La producción de Tristana corrió a cargo de cuatro productoras de tres países diferentes: Época Films y Talía Films por parte española junto a los franceses de Les films Corona y los italianos de Selenia Cinematográfica. Esto condicionó la elección de los protagonistas: los italianos impusieron a Franco Nero, mientras que los franceses hicieron lo propio con su actriz Catherine Deneuve. Buñuel no tenía muy claro que fuesen los adecuados, pero por su parte logró contar con el español Fernando Rey en el papel de don Lope y también consiguió que participase Lola Gaos. Cada país se encargaba de pagar a los suyos, así a la Deneuve y a Buñuel –les pagaban la parte francesa de la coproducción- les correspondieron respectivamente veinte y quince millones de las antiguas pesetas. A Franco Nero, aportación italiana, quince. Y a Fernando Casado D’Alambert, para nosotros Fernando Rey –pagaban los españoles-, unas ochocientas mil. Según fuentes bien informadas fue el propio Buñuel, quien ante tamaña injusticia, le regaló de su salario la generosa cifra de un millón de rubias.
De igual forma, siguiendo con este sentido solidario de nuestro paisano, Buñuel recoge en sus nada fiables memorias, Mi último suspiro, que el personaje del leproso de los mendigos de la película Viridiana era un vagabundo real, cuestión controvertida que provocó un enfrentamiento con la productora al enterarse el director de Calanda que le pagaban tres veces menos que a los otros. Los productores intentaron calmarle diciéndole que el último día de rodaje se organizaría una colecta para el mendigo, pero eso aumentó la indignación de nuestro paisano, quien con su tozudez aragonesa consiguió que el vagabundo pasara por caja todas las semanas, como todo el mundo.
El tema del mendigo lo concluye en su libro con el siguiente maravilloso recuerdo de tan surrealista personaje: “Conservo un especial recuerdo del extravagante personaje que interpretaba al leproso, medio vagabundo y medio loco. Escapaba a toda dirección de actor y, sin embargo, yo lo encuentro maravilloso en la película. Algún tiempo después, se encontraba en Burgos, en un banco. Pasan dos turistas franceses que han visto la película. le reconocen y le felicitan. Él recoge al instante sus exiguas pertenencias, se echa el hatillo al hombro y comienza a caminar, diciendo: «¡Me voy a París! ¡Allí me conocen!» Murió en el camino».
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