorme utilidad para todos aquellos que quieran profundizar en sus diferentes contenidos.