El rodaje de Nazarín fue un auténtico calvario y, entre otras muchas cosas, el sindicato mexicano le obligó a contratar músicos. Al parecer, Buñuel alegó que en aquella película no había música y que sobraba por tanto la contratación de músico alguno. Ante la resistencia de la organización sindical y temiendo que le negaran el permiso de rodaje, el aragonés pidió que contratasen a todos los profesionales “del tambor” sindicados.
Los tambores sólo suenan estremecedoramente al final del filme, cuando la fe se asienta como una duda terrible sobre el rostro del protagonista. Un problema sindical resuelto con un sentido homenaje a su pueblo.
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